A veces da miedo
hacer promesas, comprometer el propio futuro. Dar un sí que ate, que quite la
libertad, cuesta
Por: Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net
Por: Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net
A veces da miedo hacer promesas, comprometer el
propio futuro. Dar un sí que ate, que quite la libertad, cuesta. Dar un sí que
nos obligue a cerrar muchas puertas para quedarnos con una única opción no es
fácil.
Los ejemplos de malos compromisos no faltan, y
esto hace difícil el llegar a decisiones profundas. Vemos aquí y allá a
personas que prometen lo que luego no cumplen. Su infidelidad asusta a muchos.
Algunos, por eso, prefieren no dar un paso adelante para evitar los fracasos
que han visto en otros.
En el campo matrimonial es cada vez más
frecuente encontrarse con parejas rotas, destruidas, por el drama del divorcio.
Quienes ayer se casaron con la ilusión y la frescura de un amor firme y
decidido, hoy luchan por lograr, rápidamente, casi de un modo violento, el
divorcio más favorable a sus intereses. Así se difunde el miedo al compromiso
matrimonial, y muchos lo retrasan indefinidamente: no son capaces de dar un
paso tan importante, no se sienten preparados o tienen miedo al fracaso.
Pero el fracaso existe también cuando no hay
compromisos. Una pareja de enamorados que juegan con su amor sin llegar a dar
el paso decisivo hacia el matrimonio, pueden fracasar con la misma frecuencia
(tal vez más fácilmente) que lo hacen quienes se casan quizá de un modo
precipitado.
El problema no está en casarse o no casarse,
sino en llegar a la madurez necesaria para tomar decisiones profundas en un
tema tan importante. Esa madurez la necesitan los novios que llevan su noviazgo
con seriedad, los trabajadores que quieren ser honestos, los empresarios que
deben pagar lo justo a sus obreros, los políticos que están llamados a gobernar
y no a aprovecharse del cargo público, los padres de familia que cuidan con
afecto a cada uno de sus hijos.
La sociedad no puede ver con indiferencia cómo
se rompen los matrimonios como quien se cambia de camiseta. Algo nos dice que
la fidelidad construye vidas felices, auténticas, realizadas. Pero la fidelidad
no se cimienta sobre el vacío, ni sobre la presión de los demás, ni por el
miedo a lo que ocurra tras el fracaso.
¿Cuál es el secreto de la pareja feliz, del
sacerdote fiel, del médico honesto? Somos constantes en nuestros compromisos
cuando nos guía el amor. El amor une a los esposos en los momentos fáciles y
difíciles, en las penas y alegrías, en el nacimiento del hijo enfermo y en la
sorpresa del hijo que se escapó de casa.
El amor soporta los mil problemas de cada día:
la escasez del dinero a fin de mes, los pantalones rotos del hijo más pequeño,
la reprensión del director de la escuela por las bajas notas de la niña ya no
tan niña, y la muerte del abuelo que deja un hueco profundo en la familia.
El amor no “aguanta”,
sino que supera los problemas, porque mira a algo más grande: al corazón
del otro, al corazón de la otra, al que queremos con todo el alma. El amor no
se permite coqueteos fuera del hogar, ni trampas en el negocio, ni ambiciones
de poder.
El amor “aprisiona” la
vida de quien ama con unas cadenas que lo hacen particularmente libre, porque
el sentir que nos mira quien nos ama no causa pena, sino alegría. No duele la
fidelidad cuando está cerca el que un día nos robó el corazón, y que hoy, quizá
con más ilusión que ayer, sigue dando luz y calor a cada nueva página del
calendario.
El compromiso no es difícil. Quizá lo hemos convertido
en algo extraño porque el egoísmo domina en muchos corazones. Pero el corazón
no está hecho para mirarse a sí mismo, sino para mirar hacia fuera. Entonces sí
que hay una alegría profunda, entonces sí que vale la pena vivir, aunque el
dolor muerda nuestra carne o la vejez nos acerque al momento de la partida.
Ser fieles es fácil si hay amor. El mundo gira,
como hace millones de años, mientras el sol calienta nuestra tierra y los
pájaros cruzan nuestros cielos. El amor construye lazos que no terminan con la
muerte. Son lazos de amor, de un amor que no termina.
Un compromiso que nace del amor es un compromiso
soberanamente libre, porque arranca de lo más profundo de nosotros mismos, de
nuestro corazón enamorado. El “para siempre” es
sólo la otra cara del “te quiero”. Las
parejas fieles nos lo dicen, silenciosamente, con su amor y su alegría
indestructible.
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