El título nos recuerda a Coco en Barrio Sésamo enseñándonos conceptos como “cerca” y “lejos” o “arriba” y “abajo”.
Al parecer, en la Iglesia hay
quien piensa que hay un “antes” y un “después”. Un “antes”
y una “después” no sé muy bien de
qué… Antes, quienes se divorciaban y se volvían a casar vivían en pecado
mortal y si morían en pecado mortal, iban al infierno. Pero eso era
antes. Ahora ya no. Ahora
la Iglesia es bella y acogedora e irradia la alegría contagiosa del Evangelio:
no como antes que era fea y discriminatoria, rígida y malencarada. ¿En qué momento de la historia dejó de ser pecado mortal
el adulterio? ¿Hay un antes y un después de Amoris Laetitia, por
ejemplo? ¿Del Concilio Vaticano II? ¿La fe de la Iglesia ya no es la fe de
siempre? ¿Cuándo ha cambiado exactamente? ¿Quién la ha cambiado y con qué
autoridad lo ha hecho? ¿Se le puede corregir al Señor y enmendarle lo que dice
en el Evangelio? ¿Por qué? ¿Porque no había grabadoras? Entonces, ¿se puede
reinterpretar la Biblia al gusto del lector? ¿Libre examen? ¿Lutero es “el puto
amo"?
Antes, la Iglesia utilizaba un
lenguaje desfasado, intelectualista y moralista. Ahora ya no. Ahora la gente ve
en la Iglesia al Buen Pastor que derriba muros, tiende puentes y levanta
hospitales de campaña.
Tiene bemoles la cosa. El
lenguaje de los santos, de los doctores, de los Padres de la Iglesia, ¿es un lenguaje desfasado? ¿San Agustín o santo Tomás de
Aquino utilizan un lenguaje anticuado? ¿San Ignacio de Loyola o san Francisco
Javier eran intelectualistas y moralistas? Claro… Ahora lo entiendo…
Santa Teresa de Jesús era una intelectualista desfasada porque creía en el
cielo y en el infierno y en el Dios de Jesucristo… Ella no había tenido una
experiencia de encuentro personal con Jesús… Ni san Juan de la Cruz tampoco. Ha
tenido que llegar la nueva Iglesia del Hombre, Antropocéntrica, Humanista,
Kantiana y Moderna, la Iglesia del Nuevo Paradigma, para utilizar un lenguaje
moderno y atractivo, para irradiar la alegría contagiosa del Evangelio, para
acabar con conceptos desfasados e intelectualistas como “transubstanciación” o “sacrificio”;
para abolir los mandamientos de la Ley de Dios por la vía pastoral; para
decir que hay salvación en todas las religiones; que todo el mundo se salva,
que ya no hay que confesarse ni arrepentirse de nada.
Santo Tomás, el Doctor
Angélico, es un intelectualista insoportable. Acabemos con él. Su lenguaje está
desfasado y era un moralista con cara de pepinillos en vinagre.
Antes se amenazaba con las
penas del infierno y se decía que para salvarse tenían que cumplir los
mandamientos y no fornicar ni cometer adulterio ni robar ni matar. Y que quien
no cumplía los mandamientos se condenaba, si antes de morir no se confesaban y
se convertían. Por eso pedíamos antes que el Señor nos librara de la muerte
repentina, porque una muerte inesperada, si te cogía en pecado mortal y no te
daba tiempo a confesarte, te podía costar la condenación eterna. Por eso lo de
las vírgenes necias y las lámparas y el aceite… Pero ahora ya no hay infierno.
Todo el mundo se salva. Y si alguien no se salva, dicen que no va al infierno,
sino que su alma se disuelve en la nada y desaparece.
Santo Tomás Moro y, mucho
antes que él, San Juan Bautista murieron porque tuvieron mala suerte, porque
antes Dios condenaba el divorcio, el adulterio y la fornicación. Si hubieran
nacido ahora, ya no tendrían que perder la cabeza ni la vida, porque ahora las
parejas en segunda unión no están condenadas ya al infierno. No sé qué pasará
con las parejas unidas en tercera o cuarta unión. Eso todavía no está claro.
Tal vez mañana o dentro de cien años, la nueva iglesia acepte el divorcio
tantas veces como quiera el interesado o la interesada o lo interesado. Y tal
vez haya un mañana en el que esta Iglesia acogedora y alegre bendiga las
parejas homosexuales o las familias poliamorosas, sean estas poligámicas o
poliándricas o combinaciones de varios individuos del mismo sexo o de distintos
sexos tomados de tres en tres o de cuatro en cuatro o qué sé yo cómo… La Iglesia del “después” resulta ser una caricatura grotesca de la
Iglesia de “siempre", una imagen deformada, desfigurada: es algo así como
la restauración de un cuadro hecha por gentuza sin arte, por herejes que
desfiguran el verdadero rostro de Cristo y lo convierten en una mamarrachada.
Pues bien… Yo soy de los
católicos que quieren restaurar la cultura y la civilización cristiana. No sé
si eso está de moda o no y me importa
un bledo. Tal vez mi lenguaje sea desfasado, intelectualista y
moralista. Seguramente tengo cara de pepinillo en vinagre y soy un rígido sin
remedio. Pero una cosa tengo clara: creo y quiero
creer todo cuanto la Iglesia ha enseñado en los últimos dos mil años.
Creo la verdad revelada por Dios mismo a través de las Sagradas Escrituras y de
la santa tradición. Tengo la fe de todos los santos y mártires. Tengo la fe de
Tomás de Aquino y de Agustín de Hipona; la fe de santa Teresa de Jesús y la de
san Juan de la Cruz; la de san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier; la de
san Francisco de Borja y la de san Luis Gonzaga; tengo la misma fe de san
Benito y san Bernardo; la de san Antonio de Padua y san Francisco de Asís; la
del P. Pío de Pietrelcina y la del P. Maximiliano Kolbe o la de santa Teresa
Benedicta de la Cruz.
No hay un antes ni un después.
La fe de la Iglesia es la misma ayer, hoy y siempre. Dios no se muda,
no cambia de opinión, no se adapta a los tiempos. Cristo es el Principio y el
Fin, el Señor de señores, el Rey de reyes. Dice la Carta a los
Hebreos (capítulo 13):
8. Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre. 9. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas. Mejor
es fortalecer el corazón con la gracia que con alimentos que nada aprovecharon
a los que siguieron ese camino.
No busquéis novedades. La
Verdad es la Verdad y no cambia porque si cambiara, ya no sería la Verdad, sino
una opinión entre otras mil.
San
Pío X
comienza su Encíclica Pascendi: Al oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha
sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como primer deber el de guardar
con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, tanto frente a las
novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones de una falsa ciencia.
No ha existido época alguna en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana
esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo
del género humano, «hombres de lenguaje perverso», «decidores de novedades y
seductores», «sujetos al error y que arrastran al error».
Hechos 20, 29-30:
29. «Yo sé que, después de mi
partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al
rebaño; 30. y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que
hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí.
Tito 1, 10-11:
10. Porque hay muchos rebeldes,
vanos habladores y embaucadores, sobre todo entre los de la circuncisión, 11. a
quienes es menester tapar la boca; hombres que trastornan familias enteras,
enseñando por torpe ganancia lo que no deben.
2 Timoteo, 3, 12-13
12. Y todos los que quieran vivir
piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones. 13. En cambio los malos y
embaucadores irán de mal en peor, serán seductores y a la vez seducidos.
Recemos
por el Papa Francisco para que, como enseñaba san Pío X, cumpla con su deber y
guarde con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, frente a las
novedades profanas del lenguaje, frente a los hombres de lenguaje perverso;
frente a los decidores de novedades y seductores, sujetos al error.
NOSOTROS, PECADORES,
TE ROGAMOS, SEÑOR:
- que nos oigas,
- que nos perdones,
- que nos seas indulgente,
- que te dignes conducirnos a verdadera penitencia,
- que te dignes regir y gobernar tu
santa Iglesia,
- que te dignes conservar en tu santa
religión al Sumo Pontífice y a todos los órdenes de la jerarquía
eclesiástica,
- que te dignes abatir a los enemigos
de la santa Iglesia,
- que te dignes conceder a los reyes y príncipes cristianos la paz y la
verdadera concordia,
- que te dignes conceder la paz y la unión a todo el pueblo cristiano,
- que te dignes devolver a la unidad de la Iglesia a los que viven en el error,
y traer a la luz del Evangelio a todos los infieles,
- que te dignes fortalecernos y conservarnos en tu santo servicio,
- que levantes nuestro espíritu al deseo de las cosas celestiales,
- que concedas a todos nuestros bienhechores la recompensa de los bienes
eternos,
- que libres nuestras almas, las de nuestros hermanos, parientes y
bienhechores, de la condenación eterna,
- que te dignes darnos y conservar las cosechas de la tierra,
- que te dignes conceder el descanso eterno a todos los fieles difuntos,
- que te dignes escucharnos, Hijo de Dios.
La belleza del Evangelio es la
belleza de la cruz: la belleza del crucificado,
despreciado por todos, escupido y maltratado, desfigurado, ante quien se vuelve
el rostro. Entremos por la puerta estrecha de la penitencia; no por la
puerta ancha de este mundo que conduce a la perdición eterna.
Pedro L. Llera
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