CRISTIANOS EN CRISIS: FRANCISCO LES HABLA EN LA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO
El Papa presidió la Misa Crismal en la mañana del Jueves Santo y predicó
para los cristianos y sacerdotes desanimados
Mañana en la
Basílica Vaticana, con muchos sacerdotes romanos o que
estudian en Roma, y ha centrado su predicación en el
poder del Espíritu Santo para obrar a través del sacerdote -y de los bautizados- llegando
mucho más lejos que las fuerzas humanas.
Así, cada sacerdote, se va dando
cuenta de sus limitaciones, desde su primera llamada, a las distintas
dificultades, hasta que alcanza una madurez cuando entiende que esa madurez "pasa por el Espíritu Santo, se realiza cuando Él se
convierte en el protagonista de nuestra
vida".
Jesús empezó su ministerio
público predicando así: «El Espíritu del
Señor está sobre mí» (Lc
4,18). El Papa recuerda que el Espíritu Santo "está
en el origen de nuestro ministerio, de la vida y de la vitalidad de todo
pastor”.
Sin el Espíritu,
dador de vida, la Iglesia no sería Esposa viva de Cristo, dice. Como mucho, sería una mera organización religiosa, un "templo construido por manos humanas", y
no el Cuerpo de Cristo.
Por eso, el Papa anima a decir cada día al Espíritu Santo: "Ven, porque sin tu ayuda divina no hay nada en el
hombre".
EL
ESPÍRITU SANTO NOS TRANSFORMA
Los sacerdotes no han hecho
méritos para recibir la unción sacerdotal, es algo que reciben "por pura gracia". Jesús y el Espíritu, recordó
el Papa, actúan siempre juntos, "como las dos manos del Padre que,
extendidas hacia nosotros, nos abrazan y nos levantan". Esas manos
ungen al sacerdote y al cristiano, y marcan las manos del sacerdote.
También la Palabra de Dios tiene
una unción que cambia vidas y corazones, como les pasó a los Apóstoles. "Con entusiasmo siguieron al Maestro y comenzaron
a predicar, convencidos de que más tarde realizarían cosas aún mayores; hasta
que llegó la Pascua. Allí todo pareció detenerse; llegaron a renegar y a
abandonar al Maestro. Tomaron conciencia de su propia incapacidad y
se dieron cuenta de que no lo habían entendido".
Cuando Pedro dice "no conozco a
ese hombre", tras la Última Cena, hace "una confesión de ignorancia espiritual". "Él y los demás
quizá se esperaban una vida de éxito detrás de un Mesías que atraía multitudes
y hacía prodigios, pero no reconocían el escándalo de la cruz,
que echó por tierra sus certezas".
El Papa señala que Jesús sabía
que no lograrían nada solos, y por eso les prometió el Paráclito, el Espíritu
Santo. Fue la “segunda unción”, en Pentecostés, el poder del Espíritu, lo que
transformó a los discípulos, llevándolos a pastorear el rebaño de Dios y ya no
a sí mismos.
Francisco pone
a los apóstoles como modelo para los sacerdotes también hoy. Al
recibir el Espíritu, los miedos y vacilaciones de Pedro se evaporan; Santiago y
Juan, consumidos por el deseo de dar la vida, dejan de buscar puestos de honor;
los demás ya no permanecen encerrados y temerosos en el cenáculo, sino que
salen y se convierten en apóstoles en el mundo.
Cada sacerdote en nuestros días
también vivirá su "etapa pascual", un momento de crisis.
Puede ser "el ideal que
parece desgastarse entre las exigencias de la realidad, mientras se impone una
cierta costumbre; y algunas pruebas, antes difíciles de imaginar, hacen que la
fidelidad parezca más difícil que antes", advierte el Papa.
TRES
PELIGROS CUANDO UN CRISTIANO ENTRA EN CRISIS
En esas épocas de tentación, el
Papa detecta tres peligros:
- la tentación
del 'compromiso', de rebajar el deber: uno se conforma con 'lo que
puede hacer';
- la tentación de los sucedáneos: uno intenta “llenarse” con algo
distinto que no es la unción de Dios;
- la del desánimo: se sigue adelante por mera inercia.
He ahí un riesgo, advierte el
Papa: "las apariencias permanecen intactas, nos
replegamos sobre nosotros mismos y seguimos adelante desmotivados; la fragancia de la unción ya no perfuma la vida y el
corazón ya no se ensancha, sino que se encoge, envuelto en el desencanto".
En ese contexto, "el sacerdocio se desliza lentamente hacia el
clericalismo, y el sacerdote se olvida de ser pastor del pueblo, para
convertirse en un clérigo de estado".
En esa crisis, el Papa anima a "hacer la elección definitiva entre Jesús y el mundo, entre la
heroicidad de la caridad y la mediocridad, entre la cruz y un cierto
bienestar, entre la santidad y una honesta fidelidad al compromiso
religioso". Es el momento “de una
segunda unción”, de acoger al Espíritu “en
la fragilidad" de la propia realidad.
Es el momento en que uno descubre
que seguir a Jesús no sólo es dejar la barca y las redes por un tiempo, "sino que exige ir hasta el Calvario, acoger la
lección y el fruto, e ir con la ayuda del Espíritu Santo hasta el final de una
vida que debe terminar en la perfección de la divina Caridad".
Dejando de lado el texto escrito,
el Papa improvisó unas palabras para los sacerdotes que se sienten hoy en
crisis. "Sencillamente les digo: ¡ánimo!
El Señor es más grande que tus debilidades, que tus pecados. Encomiéndate al
Señor y deja que te llame por segunda vez, esta vez con la
unción del Espíritu Santo. La doble vida no te ayudará; tirarlo todo por la
ventana, tampoco. Mira hacia delante, déjate acariciar por la unción del
Espíritu Santo".
PARA
MADURAR, ADMITIR LA FRAGILIDAD
Después señala que el camino para
hacer el paso de maduración sacerdotal es “admitir
la verdad de la propia debilidad”. Es a lo que exhorta, dice, “el Espíritu de la Verdad”.
Así, el sacerdote debe plantearse
algunas preguntas. "¿Mi realización depende de
lo bueno que soy, del cargo que obtengo, de los cumplidos que recibo, de la
carrera que hago, de los superiores o colaboradores que tengo, de las
comodidades que puedo garantizarme, o de la unción que perfuma mi vida?"
Cientos de sacerdotes de todo el
mundo con el Papa Francisco en la Misa Crismal; el Papa les habla de las crisis
sacerdotales (y de cualquier cristiano); hay que edificar llenándose de
Espíritu Santo, no con vacuidades mundanas.
Pero, cuando el protagonista de todo es el Espíritu Santo, "entonces todo cambia de perspectiva, incluso las
decepciones y las amarguras, también los pecados, porque ya no se trata de mejorar
arreglando algo, sino de entregarnos, sin reservarnos nada, a Aquel que nos ha impregnado de su
unción y quiere llegar hasta lo más profundo de nosotros".
En esa entrega "la vida espiritual se vuelve
libre y gozosa, no cuando se guardan las formas y se hace un remiendo, sino
cuando se deja la iniciativa al Espíritu y, abandonados a sus designios, nos
disponemos a servir donde y como se nos pida. ¡Nuestro sacerdocio no crece
remendando, sino desbordándose!"
Citando a san Gregorio Magno, invita a los pastores a escuchar al Espíritu que “lava las manchas”.
"Quien predica
la palabra de Dios considere primero cómo debe vivir, para que luego, de su
vida, deduzca qué y cómo debe predicar. [...] que no se atreva a decir
exteriormente lo que no hubiera oído primero en el interior", cita Francisco de su predecesor el Papa Gregorio.
"Dejémonos
impulsar por el Espíritu Santo para combatir las falsedades que se agitan en
nuestro interior; y dejémonos regenerar por Él en la adoración, porque cuando
lo adoramos, Él derrama su Espíritu en nuestros corazones", insiste.
CON
EL ESPÍRITU, HAY ARMONÍA EN LA MULTIPLICIDAD
Además, con el Espíritu Santo hay
armonía. "Él suscita la diversidad de los
carismas y la recompone en la unidad, crea una concordia que no se basa en la
homologación, sino en la creatividad de la caridad. Así crea
armonía en la multiplicidad".
Crear armonía "no es bailar el minuet", detalla el Papa, refiriéndose a una danza
complicada y elaborada. Tampoco es, dice, "una
cuestión de estrategia o cortesía, sino una exigencia interna de la vida en el
Espíritu”.
Por el contrario, "se peca contra el Espíritu, que es comunión, cuando nos
convertimos, aunque sea por ligereza, en instrumentos de división, y le hacemos
el juego al enemigo, que no sale a la luz y ama los rumores y
las insinuaciones, que fomenta los partidos y las cordadas, alimenta la
nostalgia del pasado, la desconfianza, el pesimismo, el miedo".
Así, la desunión y las polarizaciones, dice el Papa, ensucian "la unción del Espíritu y el manto de la Santa Madre
Iglesia".
"Recordemos que el Espíritu, el 'nosotros' de Dios, prefiere la forma comunitaria: la
disponibilidad respecto a las propias necesidades, la obediencia respecto a los
propios gustos, la humildad respecto a las propias pretensiones", insiste el Pontífice.
Sin esa armonía -vuelve a citar a
Gregorio Magno- "las demás virtudes no son
virtudes".
QUE
EL SACERDOTE SEA AMABLE Y ACOGEDOR
Habla también de la "amabilidad del sacerdote" y
en cuánta gente “no se no se acerca o se aleja
porque en la Iglesia no se siente acogida y amada, sino mirada con
recelo y juzgada".
Por eso, el Papa exhorta: "En nombre de Dios, ¡acojamos y perdonemos
siempre! Recordemos que ser agrios y quejumbrosos, además de no
producir nada bueno, corrompe el anuncio, porque contra-testimonia a Dios, que
es comunión y armonía. Esto desagrada sobre todo al Espíritu Santo, a quien el
apóstol Pablo nos exhorta a no entristecer (cf. Ef 4,30)".
AGRADECIMIENTO
A LOS SACERDOTES
Francisco finaliza su homilía
antes tantos sacerdotes dándoles las gracias "por
el testimonio y el servicio escondido que hacen, por el perdón y el consuelo
que dan en nombre de Dios; por su ministerio, que a menudo se realiza en medio
de mucho esfuerzo y poco reconocimiento. Que el Espíritu de Dios, que no
defrauda a los que confían en Él, los llene de paz y lleve a término lo que ha
comenzado en ustedes, para que sean profetas de su unción y apóstoles de
armonía".
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