sábado, 9 de junio de 2018

LA LITURGIA BIZANTINA, LA MISA TRADICIONAL EN LATÍN Y EL NOVUS ORDO: DOS HERMANAS Y UN EXTRAÑO



Para mí, y yo diría que para la mayoría de los tradicionalistas, salta a la vista que la Divina Liturgia bizantina [nombre por el que se conoce la misa bizantina, NdR.] y la Misa Tradicional romana están estrechamente emparentadas y que el Novus Ordo se aparta del legado común de ambas.

Peo de vez en cuando uno se encuentra con un católico bizantino que, confundido por las similitudes entre la liturgia bizantina y el Novus Ordo (por ej., que se celebran generalmente en lengua vernácula rezada en voz alta) y por las evidentes diferencias entre la liturgia bizantina y el rito romano tradicional (mucho más silencio en este último que en la primera, y que los fieles parecen cumplir una función más activa en una que en el otro), sostienen que hay más afinidad entre la liturgia bizantina y el Novus Ordo. Por eso, cuando tienen que elegir, prefieren el usus recentior romano al usus antiquor. Es más, los protagonistas y defensores de la reforma litúrgica suelen afirmar que admiran la tradición oriental, y les gusta señalar las muchas características aparentemente orientales de la neoliturgia romana.

Ahora bien, si es cierto que la liturgia bizantina y la liturgia latina tradicional tienen mucho más en común la una con la otra que con el Novus Ordo, debería ser posible indicar con precisión cuáles son esos rasgos comunes. Sugiero verlo en los siguientes principios. Empezaré por enumerarlos, y seguidamente los desarrollaré:
1.      Principio de tradición.
2.      Principio del misterio.
3.      Principio de lenguaje elevado.
4.      Principio de integridad o estabilidad ritual.
5.      Principio de densidad.
6.      Principio de suficiente y reiterada preparación.
7.      Principio de veracidad.
8.      Principio de jerarquía.
9.      Principio de paralelismo, y
10.  Principio de separación.

1. Principio de tradición. Ambas son fruto del desarrollo orgánico de un antiguo núcleo de origen apostólico transmitido a lo largo de siglos de fe viva. A pesar de que tal o cual rito se atribuya a un santo célebre como pueda se San Juan Crisóstomo o San Basilio, lo cierto es que el rito es fruto de muchos autores cuyo nombre desconocemos. Ninguna forma de la liturgia bizantina o romana clásica es obra de una comisión de expertos de vanguardia desconectados del pueblo fiel y prisioneros de teorías populares hace mucho tiempo desmontadas. Lo podríamos llamar principio de tradición, de recibir algo que se ha transmitido. En resumidas cuentas: no es que un rito determinado sea bueno porque la autoridad eclesiástica así lo considere; al contrario, la Iglesia sabe que es bueno porque lo ha heredado. Así se corta de raíz ese extraño ultramontanismo occidental que cree que la liturgia no es otra cosa que lo que ha sido promulgado por la autoridad pontificia. Como si la liturgia fuera una arcilla infinitamente moldeable cuya forma quedara en manos del capricho del artesano. Antes de Pablo VI, la autoridad pontificia promulgaba lo que ya se conocía y amaba como tradicional en la Iglesia latina. [1]

2. Principio de misterio. Ambos ritos manifiestan un principio de misterio: la liturgia es visiblemente sagrada, una obra y una maravilla que realiza Dios en medio de nosotros, permitiéndosele al hombre que participe con temor y temblor. La liturgia tradicional es una especie de nube en la que habita Dios, y a la que Moisés se atreve a acercarse. Uno no se siente como si estuviera asistiendo a una reunión de una junta directiva con su orden del día en la que se lee una serie de textos y se distribuyen determinadas tareas. Nos postramos sobre suelo sagrado ante la zarza ardiente en que Dios se revela a Sí mismo.

3. Principio de lenguaje elevado. Las oraciones y lecturas de los ritos tradicionales de Oriente y Occidente son entonadas por cantores, diáconos, subdiáconos y coros, o rezadas en voz baja en el presbiterio por el sacerdote; jamás se recitan como quien lee las noticias en la televisión ni como cuando los niños recitan todos a la vez una lección en voz alta en clase. En parte, se hace en un lenguaje que podríamos llamar elevado. En Oriente se hace con exquisitas composiciones poéticas; en Occidente, con venerables expresiones latinas. El latín es de hecho, adecuadamente y sin ninguna duda, la lengua de la Iglesia Católica Romana tanto como lo son las vernáculas en las orientales. Algo que existe en Occidente desde hace 1 600 años no es casual, sino un principio constitutivo, como declaró nada menos que S. Juan XXIII en su constitución apostólica Veterum sapientia,firmada en el altar de San Pedro en 1962. Quienes asisten al usus antiquor conocen de sobra la gran eficacia que tiene en los fieles el empleo ceremonial de una lengua arcaica que con el paso del tiempo ha ido adquiriendo fuerza espiritual. El solo hecho de que dicha lengua esté especialmente diferenciada, se podría decir que consagrada para el culto público de Dios, representa de modo objetivo y efectúa subjetivamente esa separación de lo sagrado y lo profano que constituye el centro de toda religión expiatoria.

4. Principio de integridad ritual. Tanto la Liturgia Divina como la Misa Tradicional en latín son anteriores a todo rito determinado y plenamente articulado que cumplan el clero y los fieles con humilde obediencia. Las oraciones, antífonas, lecturas, gestos y cantos están prescritos y fijados. Y ante todo, la oración más sagrada, la anáfora, es inmutable (en Occidente) o depende del calendario litúrgico (en Oriente). De ese modo, las preferencias personales del celebrante nunca influyen en lo que tiene lugar. A este también lo podríamos llamar principio de estabilidad, dado que la integridad del rito proporciona indefectiblemente al clero y al pueblo una base firme e inamovible que les sirve de cimiento para edificar su vida espiritual.

5. Principio de densidad. La liturgia tradicional romana, así como la bizantina tradicional, están repletas de contenido dogmático, moral, ascético y místico. Las oraciones son compactas, de una gran riqueza teológica. Son como un tapiz poético tejido con las Escrituras y con expresiones devotas. En comparación, el Novus Ordo destaca por su pobreza. Pensemos en los diversos troparios de la tradición bizantina, o en la riqueza de antífonas de los propios del Rito Romano, así como las colectas, secretas y postcomuniones, casi ninguna de las cuales ha sobrevivido a las amputaciones del acerado bisturí del Consilium. [2]

6. Principio de preparación. Estrechamente relacionado con lo anterior está el principio de suficiente y reiterada preparación. Tanto en Oriente como en Occidente, el celebrante y sus acólitos se preparan minuciosamente para su labor antes de celebrar el rito, ya sea preparando las ofrendas en la credencia con abundantes oraciones, o recitando ante el presbiterio el Salmo 42, el Confíteor y las preces al pie del altar. Nadie se espera que salgan como si tal cosa de la sacristía y se dirijan tan frescamente al altar como quien va a convite benéfico.

Catherine Pickstock ha señalado acertadamente que, en toda liturgia auténtica, la repetición de oraciones es deliberada y reviste una inmensa importancia espiritual. En el rito bizantino es frecuente que el celebrante rece en silencio de principio a fin cada vez que tiene que dar un nuevo y maravilloso paso para adentrarse en los misterios de Cristo. La liturgia romana auténtica es igual, con su rico ofertorio, las tres oraciones de preparación para la comunión, el lavabo, el Pláceat y el Último Evangelio. Conocida es la cantidad de repeticiones que se da oraciones de la Liturgia Divina y del usus antiquor romano. En la primera, las letanías de «Señor, ten piedad» o «Escúchanos, Señor»; en la segunda, las nueve invocaciones del Kyrie, las tres veces que se reza el Confíteor, el triple «Domine, non sum dignus» (dos veces, para distinguir la comunión del sacerdote de la de los fieles). [3]

7. Principio de veracidad. La totalidad del mensaje evangélico está presente en los leccionarios tradicionales, tanto las partes difíciles como las más fáciles. En el Novus Ordo, como se sabe, las Escrituras has sido extensamente censuradas de conformidad con los prejuicios modernos. [4] En un sentido más amplio, la lex orandi tradicional contiene y transmite con vigor apostólico la plena lex credendi de la Iglesia Católica; no se corta nada para no herir sensibilidades o susceptibilidades contemporáneas. Para pone un ejemplo entre mil, la condenación de Judas y la gran posibilidad de que cualquiera de nosotros termine en el Infierno, se enseñan sin tapujos, y se utilizan ampliamente los salmos imprecatorios dirigidos contra nuestros enemigos espirituales. Todo esto ha sido eliminado o cercenado a fondo en el Novus Ordo. [5] En este sentido, no cumple su misión de transmitir en su plenitud la Fe tal como aparece en las Escrituras, los Padres, los Concilios y los Doctores de la Iglesia. Fracasa en su cometido como lex orandi de la Iglesia ortodoxa.

De hecho, en las liturgias tradicionales se ven y oyen claramente muchas doctrinas de la Fe, mientras que en el contexto de la neoliturgia romana es necesario estudiarlas y aceptarlas ciegamente, ya que el rito en sí no las hace tan evidentes. A modo de ejemplo, pensemos en la veneración debida a los santos, o en el culto de latría que se debe al Santísimo Sacramento. Quien asista al rito bizantino o al rito romano tradicional tendrá una experiencia visceral del culto que se debe rendir a los santos y la adoración debida a la Eucaristía. En cambio, el Novus Ordo ha reducido a su mínima expresión la centralidad de los santos [6] y las muestras de reverencia que se deben hacer ante los tremendos misterios de Cristo.
8. El principio de jerarquía se hace patente en la clara distinción entre el cometido del sacerdote, el diácono, el subdiácono, el acólito, el cantor, etc. Esta diversidad de funciones que no admite intercambio queda burdamente confusa y diluida en el Novus Ordo, con sus laxas regulaciones sobre las funciones de los laicos en el presbiterio. Ni el rito bizantino ni la auténtica liturgia romana permiten que seglares no revestidos de ornamentos sagrados accedan   caprichosamente  al presbiterio y realicen funciones propias del clero, y menos que toquen con sus manos la Sagrada Eucaristía. Todo lo contrario: la identidad del sacerdote como mediador entre Dios y los hombres se respetan totalmente y se manifiestan en acción. Y la identidad de los laicos en tanto que asisten activamente al Sacrificio es de igual modo respetada y se manifiesta en la  acción.

La liturgia encarna verdaderamente la eclesiología, no es una alternativa imaginaria. En el Novus Ordo sería imposible entender de forma coherente y congruente la naturaleza jerárquica del Cuerpo Místico de Cristo, mientras que en la divina liturgia o en la Misa Tradicional romana resulta muy fácil. La participación, por consiguiente, se entiende e un modo fundamentalmente diferente en los ritos tradicionales y en el rito romano nuevo. La perspectiva correcta es que la participación debe ajustarse a las diversas funciones que cumplen las distintas partes del cuerpo, lo cual debe ser visible en la vestimenta, comportamiento, ubicación y tareas asignadas –y no asignadas– a quienes participan de la liturgia.
9. El principio de paralelismo, que se corresponde con el de jerarquía. En todo rito auténtico oriental u occidental, se observa que se dan varias acciones simultáneamente (o, dicho de modo más técnico, hay una liturgia paralela). El diácono dirige a los fieles rezando una letanía mientras el celebrante recita sus oraciones propias; los fieles cantan el Sanctus mientras el sacerdote ya ha comenzado el Canon. Quienes asisten al rito bizantino o al rito latino tradicional llegan a ver la liturgia como un conjunto de acciones individuales superpuestas que convergen en una objetivo común. Desde luego, se puede decir que no es una secuencia lógica de actos separados en que sólo suceda una cosa a la vez, en que solamente se permita una acción de cada vez (como sería en una liturgia secuencia o modular, ejemplificada en el Novus Ordo. [8]

10. Principio de separación. Toda liturgia cristiana auténtica mantiene la teología inscrita en la arquitectura del templo de la Antigua Alianza y hace uso de ella, teología que, como enseña la epístola a los Hebreos, se sintetiza en Cristo y se simboliza eternamente en nuestro Sacrificio Eucarístico. En Oriente, la separación del santuario de la nave es más evidente por la presencia del iconostasio, que sólo pueden traspasar determinados clérigos. En Occidente, los cortinajes fueron sustituidos por el coro alto, que en casi todas partes se achicó hasta quedar reducido al comulgatorio. En todo caso, el presbiterio estaba separado, elevado e inaccesible a los laicos. Es más, en la liturgia occidental el iconostasio visual ha dado paso a una especie de iconostasio sonoro en que el uso del latín alterna con momentos de silencio. Tanto el lenguaje hierático como el silencio envolvente cubren con un velo el santuario protegiendo a los sagrados misterios de la profanación que supondría un trato indebido de los mismos. Así pues, mientras que los ritos oriental y occidental cubren de nuestros ojos la Presencia de Dios, cada uno a su manera, lo hacen de un modo muy logrado, dirigiendo eficazmente la atención de los fieles a la gloria oculta de Dios.

 Aparte de estos principios, que manifiestan claramente la naturaleza misma del culto divino, hay innumerables  factores que no son necesariamente característicos del Novus Ordo y acompañan al 99% de sus ejemplificaciones,  como la postura del celebrante de cara al pueblo. Al cabo de cincuenta años de que los sacerdotes den la cara a los fieles siempre y en casi todas partes, con reprimendas pontificias a quienes osen pensar de otro modo, ni los más ardorosos propulsores de la reforma de la reforma no pueden sostener que la postura versus populum no es típica del Novus Ordo en la intención de quienes lo diseñaron, quienes llevaron a la práctica y quienes lo ponen por obra.
Comparado con el Novus Ordo, el rito bizantino parece un rey al lado de un mendigo, un Rembrandt junto a una caricatura, un banquete al lado de una hambruna. Mientras que si se lo compara con el rito romano tradicional en todo la complejidad de su esplendor y su reglada solemnidad, queda equiparado a la mesa de la tradición. Cometeríamos una injusticia con la obra del Espíritu Santo en la Iglesia latina si llamáramos a la liturgia bizantina el patrón de oro para medir, cuando el Rito Romano en toda su plenitud –por desgracia, ¡tan raramente visto por los católicos romanos!– no le va en modo alguno a la zaga. Al contrario, es el Novus Ordo el que debe ser expulsado, porque no tiene derecho a ocupar un puesto a la mesa real de los auténticos ritos litúrgicos.
Si alguien objeta alegando que es posible celebrar el Novus Ordo de tal manera que no se pierda la continuidad con la tradición romana anterior (y por tanto, de una manera que se diferencie de la Divina Liturgia), daré una refutación muy sencilla: algunos de los diez principios arriba enumerados son totalmente ajenos al Novus Ordo –y esto es intencional (yo contaría al menos los números 1, 4, 5, 6, 7 y 9); el resto (2, 3, 8 y 10) podrían tal vez incluirse en algunos casos–; o también podrían no incluirse, dependiendo del celebrante. Esto ya demuestra de por sí el carácter hondamente antitradicional del Novus Ordo, que para ser coherente con la Tradición depende de las decisiones del celebrante y no de adherirse a una regla fija. [9] Así pues, el Novus Ordo podría celebrarse de una forma aproximadamente tradicional, mientras que los ritos bizantino y tridentino deben celebrarse necesariamente al modo tradicional. No hay posibilidad de escoger. [10]
Basta esta diferencia para ver el abismo casi insalvable que separa el Rito Romano actual de cualquier rito histórico de la Cristiandad, sea oriental o latino. La falta de densidad doctrinal, moral, ceremonial y en las rúbricas, su estructura modular-lineal-racionalista y su opcionitis lo distancian en esencia del ámbito de la cultura sacra que comparten el usus antiquor romano y la Divina Liturgia bizantina. Se podrían aplicar las palabras de Abrahán en la parábola: «Entre nosotros y vosotros un gran abismo ha sido establecido, de suerte que los que quisiesen pasar de aquí a vosotros no podrían» (Lc. 16,26).

Lo verdaderamente sorprendente, en vista de lo anterior, es cuántos católicos de rito bizantino y supuestos expertos en liturgia –el más destacado de ellos Robert Taft, SJ– son partidarios del Rito Romano reformado y pasan por alto las monumentales discrepancias y contradicciones que hay entre sus principios de composición y ejecución y los que son comunes a los ritos bizantino y latino tradicionales, como acabo de demostrar. No es exagerado decir que la liturgia de Pablo VI, tanto en conjunto como en sus detalles, es una deformación del rito latino que no se puede catalogar entre los ritos católicos auténticos que han existido a lo largo de la historia. Si los católicos bizantinos prefieren en Novus Ordo en razón de características secundarias o terciarias, mientras pasan por alto, toleran o incluso aprueban al parecer sus desviaciones de los principios fundamentales de la liturgia clásica, ello revela una profunda inconsistencia.
No es una mera especulación. Como sabemos, los liturgistas llevan décadas hablando de cómo se podrían reformar los ritos católicos orientales para ajustarlos a la declaración Sacrosanctum Concilium y a los proyectos de Bugnini, con su ideología propia de la Bauhaus. La combinación de un prejuicio favorable al pluralismo cultural, el conservadurismo constitutivo de Oriente y la falta de una autoridad central capaz de imponer transformaciones litúrgicas de proporciones descomunales ha salvado hasta ahora a los ritos orientales de los peores excesos de la reforma litúrgica. Pero esta frágil paz puede no ser eterna, sobre todo si las autoridades eclesiásticas siguen haciendo gala de la arrogancia y la miopía que las aquejan desde hace una cincuentena de años. Por lo tanto, es preciso que todo cristiano oriental y todo simpatizante de la Iglesia Romana sea consciente de los errores que desembocaron en los ritos paulinos y los impregnan, y que se oponga a toda reducción, concesión o novedad en su vida litúrgica.

Volviendo a lo que decíamos al principio, a los católicos bizantinos que aprecien su tradición litúrgica les vendrá bien el contacto con la tradición litúrgica latina preservada y transmitida en el usus antiquor y –precisamente por a lo que es común a Oriente y Occidente– evitar la neoliturgia romana con su mezcla de arqueologismo incoherente y novedades modernistas, su disonancia cognitiva y su ruptura con la tradición cristiana. No es otra cosa que una ratificación de la tradición griega y la latina que contradice verdades dogmáticas y morales milenarias que la liturgia siempre ha manifestado e inculcado a los fieles.

Para concluir, cito estas palabras de Martin Mosebach: «Todo empeño en pro del ecumenismo, por muy necesario que sea, no debe comenzar por aparatosos encuentros con jerarcas de Oriente, sino por la restauración de la liturgia latina, que representa la verdadera relación entre las iglesias latina y griega».
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NOTAS:
[1] En su libro The Banished Heart, Geoffrey Hull expone que el problema de la intromisión pontificia en la liturgia viene de muchos siglos atrás. Con todo, reconoce el abismo que media entre los papas anteriores a Pablo VI y la monstruosa ruptura introducida por Montini. Hay diferencia de especie, no de grado. Conozco a un filósofo católico que sostiene que lo único que hace válido un rito de Misa es que lo haya aprobado el Papa, y que si el Sumo Pontífice quisiera vaciar de todo contenido el rito sustituyéndolo por algo muy diferente seguiría siendo un rito católico auténtico en tanto que contuviese las palabras de la consagración.

[2] Carl Olson ha hecho esta observación: «Después de veinte años de asistir a una parroquia bizantina, encuentro interesante que, si bien en los ritos orientales no hay un silencio como en la Misa latina –de hecho, en la liturgia bizantina hay muy poco silencio–, las más profundas similaridades están en la reverencia, la trascendencia y la riqueza teológica. Francamente, muchas de las oraciones de la Misa del Novus Ordo me sacan de quicio. Dicho de otro modo: La Divina Liturgia y la Misa Latina hablan al intelecto, al corazón y los sentidos de unas maneras profundas y misteriosas, que aunque hasta cierto punto sean subjetivas, están al servicio de la verdad objetiva y de la realidad divina».

[3] Soy plenamente consciente de que estas oraciones se han ido acumulando a lo largo de los tiempos, y así, por ejemplo, el Último Evangelio es un añadido relativamente tardío. Pero todos los añadidos se hicieron por una buena razón; tuvieron lugar bajo la suave influencia del Espíritu Santo. Suprimirlos después de haber sido agregados debidamente y sin romper la armonía, y de que han sido parte constante del rito durante siglos, no es otra cosa que el repudio de su contenido teológico y su función litúrgica. Sacrosanctum Concilium yerra por tanto al afirmar que la liturgia contiene «repeticiones inútiles» que deben expurgarse. En realidad, todo el que participe en actitud de oración de las repeticiones de la liturgia tradicional entiende su finalidad, la cual jamás supuso la menor dificultad para los cristianos hasta las presunciones estrechamente racionalistas y utilitarias de los tiempos modernos.

[4] Mi artículo A Tale of Two Lectionaries: Qualitative versus Quantitative Measures da más detalles de este inquietante aspecto del leccionario corregido.


[6] El Canon romano, al igual que la anáfora de la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo, menciona una larga serie de santos. Las anáforas modernas cercenan drásticamente el homenaje e invocación a dichos santos.

[7] No obstante, en Sacrosanctum Concilium la participación adquiere un carácter ideológico, porque se la exalta por encima de los demás principios, lo cual lleva inevitablemente a crear distorsiones y suscitar confusión: «Al reformar y fomentar la sagrada liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación» (nº 14). Confróntese con esta afirmación de S. Pío X en Tra le sollecitudine: «Lo primero es proveer a la santidad y dignidad del templo». Tal vez, mejor que hablar de participación, debería hablarse de asistencia: todo miembro del cuerpo asiste a la liturgia, cada uno en el puesto que le corresponde. Tener un lugar asignado es una categoría más básica que actuar, del mismo modo que nuestra incorporación a Cristo en el bautismo es más esencial para nuestra identidad que cualquier acto que realicemos.
[8] En el Novus Ordo son muy pocos los momentos en que el sacerdote puede estar haciendo una cosa mientras los fieles o el coro hacen otra: en la oración previa al Evangelio, durante el Aleluya, en el Ofertorio, mientras se canta, o la fracción de la Hostia mientras se reza el Agnus Dei. El número de esos momentos se ha reducido enormemente y se los ha vaciado de contenido eucológico.

[9] Siempre se rompe la soga por lo más delgado, y así también, una liturgia que deja espacio a una diversidad de opciones es tan mala como la peor de dichas opciones. El criterio para juzgarla no debe ser qué pasaría si se tomasen muchas decisiones que difícilmente serían acertadas, sino qué suele pasar cuando se toman decisiones habituales.

[10] Esto no quiere decir, desde luego, que el Rito Romano tradicional se celebrará siempre de un modo edificante o estéticamente adecuado. Pero es que esto tampoco se puede garantizar en ningún rito, porque seguirá dependiendo de la variedad y fragilidad de los seres humanos. Me refiero, por el contrario, a las reglas y costumbres que gobiernan las ceremonias como tales.
[11] Tomado de la nueva edición corregida y ampliada de The Heresy of Formlessness, (Angelico Press, 2018, de próxima aparición), pág. 187. En otro lugar del mismo libro, Mosebach afirma: «Es un rasgo característico de este siglo que, mientras se descargaba el hacha sobre el tierno árbol de la liturgia se estaban formulando los comentarios más clarividentes sobre la liturgia, aunque no en la Iglesia Católica Romana sino en la bizantina. Por un lado, un papa se atrevió a interferir en la liturgia. Por otro, la Iglesia Ortodoxa, separada del Papa por el cisma, mantuvo la liturgia y la teología de la liturgia en medio de las más terribles pruebas que soportó este siglo. El católico que se niega a aceptar las conclusiones simplistas de los suspicaces se desconcierta con estas cosas. Se siente uno tentado a hablar de un misterio trágico, aunque la palabra trágico no encaja en un contexto cristiano. La Misa de San Gregorio Magno, la liturgia tradicional latina, se asocia ahora a los católicos extremistas, mientras la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo está viva y en todo su esplendor en el corazón mismo de la Iglesia Ortodoxa. La idea de que tengamos algo que aprender de los ortodoxos no goza de mucha popularidad. Pero tenemos que acostumbrarnos a estudiar –y digo estudiar a fondo– lo que cree la iglesia bizantina de las imágenes sagradas y la liturgia. Esto tiene la misma validez para el rito latino; es más, se podría decir que sólo podremos conocer el rito romano en la plenitud de su realidad impregnada por el Espíritu si lo miramos desde la perspectiva de Oriente.»
 (Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe. Artículo original)

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