Entre los lectores que hayan
servido en Infantería, es probable que muchos hayan oído hablar de este
episodio, pero me consta que la mayoría
de los españoles lo ignora. Los hispanos mostramos en general un gran
desconocimiento de nuestra historia, incluyendo el llamado “Siglo de Oro español”, período durante el cual
nuestra patria fue la más influyente nación del mundo.
La publicación de la serie de
novelas del personaje “el capitán Alatriste”, de
Arturo Pérez-Reverte, seguidas
por algunas películas y una serie de televisión de ínfima calidad documental,
han despertado un cierto interés por paliar ese olvido. A pesar de la
minuciosidad con la que se documenta Pérez-Reverte para escribir sus relatos,
su recreación descansa sobre todo en detalles, fechas y hechos, y es notorio,
para quién conozca y ame nuestra historia, que le cuesta penetrar en la
mentalidad de los españoles del barroco. Tal vez el fracaso más notorio en este
sentido sea la lógica incomprensión que el autor, ateo y declarado
anticristiano, sufre a la hora de
entender la profunda religiosidad de nuestros compatriotas en aquellos tiempos.
Así, en los libros de la serie, este aspecto es resumido groseramente como
hipocresía de los poderosos, fanatismo de los clérigos y superstición de los
sencillos. Resulta paradójico que secunde tan fielmente la leyenda negra sobre
la religiosidad española quien proclama que las andanzas de su personaje tratan
de rescatar el periplo español de los tópicos vertidos por sus enemigos.
Un yerro que los católicos de
hoy en día debemos reparar, puesto que nuestra Comunidad trasciende el tiempo
igual que el espacio, y tan hermanos en la fe son nuestros contemporáneos
católicos de China o Mozambique como los españoles de siglos pasados. No hay
mejor manera de hacerlo que conociendo su historia.
MANIFESTACIÓN DE FE DEL PUEBLO
Considero el milagro de Empel especialmente
significativo, principalmente porque en él no aparecen papas, obispos o
teólogos. Se trata de una muestra genuina de la fe que alentaba al pueblo
español en su vida diaria, en su ser más íntimo, y en un gremio, el de los
militares, no particularmente inclinado a la piedad, más bien al contrario.
Asimismo, el hecho se produjo tres siglos antes del Concilio Vaticano I, lo que
demuestra que generalmente los dogmas (contra la especie que se propala en
nuestros tiempos) no imponen elucubraciones teológicas al pueblo cristiano,
sino que más bien definen verdades doctrinales que la comunidad ya ha intuido
antes. Por último, no se trata de una
leyenda más o menos mistificada, ni de la imaginación de un escritor, o de un
maniqueo guión cinematográfico, como los que estamos hastiados de ver.
Se trata, ni más ni menos, de un relato fiel y sencillo de unos hechos
históricos.
El año es el de 1585. En los
Países Bajos, en julio, el gobernador Alejandro Farnesio, acaba de concluir con
éxito la toma de Amberes, la ciudad más importante de la Unión de Utrecht, la
alianza de las provincias rebeldes. Las tropas del rey no sólo combatían para
defender el patrimonio de Felipe II, que había heredado Flandes de su padre el
emperador Carlos V, sino sobre todo para frenar la herejía calvinista que
habían abrazado los rebeldes. El avance
de Farnesio parecía imparable, y las ciudades católicas de las provincias
septentrionales de Zelanda y Holanda pidieron su ayuda para separarse de la
Unión. En otoño, el gobernador envió tres tercios al mando del sajón
Pedro Enrique, conde de Mansfeld: el de don Francisco Arias de Bobadilla, el de
Mondragón y el de Iñiguez, sumando un total de entre 4000 y 5000 hombres (el
grueso de la infantería española en Flandes), más una compañía de arcabuceros a
caballo y 6 piezas de artillería. Cinco mil españoles que, en frase del
almirante francés Bonnivet, parecían “cinco mil
hombres de armas, y cinco mil caballos ligeros, y cinco mil infantes, y cinco
mil gastadores, y cinco mil diablos". Este tercio había sido creado
cinco años antes, y Bobadilla contaba más de 20 de experiencia. Mansfeld se
estableció en Bolduque, la capital del
Brabante septentrional, mientras enviaba a los tres tercios al mando de
Bobadilla a ocupar la isla de Bommel, territorio ganado al mar entre los
ríos Mosa y Vaal por los laboriosos flamencos dos siglos antes, que medía 25
kilómetros de largo por unos 9 de ancho. Desde allí, debían dirigirse al norte.
La isla, que contaba tres plazas fuertes enemigas, fue tomada sin problemas,
pero los españoles habían cometido un grave error que fue rápidamente
aprovechado por los holandeses.
LAS TROPAS CATÓLICAS QUEDAN
AISLADAS
El conde de Holac había sido puesto al mando de las defensas calvinistas, y reuniendo 100 barcos de
quilla plana, embarcó en ellos su infantería, y con gran presteza rompió la mayoría
de los diques que contenían al río Mosa el día 2 de diciembre. La isla de
Bommel se vio rápidamente inundada, y las tropas católicas debieron de buscar
refugio en las escasas zonas elevadas, donde la flota rebelde les disparó a
placer con sus cañones y mosquetes. La vanguardia al mando de Pazos trató de
forzar el paso del río para escapar de aquella trampa acuática, pero hubo de
retirarse por el acoso de las naves de Holac, acuartelándose en torno a un
pequeño castillo junto a la iglesia de Empel, guarnecido por un destacamento de
italianos, que era el punto más cercano a la orilla meridional.
Don Francisco Arias de
Bobadilla ordenó fortificar esa única vía de escape, y los tres tercios se
atrincheraron para pasar la noche del 3
de diciembre en ese punto. Fueron enviados emisarios a Bolduque, a 6
leguas al sur, para que las piezas de artillería allí basadas dispararan sobre
los sitiadores, y para que Mansfeld, que se hallaba en viaje de inspección,
regresara apresuradamente a preparar una acción de rescate. Mientras esperaban
la expedición de socorro, Bobadilla creyó posible escapar vadeando el canal
cerca de Empel, pues el calado era tan escaso en aquel lugar que los barcos
holandeses no se atrevían a cruzarlo, pero el emisario enviado a Mansfeld para concertar
ese nuevo plan, fue capturado, dando al traste con la estratagema. Finalmente,
el 5 de diciembre, Mansfeld tenía preparada la flota de apoyo, con 52 naves.
Las baterías que cubrirían la acción desde el lado de Bolduque se vieron
apoyadas por dos piezas instaladas por Bobadilla en un islote cercano.
Asimismo, 9 barcazas con 30 hombres cada una, saldrían de Bommel para reforzar
al socorro. Los designados, “confesaron y comulgaron como siempre que han de pelear, lo que
acostumbra la nación española", según
refiere la crónica contemporánea. Pero todo fue inútil: Holac había previsto el
movimiento, tomando y fortificado varias pequeñas isletas en medio del río para
la mañana del 6 de diciembre. Pese a los esfuerzos de las tropas de Mansfeld,
unidas al tercio de Juan del Águila, las defensas holandesas resistieron y
fueron concluidas con celeridad.
SITIO, HAMBRE, FRÍO Y HUMEDAD
Finalmente, un ataque sorpresa
sobre la flota de rescate logró incendiar la mayoría de las naves. No habría
socorro, y los sitiados “veíanse en muy gran
turbación y trabajo, y el menor que pasaban era el frío, hambre y desnudez, que
tanto les apretaba por estar al rigor del tiempo sin ningún reparo donde poder
cubrirse ni valer de noche y día, y sobre unos diques yermos y solos, donde
iban perdiendo ya las esperanzas de ser socorridos". Y es que el
invierno de 1585 fue particularmente frío, y los soldados comenzaron a pasar
hambre al terminarse los pertrechos de guerra y de boca, sometidos los tercios
en aquella isla agostada por las bajas temperaturas.
Sábado, 7 de diciembre de 1585. La desesperación era tal que Bobadilla pensó en embarcar a su gente en
las escasas naves que le quedaban, cruzar el canal bajo el fuego de buques y
fortines enemigos y desembarcar en cada isleta, tomándolas una a una. Era un
suicidio, pero se habían terminado los víveres, y no había refugio, sólo barro
y frío, de forma que Bobadilla mandó un nuevo mensaje a Mansfelt, diciéndole
que había elegido un nuevo punto para el asalto, “ya
que no veía otro remedio, y aún este incierto y casi imposible".
LA POBLACIÓN CATÓLICA ORA POR
LAS TROPAS AISLADAS
Los católicos habitantes de
Bolduque, en cuanto supieron que los sitiados se disponían a atacar, se
volcaron con ellos: intentaron cavar en las zonas anegadas para facilitar el
paso, hubo procesiones pidiendo por los españoles, se sacó al santísimo
Sacramento a la orilla opuesta, con luces, para que los sitiados pudieran verlo
y les sirviera de consuelo. Como dijo un español: “Parece
cosa extraordinaria que en tierra de tantos herejes y donde tan mal quieren a
los españoles hubiese flamencos tan piadosos que se azotasen por ellos y tan de
veras procurasen el remedio, los cuales no cesaban en sus plegarias y
procesiones". Para colmo,
un intento de Mansfeld de bajar el nivel del agua rompiendo unos diques en la
orilla opuesta sólo sirvió para aumentar la inundación, poniendo a los
españoles en situación crítica. Viendo Bobadilla el apuro, exhortó a sus
capitanes “a rezar para que Dios los librase del
espantoso peligro en que estaban".
Ocurrió entonces lo que a
continuación transcribimos en relato
contemporáneo: “En esto, estando un devoto soldado español haciendo un
hoyo en el dique para guardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía
junto a su tienda y cerca de la iglesia de Empel, a las primeras azadonadas que
comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura
Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los
colores como si se hubiera acabado de hacer. Como si se hubiera descubierto un
tesoro acuden de las tiendas cercanas. Vuela allá el mismo Maestre de
Campo Bobadilla (…) Llévanla pues como en procesión al templo entre las banderas,
la adoran pecho por tierra todos, y ruegan a la Madre de los ejércitos que pues
es la que solo podía hacerlo, quiera librar a sus soldados de aquella asechanza
de elementos y enemigos; que tenían por prenda de su libertad cercana su imagen
entregada piadosamente cuando menos imaginaban y más necesidad tenían, que
prosiguiese y llevase a cabo su beneficio”. Los soldados se animaron
sobremanera, y Bobadilla se dirigió a sus hombres de nuevo, diciéndoles que al
día siguiente atacarían, y morirían o vencerían. Algunos de sus capitanes
dijeron que era mejor suicidarse que darle a los holandeses la satisfacción de
la victoria, pero Bobadilla arengó a sus hombres: “¡Soldados!
El hambre y el frío nos llevan a la derrota; el milagroso hallazgo viene a
salvarnos. Nosotros velaremos por España. ¿Queréis que se quemen las banderas,
se inutilice la artillería y abordemos de noche las galeras, prometiendo a la
Virgen ganarlas o perder todos, todos, sin quedar uno, la vida?…” La
respuesta fue unánime: “¡Sí, sí; queremos!”.
Holac estaba tan seguro de su
victoria, que ya andaba buscando alojamiento para tanto prisionero como haría.
Apenas terminada la reunión, llegó al campamento español un emisario rebelde,
ofreciendo la rendición a cambio de salvar sus vidas. La respuesta de Bobadilla
fue clara: “Los españoles
prefieren la muerte a la deshonra”. La
noche del 7 al 8 de diciembre comenzó a soplar un gélido viento, la temperatura
bajó de forma anormal, y los canales del río Mosa se helaron, hecho que no
ocurría nunca antes de mediados de enero. Bobadilla comentó que esa noche hizo “el frío más extraordinario que
jamás se vio”. En medio de la oscuridad, los españoles montaron en sus
barcas y se lanzaron en silencio al asalto de una de las isletas ocupadas, pero
la explosión de un recipiente de pólvora alertó a los holandeses que huyeron a
refugiarse en sus barcos. Ante el riesgo del ataque enemigo y de quedar sus
buques inmovilizados y atrapados por el hielo, que se estaba formando
rápidamente, Holac ordenó retirarse de la zona entre Empel y Bolduque, y volver
al cauce del Mosa. Ahora, las tropas de Bommel y las de Bolduque atacaron de
consuno a la flota en fuga, causándoles más de 300 bajas. Cruzando a pie enjuto
sobre el hielo, los tercios de Bobadilla asaltaron los fuertes de las islas del
río, venciendo y poniendo en fuga a sus defensores. Los españoles lograron
llegar a Bolduque, salvándose la mayoría, aunque no pocos sufrieron
amputaciones por culpa de la congelación. Se contó entre el botín de guerra
diez navíos de bastimentos de boca y armas, toda la artillería y munición
enemiga y 2.000 prisioneros. Justo en ese momento, se cubrió el cielo, comenzó
a llover y a deshelarse las aguas. Era el día 8 de diciembre, festividad de la
Inmaculada Concepción de María.
LA IMAGEN DE LA INMACULADA
La imagen hallada
(probablemente enterrada unos años antes, durante la persecución iconoclasta de
los calvinistas de 1566) fue depositada en Bolduque y se le tributó una solemne
acción de gracias. Los católicos
holandeses calificaron el hecho como Het Wonder
van Empel, el milagro de Empel.
El conde de Holac en persona dijo que “no era
posible sino que Dios era español pues había usado con ellos tan gran milagro”
y que “nadie en el mundo sino él por su divina
misericordia fuera bastante a librarles del peligro y de sus manos". Los
españoles tampoco lo olvidaron, ya que poco después se formó una cofradía,
llamada “Soldados de la Virgen Concebida sin
mancha”, siendo Bobadilla el primer cofrade y figurando en ella todos
los alistados en los Tercios de Flandes e Italia. Hasta entonces cada unidad
tenía por costumbre elegir su patrón o patrona, siendo en muchas ocasiones la
elegida nuestra Señora del Rosario. La mayoría cambió su advocación, eligiendo
como santa patrona a la Inmaculada Concepción.
El portento meteorológico que
aconteció el 8 de diciembre de 1585 en la isla de Bommel ha sido objeto de
investigación por historiadores y meteorólogos holandeses por anómalo. En los
años 90 el Instituto de meteorología holandés hizo un estudio del fenómeno y
concluyó que la concatenación de circunstancias que produjeron que el agua
alrededor de la isla de Bommel se helase en una sola noche fue un fenómeno por
completo inusual y nunca visto en esas tierras.
La Inmaculada Concepción fue
nombrada patrona de la Infantería española en 1892.
Este
artículo se publicó originalmente el 18 de marzo de 2010: Un milagro en Empel
Luis I. Amorós
No hay comentarios:
Publicar un comentario