La «tercera edad» es, con frecuencia, un eufemismo, es decir: un edulcorante pensado para azucarar el trago amargo de la vejez y, cuantas veces, una etapa vital en la que un robinsón solitario pasa su existencia en la isla abandonada de un hogar, de un asilo, de un geriátrico.
Hay que prevenir a nuestros mayores para que aprendan a añadir «vida» a la vida.
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