Si usted
es católico y está vivo, lo siente: hemos entrado
en un momento único en la historia de la Iglesia. Algunos buscarán
paralelismos históricos en esta o aquella herejía, en esta o aquella crisis,
pero la mayoría fallará. En gran parte fallarán porque están equivocados, pero
también porque hacen esa comparación para trivializar. Se quieren consolar a sí
mismos, o a otros, con la idea de que “ya hemos
pasado por esto antes, y volveremos a salir de esto”.
Pero no
es cierto, no hemos pasado por esto antes, y muchos de nosotros no saldremos de
esto. Cada vez somos más los que somos conscientes de ello. Esta es una batalla
por las almas, y es mejor saber que algunas se perderán.
Sí, ha
habido malos Papas en la historia. Papas terribles. Estaban los Borgia, y ha
habido Papas asesinos, e incluso Papas violadores (como Juan XII) y toda clase
de corrupciones en el papado.
Sí,
también hemos tenido algunos Papas un tanto felices de jugar con la herejía.
Juan XXII lo hizo, aunque no era su intención, y era por algo que no se había
definido aún. (Después se retractó de su error, al ser debidamente confrontado
por ello.) A Honorio también le gustaba la herejía (aunque no podemos decir a
ciencia cierta que abrazó el Monotelismo de verdad). Pero como dice el bardo, “de haberlo sido, fue una causa grave, y Honorio
respondió gravemente.” El tercer concilio de Constantinopla le dio a
Honorio una acusación póstuma. “Anatemizamos a
Honorio,” dijeron, “porque no ha tratado de
santificar a esta Iglesia apostólica con la enseñanza de la tradición
apostólica, sino por traición profana, ha permitido que su pureza se
contaminase.” En una carta aparte a los obispos de España, el papa
León II también condenó a Honorio como un Papa que “que
no apagó desde un principio la llama de la doctrina herética, como convenía a
la autoridad apostólica, sino que por negligencia la permitió aumentar.”
Los malos Papas existen. La historia de
los errores papales es algo que hemos cubierto en
este sitio antes, y no pretendo volver a discutir todo eso aquí.
Lo que intento plantear es que, gracias a nuestro análisis de la
historia, sabemos que realmente no ha habido una situación como la de nuestro
tiempo presente. Aparentemente nosotros tenemos suerte. Tenemos un Papa que no
solo ha sido acusado de proteger culpables de los más atroces crímenes
sexuales, tanto antes como durante su
pontificado, y de llenar el consejo de asesores eclesiásticos con hombres igual
de corruptos, sino también de declaraciones heréticas y errores doctrinales
jamás considerados posibles bajo el carisma de la infalibilidad papal – cosa
que, más allá de los horrores del abuso sexual, es un crimen aún mayor.
Y con el
Papa como el centro de la corrupción en lugar de como el estándar de la
ortodoxia, escuchamos en todo el mundo el toque de difuntos de la Iglesia tal
como la conocemos: corrupción, abuso, perversión, complicidad, herejía, e
incluso sacrilegios que harían sonreír a un satanista, todo sucediendo dentro
de nuestro clero, en todos lados, desde que tenemos memoria, mucho de ello
escondido, y ahora saliendo a la luz en gran cantidad.
Si la
gente no empieza a tirar abajo las iglesias con sus propias manos cuando esto
se termine, estaré felizmente sorprendido. Por supuesto que no tendrán que
hacerlo, porque las diócesis de todo el mundo las venderán a los urbanistas que
las convertirán en espacios residenciales de alta renta y tal vez en clubes
nocturnos para homosexuales. Después de todo, algo que aprendimos de todos
estos casos de abuso es que la apropiación de imágenes religiosas es una
característica de la degeneración.
Y cuando
hablo de lo que infectó a la Iglesia, no me refiero al pecado común y
corriente, como algunos lo describen. Ni siquiera me refiero al tipo de pecado
mortal habitual que conduce a tantos fieles, con rostros avergonzados y
tristes, a los confesionarios cada semana. Me refiero al tipo de pecado
profundamente enraizado que “retuerce la mente y el
corazón”, “la dedicación contumaz a la búsqueda de uno mismo a expensas de la
Iglesia” que pervierte las almas de los hombres y las conduce a las
llamas de la perdición eterna.
ME
REFIERO A LO QUE TAL VEZ SEA DESCRITO MEJOR COMO PARASITISMO DEMONÍACO.
La
definición de parásito es “un organismo que vive
sobre o dentro de otro organismo (portador) y se beneficia tomando nutrientes a
expensas del portador.” Diría que la mayoría de los obispos parecen
encajar en esta definición. Probablemente muchos de los sacerdotes también,
aunque pocos de ellos se benefician materialmente tanto como aquellos. Si
no fuera por los beneficios temporales, supongo sería difícil que muchos de
estos hombres, que aparentemente no creen en Dios (o al menos en Su justicia)
se acercasen al altar. Ciertamente, no parece importarles nada su rebaño.
Los edificios y las oficinas de la Iglesia, con pocas excepciones, se
infectaron. Los católicos que se preocupan por la Iglesia están enojados, pero
sobre todo se sienten impotentes. Pueden intentar retener el dinero, pero saben
que la Iglesia encontró hace tiempo una fuente más adinerada de donde
abastecerse – la de los gobiernos nacionales, deseosos por pagar sumas
exorbitantes por cosas tales como los “campamentos
de refugiados.” En el caso de Alemania, está el Kirchensteuer –
un impuesto
obligatorio de la Iglesia que ha llenado los
bolsillos del catolicismo alemán con millones de euros y una influencia sin
igual dentro del Vaticano, sin lo cual la conferencia episcopal alemana y todas
sus parroquias y seminarios vacíos sin duda colapsarían en el suelo como un
zombi decapitado.
LOS
FIELES PUEDEN – Y DEBIERAN – CERRAR SUS BILLETERAS, PERO A LOS PEORES OBISPOS
NO SE LES MOVERÁ UN PELO.
No conozco lo suficiente acerca de la visión que dicen que tuvo el papa
León XIII, sobre la libertad que Nuestro Señor concedió a Satanás en la Iglesia
por cien años, como para afirmar con un 100% de certeza que es verdad, o que
está llegando el desenlace inevitable. No obstante, lo que sé es que si es verdad, no será muy diferente a lo que estamos
viendo ahora.
Estos
parásitos se han esparcido por todo el cuerpo sin dejar un miembro intacto. Los
pequeños bolsones sin infección son estadísticamente atípicos, mientras que el
Cuerpo Místico de Cristo como un todo yace corrompido, febril, plagado de
sepsis, y en la puerta de la muerte. La verdadera Iglesia ha sido despellejada
viva, y carcomida como carne espiritual por la anti-Iglesia que ha producido
signos y maravillas vanos y que está por recibir su merecido. El trigo y la
cizaña serán divididos. La falsa Iglesia será separada de la verdadera. La personalidad dividida de la Iglesia – que a veces
la hace parecer como una mujer poseída – será
exorcizada.
Sin embargo, no ocurrirá de la noche a la mañana. Empeorará antes de
mejorar. A muchos de nosotros nos parecerá en un momento u otro que las
promesas de la Iglesia deben ser mentiras, que las puestas del infierno han
prevalecido, y que nuestra esperanza había estado puesta en el lugar
equivocado. No por nada Nuestro Señor preguntó: “Pero
el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?”
(Lc. 18:8). Él no prometió que las puertas del infierno fracasarían
porque sí; en esta garantía estaba implícita una advertencia: parecerá que han prevalecido, por lo tanto, sujétense. Muchos
de nosotros, empeñados en buscar una respuesta consoladora, tendremos que
aprender a conformarse con el misterio. Preguntaremos “¿Cómo
resolverá esto el Señor?” Y la respuesta se presentará solo cuando Él
esté listo para revelarla.
Soy amigo
de personas que han pasado décadas de sus vidas estudiando las profecías
católicas. Conocen mucho más acerca de cada aparición mariana creíble y de las
visiones de los santos de lo que yo podría esperar encontrar. No saben con
certeza dónde nos encontramos en la línea de tiempo de los eventos que anticipan,
pero saben que estamos en un lugar precario, sin duda.
Ahora,
algunos susurran que el anticristo no puede estar lejos. Otros dicen que
primero debemos soportar pruebas y triunfos. La mayoría parece estar de acuerdo
en que si no estamos en el final, al menos estamos en el comienzo del mismo.
Seré honesto con ustedes. Mientras escribo esto, miro hacia afuera y veo
el sol brillar, y el camión de la basura que pasa, el desorden en la mesada de
la cocina debido a la mañana agitada por la preparación de los niños para la
escuela, el monitor de mi ordenador sobre mi escritorio con páginas abiertas en
asuntos menos apocalípticos, y no puedo evitar preguntarme: ¿Estamos realmente en la puerta de salida hacia el fin de los
tiempos? ¿O esto continuará, sin alteraciones, como ha sido hasta ahora, por el
resto de mi vida?
No estoy
ansioso por las tribulaciones y las persecuciones del anticristo, que serán
peores que todas las que los fieles han soportado. Tómense un tiempo para
revisar las torturas impuestas sobre los santos y pregúntense si ustedes
realmente están más ansiosos por ser flagelados o quemados vivos que por tomar
una cerveza de la heladera y mirar otro episodio de su serie favorita en
Netflix.
Tengo niños pequeños. Quiero verlos crecer. Quiero verlos llevar vidas
plenas, casarse con personas maravillosas, y llenar mi hogar de nietos. No
quiero pasar el resto de nuestros días viviendo nuestra fe en cuevas y
catacumbas, perseguidos por el Hijo de la Perdición y sus secuaces, soportando
un tiempo, (dos) tiempos y la mitad de un tiempo (Dan. 7:25). Por el amor de Dios, jamás he
estado en Hawaii.
Pero la
mano que nos ha sido dada es la que tenemos que jugar. No hay cómo escapar de
lo que se avecina. Solo podemos esperar que sea mejor de lo que esperamos. Solo
podemos confiar que, a diferencia de nuestros pastores infieles, el verdadero
Pastor protegerá a su rebaño de los lobos.
Estamos
precisamente en el medio de lo que cada vez más considero “El Gran Horror”: esta montaña de confusión, corrupción,
peleas internas, desprecio por la ortodoxia, y caos general en la Iglesia. No
hay camino hacia pastos más verdes excepto a través de esta ciénaga fétida.
Veremos a nuestra querida Iglesia disminuida y derrocada frente a los hombres.
La veremos desvestida, flagelada, coronada de espinas, caminando golpeada y
ensangrentada por las calles y, finalmente, crucificada como su Divino Esposo.
Tendremos miedo – por momentos incluso vergüenza – de mirarla. Pero debemos
mantener el rumbo. No debemos salir escandalizados del arca de salvación. “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida
eterna” (Jn. 6:68).
O como
dice el viejo himno: “Más cerca, oh Dios, de Ti,
más cerca sí; aunque sea una cruz que me lleve a Ti.”
No estoy
aquí para decirles que esto mejorará pronto. No estoy aquí para darles una
interpretación oficial de la profecía. No sé si el tercer secreto será
revelado, si alguna vez veremos al Gran Rey o al Papa angélico, o si el triunfo
del Corazón Inmaculado ocurrirá ahora o después.
Para ser
honesto, ni siquiera importa. No es nuestro trabajo lograr eso. Nuestro trabajo
es permanecer fieles y confiar.
Lo que sé
es que tenemos una gran batalla en nuestras manos, y vamos a necesitar
resistencia más que poder. Por lo tanto, encuentren un lugar donde la liturgia
no los saque de quicio. Identifiquen amigos y una comunidad donde puedan hablar
de estas cosas en lugar de guardárselas dentro. Hagan esfuerzos conscientes por
encontrar belleza en la práctica de su fe. Intenten, aunque sean tentados
fuertemente para no hacerlo, de avivar su vida de oración y extenderla en su
familia. Y sepan que serán atacados – agresivamente, sin misericordia, sin
cuartel, y en toda manera que puedan imaginar, para separarlos de su fuerte
soporte espiritual. Y no me refiero solo a criaturas de este mundo; me refiero
al enemigo invisible, que es antiguo, inteligente, y poderoso, que anda por el
mundo buscando a quien devorar.
A QUIEN RESISTA FUERTE EN LA FE.
Este es
el tiempo en que nuestro temple es probado. Este es, tomando una frase
prestada, el tiempo que prueba las almas de los hombres. Ninguno de nosotros lo
pidió. Algunos de nosotros se han dado cuenta solo hace poco del tipo de
batalla que enfrentamos. Todos estamos a tiempo de trabajar para el dueño de la
cosecha. Pónganse su armadura. Golpeen su escudo unas cuantas veces con su
espada. En su confirmación les dijeron que eran soldados de Cristo, y esa no
era solo una metáfora. Se acabó el entrenamiento básico.
Hay una
guerra en curso, y es la hora de ser enviados.
Steve Skojec
(Traducido por
Marilina Manteiga. Artículo original)
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