VATICANO, 11 May. 17 / 04:59 am (ACI).- Durante la Misa celebrada el jueves
en la Casa Santa Marta, en el Vaticano, el Papa Francisco exhortó a los
cristianos a no cerrarse en sí mismos, a salir fuera y dejarse llevar por el
Espíritu para profundizar en la fe, porque “cuando
el pueblo de Dios se cierra, se vuelve prisionero en un establo, como un asno
que no comprende ni va adelante”.
En su homilía, el Santo Padre habló de las tres plenitudes de los
tiempos: la primera plenitud se habría producido con la resurrección de Cristo;
la segunda se producirá cuando se cumpla su segunda venida; y la tercera es la
plenitud personal de cada cristiano que tendrá lugar cuando nos encontremos
cara a cara con Dios.
“Dios se dio a conocer en la historia. Su salvación
tiene una gran y larga historia”, afirmó. “La salvación de Dios está en camino hacia la plenitud de
los tiempos”.
Se trata de “un camino con santos y
pecadores”. El Señor “guía a su pueblo por
ese camino en el que hay momentos buenos y momentos malos, libertad y
esclavitud, pero guía al pueblo hacia la plenitud”.
Para guiarnos, se sirve del Espíritu Santo, que “nos
hace recordar y comprender el mensaje de Jesús”. En ese camino, la Iglesia “va delante con muchos santos y muchos pecadores.
Mediante la gracia y el pecado, la Iglesia va a delante”.
Se trata de un camino en el que “comprendemos,
profundizamos en la persona de Jesús, en la fe, en la moral y en los
mandamientos”. De esa manera, cosas que “durante
un tiempo eran normales, que ni siquiera se consideraban pecado, hoy son pecado
mortal”.
El Pontífice puso algunos ejemplos de esa profundización en la fe que ha
llevado a identificar como pecado lo que antes estaba admitido como moral.
“Pensemos, por ejemplo, en la esclavitud. Cuando
íbamos a la escuela nos contaban cosas que hacían con los esclavos, que los
llevaban a un puesto de venta y los vendían a otras personas. En América Latina
ocurría eso: se compraban, se vendían… Y es un pecado mortal. Hoy se reconoce.
Pero en aquel momento algunos decía que se podía hacer porque aquella gente no
tenía alma”.
“Por eso se debía avanzar, para comprender mejor la
fe, para comprender mejor la moral”. Sin
embargo, advirtió contra la tentación de contentarnos con el lugar al que hemos
llegado y decir: “‘Ah, Padre. ¡Gracias a Dios que
hoy no hay esclavos!’. ¡Pero si hoy hay más esclavos que nunca! Al menos
sabemos que es pecado mortal. Hemos avanzado. Lo mismo con la pena de muerte,
que durante mucho tiempo era normal. Hoy decimos que es inadmisible la pena de
muerte”. El mismo razonamiento lo realizó sobre las “guerras de religión”.
En este proceso de clarificación de la fe y de la moral tienen gran
importancia “tantos santos que conocemos y que no
conocemos”. La Iglesia “está llena de santos
desconocidos, y es esa santidad la que nos lleva hacia la segunda plenitud de
los tiempos, cuando el Señor venga al final para ser todo en todos”.
Por otro lado, explicó que “hay una tercera
plenitud de los tiempos. La nuestra. Cada uno de nosotros está en camino hacia
la plenitud de su propio tiempo. Cada uno de nosotros llegará al momento del
tiempo pleno y la vida
terminará y deberá encontrarse con el Señor. Ese es nuestro momento personal”.
“Pensemos en los apóstoles, los primeros
predicadores… Tenían necesidad de entender que Dios ha amado, ha elegido, ha
amado a su pueblo siempre en camino”.
El Obispo de Roma subrayó que “Jesús envió
al Espíritu Santo para que nosotros pudiéramos ponernos en camino. El mismo
Espíritu nos empuja a caminar. Esta es la gran obra de misericordia de Dios.
Que cada uno de nosotros está en camino hacia la plenitud personal de los
tiempos”.
En concreto, es precisamente en la confesión cuando comprendemos que “ese paso que doy en el confesionario es un paso en el
camino hacia la plenitud de los tiempos. Pedir perdón a Dios no es una cosa
automática. Es comprender que estoy en camino con un pueblo en camino. Con un
pueblo que un día se encontrará cara a cara con aquel Señor que nunca nos deja
solos, sino que nos acompaña en el camino”.
“Pensad en esto –concluyó–.
Cuando me confieso, ¿pienso en estas cosas? ¿Me doy
cuenta de que estoy en camino? ¿Me doy cuenta de que se trata de un paso hacia
el encuentro con el Señor, hacia mi plenitud de los tiempos? Porque esa es la
gran obra de misericordia de Dios”.
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