EN EL NOMBRE DEL
PADRE, DEL HIJO, Y DEL ESPÍRITU SANTO
Cuando el agua se derrama en
su cabeza en la pila bautismal… cuando comienza a aprender sus primeras
oraciones… al principio y al final de cada Misa… al recibir el
sacramento del Perdón, de la Unción, del Matrimonio… y al ser despedido de este
mundo en el rito de las exequias…
Cada momento de la vida del
cristiano está puesto y es vivido bajo el signo de la Cruz y “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, de
este Dios Uno y Trino, Dios Familia, Dios comunión de personas que por puro
amor se derrama sobre el mundo.
El Rosario es un itinerario de
contemplación en el cual, con María, en Ella, como Ella y desde Ella, somos
introducidos en la vida trinitaria, a través de su obra en la Historia de la
Salvación
Contemplando los misterios de
Aquel que es “imagen del Dios Invisible”, nos
preparamos para contemplar la Trinidad en el Cielo, por toda la eternidad.
En el Rosario, como en la
Misa, somos movidos por el Espíritu Santo y conducidos hacia el Hijo, y por Él
- “Camino” y “Puerta”-
llegamos al seno del Padre.
Durante el Rosario, puedes
sentir que estás allí, en el seno de la Trinidad, envuelto en su amor paternal,
de amistad y de inhabitación.
—
Pero al iniciar el Rosario no
sólo pronunciamos esas sagradas palabras, tomadas de labios de Jesús en su
mandato misionero. Nuestras manos nuevamente nos ayudan a ponernos en clima de
intimidad divina.
Trazamos primero una línea
vertical desde la frente al pecho, para luego realizar la horizontal uniendo
nuestros hombros.
Nuevamente es la Cruz, es la
Pascua en su doble aspecto de dolor y gloria, la que abre y cierra nuestra
oración.
El madero vertical de la Cruz
y el gesto análogo que realizas te recuerdan que Cristo ha unido el Cielo y la
Tierra, lo humano y lo divino.
El madero horizontal y tu
gesto te hacen presente el misterio de la unidad del género humano: Cristo nos
hace hermanos con su muerte, uniendo a todos los hombres.
Así es también el Rosario:
tiene como primera finalidad unirte a Dios, “re-ligarte”
con tu Creador, Origen y Meta, a la vez que pone en tu interior la
fuerza para vivir la unidad y el amor con todos tus hermanos.
—
Y hay algo más en la señal de
la Cruz, un significado que te invita a hacerla lentamente, con cadencia, con
piedad, casi abrazando todo tu ser…
El amor de María en el Santo
Rosario puede poner armonía en tu mundo interior, puede volver a ordenarlo todo
como Dios lo pensó: lo más alto -la inteligencia iluminada por la fe- guiando y
conduciendo lo más bajo -tus pasiones y tus fuerzas instintivas-. Tus supremas
aspiraciones e ideales -tocados por la Gracia- enalteciendo y sublimando tus
tendencias y sanando tus fragilidades. La Gracia de los misterios de Cristo te
devuelven la jerarquía interior, rescatándote del caos que produce el pecado.
El amor de María en el
Rosario, además, abraza todo tu ser, y puede ordenar también todos los opuestos
que conviven en ti: tus actitudes demasiado diestras o siniestras, los vaivenes
y polarizaciones indebidas que podrían darse entre la acción enloquecida y la
contemplación desarraigada de la vida, entre una fe gnóstica y la razón
clausurada a la trascendencia, entre el anclarse en el pasado y el fugarse
hacia el futuro, entre la cobardía y la temeridad…
Sin que acaso te des cuenta,
si oras con confianza, María te alcanzará la unidad interior, te irá dando la
gracia de vivir centrado, de que en lo profundo de tu corazón –donde se
entrecruzan el gesto vertical y el horizontal, y donde termina la señal de la
cruz- esté Cristo, y desde allí, reine en todo tu ser, y sea el todo en tu
todo.
Leandro Bonnin
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