martes, 5 de octubre de 2021

ANTES Y DESPUÉS

El título nos recuerda a Coco en Barrio Sésamo enseñándonos conceptos como “cerca” y “lejos” o “arriba” y “abajo”.

Al parecer, en la Iglesia hay quien piensa que hay un “antes” y un “después”. Un “antes” y una “después” no sé muy bien de qué…  Antes, quienes se divorciaban y se volvían a casar vivían en pecado mortal y si morían en pecado mortal, iban al infierno. Pero eso era antes. Ahora ya no. Ahora la Iglesia es bella y acogedora e irradia la alegría contagiosa del Evangelio: no como antes que era fea y discriminatoria, rígida y malencarada. ¿En qué momento de la historia dejó de ser pecado mortal el adulterio? ¿Hay un antes y un después de Amoris Laetitia, por ejemplo? ¿Del Concilio Vaticano II? ¿La fe de la Iglesia ya no es la fe de siempre? ¿Cuándo ha cambiado exactamente? ¿Quién la ha cambiado y con qué autoridad lo ha hecho? ¿Se le puede corregir al Señor y enmendarle lo que dice en el Evangelio? ¿Por qué? ¿Porque no había grabadoras? Entonces, ¿se puede reinterpretar la Biblia al gusto del lector? ¿Libre examen? ¿Lutero es “el puto amo"?

Antes, la Iglesia utilizaba un lenguaje desfasado, intelectualista y moralista. Ahora ya no. Ahora la gente ve en la Iglesia al Buen Pastor que derriba muros, tiende puentes y levanta hospitales de campaña.

Tiene bemoles la cosa. El lenguaje de los santos, de los doctores, de los Padres de la Iglesia, ¿es un lenguaje desfasado? ¿San Agustín o santo Tomás de Aquino utilizan un lenguaje anticuado? ¿San Ignacio de Loyola o san Francisco Javier eran intelectualistas y moralistas? Claro… Ahora lo entiendo… Santa Teresa de Jesús era una intelectualista desfasada porque creía en el cielo y en el infierno y en el Dios de Jesucristo… Ella no había tenido una experiencia de encuentro personal con Jesús… Ni san Juan de la Cruz tampoco. Ha tenido que llegar la nueva Iglesia del Hombre, Antropocéntrica, Humanista, Kantiana y Moderna, la Iglesia del Nuevo Paradigma, para utilizar un lenguaje moderno y atractivo, para irradiar la alegría contagiosa del Evangelio, para acabar con conceptos desfasados e intelectualistas como “transubstanciación” o “sacrificio”; para abolir los mandamientos de la Ley de Dios por la vía pastoral; para decir que hay salvación en todas las religiones; que todo el mundo se salva, que ya no hay que confesarse ni arrepentirse de nada.

Santo Tomás, el Doctor Angélico, es un intelectualista insoportable. Acabemos con él. Su lenguaje está desfasado y era un moralista con cara de pepinillos en vinagre.

Antes se amenazaba con las penas del infierno y se decía que para salvarse tenían que cumplir los mandamientos y no fornicar ni cometer adulterio ni robar ni matar. Y que quien no cumplía los mandamientos se condenaba, si antes de morir no se confesaban y se convertían. Por eso pedíamos antes que el Señor nos librara de la muerte repentina, porque una muerte inesperada, si te cogía en pecado mortal y no te daba tiempo a confesarte, te podía costar la condenación eterna. Por eso lo de las vírgenes necias y las lámparas y el aceite… Pero ahora ya no hay infierno. Todo el mundo se salva. Y si alguien no se salva, dicen que no va al infierno, sino que su alma se disuelve en la nada y desaparece.

Santo Tomás Moro y, mucho antes que él, San Juan Bautista murieron porque tuvieron mala suerte, porque antes Dios condenaba el divorcio, el adulterio y la fornicación. Si hubieran nacido ahora, ya no tendrían que perder la cabeza ni la vida, porque ahora las parejas en segunda unión no están condenadas ya al infierno. No sé qué pasará con las parejas unidas en tercera o cuarta unión. Eso todavía no está claro. Tal vez mañana o dentro de cien años, la nueva iglesia acepte el divorcio tantas veces como quiera el interesado o la interesada o lo interesado. Y tal vez haya un mañana en el que esta Iglesia acogedora y alegre bendiga las parejas homosexuales o las familias poliamorosas, sean estas poligámicas o poliándricas o combinaciones de varios individuos del mismo sexo o de distintos sexos tomados de tres en tres o de cuatro en cuatro o qué sé yo cómo… La Iglesia del “después” resulta ser una caricatura grotesca de la Iglesia de “siempre", una imagen deformada, desfigurada: es algo así como la restauración de un cuadro hecha por gentuza sin arte, por herejes que desfiguran el verdadero rostro de Cristo y lo convierten en una mamarrachada.

Pues bien… Yo soy de los católicos que quieren restaurar la cultura y la civilización cristiana. No sé si eso está de moda o no y me importa un bledo. Tal vez mi lenguaje sea desfasado, intelectualista y moralista. Seguramente tengo cara de pepinillo en vinagre y soy un rígido sin remedio. Pero una cosa tengo clara: creo y quiero creer todo cuanto la Iglesia ha enseñado en los últimos dos mil años. Creo la verdad revelada por Dios mismo a través de las Sagradas Escrituras y de la santa tradición. Tengo la fe de todos los santos y mártires. Tengo la fe de Tomás de Aquino y de Agustín de Hipona; la fe de santa Teresa de Jesús y la de san Juan de la Cruz; la de san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier; la de san Francisco de Borja y la de san Luis Gonzaga; tengo la misma fe de san Benito y san Bernardo; la de san Antonio de Padua y san Francisco de Asís; la del P. Pío de Pietrelcina y la del P. Maximiliano Kolbe o la de santa Teresa Benedicta de la Cruz.

No hay un antes ni un después. La fe de la Iglesia es la misma ayer, hoy y siempre. Dios no se muda, no cambia de opinión, no se adapta a los tiempos. Cristo es el Principio y el Fin, el Señor de señores, el Rey de reyes. Dice la Carta a los Hebreos (capítulo 13):

8. Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre. 9. No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas. Mejor es fortalecer el corazón con la gracia que con alimentos que nada aprovecharon a los que siguieron ese camino.

No busquéis novedades. La Verdad es la Verdad y no cambia porque si cambiara, ya no sería la Verdad, sino una opinión entre otras mil.

San Pío X comienza su Encíclica Pascendi: Al oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como primer deber el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, tanto frente a las novedades profanas del lenguaje como a las contradicciones de una falsa ciencia. No ha existido época alguna en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, «hombres de lenguaje perverso», «decidores de novedades y seductores», «sujetos al error y que arrastran al error».

Hechos 20, 29-30:

29. «Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; 30. y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí.

Tito 1, 10-11:

10. Porque hay muchos rebeldes, vanos habladores y embaucadores, sobre todo entre los de la circuncisión, 11. a quienes es menester tapar la boca; hombres que trastornan familias enteras, enseñando por torpe ganancia lo que no deben.

2 Timoteo, 3, 12-13

12. Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones. 13. En cambio los malos y embaucadores irán de mal en peor, serán seductores y a la vez seducidos.

Recemos por el Papa Francisco para que, como enseñaba san Pío X, cumpla con su deber y guarde con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa fe, frente a las novedades profanas del lenguaje, frente a los hombres de lenguaje perverso; frente a los decidores de novedades y seductores, sujetos al error.

NOSOTROS, PECADORES, TE ROGAMOS, SEÑOR:
- que nos oigas,
- que nos perdones,
- que nos seas indulgente, 
- que te dignes conducirnos a verdadera penitencia,
- que te dignes regir y gobernar tu santa Iglesia,
- que te dignes conservar en tu santa religión al Sumo Pontífice y a todos los órdenes de la jerarquía eclesiástica,
- que te dignes abatir a los enemigos de la santa Iglesia,
- que te dignes conceder a los reyes y príncipes cristianos la paz y la verdadera concordia,
- que te dignes conceder la paz y la unión a todo el pueblo cristiano,
- que te dignes devolver a la unidad de la Iglesia a los que viven en el error, y traer a la luz del Evangelio a todos los infieles,
- que te dignes fortalecernos y conservarnos en tu santo servicio,
- que levantes nuestro espíritu al deseo de las cosas celestiales,
- que concedas a todos nuestros bienhechores la recompensa de los bienes eternos,
- que libres nuestras almas, las de nuestros hermanos, parientes y bienhechores, de la condenación eterna,
- que te dignes darnos y conservar las cosechas de la tierra,
- que te dignes conceder el descanso eterno a todos los fieles difuntos,
- que te dignes escucharnos, Hijo de Dios.

La belleza del Evangelio es la belleza de la cruz: la belleza del crucificado, despreciado por todos, escupido y maltratado, desfigurado, ante quien se vuelve el rostro. Entremos por la puerta estrecha de la penitencia; no por la puerta ancha de este mundo que conduce a la perdición eterna.

Pedro L. Llera

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