“Que os améis unos a otros…”. “Que vayáis y deis
fruto…”
Amo tu
libertad incluso a pesar de ti mismo. Cuando tu confianza en mí disminuye la
mía en ti crece.
Entonces
simplemente espero y rezo.
La
libertad con que hoy me das la espalda la usarás mañana para llamar a mi
puerta.
Nunca
desprecies el diálogo con el pretexto de defender el silencio, pues diálogo y
silencio manan de la misma fuente.
QUE
VAYÁIS Y DEIS FRUTO (Jn
15,16). El árbol da el fruto quieto y el cristiano lo da andando. Crecemos
hacia los demás lo mismo que el árbol lo hace hacia el Cielo. ¿No será que
nuestro Cielo, Cristo, lo entrevemos en el prójimo?
QUE
OS AMÉIS… QUE VAYÁIS (ut
diligatis … ut eatis) == Dos mandatos: uno manda la unión y otro la dispersión.
El primero sin embargo es el más importante: si el muelle no se comprime hacia
dentro nunca saltará hacia fuera.
(Jn 13,
34 y 15, 16)
Lo tuyo
no acaba de ser tuyo hasta que lo compartes.
Tu
intimidad no llega a ser profunda hasta que aflora en el diálogo.
INVITAD
A CUANTOS ENCONTRÉIS (Mt 22,
9). Según los encontréis, los invitáis. La razón para invitarlo es simplemente
haberlo encontrado. Basta con hallarse en tu camino para considerarlo invitado.
La tierra que todos pisáis es mi tarjeta de invitación. Lo que aquí abajo
parece fortuito, casual, en el cielo es la señal exacta, prevista desde toda la
eternidad.
SALID
A LOS CRUCES DE LOS CAMINOS E INVITAD A CUANTOS ENCONTRÉIS (Mt 22, 9). El Señor se refiere a esos sitios de
paso, donde se está lo imprescindible antes de marchar. ¿Y acaso la tierra
entera no eso: una gran estación donde cada cual aguarda su tren? Cada uno
pensando en su destino, en las menudencias del viaje, maleta en mano, con cara
de prisa. Si encuentras a alguien así, entonces no lo dudes: háblale de la boda
del Gran Rey.
ID
Y ANUNCIAD LO QUE VEIS (Mt 11,
4), responde Jesús a los que piden sus credenciales: porque te percatas de lo
que ves cuando lo anuncias; no valoras lo que ven tus ojos hasta que lo
transmite tu lengua; sólo diciendo lo que ves, ves de verdad lo que dices. Lo
cual no significa que las cosas de Dios sean autosugestión, mero efecto
psicológico de tanto hablar de Él. ¡Al contrario!: es el miedo a decir la
verdad lo que ofusca la mente.
¡Sí, hay
milagros ante tus narices! ¡el primero de ellos eres tú! A base de callar ante
tus amigos, de eludir el testimonio cristiano, acabas aprobando la mediocridad,
acatando la ramplonería, consintiendo. Eso sí que es alucinación. Por tanto
escúchame bien: si quieres abrir los ojos, abre la boca.
¡LO
DE LOS DEMÁS! ¡Tengamos
un mismo sentir! ¡Vibremos al unísono! ¡Lo que nos distingue refuerza lo que
nos une!
Como si
fuéramos candelas, el Espíritu Santo enciende todas las mechas: UNAS LENGUAS DE FUEGO SE DIVIDÍAN Y SE POSARON SOBRE CADA UNO
(Hechos 2, 3). Pero es un único Soplo el que aviva cada llama. El que
nos distingue es el mismo que nos une.
LOS
CORAZONES se
entienden antes que las cabezas. Los corazones se aúnan antes que las
voluntades. Los corazones se adelantan a la obras.
Y
DESPERTANDO JOSÉ DEL SUEÑO HIZO COMO EL ÁNGEL DEL SEÑOR LE HABÍA MANDADO Y
RECIBIÓ A SU MUJER (Mt 1,
24). También Adán recibió a su mujer al despertar del sueño. Siempre es así.
Recibes verdaderamente a alguien el día que despiertas para él, cuando lo
consideras tu despertar, cuando dices: “amanezco en
ti, tú me sacas de mis sombras, me libras de mí a mí”.
CONSEJO
PARA EL APOSTOLADO == Un no
es muchas veces un sí camuflado por el miedo.
Para
conocer a una persona hay que “soñarla”, como
hizo José con María: Y DESPERTANDO, HIZO COMO EL ÁNGEL
LE HABÍA MANDADO Y RECIBIÓ A SU MUJER (Mt 1, 24). Soñar a alguien es
verlo al trasluz de Dios, ilusionadamente, fijarse no en cómo es sino en lo que
lleva camino de ser; en una palabra, verle la vocación.
Y
RECIBIÓ A SU MUJER. Porque
saber de la vocación de alguien es verse implicado en ella. Si intuyes la
vocación de tu amigo es que está llamando a tu puerta.
¿ERES
TÚ EL QUE HABÍA DE VENIR O HEMOS DE ESPERAR A OTRO? (Mt 11, 3). He encontrado a muchos como estos
discípulos de Juan: esperando que un día (no saben cuándo) llegue alguien (no
saben quién) y les diga algo (no saben qué). Y a pesar de esta angustiosa
incertidumbre perseveran con asombrosa tenacidad: “No
sabemos a quién esperamos, pero estamos ciertos de una cosa: que lo esperamos”.
Para tu
amigo eres el puerto. Ten paciencia si tarda en volver. Apartándose de tus
consejos él busca sentirse libre e independiente, pero sabe bien que siempre
estás ahí.
A la hora
de la tempestad, cuando amenaza el naufragio, lo verás volver. Entonces no sólo
acudirá a ti, sino que lo hará con la sensación de no haberte abandonado nunca.
Y es así: en cuestión de amistad el ancla puede estar increíblemente lejos del
barco.
La
calidad de la amistad depende de los vínculos que la alimentan. Es tanto más
valiosa cuanto más precioso es lo que se comparte: estudio, gustos, aficiones,
deporte…familia, amores…la fe, la gracia…Cristo…
Pbro. Dr. Pablo Prieto
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