LUIGI GIUSSANI Y LOS COMIENZOS DE COMUNIÓN Y
LIBERACIÓN
JOSÉ RAMÓN GODINO ALARCÓN
“¿Cuál
es la primera característica de la fe en Cristo? ¡La primera característica es
un hecho!”,
explicaba
Don Luigi Giussani. Un hecho que tiene la forma de un encuentro y que será lo
que motive la obra del fundador de Comunión y
Liberación. Don Giussani había nacido en Desio, cerca de
Milán, el 15 de octubre de 1922. Procedía de una familia trabajadora en la que
fue introducido en la fe católica por su madre, Angelina, a la vez que su
padre, Benjamín, celoso anarquista, le introducía en la pasión por la música,
afición que marcará toda su vida. Dentro de las escasas posibilidades que tenía
la familia uno de los pequeños lujos que se permitió fue invitar a algún músico
el domingo para escuchar en directo algunas piezas. De sus padres aprendió,
además, algo que será radical para su comprensión del cristianismo: preguntarse
el porqué de las cosas.
Los recuerdos de la vida
familiar acompañaron a don Giussani. En múltiples ocasiones recordaba cómo
creció, siendo educado en el respeto a la persona y en la atención a lo que
sucedía, prestando atención desde pequeño a las noticias. Recordaba con
especial intensidad cómo un día, yendo a Misa con su madre, se sorprendió ante
el amanecer y su madre exclamó: “¡Qué bello es
el mundo y qué grande es Dios!”
Este ambiente hizo que
despertara desde pequeño su vocación sacerdotal. El 2 de octubre de 1933 entró
en el seminario de Seveso, donde recibió la Enseñanza Media y el primer año de
Enseñanza Secundaria, pasando después al seminario de Venegono. Allí estudió el
resto de la Secundaria, la Filosofía y la Teología, recibiendo la influencia de
profesores como Gaetano Corti, Giovanni Colombo, Carlo Colombo -que después fue
obispo auxiliar de Milán- y Carlo Figini. Pero no sólo será importante la influencia
de los profesores, la estancia en Venegono hará que conozca a compañeros de
especial importancia en su vida como Enrico Manfredini, futuro arzobispo de
Bolonia. Junto con él y otros amigos descubrió el valor de la vocación, que se
realiza en el mundo y para el mundo.
En estos años tienen lugar
importantes descubrimientos para don Giussani, desde la poesía de Leopardi a la
música de Beethoven, Mozart y Donizetti como expresiones vivísimas del sentido
religioso del hombre. Consideraba el poema A su mujer de Leopardi como una introducción del prólogo del
evangelio de san Juan y creció en la convicción de que la cima del genio humano
es profecía -a menudo inconsciente- del acontecimiento de Cristo. Todas estas
intuiciones formarían con la base del método educativo de la futura Comunión y Liberación. En la historia del
movimiento destaca el reclamo de que la verdad se reconoce por la belleza con
la que se manifiesta y don Giussani dará una importancia privilegiada a la
estética en el sentido tomista del término, insistiendo en su reclamo ético.
Desde los años de seminario y de estudio, el joven Luigi aprendió que
sentido estético y ético provienen ambos de una correcta y apasionada claridad
en lo que concierne a la ontología, y que un gusto estético vivo es el
primer indicio de dicha claridad, como muestra la más sana tradición católica y
ortodoxa. La vida en Venegono supuso para él un fuerte crecimiento, además en
el sentido del orden, algo en lo que le ayudó la disciplina del Seminario. El
trato asiduo con superiores, profesores y alumnos hizo que destacase pronto su
carácter vivo y su agudeza. Su capacidad de liderazgo hizo que promoviera la
edición de un panfleto titulado Studium Christi como método de expresión de un grupo de
estudiantes apasionados por la centralidad de Cristo en la comprensión de
cualquier disciplina teológica.
Terminados sus estudios fue
ordenado sacerdote el 26 de mayo de 1945. Por su capacidad para la educación
fue destinado como profesor en el mismo Venegono. Fueron años de estudio
centrados en el estudio de la Teología fundamental, en especial la Teología
protestante americana y la Teología oriental en su vertiente eslava. El motivo
de su investigación era la profundización en las motivaciones racionales de la
adhesión a la fe y a la Iglesia. En 1954, con 32 años, abandonó la enseñanza en
el seminario para dedicarse a la Enseñanza Secundaria. Durante un viaje en tren
Giussani se había sorprendido al encontrarse con un grupo de jóvenes que no
conocían los fundamentos del cristianismo. La impresión que le causó este
encuentro fue tal que comprendió que era necesaria una nueva educación que no
diese por sentado el cristianismo de los alumnos.
Desde 1954 hasta 1964 dio
clases en el Liceo Berchet de Milán. Desde ahí promovió numerosas publicaciones
dirigidas a centrar la atención en el problema de la educación, tanto dentro
como fuera de la Iglesia. Entre sus colaboraciones estaba la redacción de la
voz “educación” para la Enciclopedia
Católica. En estos años fundó y desarrolló Giuventú
Studentesca (GS) junto con Francesco Rizzi, será la reunión de
estudiantes que, aunque sin separarse claramente de la Acción Católica, plasme
el nuevo método educativo del joven sacerdote. A la par colaborará con
numerosas iniciativas educativas y por mandato del cardenal Colombo continuó
sus estudios en Teología protestante estadounidense, llegando a pasar varios
meses en Estados Unidos. En 1964 obtuvo el doctorado en Teología y en el mismo
año la cátedra de Introducción a la Teología en la Universidad Católica de
Milán, en la que pasó la mayor parte de su vida, desde 1964 hasta 1990.
Ocasionalmente realizó viajes de estudio a Estados Unidos para seguir
profundizando en el tema de la Teología protestante americana.
Pero no se puede entender la
vida de don Giussani sin el nacimiento de Comunión
y Liberación, movimiento fundado por él en 1969. La finalidad del
movimiento era ser testigos de la belleza de ser cristianos en una época en la
que se concebía como algo pesado y opresivo. Quería despertar en los jóvenes de
GS el amor de Cristo como el único que podía realizar los deseos más profundos
del corazón subrayando que Cristo no nos salva a pesar de nuestra humanidad,
sino a través de nuestra humanidad. Con ellos, el fundador se convirtió en un
referente y a la vez un escándalo en el catolicismo italiano. Su forma de
entender la fe era algo novedoso, apartado del método de Acción Católica
imperante en el momento. La educación del movimiento chocaba con la visión
clericalizada de la Iglesia, pero estaba en plena sintonía con el Concilio
Vaticano II, cuyas propuestas serían para don Giussani la confirmación de sus
intuiciones.
Durante el resto de su vida
fue el guía del movimiento, presidiendo el Consejo General (conocido como
“centro”) y a partir del reconocimiento pontificio en 1982, la Diaconía
Central. El movimiento, reconocido por el Pontificio Consejo para los Laicos el
11 de febrero de 1982, pasó a denominarse oficialmente Fraternidad de Comunión y Liberación. Todo este proceso no fue sencillo, en gran medida
fue profundamente difícil para don Giussani. Ya en la segunda mitad de los años
50, durante la enseñanza en Berchet, el cardenal Montini -futuro Papa- le
advirtió de las quejas de algunos sacerdotes porque su método se alejaba de la
Acción Católica, en la que tradicionalmente estaban separados hombres y mujeres
y se tenía como medio privilegiado la parroquia. Mons. Montini, tras hablar con
don Giussani, pronunció una frase que marcaría la relación del carisma con la
jerarquía eclesiástica: “No lo entiendo, pero
veo los frutos. Siga adelante”.
Durante los años 60 las
críticas seguían creciendo. Se llegó a decir que GS no era un movimiento de la
Iglesia sino de un hombre y estaba destinado a desaparecer con él. La FUCI –los
universitarios de la Acción Católica italiana- pidió al cardenal Montini
la reducción de GS o del mismo Giussani; esta presión duró hasta 1965. Mientras
GS comenzaba a alejarse definitivamente de la Acción Católica, don Giussani fue
destinado a estudiar un tiempo a Estados Unidos para alejarse de la asociación.
La estancia duró sólo cinco meses. Tuvo que volver a Italia para una operación
quirúrgica y después comenzó con las clases en la universidad. En 1966
aumentaron las presiones; se quería volver a integrar GS en Acción Católica y
desde ella se escribieron artículos contrarios al fundador.
En 1966 estalló una disputa en
el Liceo Parin: el periódico del
liceo publicó un artículo en el que criticaba la moral sexual cristiana y GS lo
rebatió con un panfleto. La lucha no quedó en el seno del liceo, se extendió
por toda Italia y pronto se hizo eco la prensa internacional. La prensa de
izquierda y el Partido Comunista cargaron contra GS, el cual se defendió
recogiendo más de 4.500 firmas de apoyo enviadas a los periódicos y a las
autoridades de Milán. La situación estudiantil de esos años fue convulsa; en
1967 la Universidad Católica fue ocupada y numerosos seguidores de la Acción
Católica y GS se pasaron a los movimientos izquierdistas. Al año siguiente, la
revolución del 68 cambiaría la fisonomía de las asociaciones católicas
completamente y propiciaría el surgimiento de Comunión
y Liberación.
Durante todo este tiempo se
conservó la relación con la Acción Católica, cada vez con menor intensidad.
Hasta casi principios de los 70 los responsables de Acción Católica eran en su
mayoría miembros de Comunión y Liberación como el actual cardenal Angelo Scola, presidente
de la FUCI milanesa o Massimo Camissasca, elegido vicepresidente de la sección
juvenil hasta 1972. El 18 de junio de 1971, la FUCI emitió un comunicado en el
que manifestaba que lo más realista era considerar que Comunión y Liberación
seguía un camino distinto con una organización distinta. El cardenal
Colombo diría ese mismo año que Comunión y
Liberación no era una alternativa
a la Acción Católica sino un movimiento de apostolado libre. En menos de un año
se habían distanciado totalmente ambos grupos eclesiales. Don Giussani
manifestará desde entonces que en ningún momento se trataba de crear una
estructura contraria a otra estructura. La conclusión era que el nuevo
movimiento debía revestirse pronto de una estructura jurídica.
Comunión
y Liberación tomaría fuerza rápidamente, mientras las demás estructuras católicas
entraban en una profunda crisis. Causó enorme impresión que un movimiento que
seguía a un simple sacerdote tuviese tanto éxito y se encargó un informe a la
Conferencia Episcopal Italiana en el que se tildaba al movimiento de “integrista”, etiqueta que acompañaría en los años
sucesivos al movimiento.
Por un lado se calificaba a
don Giussani de integrista, por otro de carismático. Él afirmará que la
extensión del movimiento tenía lugar como una amistad cristiana, no era nada
preparado. Era algo incomprensible para la época, y por ello Pablo VI en 1975
volvió a repetir al sacerdote lo mismo que cuando era Arzobispo de Milán: “¡Ánimo, va por el buen camino!”. El reconocimiento se irá fraguando en los años
sucesivos y será una realidad en 1982.
Comunión
y Liberación había pasado de la incomprensión y el ataque a ser un nuevo carisma reconocido
por la Iglesia. Era el movimiento que no hablaba del Concilio, sino que vivía
el Concilio y que promovía el Meeting en Rímini (Italia), que con el tiempo sería uno de
los encuentros culturales más importantes de Europa.
La extensión del carisma centraría
la vida de Giussani. En 1983 fue nombrado Prelado de Honor de Su Santidad y en
1989 trabajaba activamente para la creación de los Bancos de Alimentos. En 1987
había sido creado consultor del Pontificio Consejo para los Laicos y en 1988 se
habían aprobado los Memores Domini, asociación laical que vive los consejos
evangélicos. En 1994 fue nombrado consultor de la Congregación para el Clero y
en 1997 su principal obra, El Sentido Religioso,
que junto con Los orígenes de la pretensión
cristiana y ¿Por qué la
Iglesia? formarán el Curso Básico de Cristianismo, fue presentado
ante la ONU.
En una entrevista concedida
cuando cumplió los ochenta años, mirando hacia atrás, explicaba: “Espero que mi vida se haya desarrollado según lo que
Dios deseaba de ella. Se puede decir que se ha desarrollado bajo el signo de la
urgencia porque toda circunstancia, o mejor cada instante, ha sido para mi
conciencia cristiana búsqueda de la gloria de Cristo”.
En la misma entrevista,
preguntado sobre su vida espiritual, abría su corazón de sacerdote santo: “Mi oración es la liturgia y la repetición continuada de
una fórmula: ‘Veni Sancte Spiritus, Veni per Mariam’. Ven Espíritu Santo, ven
por María, hazte presente a través del seno y de la carne de la Virgen. Esta
antigua jaculatoria es síntesis de toda la Tradición y señala el método de Dios
para darse a conocer a los hombres: la Encarnación. Todo el cristianismo está
ahí. Dante habla en su himno a la Virgen del «calor» del vientre de la Virgen:
pensar que desde ahí se proclama el Misterio es verdaderamente lo más
misterioso, y sólo en la experiencia de una comunión vivida se puede empezar a
comprender algo de este inefable misterio de Dios. Por ello, la oración es el
gesto más razonable que el hombre, implicado en la lucha cotidiana por la vida,
puede realizar, la petición es el alfa y la omega de todo. Yo no he hecho nada,
soy un cero. Todo lo hace el Infinito y nosotros no haríamos nada si no se nos
diera.”
A finales de los 90 empezó a
enfermar gravemente. Era la época en la que colmaban los homenajes y
agradecimientos, destacando la carta que Juan Pablo II le dirigió en 2002 con
ocasión del vigésimo aniversario de la aprobación y otra en 2004 con motivo del
quincuagésimo aniversario de Comunión y
Liberación.
En 2005, año de su muerte, el
reconocimiento de don Giussani era universal. Su salud era muy delicada, por lo
que decidió asociar en la guía de Comunión y
Liberación al sacerdote español
Julián Carrón. Murió el 22 de febrero de 2005 y recibió un homenaje
multitudinario al que fue enviado como legado pontificio el cardenal Ratzinger,
amigo personal de Giussani y cercano a Comunión
y Liberación, y que poco después sería elegido Papa. Con ocasión de
su muerte, Carrón escribía en el periódico italiano Avvenire recordando su enfermedad: “Ha sido una mirada de las que marcan. Nunca la olvidaré. La
llevaré en los ojos toda la vida, la mirada que Don Giussani tenía la última
vez que estaba lúcidamente consciente antes de descender a la profundidad del
Ser, subiendo al cielo. Una mirada que nos ha conmocionado, fijándose en
nosotros que estábamos a su alrededor. Era como si, de improviso, hubiese
retornado de la otra orilla para decirnos: ¡Adiós!, antes de un largo viaje.
Nos ha mirado, uno a uno, con aquella mirada penetrante que te conmueve hasta
las entrañas…”
Su tumba en el Cementerio
Monumental de Milán se ha convertido en un lugar de peregrinación y el 22 de
febrero de 2012 se abrió oficialmente su proceso de canonización. De su carisma
han surgido numerosas instituciones, signo de la potencia de su carisma. Aparte
de los Memores Domini se debe a la inspiración de Giussani la Fraternidad Sacerdotal de los misioneros de San Carlos
Borromeo, la Congregación de las
Hermanas de la Caridad de la Asunción y
la Fraternidad de San José. El carisma de don Giussani sigue vivo
en los cientos de miles de miembros de la Fraternidad
de Comunión y Liberación.
Alberto Royo
Mejía
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