INTRODUCCIÓN
En el lenguaje común se
entiende por pureza la cualidad de homogeneidad de una naturaleza (una raza
pura, un alimento puro, un metal puro, etc), sin embargo en teología la pureza
es la virtud de estar “limpio”, esto es, “sin
mancha” ante Dios. Esa limpieza hace alusión a la ausencia de
pecado, que es, por definición, la negación de Dios.
Así pues, se puede equiparar en cierto modo las cualidades de
pureza y divinidad. El primer hombre y la primera mujer eran puros y por
ello permanecían ante Dios. Tras comer del fruto prohibido del árbol de
la Ciencia del Bien y del Mal, ambos se
ocultaron, porque fueron conscientes de que se habían manchado de
impureza y ya no podían mostrarse ante Dios. Desde entonces, tanto por el pecado original como por los
actuales (de acto), el Hombre se contamina de impureza, hiriendo en
diversos grados su relación con Dios.
Y por lógica inversa, la
purificación del hombre le acerca de nuevo a Dios. En cierto modo, el creyente puro, o purificado, se “diviniza”, en
un anticipo de la visión beatífica de los bienaventurados en la vida eterna, ya
que la pureza da al hombre la dignidad necesaria para presentarse ante Dios. O,
por la misma razón, para ser visitado por Dios (en el cristianismo, y más
concretamente, por el Espíritu Santo).
CUALIDADES DIVINAS DE LA
PUREZA EN LA BIBLIA
Las Sagradas Escrituras nos dan
testimonio de esa cualidad intrínseca de la pureza como atributo divino. Y con frecuencia la asocian a otra cualidad
divina, la Sabiduría.
“¿Cómo
puede un hombre ser justo ante Dios o ser puro un hijo de mujer? Si hasta la
luna no tiene brillo ni las estrellas son puras a sus ojos”. Job 25, 4-5
“Tus ojos son
demasiado puros para mirar el mal y no puedes contemplar la opresión”. Habacuc 1, 13.
“[La sabiduría] es
exhalación del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Todopoderoso:
por eso, nada manchado puede alcanzarla”. Sabiduría 7, 25
“La
sabiduría que viene de lo alto es, ante todo, pura; y además, pacífica,
benévola y conciliadora; está llena de misericordia y dispuesta a hacer el
bien; es imparcial y sincera.” Carta de Santiago 3, 17
No es raro encontrar textos
bíblicos donde la pureza es incluso
equiparada en cierto modo a la divinidad, de modo que cualquier cosa que
se ofreciera a Dios debe ser necesariamente pura.
“Pero
desde la salida del sol hasta su ocaso, mi Nombre es grande entre las naciones
y en todo lugar se presenta a mi Nombre un sacrificio de incienso y una ofrenda
pura; porque mi Nombre es grande entre las naciones, dice el Señor de los
ejércitos.”
Malaquías 1,
11.
“La
palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la
verdad, enteramente justos.” Salmo 19, 10.
RELACIÓN ÍNTIMA ENTRE PUREZA Y
SACRALIDAD
Desde muy temprano, en el
establecimiento del culto a Yahvé se puede percibir una correlación entre puro y sagrado. Aquello consagrado exclusivamente
a Dios, y aquellos que lo sirven, deben mantener su pureza, puesto que pasan a
ser de su “propiedad”, mientras lo profano se considera propiamente humano y
por ende, primigeniamente impuro. Por tanto, quien no está puro, no
puede entrar en contacto con lo consagrado a Dios.
“Entonces
el Señor dijo a Aarón: Cuando tengáis que entrar en la Carpa del Encuentro, ni
tú ni tus hijos beberán vino o cualquier otra bebida que pueda embriagar,
porque de lo contrario morirán: este es un decreto válido para siempre, a lo
largo de las generaciones. Así podréis discernir lo sagrado de lo profano y lo
puro de lo impuro, y enseñar a los israelitas todos los preceptos que el Señor
les ha dado por intermedio de Moisés”. Levítico 10, 8-11
“Vosotros seréis santos, porque yo, el Señor, soy santo,
y os separé de los otros pueblos, para que me pertenezcáis”. Levítico 20, 26
“Sus
sacerdotes han violado mi Ley, han profanado mis cosas santas; no han separado
lo sagrado de lo profano, ni han hecho conocer la diferencia entre lo puro y lo
impuro.”
Ezequiel 22,
26
“Los
sacerdotes instruirán a mi pueblo sobre la diferencia entre lo sagrado y lo
profano, y le enseñarán a distinguir lo puro de lo impuro.” Ezequiel 44, 23
LA PUREZA RITUAL EN EL JUDAÍSMO
La necesidad de borrar la
impureza como manifestación simbólica o visible del pecado y el alejamiento de
Dios fue uno de los primeros signos de la religión judía. Su importancia era
tal que presentarse impuro ante Dios
era sinónimo de muerte, no como castigo sino por la propia naturaleza de
Dios, al modo que la oscuridad moría ante la luz.
En el libro del Éxodo se nos
relata el más arcaico ritual de
purificación del pueblo hebreo, justo tras la primera Alianza con Moisés.
Este se limita a abluciones del cuerpo, lavar la ropa y abstenerse de
relaciones carnales.
«[Dijo Dios a
Moisés] Ve dónde está el pueblo y ordénales que se purifiquen hoy y mañana.
Que laven su ropa y estén preparados para pasado mañana. Porque al tercer día
el Señor descenderá sobre la montaña del Sinaí, a la vista de todo el pueblo”.
“Moisés bajó de la montaña y ordenó al pueblo que se sometiera a las
purificaciones rituales. Todos lavaron su ropa, y luego les dijo: «Estad
preparados para pasado mañana. Mientras tanto, absteneos de tener relaciones
carnales». “El Señor le dijo: «Baja y ordena al pueblo que no traspase los
límites para ver al Señor, porque muchos de ellos perderían la vida. Incluso
los sacerdotes que se acerquen al Señor deberán purificarse, para que el Señor
no les quite la vida»”. Éxodo 19, 10-11.14
A partir de ahí, el pueblo
elegido se somete a una serie de minuciosos
procesos y rituales de purificación, por las diversas impurezas en las
que puede caer (uno de los más importantes era el sacrificio a Dios de animales
sustitutivos, los llamados holocaustos).
En los libros sacerdotales se
dedican numerosos capítulos a estos rituales. En Deuteronomio, el capítulo 14, repasando los animales puros e
impuros, así como los alimentos; en el Levítico,
el capítulo 7 sobre los sacrificios de purificación, el 11 sobre la impureza de
los cadáveres y la purificación con aguas lustrales, el 12 sobre la
purificación de la mujer tras un parto, el 13 y el 14 sobre los leprosos y
otras enfermedades impuras, el 15 la purificación sexual de varones y mujeres,
etcétera. El libro de los Números
repite no pocos de estos rituales, y también añade otros, como aquellos a los
que se someten los nazireos o personas que han hecho un voto (que podía ser
temporal o permanente, como los casos de Sansón y Samuel), en el capítulo 6.
Estos rituales de pureza
constituyeron uno de los más firmes
pilares de la religión judía, y hay numerosos testimonios a lo largo de
toda la historia de Israel, llegando hasta los tiempos de Jesús. El pueblo
escogido se preocupaba minuciosamente de hallarse en la disposición adecuada
frente a Dios, y el más cuidadoso con los rituales era tenido comúnmente por el
más piadoso.
“Una
vez concluido el ciclo de los festejos, Job los hacía venir y los purificaba;
después se levantaba muy de madrugada y ofrecía un holocausto por cada uno de
ellos. Porque pensaba: «Tal vez mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su
corazón». Así procedía Job indefectiblemente”. Job 1, 5
“Sí,
respondió él; vengo a ofrecer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid
conmigo al sacrificio». Luego purificó a Jesé y a sus hijos y los
invitó al sacrificio.” Primer libro de Samuel 16, 5
EL ESTABLECIMIENTO DEL TEMPLO
Y DEL CLERO PARA LA PURIFICACIÓN RITUAL
Pronto se complicó tanto el
ritual de purificación, que se estableció una jerarquía para su práctica. Los primogénitos ofrendados a Yahvé
fueron sustituidos por los miembros de la tribu de Leví, los levitas:
“Moisés,
Aarón y toda la comunidad de Israel hicieron con los levitas lo que el Señor
había ordenado a Moisés. Los levitas se purificaron de sus pecados y lavaron su
ropa. Luego Aarón los ofreció al Señor con el gesto de presentación y practicó
el rito de expiación en favor de ellos, a fin de purificarlos”. Números 8, 20-21.
“Como todos
los levitas se habían purificado, estaban puros e inmolaron la víctima pascual
para todos los que habían vuelto del destierro, para sus hermanos los
sacerdotes y para ellos mismos”. Esdras 6, 20.
Cuando posteriormente se
estableció el Templo de Jerusalén en tiempos del rey Salomón, surgió además una
casta especial dentro de los levitas que se ocuparon del culto y los rituales
de purificación en el mismo, en nombre
de todo el pueblo. Eran los sacerdotes,
la cúspide de los israelitas en relación directa con Yahvé, y por tanto, más
obligados a mantener su pureza. Unos y otros se convirtieron en fundamentales
para que Israel siguiese manteniéndose puro frente a su Dios:
“Los
levitas reunieron a sus hermanos, se purificaron y luego fueron a purificar el
Templo del Señor, conforme a la orden del rey y según la palabra del Señor.” Segundo libro de las Crónicas
29, 15
“Sus
hermanos levitas les ayudaron hasta que el trabajo quedó concluido y los
sacerdotes se purificaron, porque los levitas se habían mostrado más dispuestos
a purificarse que los sacerdotes”. Segundo libro de las Crónicas 29, 34
“Llenos
de compunción, los sacerdotes y los levitas se purificaron y ofrecieron
holocaustos en el Templo del Señor.” Segundo libro de las Crónicas 30, 15
“Derribó
los altares, destruyó los postes sagrados y los ídolos hasta reducirlos a
polvo, y destrozó todos los incensarios en todo el país de Israel. Luego
regresó a Jerusalén. El año decimoctavo de su reinado, una vez que purificó el
país y la Casa, Josías envió a Safán, hijo de Asalías, y a Ioáj, hijo de
Ioajaz, el archivista, a reparar la Casa del Señor, su Dios”. Segundo libro de las Crónicas
34, 7-8.
“Apenas
llegaron a Jerusalén, todos adoraron a Dios y, una vez que el pueblo se
purificó, ofrecieron sus holocaustos, sus ofrendas voluntarias y sus dones”. Judith 16, 18.
“Los
sacerdotes y los levitas se purificaron, y luego purificaron al pueblo, las
puertas y las murallas.” Nehemías 12, 30
Como casa de Dios que era el
Templo, no sólo era indispensable estar completamente purificado para
presentarse ante Yahvé en él, sino que, de hecho, el propio templo era elemento santificador de Jerusalén y purificador de
todo Israel.
“¡Ay
de ti, Jerusalén, que no te purificas! ¿Hasta cuándo seguirás así?” Jeremías 13, 27
“Judas
y sus hermanos dijeron: «Nuestros enemigos han sido aplastados; subamos a
purificar el Santuario y a celebrar su dedicación». Entonces se reunió todo el
ejército y subieron al monte Sión. Cuando vieron el Santuario desolado, el
altar profanado, las puertas completamente quemadas, las malezas crecidas en
los atrios como en un bosque o en la montaña, y las salas destruidas, rasgaron
sus vestiduras, hicieron un gran duelo, se cubrieron la cabeza con ceniza y
cayeron con el rostro en tierra. Luego, a una señal dada por las trompetas,
alzaron sus gritos al cielo. Judas ordenó a unos hombres que combatieran a los
que estaban en la Ciudadela hasta terminar la purificación del Santuario.
Después eligió sacerdotes irreprochables, fieles a la Ley, que purificaron el
Santuario y llevaron las piedras contaminadas a un lugar impuro”. Primer libro de los Macabeos
4, 36-43.
“Como
se acercaba la Pascua de los judíos, mucha gente de la región había subido a
Jerusalén para purificarse. Buscaban a Jesús y se decían unos a otros en el
Templo: «¿Qué os parece, vendrá a la fiesta o no?»”. San Juan 11, 55-56.
Eso quería decir que la impureza del templo (y por extensión de la
ciudad santa) era la más horrenda a ojos de los israelitas.
“[Ezequías]
convocó a los sacerdotes y a los levitas, los reunió en el atrio oriental y les
dijo: «¡Escuchadme, levitas! Purificaos ahora y purificad la Casa del Señor, el
Dios de sus padres, eliminando todas las impurezas que hay en el Santuario”. Segundo libro de las Crónicas
29, 4-5.
“Ellos
me han vuelto la espalda, no el rostro; y aunque traté de enseñarles
incansablemente, no han escuchado ni aprendido la lección. Han puesto sus
ídolos inmundos en la Casa que es llamada con mi Nombre, para volverla impura”. Jeremías 32, 33-34.
“¡Ay
de la rebelde, de la impura, de la ciudad opresora! Ella no escuchó el llamado,
no aprendió la lección, no puso su confianza en el Señor ni se acercó a su
Dios. Sus jefes, en medio de ella, son leones rugientes; sus jueces, lobos
nocturnos, que no dejan nada para roer a la mañana; sus profetas son
fanfarrones, hombres traicioneros; sus sacerdotes han profanado las cosas
santas y han violado la Ley”. Sofonías 3, 1-4.
“Las
casas de Jerusalén y las casas de los reyes de Judá serán impuras como el lugar
de Tófet: sí, todas esas casas sobre cuyos techos se quemó incienso a todo el
Ejército de los cielos y se derramaron libaciones a otros dioses”. Jeremías 19, 13.
“Aquel
día, habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de
Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza”. Zacarías 13, 1
“Entonces
Simón se reconcilió con ellos y dejó de atacarlos, pero los expulsó de la
ciudad y purificó las casas donde había ídolos. Así entró en la ciudad,
entonando himnos y bendiciones. Después de limpiarla de toda impureza,
estableció en ella gente que practicaba la Ley, la fortificó y se construyó una
residencia”. 1 Macabeos 13, 47-48
“Antíoco
tuvo la osadía de entrar en el Templo más santo de toda la tierra, llevando
como guía a Menelao, el traidor de las leyes y de la patria. Con sus manos
impuras tomó los objetos sagrados, y arrebató con manos sacrílegas los
presentes hechos por otros reyes para realzar la gloria y el honor de ese
Lugar”.
2 Macabeos
5, 15-16.
SOLO EL HOMBRE PURO PUEDE
ESTAR EN PRESENCIA DE DIOS
La pureza ritual comienza a
llenarse de contenido con la personalización: sólo el hombre puro puede presentarse ante Dios; no solo en la
tienda de la Alianza o en el Tempo sino, y esto es importante, también en
espíritu. Por tanto, el corazón y las obras, no solo el ritual, purifican al
hombre.
Este principio pervive en la
Iglesia: por ejemplo, no podemos
comulgar (consumir a Nuestro Señor) si no estamos en Gracia, es decir, en la
pureza cristiana (Mt 5, 23-24).
“Josué
dijo al pueblo: «Purificaos, porque mañana el Señor va a obrar maravillas en
medio de vosotros»”. Josue 3, 5.
“Tú
has dicho: «Mi doctrina es pura y estoy limpio ante tus ojos». En cambio, si
Dios hablara y abriera sus labios contra ti; si te revelara los secretos de la
sabiduría, tan sutiles para el entendimiento, sabrías que Dios olvida una parte
de tu culpa”. Job 11, 4-6.
“El
libra al hombre inocente, y tú te librarás por la pureza de tus manos.” Job 22, 30.
“Tú
estás irritado, y nosotros hemos pecado, desde siempre fuimos rebeldes contra
ti. Nos hemos convertido en una cosa impura, toda nuestra justicia es como un
trapo sucio”. Isaías 64, 4-5.
“No
conocen los secretos de Dios, no esperan retribución por la santidad, ni
valoran la recompensa de las almas puras.” Sabiduría 2, 22
“Hacia
ella [la Sabiduría de Dios] dirigí mi alma y, conservándome puro, la encontré”. Eclesiástico 52, 20.
“Judas,
llamado el Macabeo, formó un grupo de unos diez hombres y se retiró al
desierto. Allí vivía entre las montañas con sus compañeros, como las fieras
salvajes, sin comer nada más que hierbas, para no incurrir en ninguna impureza”. Segundo libro de los Macabeos
5, 27.
“Bienaventurados
los puros de corazón, porque ellos verán a Dios”. San Mateo 5, 8.
“Ya
que poseemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que
mancha el cuerpo o el espíritu, llevando a término la obra de nuestra
santificación en el temor de Dios”. Segunda carta de san Pablo a los corintios 7, 1.
“Acercaos
a Dios y él se acercará a vosotros. Que los pecadores purifiquen sus manos; que
se santifiquen los que tienen el corazón dividido”. Carta de Santiago 4, 7.
LAS CAUSAS DE IMPUREZA
Cualquier pecado era para los judíos causas de impureza, muy especialmente la
violación de los preceptos explícitos del Decálogo. No obstante, en los textos
bíblicos observamos que algunas transgresiones se destacan con mayor gravedad.
ADORAR
ÍDOLOS
Hacerse imágenes de otros dioses, rendirles culto, ofrecerles holocaustos
o sacrificarles a los propios hijos (como no era raro entre los dioses cananeos) es la primera y principal causa de impureza.
Nadie que hubiese cometido tal pecado podía presentarse ante Dios.
“Jacob
dijo a sus familiares y a todos los demás que estaban con él: «Dejad de lado
todos los dioses extraños que tengáis con vosotros, purificaos y cambiaos de
ropa”. Génesis 35, 2
“¿Quién
podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que
tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos
ni jura falsamente”. Salmos 24, 3-4.
“Porque
la gente de Judá hizo lo que es malo a mis ojos –oráculo del Señor–. Ellos han
puesto sus ídolos en la Casa que es llamada con mi Nombre, para hacerla
impura; edificaron el lugar alto de Tófet, que está en el valle de Ben
Hinnóm, para quemar a sus hijos y a sus hijas, cosa que yo no ordené ni se me
pasó por la mente.” Jeremías 7, 30-31
“Con
sus ritos infanticidas, sus misterios ocultos y sus frenéticas orgías de
costumbres extravagantes, ya no conservan puros, ni la vida ni el matrimonio;
uno elimina al otro a traición o lo aflige por el adulterio”. Sabiduría 14, 23-24
“Entonces
Simón se reconcilió con ellos y dejó de atacarlos, pero los expulsó de la ciudad
y purificó las casas donde había ídolos. Así entró en la ciudad, entonando
himnos y bendiciones. Después de limpiarla de toda impureza, estableció en ella
gente que practicaba la Ley, la fortificó y se construyó una residencia”. 1 Macabeos 13, 47-48.
MENTIR
Y BLASFEMAR
Ofender a Dios, o levantar falso testimonio es otra de las causas graves
de impureza, como ya hemos visto en el Salmo 24.
“Frente
a mis adversarios, tú has sido mi ayuda y me has librado, según la grandeza de
tu misericordia y de tu Nombre […] de la lengua impura, de la palabra
mentirosa”.
Eclesiástico
51, 2. 5
NO
MANTENER LA CASTIDAD
No únicamente es impureza el
pecado de fornicación o adulterio. Incluso
los casados debían purificarse tras los actos carnales, y estos estaban
prohibidos antes de ciertas festividades y ritos. La virginidad es considerada
virtud de pureza, hasta que se contrae matrimonio (véanse los votos del
nazareato). Los usos de la carne son
considerados algo impropio para presentarse ante Dios, que es espíritu.
Este pensamiento se mantuvo en el cristianismo, como oposición a la
concupiscencia de la carne, aunque eliminando las purificaciones rituales.
“Moisés
bajó de la montaña y ordenó al pueblo que se sometiera a las purificaciones
rituales. Todos lavaron su ropa, y luego les dijo: «Estad preparados para
pasado mañana. Mientras tanto, absteneos de tener relaciones carnales». Éxodo 19, 14.
“«¡Seguro que
sí!, respondió David al sacerdote; las mujeres nos han estado vedadas, como
siempre que yo salgo de campaña. Si los muchachos mantienen puros sus cuerpos
aún en una expedición profana, ¡con mayor razón tendrán hoy sus cuerpos en
estado de pureza!».” 1 Samuel 21, 6.
“Sara
oró de este modo: «¡Bendito seas, Dios misericordioso, y bendito sea tu Nombre
para siempre! ¡Que todas tus obras te bendigan eternamente! Ahora yo elevo mi
rostro y mis ojos hacia ti. ¡Líbrame de esta tierra, para que no oiga más
insultos! Tú sabes, Señor, que yo he permanecido pura, porque ningún hombre me
ha tocado”.
Tobías 3,
11-14.
“Dejándolos
abandonados a los deseos de su corazón, Dios los entregó a una impureza que
deshonraba sus propios cuerpos”. Carta a los Romanos 1, 24.
“Yo
estoy celoso de vosotros con el celo de Dios, porque os he unido al único
Esposo, Cristo, para presentaros a él como una virgen pura”. Segunda carta a los Corintios
11, 2.
“Trata
a los jóvenes como a hermanos, a las ancianas como a madres, y a las jóvenes
como a hermanas, con toda pureza”. Primera carta a Timoteo 5, 1-2.
VIVIR
EN UN LUGAR QUE NO ESTÉ BAJO LA LEY DE DIOS
Desde el ingreso en la Tierra
Prometida, la ley de Dios y la pureza están estrechamente vinculadas. Por el
mero hecho de vivir en tierras gentiles,
un judío ya estaba manchado de impureza.
“Si
la tierra que os pertenece es impura, venid a la tierra que pertenece al Señor,
donde reside su Morada, y estableceos entre nosotros”. Josué 22, 19.
“Comieron
la víctima pascual los israelitas que habían vuelto del destierro y todos los
que habían renunciado a la impureza de la gente de país y se habían unido a
ellos para buscar al Señor, el Dios de Israel”. Esdrás 6, 12.
“Por
eso, dice el Señor: “Tu mujer se prostituirá en plena ciudad, tus hijos y tus
hijas caerán bajo la espada; tu suelo será repartido con la cuerda, tú mismo
morirás en tierra impura e Israel irá al cautiverio lejos de su país”. Amós 7, 17
LA ACCIÓN Y LAS PRUEBAS DE
DIOS PURIFICAN A ISRAEL
En el judaísmo se va abriendo
paso la idea de que el propio Yahvé
purifica a su pueblo de fieles. Es decir, en cierto modo, los “hace
sagrados”. Inicialmente, esto
se lleva a cabo por medio de una acción sobrenatural que sustituye al ritual de
purificación, pero en los profetas comienza a aparecer la idea de que las pruebas y sufrimientos son una forma de
purificación espiritual del corazón del hombre, permitidas o enviadas
por Dios; esto sucede tanto individualmente, como a toda la nación de Israel
como colectivo. Esa temática es la principal en todo el libro de Job.
“Purifícame
con el hisopo y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Crea
en mí, Dios mío, un corazón puro y renueva la firmeza de mi espíritu”. Salmo 51, 9. 12.
“Porque
tú nos probaste, oh Dios, nos purificaste como se purifica la plata”. Salmos 66, 10.
“Sin
embargo, él sabe en qué camino estoy: si me prueba en mi crisol, saldré puro
como el oro”. Job 23, 10.
“Yo te purifiqué, y no por dinero, te probé en el crisol
de la aflicción”. Isaías 48, 10.
“Te
dispersaré entre las naciones, te diseminaré por otros países y eliminaré de ti
tu impureza”. Ezequiel 22, 15.
“Yo
he querido purificarte de tu infame lascivia, pero tú no te has dejado
purificar: por eso, no quedará purificada hasta que no haya apaciguado mi furor
contra ti“.
Ezequiel 24,
13.
“Yo
os tomaré de entre las naciones, os reuniré de entre todos los países y os
llevaré a vuestro propio suelo. Os rociaré con agua pura, y quedaréis
purificados. Os purificaré de todas vuestras impurezas y de todos vuestros
ídolos. Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo: os
arrancaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.
Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que sigáis mis preceptos, y que
observéis y practiquéis mis leyes”. Ezequiel 36, 24-27.
“Aquel
día, habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de
Jerusalén, a fin de lavar el pecado y la impureza”. “Entonces, en todo el país
–oráculo del Señor– dos tercios serán exterminados, perecerán y sólo un tercio
quedará en él. Yo haré pasar ese tercio por el fuego, y los purificaré como se
purifica la plata, los probaré como se prueba el oro”. Zacarías 13, 1 y 8-9.
“Entonces,
yo haré que sean puros los labios de los pueblos, para que todos invoquen el
nombre el Señor y lo sirvan con el mismo empeño”. Sofonías 3, 9.
“Así
como a ellos [Abraham en Moria y Jacob en Siria] los purificó para probar sus
corazones, de la misma manera, nosotros no somos castigados por él”. Judit 8, 27.
“Porque
el oro se purifica en el fuego, y los que agradan a Dios, en el crisol de la
humillación”. Eclesiástico 2, 5.
“Pedro
respondió: «De ninguna manera, señor, yo nunca he comido nada manchado ni
impuro». La voz le habló de nuevo, diciendo: «No consideres manchado lo que
Dios purificó»”. Hechos de los Apóstoles 10, 14-15.
“Todo
Israel será salvado, según lo que dice la Escritura: “De Sión vendrá el
Libertador. El apartará la impiedad de Jacob. Y esta será mi alianza con ellos,
cuando los purifique de sus pecados”. Carta a los Romanos 11, 26-27.
DIOS CONOCE LOS CORAZONES Y
SABE QUIÉN ES PURO, MÁS ALLÁ DE LO QUE EL HOMBRE CREA:
No sólo era capaz Dios de
purificar a los impuros, sino que por la cardiognosis podía saber quiénes de los que aparentaban estar purificados
no lo estaban por mantener la impureza en las intenciones de su corazón.
Por emplear la libertad para seguir rebelándose ante Yahvé en su ser más
íntimo. En cierto modo, la pureza de
Dios reconocía y distinguía la pureza del hombre por encima de su apariencia.
Así, los malvados no podían fiar en la seguridad de cumplir unas normas externas
para merecer presentarse ante Dios, mientras los sencillos y contritos de
corazón podían descansar en el Señor. Esta enseñanza se halla sobre todo en los
libros sapienciales de la Biblia.
“Las
malas intenciones son abominables para el Señor, pero le agradan las palabras
puras”.
Proverbios
15, 26.
“El
hombre piensa que todos sus caminos son puros, pero el Señor pesa los
corazones”.
Proverbios
16, 2.
“¿Quién
puede decir: «Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi pecado»?” Proverbios 20, 9.
“Hay
cierta clase de gente que maldice a su padre y no bendice a su madre, gente que
se considera pura y no se ha lavado de su inmundicia. ¡Qué altaneros son los
ojos de esa gente, cuánto desdén hay en sus miradas!” Proverbios 30, 12-14.
“Conocí
todo lo que está oculto o manifiesto, porque me instruyó la Sabiduría, la
artífice de todas las cosas. En ella hay un espíritu inteligente, santo, único,
multiforme, sutil, ágil, perspicaz, sin mancha, diáfano, inalterable, amante
del bien, agudo, libre, bienhechor, amigo de los hombres, firme, seguro,
sereno, que todo lo puede, lo observa todo y penetra en todos los espíritus: en
los puros y hasta los más sutiles. La Sabiduría es más ágil que cualquier
movimiento; a causa de su pureza, lo atraviesa y penetra todo”. Sabiduría 7, 21-24
LA PUREZA DE CORAZÓN ES SUPERIOR
A LA PUREZA RITUAL
Así, la característica más
distintiva del mensaje profético es que a
Dios le agrada el corazón puro por encima de la pureza ritual. Cada vez más,
y sobre todo a partir del destierro a Babilonia (donde son imposibles los
rituales del Templo), la purificación
gestual va quedando como mera manifestación externa de una inclinación interior
anterior y superior. La primera está vacía, y Yahvé abomina de ella, si
le falta la segunda, la purificación del corazón contrito por sus pecados y
compasivo con los de los demás.
Esa superioridad de la pureza
espiritual alcanza su culmen con el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo, que explícitamente la predica como mandamiento, considerando
secundaria la pureza ritual. Y considera felices (o bienaventurados/afortunados) a los puros de corazón, diciendo
que ellos verán a Dios (véase san Mateo 5, 8) y confirmando así la
enseñanza anterior.
Específicamente el relato de
la parábola del buen samaritano (Lucas 10, 30-37) contrapone la pureza de
corazón de esta, a un sacerdote y a un levita, que en cumplimiento de los
rituales de purificación (puesto que habían de cumplir su turno en el Templo),
se abstienen de tocar (y de ese modo, auxiliar) al hombre agredido, bien porque
estaba cubierto de sangre, bien por hallarse posiblemente muerto, extremos
ambos que manchaban de impureza ritual. El que obra bien, enseña el Redentor,
es quien antepone a las normas exteriores la pureza de corazón de auxiliar al
prójimo. Muchas de sus diatribas a los fariseos tienen un sentido similar.
Cristo llega incluso a abolir rituales de purificación tan importantes para los
judíos como las abluciones o los alimentos prohibidos. Así lo enseñará la
Iglesia desde entonces.
“Una
gran parte del pueblo, sobre todo de Efraím, de Manasés, de Isacar y de
Zabulón, no se habían purificado y, sin embargo, comieron la Pascua sin
ajustarse a los prescrito. Pero Ezequías rogó por ellos, diciendo: «¡Que el
Señor por su bondad perdone a todos los que están dispuestos a buscar de
corazón a Dios, el Señor, el Dios de sus padres, aunque no tengan la pureza
requerida para las cosas santas!»”. El Señor escuchó a Ezequías y perdonó al pueblo”.
Segundo
libro de las Crónicas 30, 18-20:
“¡Lavaos,
purificaos, apartad de mi vista la maldad de vuestras acciones! ¡Cesad de hacer
el mal, aprended a hacer el bien! ¡Buscad el derecho, socorred al oprimido,
haced justicia al huérfano, defended a la viuda!” Isaías 1, 16-17.
“Él
les contestó: ¿Tan faltos estáis vosotros de sentido? ¿No comprendéis- añadió,
declarando puros todos los alimentos- que todo lo que de fuera entra en el
hombre no puede mancharle, porque no entra en el corazón, sino en el vientre y
va al estercolero? Decía, pues: Lo que del hombre sale, eso es lo que mancha al
hombre, porque de dentro, del corazón del hombre, proceden los pensamientos
malos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las
codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la blasfemia, la
altivez, la insensatez”. San Marcos 7, 18-21.
“El
Señor le dijo: Mira, vosotros los fariseos limpiáis la copa y el plato por
fuera, pero vuestro interior está lleno de rapiña y maldad. ¡Insensatos! ¿Acaso
el que ha hecho lo de fuera no ha hecho también lo de dentro? Sin embargo, dad
en limosna hasta lo mismo que está dentro, y todo será puro para vosotros. ¡Ay
de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la menta y de la ruda, y de
todas las legumbres, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! Hay que hacer
esto sin omitir aquello”. San Lucas 11, 39-42.
LA PUREZA SE MANIFIESTA EN EL
OBRAR RECTAMENTE
Como manifestación de esa
superioridad de la pureza espiritual, las
obras rectas y las palabras honestas muestran al hombre puro, siendo más
meritorias que las normas. Tanto en los libros sapienciales como en san Pablo,
esa idea es constante.
“La
limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado”. Tobías 12, 9.
“¿Quién
puede decir: «Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi pecado»? Usar dos pesas
y dos medidas, ambas cosas las hizo el Señor. Por su manera de obrar, el niño
ya da a conocer si su conducta será pura y recta”. Proverbios 20, 11.
“Tortuoso
es el camino del criminal, pero el que es puro obra con rectitud”. Proverbios 21, 8.
“No
incurras en falta, enmienda tu conducta y purifica tu corazón de todo pecado”. Eclesiástico 38, 10.
“Celebremos,
entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la
perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad.” Primera Carta a los Corintios
5, 8.
“Trata
de ser un modelo para los que creen, en la conversación, en la conducta, en el
amor, en la fe, en la pureza de vida”. Primera carta a Timoteo 4, 12.
“La
religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro Padre, consiste en
ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando están necesitados, y en no
contaminarse con el mundo.” Carta de Santiago 1, 27.
LOS PRIMEROS CRISTIANOS Y LOS
RITOS DE PURIFICACIÓN
Es ambivalente la relación de
las primeras comunidades cristianas con los rituales de purificación judíos.
Durante su misión, Jesucristo cumplía
de forma habitual los preceptos judíos (véase san Mateo 8, 4 con
respecto a la certificación sacerdotal de la curación de un leproso según manda
Levítico 14, 2-17, o san Mateo 17, 24-27 con respecto al impuesto al Templo
señalado en Éxodo 30, 11-14, por ejemplo), pero como vimos antes, también
abolió algunos de los más importantes, por el uso hipócrita que se hacía de
ellos.
Los primeros cristianos de origen judío solían seguir los rituales del Templo
salvo aquellos que abolió Jesús, pero los venidos de la gentilidad, por la
acción de san Pablo (Hechos de los Apóstoles 15, 1-35), son liberados de ellos.
Así, vemos en las Sagradas Escrituras como en ocasiones los cristianos cumplen
los rituales y otras no.
“Entonces
los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué tus discípulos no
proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen
con las manos impuras?” San Mateo 7, 5.
“Al
día siguiente, Pablo tomó consigo a esos hombres, se purificó con ellos y entró
en el Templo. Allí hizo saber cuándo concluiría el plazo fijado para la
purificación, es decir, cuándo debía ofrecerse la oblación por cada uno de
ellos”.
Hechos 21,
26.
EL SACRIFICIO DE CRISTO ES LA
PURIFICACIÓN DEFINITIVA
A partir de las enseñanzas de
san Pablo y san Juan Evangelista, el
sacrificio expiatorio de Cristo en la Cruz pasa a convertirse en el mayor y
único ritual de purificación. Todas las antiguas leyes del Templo han
caducado tras esta última y definitiva manifestación del Dios purificador.
De igual modo, en la eucaristía y la comunión, los
cristianos, al revivir ese sacrificio, renovaban también su purificación.
“Porque
si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los
que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza
externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por otra del Espíritu eterno se
ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que
llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!” Carta a los Hebreos 9, 13-14.
“Si
caminamos en la luz, como el mismo está en la luz, estamos en comunión unos con
otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado”. Primera carta de san Juan 1,
7.
“Él nos amó y nos purificó de nuestros pecados, por medio
de su sangre”. Apocalipsis 1, 5.
EL BAUTISMO COMO NUEVO RITUAL
DE PURIFICACIÓN
Pronto, en las primeras
comunidades cristianas, se consideró que el bautismo ejerce de eficaz medio de purificación de toda la vida
anterior de impurezas y sacrilegios. El sacramento instituido por
Nuestro Señor sustituye así de forma visible a holocaustos, primicias y pagos.
“Y
ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo y purifícate de tus pecados,
invocando su Nombre.” Hechos 22, 16.
“También
tenemos un Sumo Sacerdote insigne al frente de la casa de Dios. Acerquémonos,
entonces, con un corazón sincero y llenos de fe, purificados interiormente de
toda mala conciencia y con el cuerpo lavado por el agua pura”. Hebreos 10, 21-22.
“Todo
esto es figura del bautismo, por el que ahora sois salvados, el cual no
consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con
Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo”. Primera Carta de san Pedro 3,
21.
“El
la purificó [a la Iglesia] con el bautismo del agua y la
palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga
y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada”. Carta a los Efesios 5, 26-27.
LA FE, LA ESPERANZA Y EL AMOR
PURIFICAN
San Pedro, san Pablo y san
Juan son los apóstoles que hacen hincapié en la pureza que infunden en la
inteligencia y la voluntad de los creyentes las virtudes teologales. La Gracia de Dios obra así, en continuidad
con la enseñanza profética, purificando al hombre.
“[Pedro
hablando] Dios, que conoce los corazones, dio testimonio en favor de ellos,
enviándoles el Espíritu Santo, lo mismo que a nosotros. El no hizo ninguna
distinción entre ellos y nosotros, y los purificó por medio de la fe”. Hechos de los Apóstoles 15,
8-9.
“Y
por esto ruego que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en toda
discreción, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles
para el día de Cristo”. Carta a los Filipenses 1, 9-10.
“Los
que por Él creéis en Dios, que le resucitó de entre los muertos y le dio la
gloria de manera que en Dios tengamos nuestra fe y nuestra esperanza. Pues por la
obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para una sincera
caridad, amaos entrañablemente unos a otros”. Primera carta de san Pedro 1,
21-22.
“Carísimos,
ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser.
Sabemos que cuando aparezca seremos semejantes a EÉ, porque le veremos tal cual
es. Y todo el que tiene en El esta esperanza se purifica, como puro es Él”. Primera carta de san Juan 1,
3.
LA CONCIENCIA PURA ES LA
GARANTÍA DEL DEPÓSITO DIGNO DE LA FE, Y SUPERIOR A LOS RITUALES DE PURIFICACIÓN
Es san Pablo el primer teólogo
que resalta la primacía de la
conciencia del hombre, una vez purificada por la acción redentora de
Cristo. Esto es muy evidente en las cartas a Tito y Timoteo, discípulos suyos,
en las que resalta la pureza de corazón de ellos mismos y de los candidatos al
diaconado en las nuevas comunidades que les habían sido confiadas, así como las
cualidades que de ella se derivaban: honradez, lealtad, generosidad, sobriedad,
castidad, etc.
Pero en la carta a los
romanos, el apóstol de los gentiles va más allá, y a propósito de la
controversia de los alimentos impuros para el judaísmo, llega a decir que la pureza está en la conciencia, y no en el
exterior, conclusión muy en línea con otras del de Tarso sobre la
superación de la vieja Ley Mosaica. Esa convicción interna, formada en la fe en
Jesucristo, es la que debe regir la conducta.
“Busquemos,
por lo tanto, lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. No arruines
la obra de Dios por un alimento. En realidad, todo [alimento] es puro, pero se
hace malo para el que come provocando escándalo. Lo mejor es no comer carne ni
beber vino ni hacer nada que pueda escandalizar a su hermano. Guarda para ti,
delante de Dios, lo que te dicta tu propia convicción. ¡Feliz el que no tiene
nada que reprocharse por aquello que elige!” Carta a los Romanos 14, 14. 19-22.
“Porque
si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los
que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza
externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por otra del Espíritu eterno se
ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que
llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!” Carta a los Hebreos 9, 13-14.
“Con
el fin de suscitar el amor que brota de un corazón puro, de una buena
conciencia y de una fe sincera. Por haberse apartado de esto, algunos
terminaron en pura palabrería”. Primera carta a Timoteo 1, 5-6.
“Los
diáconos deben ser hombres respetables, de una sola palabra, moderados en el
uso del vino y enemigos de ganancias deshonestas. Que conserven el misterio de
la fe con una conciencia pura”. Primera carta a Timoteo 3, 8-9.
“No
te hagas cómplice de pecados ajenos. Consérvate puro”. Primera carta a Timoteo 5, 22.
“Doy
gracias a Dios, a quien sirvo con una conciencia pura al igual que mis
antepasados”. Segunda carta a Timoteo 1, 3.
“Todo
es puro para los puros. En cambio, para los que están contaminados y para los
incrédulos, nada es puro. Su espíritu y su conciencia están manchados”. Carta a Tito 1, 15.
“Exhorta
también a los jóvenes a ser moderados en todo, dándoles tú mismo ejemplo de
buena conducta, en lo que se refiere a la pureza de doctrina, a la dignidad, a
la enseñanza correcta e inobjetable”. Carta a Tito 2, 6-8.
LA PUREZA EN LOS PADRES DE LA
IGLESIA
Los primeros Padres Apostólicos continuaron
desarrollando la teología paulina de la pureza. Influidos además por la
filosofía griega y el peso del dualismo platónico entre alma y cuerpo,
profundizaron en los dos conceptos
fundamentales de la pureza: la del espíritu y la de la carne, ambos como
las dos caras de la misma moneda.
El espíritu se purificaba en
el mantenimiento de la ortodoxia de la fe y sus mandamientos. El cuerpo, en la
virginidad y el alejamiento de la concupiscencia de la carne y las torpezas.
Para San Policarpo de Esmirna, la pureza de la carne reflejaba la del
alma: “enseñad a vuestras mujeres a caminar en la
fe que les ha sido dada, en la caridad, en la pureza, a amar a sus maridos con
toda fidelidad, a amar a todos los otros igualmente con toda castidad y a
educar a sus hijos en el conocimiento del temor de Dios […] Del mismo modo, que
los jóvenes sean irreprochables en todo, velando ante todo por la pureza,
refrenando todo mal que esté en ellos […] Las vírgenes deben caminar con una
conciencia irreprensible y pura.” Epístola de san Policarpo de Esmirna a los
Filipenses.
En el dualismo incidían sobre
todo San Ignacio de Antioquía (“para que ninguna hierba del diablo se encuentre entre
vosotros, sino que en toda pureza y templanza, vosotros permanezcáis en
Jesucristo, en la carne y el espíritu.” Epístola ad Efesios X.) y
San Ireneo de Lyon (“la pureza del cuerpo está en abstenerse y rehuir toda
cosa desvergonzada y toda acción injusta, y la pureza del alma está en
conservar intacta la fe en Dios, sin agregar ni quitar nada de ella”. Epideixis
2).
Los padres posteriores
resaltaron principalmente la pureza como una cualidad de la vida religiosa, fuese sacerdotal o monástica.
San Juan Crisóstomo: “el sacerdote ha de ser tan puro, como si
se hallase en los cielos en medio de aquellas angélicas potestades […] deberá
tener rectitud de costumbres y pureza de vida”. “El sacerdote debe vivir la
pureza y la paz, la castidad, la mortificación y vigilancia”. (De sacerdotio III, 7). San Cipriano de Cartago, dedica el “de
habitu virgi” al valor de la castidad como símbolo de pureza tanto
corporal como espiritual y San Ambrosio
de Milán dedicó un tratado entero a la relación entre la virginidad y la
pureza, el llamado “tratado de las Vírgenes”.
Por último, San Agustín de Hipona, en su De doctrina Christiana, establece siete
momentos o grados de perfeccionamiento del alma. El quinto, llamado tranquillitas,
el hombre ya no procura la pureza, sino que la posee y únicamente ha de
mantenerse en ella. En Confesiones
(L3, C1, 3) exhorta a “guárdate en ello de la
impureza, alma mía, bajo la tutela de mi Dios”, y en C13, 14, “no sea que como la serpiente engañó con su astucia a
Eva, así sean también corrompidas sus inteligencias, degenerando de aquella
pureza que hay en nuestro esposo, tu Único”.
LA PUREZA EN LA DOCTRINA CATÓLICA
Innumerables tratados se han
escrito sobre la pureza en siglos posteriores, con frecuencia empleando a la Santísima Virgen María como ejemplo de esa
virtud (por ello llamada “Purísima”).
Por no extendernos aún más, traeremos a colación lo que la doctrina católica a
través de los catecismos compendia y resume acerca de esta virtud.
El
Catecismo Mayor, de san Pío X
Publicado en julio de 1905,
este catecismo dedica varios puntos a la pureza. Un capítulo entero, entre los números 425 y 432 está dedicado a los
pecados de impureza contenidos en los mandamientos sexto y noveno, a los
pecados de acto (el sexto) y pensamiento (el noveno) contra la castidad,
particularmente la conyugal. Según este Catecismo, la impureza “es pecado gravísimo y abominable
delante de Dios y de los hombres, rebaja al hombre a la condición de los
brutos, le arrastra a otros muchos pecados y vicios, y acarrea los más
terribles castigos en esta vida y en la otra” (nº 427). Ambos mandamientos nos ordenan ser
castos de cuerpo, mente y corazón. Para evitar la impureza, se ha de orar con
frecuencia y de corazón a Dios, ser devotos de la Virgen María, pensar en la
Pasión de Cristo y en los castigos divinos, refrenar los sentidos cuando nos
conducen al mal, practicar la mortificación, huir de la ocasión de pecado
(lugares y compañías impuros, lecturas y espectáculos indecorosos,
conversaciones peligrosas, etc) y recibir con frecuencia con la disposición
adecuada los santos sacramentos.
Otros tres aspectos
fundamentales trata sobre la pureza:
1.
La pureza de corazón se equipara a la limpieza de corazón de los que “verán el
Reino de Dios” según la bienaventuranza (nº 935); adquirida por
medio de la confesión, es imprescindible
para recibir al Señor en la comunión (nº 13).
2.
Una de las obras del Espíritu
Santo en la Iglesia es preservar
la pureza de la doctrina (nº 102), es decir, la pureza espiritual, y en
el apartado “La Breve Historia de la Religión” atribuye
a la infalibilidad confiada por Cristo al Sumo Pontífice su capacidad para
conservar la pureza de la fe (nº 9), siguiendo la propia labor de los Apóstoles
y sus sucesores inmediatos (nº 126).
3.
Por último, la Virgen María es
el gran ejemplo de pureza para los hombres: la festividad de la
Inmaculada Concepción tiene como intención, entre otras, la de darnos a
entender cuánto estima Dios la pureza y santidad del alma (nº 129). Asimismo
ejemplar la humildad y pureza de María como merecimiento para concebir al Hijo
de Dios, que se celebra en la fiesta de la Natividad de Santa María (nº 135) o
en la de la Anunciación (nº 140). Precisamente en esa festividad se pone en
relación la pureza de alma y cuerpo con la conservación de la virginidad (nº
141). Por último, la Santísima Virgen María es maestra de la pureza y humildad
necesarias para recibir el Cuerpo de Cristo (nº 145). También los santos nos
inspiran para ese acto de virtud (nº 221).
El
vigente Catecismo de la Iglesia Católica (CIC)
Publicado por mandato del papa
san Juan Pablo II en 1992, es el que rige en la actualidad.
La pureza se trata
fundamentalmente en los números 2518 a
2533, en la explicación a la sexta bienaventuranza. Su definición
(número 2518) amplía la definición de la pureza, además de a los dos dominios
tradicionales (la ortodoxia de la fe y la castidad) al amor al prójimo o caridad, que designa como “pureza del corazón”:
Los “corazones
limpios” designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a
las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la
caridad (cf 1 Tm 4, 3-9; 2 Tm 2 ,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4,
7; Col 3, 5; Ef 4, 19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1,
15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, la
del cuerpo y la de la fe: “Los fieles deben creer
los artículos del Símbolo “para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole,
vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón,
comprendan lo que creen” (San
Agustín, De fide et Symbolo, 10, 25).
La pureza, como ya afirman las
Sagradas Escrituras, supone un preámbulo de la visión beatífica, pero añade el
matiz de que nos permite ver “como Dios” (nº
2519), principalmente al prójimo (de ahí añadir la caridad), y al cuerpo propio
y ajeno como templo del Espíritu Santo, manifestación de la belleza divina,
entroncando ahí con la clásica definición de la castidad como pureza de la
carne.
Otras características que ya
hemos visto y que el CIC recapitula son: que el Bautismo confiere la Gracia de la purificación de los pecados
(nº 2520 y 2345) mediante la virtud de la castidad, la pureza de intención (que
consiste en realizar la voluntad de Dios), el rechazo a los pensamientos
impuros y la oración. Que la pureza
exige el pudor, que es modestia y velo de lo que no debe ser mostrado, y
el pudor es tanto del cuerpo como de los sentimientos (nº 2521-2524). Que la pureza debe informar asimismo la cultura y
costumbres de los pueblos, tanto a nivel social como de medios de
comunicación (2525-2527).
_
CONCLUSIÓN
A lo largo de al menos treinta
siglos, la Revelación nos enseña las características principales de la virtud
de la pureza. La pureza es cualidad
esencial de Dios. Yahvé es enteramente puro, como lo son en reflejo los
ángeles que le acompañan. Del mismo modo que podemos equiparar Bien a Dios, o
amor a Dios, también podemos decir que pureza es Dios. No hay pecado en Él.
Ante todo, la pureza es una
limpieza del hombre que le permite estar ante Dios, y es, en cierto modo,
anticipo de la visión beatífica de los bienaventurados. La pureza nos hace gozar del Paraíso de un modo semejante pero aún en la
tierra. Su más sencilla definición es la ausencia en pensamientos y obras de cualquier pecado. La pureza
sacraliza al hombre y sus actos, y es virtud indispensable en los sacerdotes.
La pureza principalmente
ritual de los principios del judaísmo, fue dando paso en tiempos proféticos a la pureza del corazón, enseñanza que
se revela en plenitud en los textos evangélicos. Ciertos gestos de pureza ritual sobreviven aún en el
cristianismo (por ejemplo, en el ritual de ablución de las manos del sacerdote
durante la misa), pero siempre a modo de símbolo visible de la verdadera pureza, que es la de intención y espíritu.
Las pruebas y penitencias que Dios permite o envía, sirven también
para purificar al hombre y alejarlo de
afectos mundanos y materiales. El alma dispuesta al Señor siempre
procura ver en esas pruebas un motivo de unirse más a Él. Es en las palabras y
obras, y no en las apariencias o los gestos externos, donde se revela un
espíritu puro.
Gracias a las enseñanzas de
los apóstoles y de los padres de la Iglesia, sabemos que Cristo nos dejó los
sacramentos del Bautismo y la Eucaristía (que se ha de recibir con
espíritu de humildad y pureza) para purificarnos del pecado. Que las virtudes
teologales, Fe, Esperanza y Caridad, también nos purifican.
Y que la pureza ha de ser
doble: la del corazón o espíritu,
manteniendo incólumes las enseñanzas de Cristo en nuestra conciencia y nuestra
vida, siendo rectos en el hablar y obrar, y la del cuerpo, manteniendo la castidad por medio del pudor, la
oración y el combate contra la concupiscencia de la carne.
Cristo nos dejó a la Iglesia como custodia de las verdades
de Fe, y a su Santísima Madre
como mejor ejemplo de humildad y pureza para que en todo procuremos imitarla,
de modo que esa visión temporal e imperfecta de Dios en la Tierra, se convierta
en plena visión en la vida eterna. No nos han de faltar pues los auxilios para
poder ser puros.
Apliquémonos a ello, en una
sociedad que desprecia la pureza, porque antepone el hombre y sus apetitos a la
búsqueda de Dios y de la Verdad.
Luis I. Amorós
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