Para mí, y yo diría que para la mayoría de los tradicionalistas, salta a
la vista que la Divina Liturgia bizantina [nombre por el que se conoce la misa
bizantina, NdR.] y la Misa Tradicional
romana están estrechamente emparentadas y que el Novus Ordo se aparta del
legado común de ambas.
Peo de vez en cuando uno se encuentra con un católico bizantino que,
confundido por las similitudes entre la liturgia bizantina y el Novus Ordo (por
ej., que se celebran generalmente en lengua vernácula rezada en voz alta) y por
las evidentes diferencias entre la liturgia bizantina y el rito romano
tradicional (mucho más silencio en este último que en la primera, y que los
fieles parecen cumplir una función más activa en una que en el otro), sostienen
que hay más afinidad entre la liturgia bizantina y el Novus Ordo. Por eso,
cuando tienen que elegir, prefieren el usus recentior romano
al usus antiquor. Es más, los protagonistas y
defensores de la reforma litúrgica suelen afirmar que admiran la tradición
oriental, y les gusta señalar las muchas características aparentemente
orientales de la neoliturgia romana.
Ahora
bien, si es cierto que la liturgia bizantina y la liturgia latina tradicional
tienen mucho más en común la una con la otra que con el Novus Ordo, debería ser
posible indicar con precisión cuáles son esos rasgos comunes. Sugiero verlo en
los siguientes principios. Empezaré por enumerarlos, y
seguidamente los desarrollaré:
1.
Principio de
tradición.
2.
Principio del
misterio.
3.
Principio de lenguaje
elevado.
4.
Principio de
integridad o estabilidad ritual.
5.
Principio de
densidad.
6.
Principio de
suficiente y reiterada preparación.
7.
Principio de
veracidad.
8.
Principio de
jerarquía.
9.
Principio de
paralelismo, y
10.
Principio de
separación.
1. Principio de tradición. Ambas son
fruto del desarrollo orgánico de un antiguo núcleo de origen apostólico
transmitido a lo largo de siglos de fe viva. A pesar de que tal o cual rito se
atribuya a un santo célebre como pueda se San Juan Crisóstomo o San Basilio, lo
cierto es que el rito es fruto de muchos autores cuyo nombre desconocemos.
Ninguna forma de la liturgia bizantina o romana clásica es obra de una comisión
de expertos de vanguardia desconectados del pueblo fiel y prisioneros de
teorías populares hace mucho tiempo desmontadas. Lo podríamos llamar principio
de tradición, de recibir algo que se ha transmitido. En resumidas cuentas: no
es que un rito determinado sea bueno porque la autoridad eclesiástica así lo
considere; al contrario, la Iglesia sabe que es bueno porque lo ha heredado.
Así se corta de raíz ese extraño ultramontanismo occidental que cree que la
liturgia no es otra cosa que lo que ha sido promulgado por la autoridad
pontificia. Como si la liturgia fuera una arcilla infinitamente moldeable cuya
forma quedara en manos del capricho del artesano. Antes de Pablo VI, la
autoridad pontificia promulgaba lo que ya se conocía y amaba como tradicional
en la Iglesia latina. [1]
2. Principio de misterio. Ambos ritos manifiestan un principio de misterio: la liturgia es visiblemente
sagrada, una obra y una maravilla que realiza Dios en medio de nosotros,
permitiéndosele al hombre que participe con temor y temblor. La liturgia
tradicional es una especie de nube en la que habita Dios, y a la que Moisés se
atreve a acercarse. Uno no se siente como si estuviera asistiendo a una reunión
de una junta directiva con su orden del día en la que se lee una serie de
textos y se distribuyen determinadas tareas. Nos postramos sobre suelo sagrado
ante la zarza ardiente en que Dios se revela a Sí mismo.
3. Principio de lenguaje elevado. Las oraciones y lecturas de los ritos tradicionales de Oriente y
Occidente son entonadas por cantores, diáconos, subdiáconos y coros, o rezadas
en voz baja en el presbiterio por el sacerdote; jamás se recitan como quien lee
las noticias en la televisión ni como cuando los niños recitan todos a la vez
una lección en voz alta en clase. En parte, se hace en un lenguaje que
podríamos llamar elevado. En Oriente se hace con exquisitas composiciones
poéticas; en Occidente, con venerables expresiones latinas. El latín es de
hecho, adecuadamente y sin ninguna duda, la lengua de la Iglesia Católica
Romana tanto como lo son las vernáculas en las orientales. Algo que existe en
Occidente desde hace 1 600 años no es casual, sino un principio constitutivo,
como declaró nada menos que S. Juan XXIII en su constitución apostólica Veterum sapientia,firmada en el altar de San Pedro en
1962. Quienes asisten al usus antiquor conocen
de sobra la gran eficacia que tiene en los fieles el empleo ceremonial de una
lengua arcaica que con el paso del tiempo ha ido adquiriendo fuerza espiritual.
El solo hecho de que dicha lengua esté especialmente diferenciada, se podría
decir que consagrada para el culto público de Dios, representa de modo objetivo
y efectúa subjetivamente esa separación de lo sagrado y lo profano
que constituye el centro de toda religión expiatoria.
4. Principio de integridad ritual. Tanto la Liturgia Divina como la Misa Tradicional en latín son
anteriores a todo rito determinado y plenamente articulado que cumplan el clero
y los fieles con humilde obediencia. Las oraciones, antífonas, lecturas, gestos
y cantos están prescritos y fijados. Y ante todo, la oración más sagrada, la
anáfora, es inmutable (en Occidente) o depende del calendario litúrgico (en
Oriente). De ese modo, las preferencias personales del celebrante nunca
influyen en lo que tiene lugar. A este también lo podríamos llamar principio de
estabilidad, dado que la integridad del rito proporciona indefectiblemente al
clero y al pueblo una base firme e inamovible que les sirve de cimiento para
edificar su vida espiritual.
5. Principio de densidad. La liturgia tradicional romana, así como la bizantina tradicional, están
repletas de contenido dogmático, moral, ascético y místico. Las oraciones son
compactas, de una gran riqueza teológica. Son como un tapiz poético tejido con
las Escrituras y con expresiones devotas. En comparación, el Novus Ordo destaca
por su pobreza. Pensemos en los diversos troparios de la tradición bizantina, o
en la riqueza de antífonas de los propios del Rito Romano, así como las
colectas, secretas y postcomuniones, casi ninguna de las cuales ha sobrevivido
a las amputaciones del acerado bisturí del Consilium. [2]
6. Principio de preparación. Estrechamente relacionado con lo anterior está el principio de
suficiente y reiterada preparación. Tanto en Oriente como en Occidente, el
celebrante y sus acólitos se preparan minuciosamente para su labor antes de
celebrar el rito, ya sea preparando las ofrendas en la credencia con abundantes
oraciones, o recitando ante el presbiterio el Salmo 42, el Confíteor y las
preces al pie del altar. Nadie se espera que salgan como si tal cosa de la
sacristía y se dirijan tan frescamente al altar como quien va a convite
benéfico.
Catherine Pickstock ha señalado acertadamente que, en toda liturgia
auténtica, la repetición de oraciones es deliberada y reviste una inmensa
importancia espiritual. En el rito bizantino es frecuente que el celebrante
rece en silencio de principio a fin cada vez que tiene que dar un nuevo y
maravilloso paso para adentrarse en los misterios de Cristo. La liturgia romana
auténtica es igual, con su rico ofertorio, las tres oraciones de preparación
para la comunión, el lavabo, el Pláceat y el Último Evangelio. Conocida es la
cantidad de repeticiones que se da oraciones de la Liturgia Divina y del usus antiquor romano.
En la primera, las letanías de «Señor, ten piedad» o «Escúchanos, Señor»; en la
segunda, las nueve invocaciones del Kyrie, las tres veces que se reza el
Confíteor, el triple «Domine, non sum dignus» (dos
veces, para distinguir la comunión del sacerdote de la de los fieles). [3]
7. Principio de veracidad. La totalidad del mensaje evangélico está presente en los leccionarios
tradicionales, tanto las partes difíciles como las más fáciles. En el Novus
Ordo, como se sabe, las Escrituras has sido extensamente censuradas de
conformidad con los prejuicios modernos. [4] En un sentido más amplio, la lex orandi tradicional contiene y transmite con vigor
apostólico la plena lex credendi de la Iglesia Católica; no se corta nada
para no herir sensibilidades o susceptibilidades contemporáneas. Para pone un
ejemplo entre mil, la condenación de Judas y la gran posibilidad de que
cualquiera de nosotros termine en el Infierno, se enseñan sin tapujos, y se
utilizan ampliamente los salmos imprecatorios dirigidos contra nuestros
enemigos espirituales. Todo esto ha sido eliminado o cercenado a fondo en el
Novus Ordo. [5] En este sentido, no cumple su misión de transmitir en su
plenitud la Fe tal como aparece en las Escrituras, los Padres, los Concilios y
los Doctores de la Iglesia. Fracasa en su cometido como lex orandi de
la Iglesia ortodoxa.
De hecho,
en las liturgias tradicionales se ven y oyen claramente muchas doctrinas de la
Fe, mientras que en el contexto de la neoliturgia romana es necesario
estudiarlas y aceptarlas ciegamente, ya que el rito en sí no las hace tan
evidentes. A modo de ejemplo, pensemos en la veneración debida a los santos, o
en el culto de latría que se debe al Santísimo Sacramento. Quien asista al rito
bizantino o al rito romano tradicional tendrá una experiencia visceral del
culto que se debe rendir a los santos y la adoración debida a la Eucaristía. En
cambio, el Novus Ordo ha reducido a su mínima expresión la centralidad de los
santos [6] y las muestras de reverencia que se deben hacer ante los tremendos
misterios de Cristo.
8. El principio de jerarquía se hace patente en la clara distinción entre el cometido del sacerdote,
el diácono, el subdiácono, el acólito, el cantor, etc. Esta diversidad de
funciones que no admite intercambio queda burdamente confusa y diluida en el
Novus Ordo, con sus laxas regulaciones sobre las funciones de los laicos en el
presbiterio. Ni el rito bizantino ni la auténtica liturgia romana permiten que
seglares no revestidos de ornamentos sagrados accedan
caprichosamente al presbiterio y realicen funciones propias del clero, y
menos que toquen con sus manos la Sagrada Eucaristía. Todo lo contrario: la
identidad del sacerdote como mediador entre Dios y los hombres se respetan
totalmente y se manifiestan en acción. Y la identidad de los laicos en tanto
que asisten activamente al Sacrificio es de igual modo respetada y se
manifiesta en la acción.
La
liturgia encarna verdaderamente la eclesiología, no es una alternativa
imaginaria. En el Novus Ordo sería imposible entender de forma coherente y
congruente la naturaleza jerárquica del Cuerpo Místico de Cristo, mientras que
en la divina liturgia o en la Misa Tradicional romana resulta muy fácil. La
participación, por consiguiente, se entiende e un modo fundamentalmente
diferente en los ritos tradicionales y en el rito romano nuevo. La perspectiva
correcta es que la participación debe ajustarse a las diversas funciones que
cumplen las distintas partes del cuerpo, lo cual debe ser visible en la
vestimenta, comportamiento, ubicación y tareas asignadas –y no asignadas– a
quienes participan de la liturgia.
9. El principio de paralelismo, que se corresponde con el de jerarquía. En todo rito auténtico oriental
u occidental, se observa que se dan varias acciones simultáneamente (o, dicho
de modo más técnico, hay una liturgia paralela). El diácono dirige a los fieles
rezando una letanía mientras el celebrante recita sus oraciones propias; los
fieles cantan el Sanctus mientras el sacerdote ya ha comenzado el Canon.
Quienes asisten al rito bizantino o al rito latino tradicional llegan a ver la
liturgia como un conjunto de acciones individuales superpuestas que convergen
en una objetivo común. Desde luego, se puede decir que no es una secuencia
lógica de actos separados en que sólo suceda una cosa a la vez, en que
solamente se permita una acción de cada vez (como sería en una liturgia
secuencia o modular, ejemplificada en el Novus Ordo. [8]
10. Principio de separación. Toda liturgia cristiana auténtica mantiene la teología inscrita en la
arquitectura del templo de la Antigua Alianza y hace uso de ella, teología que,
como enseña la epístola a los Hebreos, se sintetiza en Cristo y se simboliza
eternamente en nuestro Sacrificio Eucarístico. En Oriente, la separación del
santuario de la nave es más evidente por la presencia del iconostasio, que sólo
pueden traspasar determinados clérigos. En Occidente, los cortinajes fueron
sustituidos por el coro alto, que en casi todas partes se achicó hasta
quedar reducido al comulgatorio. En todo caso, el presbiterio estaba separado,
elevado e inaccesible a los laicos. Es más, en la liturgia occidental el
iconostasio visual ha dado paso a una especie de iconostasio sonoro en que el
uso del latín alterna con momentos de silencio. Tanto el lenguaje hierático
como el silencio envolvente cubren con un velo el santuario protegiendo a
los sagrados misterios de la profanación que supondría un trato indebido de los
mismos. Así pues, mientras que los ritos oriental y occidental cubren de
nuestros ojos la Presencia de Dios, cada uno a su manera, lo hacen de un modo
muy logrado, dirigiendo eficazmente la atención de los fieles a la gloria
oculta de Dios.
Aparte
de estos principios, que manifiestan claramente la naturaleza misma del culto
divino, hay innumerables factores que no son necesariamente
característicos del Novus Ordo y acompañan al 99% de sus
ejemplificaciones, como la postura del celebrante de cara al pueblo. Al
cabo de cincuenta años de que los sacerdotes den la cara a los fieles siempre y
en casi todas partes, con reprimendas pontificias a quienes osen pensar de otro
modo, ni los más ardorosos propulsores de la reforma de la reforma no pueden
sostener que la postura versus populum no es típica del Novus Ordo en la intención
de quienes lo diseñaron, quienes llevaron a la práctica y quienes lo ponen por
obra.
Comparado
con el Novus Ordo, el rito bizantino parece un rey al lado de un mendigo, un
Rembrandt junto a una caricatura, un banquete al lado de una hambruna. Mientras
que si se lo compara con el rito romano tradicional en todo la complejidad de
su esplendor y su reglada solemnidad, queda equiparado a la mesa de la
tradición. Cometeríamos una injusticia con la obra del Espíritu Santo en la
Iglesia latina si llamáramos a la liturgia bizantina el patrón de oro para
medir, cuando el Rito Romano en toda su plenitud –por desgracia, ¡tan raramente
visto por los católicos romanos!– no le va en modo alguno a la zaga. Al
contrario, es el Novus Ordo el que debe ser expulsado, porque no tiene derecho
a ocupar un puesto a la mesa real de los auténticos ritos litúrgicos.
Si
alguien objeta alegando que es posible celebrar el Novus Ordo de tal manera que
no se pierda la continuidad con la tradición romana anterior (y por tanto, de
una manera que se diferencie de la Divina Liturgia), daré una refutación muy
sencilla: algunos de los diez principios arriba enumerados son totalmente
ajenos al Novus Ordo –y esto es intencional (yo contaría al menos los números
1, 4, 5, 6, 7 y 9); el resto (2, 3, 8 y 10) podrían tal vez incluirse en
algunos casos–; o también podrían no incluirse, dependiendo del celebrante.
Esto ya demuestra de por sí el carácter hondamente antitradicional del Novus
Ordo, que para ser coherente con la Tradición depende de las decisiones del
celebrante y no de adherirse a una regla fija. [9] Así pues, el Novus Ordo
podría celebrarse de una forma aproximadamente tradicional, mientras que los
ritos bizantino y tridentino deben celebrarse necesariamente al modo
tradicional. No hay posibilidad de escoger. [10]
Basta esta diferencia para ver el abismo casi insalvable que separa el
Rito Romano actual de cualquier rito histórico de la Cristiandad, sea oriental
o latino. La falta de densidad doctrinal, moral, ceremonial y en las rúbricas,
su estructura modular-lineal-racionalista y su opcionitis lo distancian en esencia del ámbito de la
cultura sacra que comparten el usus antiquor romano y la Divina Liturgia bizantina. Se
podrían aplicar las palabras de Abrahán en la parábola: «Entre nosotros y
vosotros un gran abismo ha sido establecido, de suerte que los que quisiesen
pasar de aquí a vosotros no podrían» (Lc. 16,26).
Lo
verdaderamente sorprendente, en vista de lo anterior, es cuántos católicos de
rito bizantino y supuestos expertos en liturgia –el más destacado de ellos
Robert Taft, SJ– son partidarios del Rito Romano reformado y pasan por alto las
monumentales discrepancias y contradicciones que hay entre sus principios de
composición y ejecución y los que son comunes a los ritos bizantino y latino
tradicionales, como acabo de demostrar. No es exagerado decir que la liturgia
de Pablo VI, tanto en conjunto como en sus detalles, es una deformación del
rito latino que no se puede catalogar entre los ritos católicos auténticos que
han existido a lo largo de la historia. Si los católicos bizantinos prefieren
en Novus Ordo en razón de características secundarias o terciarias, mientras
pasan por alto, toleran o incluso aprueban al parecer sus desviaciones de los
principios fundamentales de la liturgia clásica, ello revela una profunda
inconsistencia.
No es una mera especulación. Como sabemos, los liturgistas llevan
décadas hablando de cómo se podrían reformar los ritos católicos orientales
para ajustarlos a la declaración Sacrosanctum
Concilium y a los proyectos
de Bugnini, con su ideología propia de la Bauhaus. La combinación de un
prejuicio favorable al pluralismo cultural, el conservadurismo constitutivo de
Oriente y la falta de una autoridad central capaz de imponer transformaciones
litúrgicas de proporciones descomunales ha salvado hasta ahora a los ritos
orientales de los peores excesos de la reforma litúrgica. Pero esta frágil paz
puede no ser eterna, sobre todo si las autoridades eclesiásticas siguen
haciendo gala de la arrogancia y la miopía que las aquejan desde hace una
cincuentena de años. Por lo tanto, es preciso que todo cristiano oriental y
todo simpatizante de la Iglesia Romana sea consciente de los errores que
desembocaron en los ritos paulinos y los impregnan, y que se oponga a toda
reducción, concesión o novedad en su vida litúrgica.
Volviendo a lo que decíamos al principio, a los católicos bizantinos que
aprecien su tradición litúrgica les vendrá bien el contacto con la tradición
litúrgica latina preservada y transmitida en el usus antiquor y –precisamente por a lo que es
común a Oriente y Occidente– evitar la neoliturgia romana con su mezcla de
arqueologismo incoherente y novedades modernistas, su disonancia cognitiva y su
ruptura con la tradición cristiana. No es otra cosa que una ratificación de la
tradición griega y la latina que contradice verdades dogmáticas y morales
milenarias que la liturgia siempre ha manifestado e inculcado a los fieles.
Para
concluir, cito estas palabras de Martin Mosebach: «Todo
empeño en pro del ecumenismo, por muy necesario que sea, no debe comenzar por
aparatosos encuentros con jerarcas de Oriente, sino por la restauración de la
liturgia latina, que representa la verdadera relación entre las iglesias latina
y griega».
___
NOTAS:
[1] En su libro The Banished Heart, Geoffrey Hull expone que el problema de la
intromisión pontificia en la liturgia viene de muchos siglos atrás. Con todo,
reconoce el abismo que media entre los papas anteriores a Pablo VI y la
monstruosa ruptura introducida por Montini. Hay diferencia de especie, no de
grado. Conozco a un filósofo católico que sostiene que lo único que hace válido
un rito de Misa es que lo haya aprobado el Papa, y que si el Sumo Pontífice
quisiera vaciar de todo contenido el rito sustituyéndolo por algo muy diferente
seguiría siendo un rito católico auténtico en tanto que contuviese las palabras
de la consagración.
[2] Carl Olson ha hecho esta observación: «Después
de veinte años de asistir a una parroquia bizantina, encuentro interesante que,
si bien en los ritos orientales no hay un silencio como en la Misa latina –de
hecho, en la liturgia bizantina hay muy poco silencio–, las más profundas
similaridades están en la reverencia, la trascendencia y la riqueza teológica.
Francamente, muchas de las oraciones de la Misa del Novus Ordo me sacan de
quicio. Dicho de otro modo: La Divina Liturgia y la Misa Latina hablan al
intelecto, al corazón y los sentidos de unas maneras profundas y misteriosas,
que aunque hasta cierto punto sean subjetivas, están al servicio de la verdad
objetiva y de la realidad divina».
[3] Soy plenamente consciente de que estas oraciones se han ido
acumulando a lo largo de los tiempos, y así, por ejemplo, el Último Evangelio
es un añadido relativamente tardío. Pero todos los añadidos se hicieron por una
buena razón; tuvieron lugar bajo la suave influencia del Espíritu Santo.
Suprimirlos después de haber sido agregados debidamente y sin romper la
armonía, y de que han sido parte constante del rito durante siglos, no es otra
cosa que el repudio de su contenido teológico y su función litúrgica. Sacrosanctum Concilium yerra
por tanto al afirmar que la liturgia contiene «repeticiones
inútiles» que deben expurgarse. En realidad, todo el que participe en
actitud de oración de las repeticiones de la liturgia tradicional entiende su
finalidad, la cual jamás supuso la menor dificultad para los cristianos hasta
las presunciones estrechamente racionalistas y utilitarias de los tiempos
modernos.
[4] Mi artículo A Tale of Two Lectionaries: Qualitative versus
Quantitative Measures da más detalles de este
inquietante aspecto del leccionario corregido.
[5] Con respecto a Judas, ver mi artículo Malditas mentiras: el destino de Judas Iscariote;
con relación a los salmos, ver The Omission of ‘Difficult’ Psalms and the Spreading-thin of the Psalter.
[6] El Canon romano, al igual que la anáfora de la Divina Liturgia de
San Juan Crisóstomo, menciona una larga serie de santos. Las anáforas modernas
cercenan drásticamente el homenaje e invocación a dichos santos.
[7] No obstante, en Sacrosanctum Concilium la participación adquiere un carácter
ideológico, porque se la exalta por encima de los demás principios, lo cual
lleva inevitablemente a crear distorsiones y suscitar confusión: «Al reformar y fomentar la sagrada liturgia hay que tener
muy en cuenta esta plena y activa participación» (nº 14). Confróntese
con esta afirmación de S. Pío X en Tra
le sollecitudine: «Lo primero es
proveer a la santidad y dignidad del templo». Tal vez, mejor que hablar
de participación, debería hablarse de asistencia: todo miembro del cuerpo
asiste a la liturgia, cada uno en el puesto que le corresponde. Tener un lugar
asignado es una categoría más básica que actuar, del mismo modo que nuestra
incorporación a Cristo en el bautismo es más esencial para nuestra identidad
que cualquier acto que realicemos.
[8] En el Novus Ordo son muy pocos los momentos en que el sacerdote
puede estar haciendo una cosa mientras los fieles o el coro hacen otra: en la
oración previa al Evangelio, durante el Aleluya, en el Ofertorio, mientras se
canta, o la fracción de la Hostia mientras se reza el Agnus Dei. El número de
esos momentos se ha reducido enormemente y se los ha vaciado de contenido
eucológico.
[9] Siempre se rompe la soga por lo más delgado, y así también, una
liturgia que deja espacio a una diversidad de opciones es tan mala como la peor
de dichas opciones. El criterio para juzgarla no debe ser qué pasaría si se
tomasen muchas decisiones que difícilmente serían acertadas, sino qué suele
pasar cuando se toman decisiones habituales.
[10] Esto no quiere decir, desde luego, que el Rito Romano tradicional
se celebrará siempre de un modo edificante o estéticamente adecuado. Pero es
que esto tampoco se puede garantizar en ningún rito, porque seguirá dependiendo
de la variedad y fragilidad de los seres humanos. Me refiero, por el contrario,
a las reglas y costumbres que gobiernan las ceremonias como tales.
[11] Tomado de la nueva edición corregida y ampliada de The Heresy of Formlessness, (Angelico
Press, 2018, de próxima aparición), pág. 187. En otro lugar del mismo libro,
Mosebach afirma: «Es un rasgo característico de
este siglo que, mientras se descargaba el hacha sobre el tierno árbol de la
liturgia se estaban formulando los comentarios más clarividentes sobre la
liturgia, aunque no en la Iglesia Católica Romana sino en la bizantina. Por un
lado, un papa se atrevió a interferir en la liturgia. Por otro, la Iglesia
Ortodoxa, separada del Papa por el cisma, mantuvo la liturgia y la teología de
la liturgia en medio de las más terribles pruebas que soportó este siglo. El
católico que se niega a aceptar las conclusiones simplistas de los suspicaces
se desconcierta con estas cosas. Se siente uno tentado a hablar de un misterio
trágico, aunque la palabra trágico no
encaja en un contexto cristiano. La Misa de San Gregorio Magno, la liturgia
tradicional latina, se asocia ahora a los católicos extremistas, mientras la
Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo está viva y en todo su esplendor en el
corazón mismo de la Iglesia Ortodoxa. La idea de que tengamos algo que aprender
de los ortodoxos no goza de mucha popularidad. Pero tenemos que acostumbrarnos
a estudiar –y digo estudiar a fondo– lo que cree la iglesia bizantina de las
imágenes sagradas y la liturgia. Esto tiene la misma validez para el rito
latino; es más, se podría decir que sólo podremos conocer el rito romano en la
plenitud de su realidad impregnada por el Espíritu si lo miramos desde la
perspectiva de Oriente.»
(Traducido
por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe. Artículo original)
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