jueves, 6 de abril de 2023

¿CÓMO SER MEJOR SACERDOTE? NO CON REMIENDOS, SINO DESBORDÁNDOSE DE ESPÍRITU SANTO, DICE EL PAPA

 CRISTIANOS EN CRISIS: FRANCISCO LES HABLA EN LA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO

El Papa presidió la Misa Crismal en la mañana del Jueves Santo y predicó para los cristianos y sacerdotes desanimados

Mañana en la Basílica Vaticana, con muchos sacerdotes romanos o que estudian en Roma, y ha centrado su predicación en el poder del Espíritu Santo para obrar a través del sacerdote -y de los bautizados- llegando mucho más lejos que las fuerzas humanas.

Así, cada sacerdote, se va dando cuenta de sus limitaciones, desde su primera llamada, a las distintas dificultades, hasta que alcanza una madurez cuando entiende que esa madurez "pasa por el Espíritu Santo, se realiza cuando Él se convierte en el protagonista de nuestra vida".

Jesús empezó su ministerio público predicando así: «El Espíritu del Señor está sobre mí» (Lc 4,18). El Papa recuerda que el Espíritu Santo "está en el origen de nuestro ministerio, de la vida y de la vitalidad de todo pastor”.

Sin el Espíritu, dador de vida, la Iglesia no sería Esposa viva de Cristo, dice. Como mucho, sería una mera organización religiosa, un "templo construido por manos humanas", y no el Cuerpo de Cristo.

Por eso, el Papa anima a decir cada día al Espíritu Santo: "Ven, porque sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre".

EL ESPÍRITU SANTO NOS TRANSFORMA

Los sacerdotes no han hecho méritos para recibir la unción sacerdotal, es algo que reciben "por pura gracia". Jesús y el Espíritu, recordó el Papa, actúan siempre juntos, "como las dos manos del Padre que, extendidas hacia nosotros, nos abrazan y nos levantan". Esas manos ungen al sacerdote y al cristiano, y marcan las manos del sacerdote.

También la Palabra de Dios tiene una unción que cambia vidas y corazones, como les pasó a los Apóstoles. "Con entusiasmo siguieron al Maestro y comenzaron a predicar, convencidos de que más tarde realizarían cosas aún mayores; hasta que llegó la Pascua. Allí todo pareció detenerse; llegaron a renegar y a abandonar al Maestro. Tomaron conciencia de su propia incapacidad y se dieron cuenta de que no lo habían entendido".

Cuando Pedro dice "no conozco a ese hombre", tras la Última Cena, hace "una confesión de ignorancia espiritual". "Él y los demás quizá se esperaban una vida de éxito detrás de un Mesías que atraía multitudes y hacía prodigios, pero no reconocían el escándalo de la cruz, que echó por tierra sus certezas".

El Papa señala que Jesús sabía que no lograrían nada solos, y por eso les prometió el Paráclito, el Espíritu Santo. Fue la “segunda unción”, en Pentecostés, el poder del Espíritu, lo que transformó a los discípulos, llevándolos a pastorear el rebaño de Dios y ya no a sí mismos.

Francisco pone a los apóstoles como modelo para los sacerdotes también hoy. Al recibir el Espíritu, los miedos y vacilaciones de Pedro se evaporan; Santiago y Juan, consumidos por el deseo de dar la vida, dejan de buscar puestos de honor; los demás ya no permanecen encerrados y temerosos en el cenáculo, sino que salen y se convierten en apóstoles en el mundo.

Cada sacerdote en nuestros días también vivirá su "etapa pascual", un momento de crisis.

Puede ser "el ideal que parece desgastarse entre las exigencias de la realidad, mientras se impone una cierta costumbre; y algunas pruebas, antes difíciles de imaginar, hacen que la fidelidad parezca más difícil que antes", advierte el Papa.

TRES PELIGROS CUANDO UN CRISTIANO ENTRA EN CRISIS

En esas épocas de tentación, el Papa detecta tres peligros:

- la tentación del 'compromiso', de rebajar el deber: uno se conforma con 'lo que puede hacer';
- la tentación de los sucedáneos: uno intenta “llenarse” con algo distinto que no es la unción de Dios;
- la del desánimo: se sigue adelante por mera inercia.

He ahí un riesgo, advierte el Papa: "las apariencias permanecen intactas, nos replegamos sobre nosotros mismos y seguimos adelante desmotivados; la fragancia de la unción ya no perfuma la vida y el corazón ya no se ensancha, sino que se encoge, envuelto en el desencanto".

En ese contexto, "el sacerdocio se desliza lentamente hacia el clericalismo, y el sacerdote se olvida de ser pastor del pueblo, para convertirse en un clérigo de estado".

En esa crisis, el Papa anima a "hacer la elección definitiva entre Jesús y el mundo, entre la heroicidad de la caridad y la mediocridad, entre la cruz y un cierto bienestar, entre la santidad y una honesta fidelidad al compromiso religioso". Es el momento “de una segunda unción”, de acoger al Espíritu “en la fragilidad" de la propia realidad.

Es el momento en que uno descubre que seguir a Jesús no sólo es dejar la barca y las redes por un tiempo, "sino que exige ir hasta el Calvario, acoger la lección y el fruto, e ir con la ayuda del Espíritu Santo hasta el final de una vida que debe terminar en la perfección de la divina Caridad".

Dejando de lado el texto escrito, el Papa improvisó unas palabras para los sacerdotes que se sienten hoy en crisis. "Sencillamente les digo: ¡ánimo! El Señor es más grande que tus debilidades, que tus pecados. Encomiéndate al Señor y deja que te llame por segunda vez, esta vez con la unción del Espíritu Santo. La doble vida no te ayudará; tirarlo todo por la ventana, tampoco. Mira hacia delante, déjate acariciar por la unción del Espíritu Santo".

PARA MADURAR, ADMITIR LA FRAGILIDAD

Después señala que el camino para hacer el paso de maduración sacerdotal es “admitir la verdad de la propia debilidad”. Es a lo que exhorta, dice, “el Espíritu de la Verdad”.

Así, el sacerdote debe plantearse algunas preguntas. "¿Mi realización depende de lo bueno que soy, del cargo que obtengo, de los cumplidos que recibo, de la carrera que hago, de los superiores o colaboradores que tengo, de las comodidades que puedo garantizarme, o de la unción que perfuma mi vida?"

Cientos de sacerdotes de todo el mundo con el Papa Francisco en la Misa Crismal; el Papa les habla de las crisis sacerdotales (y de cualquier cristiano); hay que edificar llenándose de Espíritu Santo, no con vacuidades mundanas.

Pero, cuando el protagonista de todo es el Espíritu Santo, "entonces todo cambia de perspectiva, incluso las decepciones y las amarguras, también los pecados, porque ya no se trata de mejorar arreglando algo, sino de entregarnos, sin reservarnos nada, a Aquel que nos ha impregnado de su unción y quiere llegar hasta lo más profundo de nosotros".

En esa entrega "la vida espiritual se vuelve libre y gozosa, no cuando se guardan las formas y se hace un remiendo, sino cuando se deja la iniciativa al Espíritu y, abandonados a sus designios, nos disponemos a servir donde y como se nos pida. ¡Nuestro sacerdocio no crece remendando, sino desbordándose!"

Citando a san Gregorio Magno, invita a los pastores a escuchar al Espíritu que “lava las manchas”.

"Quien predica la palabra de Dios considere primero cómo debe vivir, para que luego, de su vida, deduzca qué y cómo debe predicar. [...] que no se atreva a decir exteriormente lo que no hubiera oído primero en el interior", cita Francisco de su predecesor el Papa Gregorio.

"Dejémonos impulsar por el Espíritu Santo para combatir las falsedades que se agitan en nuestro interior; y dejémonos regenerar por Él en la adoración, porque cuando lo adoramos, Él derrama su Espíritu en nuestros corazones", insiste.

CON EL ESPÍRITU, HAY ARMONÍA EN LA MULTIPLICIDAD

Además, con el Espíritu Santo hay armonía. "Él suscita la diversidad de los carismas y la recompone en la unidad, crea una concordia que no se basa en la homologación, sino en la creatividad de la caridad. Así crea armonía en la multiplicidad".

Crear armonía "no es bailar el minuet", detalla el Papa, refiriéndose a una danza complicada y elaborada. Tampoco es, dice, "una cuestión de estrategia o cortesía, sino una exigencia interna de la vida en el Espíritu”.

Por el contrario, "se peca contra el Espíritu, que es comunión, cuando nos convertimos, aunque sea por ligereza, en instrumentos de división, y le hacemos el juego al enemigo, que no sale a la luz y ama los rumores y las insinuaciones, que fomenta los partidos y las cordadas, alimenta la nostalgia del pasado, la desconfianza, el pesimismo, el miedo".

Así, la desunión y las polarizaciones, dice el Papa, ensucian "la unción del Espíritu y el manto de la Santa Madre Iglesia".

"Recordemos que el Espíritu, el 'nosotros' de Dios, prefiere la forma comunitaria: la disponibilidad respecto a las propias necesidades, la obediencia respecto a los propios gustos, la humildad respecto a las propias pretensiones", insiste el Pontífice.

Sin esa armonía -vuelve a citar a Gregorio Magno- "las demás virtudes no son virtudes".

QUE EL SACERDOTE SEA AMABLE Y ACOGEDOR

Habla también de la "amabilidad del sacerdote" y en cuánta gente “no se no se acerca o se aleja porque en la Iglesia no se siente acogida y amada, sino mirada con recelo y juzgada".

Por eso, el Papa exhorta: "En nombre de Dios, ¡acojamos y perdonemos siempre! Recordemos que ser agrios y quejumbrosos, además de no producir nada bueno, corrompe el anuncio, porque contra-testimonia a Dios, que es comunión y armonía. Esto desagrada sobre todo al Espíritu Santo, a quien el apóstol Pablo nos exhorta a no entristecer (cf. Ef 4,30)".

AGRADECIMIENTO A LOS SACERDOTES

Francisco finaliza su homilía antes tantos sacerdotes dándoles las gracias "por el testimonio y el servicio escondido que hacen, por el perdón y el consuelo que dan en nombre de Dios; por su ministerio, que a menudo se realiza en medio de mucho esfuerzo y poco reconocimiento. Que el Espíritu de Dios, que no defrauda a los que confían en Él, los llene de paz y lleve a término lo que ha comenzado en ustedes, para que sean profetas de su unción y apóstoles de armonía".

Jesús M.C.

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