¿La Virgen María murió? ¿Dónde? ¿Existe su sepulcro? ¿Debemos rendirle culto?
Por: Alegrate Reina del Cielo | Fuente: Alegrate
Reina del Cielo
Royo Marín responde así a la pregunta: "No parece que muriera de enfermedad, ni de vejez
muy avanzada, ni por accidente violento (martirio), ni por ninguna otra causa
que por el amor ardentísimo que consumía su corazón."
No creamos que esta afirmación de que el amor a Dios haya sido la causa del
fallecimiento (¿o desfallecimiento?) de María,
es una ilusión poética, producto de una piedad ingenua y entusiasta para con la
Santísima Virgen. No. Esta enseñanza se funda en testimonios de los Santos
Padres, quienes dejaron traslucir con frecuencia su pensamiento sobre este
particular.
El Padre Joaquín Cardoso, s.j. cita a San Alberto Magno: "Creemos que murió sin dolor y de amor». Nos asegura, además, que a San Alberto siguen otros como
el Abad Guerrico, Ricardo de San Lorenzo, San Francisco de Sales, San Alfonso
María de Ligorio y otros muchísimos."
Y veamos qué nos dice Juan Pablo II sobre las causas de la muerte de la Madre
de Dios: "Más importante es investigar la
actitud espiritual de la Virgen en el momento de dejar este mundo." Entonces
se apoya en San Francisco de Sales, quien considera que la muerte de María se
produjo como un ímpetu de amor. En el Tratado del Amor de Dios habla de una
muerte "en el Amor, a causa del Amor y por
Amor" (Tratado del Amor de Dios, Lib. 7, 12-14; JP II,
25-junio-99.)
Royo Marín cita a Alastruey, quien en su Tratado de la Virgen Santísima afirma:
"La Santísima Virgen acabó su vida con muerte
extática, en fuerza del divino amor y del vehemente deseo y contemplación
intensísima de las cosas celestiales."
Es nuevamente Juan Pablo II quien aclara aún más este punto: "Cualquiera que haya sido el hecho orgánico y
biológico que, desde el punto de vista físico, le haya producido la muerte,
puede decirse que el tránsilo de esta vida a la otra fue para María una
maduración de la gracia en la gloria, de modo que nunca mejor que en este caso
la muerte pudo concebierse como una dormición."
Luego basándose en la tradición para tratar este tema,
el Papa nos aclara aún más este maravilloso suceso:
"Algunos Padres de la Iglesia describen a
Jesús mismo que va a recibir a su Madre en el momento de la muerte, para
introducirla en la gloria celeste. Así, presentan la muerte de María como un
acontecimiento de amor que la llevó a reunirse con su Hijo Divino, para
compartir con El la vida inmortal. Al final de su existencia terrena habrá
experimentado, como San Pablo -y más que él- el deseo de liberarse del cuerpo
para estar con Cristo para siempre." (JP II, 25-junio-97)
Otro ilustre Mariólogo, Garriguet, también citado por Royo Marín, nos describe
más detalles sobre la vida y la dormición de la Madre de Dios: "María murió sin dolor, porque vivió sin placer; sin
temor, porque vivió sin pecado; sin sentimiento, porque vivió sin apego
terrenal. Su muerte fue semejante al declinar de una hermosa tarde, como un
sueño dulce y apacible; era menos el fin de una vida que la aurora de una
existencia mejor. Para designarla la Iglesia encontró una palabra encantadora:
la llama sueño o dormición de la Virgen."
Pero es el elocuentísmo predicador francés del Siglo XVI-XVII, Bossuet, Obispo
de Meaux, quien en su Sermón Segundo sobre la Asunción de María nos describe
con los más bellos detalles qué significa morir de amor y cómo fue este
maravilloso pasaje de la vida de la Madre de Dios:
"El amor profano es quejumbroso y está
diciendo siempre: languidezco y muero de amor. Pero no es sobre este fundamento
en el que me baso para haceros ver que el amor puede dar la muerte. Quiero
establecer esta verdad sobre una propiedad del Amor Divino.
Digo, pues, que el Amor Divino, trae consigo un despojamiento y una soledad
inmensa, que la naturaleza no es capaz de sobrellevar; una tal destrucción del
hombre entero y un aniquilamiento tan profundo en nosotros mismos, que todos
los sentidos son suspendidos. Porque es necesario desnudarse de todo para ir a
Dios, y que no haya nada que nos retenga. Y la raíz profunda de tal separación
es esos tremendos celos de Dios, que quiere estar solo en un alma, y no puede
sufrir a nadie más que a Sí mismo, en un corazón que quiere amor. (Amarás a
Dios sobre todas las cosas. Si alguno ama a su padre o a su madre o a sus
hermanos más que a Mí, no es digno de Mí)."
"Ya podemos comprender esta soledad inmensa
que pide un Dios celoso. Quiere que se destruya, que se aniquile todo lo que no
es El. Y, sin embargo, se oculta y no da a ninguno un punto de donde asirlo
materialmente, de tal modo que el alma, desprendida por una parte de todo, y
por otra, no encontrado aquí el medio de poseer a Dios efectivamente, cae en
debilidades y desfallecimientos inconcebibles. Y cuando el amor llega a su
perfección, el desfallecimiento llega hasta la muerte, y el rigor hasta perder
la vida."
«Y he aquí lo que da el golpe mortal: es que el corazón despojado de todo amor
superfluo, es atraído con fuerza al solo Bien necesario, con una fuerza
increíble y, no encontrándolo, muere de congoja. `El hombre insensato´ -dice
San Pablo- `no entiende estas cosas y el sensual no las concibe; pero nosotros
hablamos de la sabiduría entre los perfectos y explicamos a los espirituales
los misterios del espíritu´. Digo, pues, que el alma, desprendida de todo
anhelo de lo superfluo, es impulsada y atraída hacia Dios con una fuerza
infinita, y es esto lo que le da la muerte; porque , de un lado, se arranca de
todos los objetos sensibles, y por otro, el objeto que busca es tan inaccesible
aquí, que no puede alcanzarlo. No lo ve sino por la fe, es decir: no lo ve; no
lo abraza, sino en medio de sombras y como a través de las nubes, es decir, que
no tiene de dónde asirlo. Y el amor frustrado se vuelve contra sí mismo y se
hace a sí mismo insoportable.»
«Yo he querido daros alguna idea del amor de la Santísima Virgen durante los
días de su destierro y la cautividad de su vida mortal. No, no; los Serafines
mismos no pueden entender, ni dignamente explicar, con qué fuerza era atraída
María a su Bien Amado, ni con qué violencia sufría su corazón en esta
separación. Si jamás hubo algún alma tan penetrada de la Cruz y de este
espíritu de destrucción santa, fue la Virgen María. Ella estaba, pues, siempre
muriendo, siempre llamando a su Bien Amado con un anhelo mortal».
«No busquéis, pues, almas santas, otra causa de la
muerte de la Santa Virgen. Su amor era tan ardiente, tan fuerte, tan inflamado,
que no lanzaba un suspiro que no debiera romper todas las ligaduras de esta
vida mortal; no enviaba un deseo al Cielo que no hubiera debido arrastrar
consigo su alma entera. Os he dicho antes, cristianos, que su muerte fue
milagrosa, pero me veo obligado a cambiar de opinión: su muerte no fue el
milagro, el milagro estuvo en la suspensión de esa muerte, en que pudiera vivir
separada de su Bien Amado. Vivía, sin embargo, porque esa era la determinación
de Dios, para que fuese conforme con Jesucristo su Hijo crucificado por el
martirio insoportable de una larga vida, tan penosa para Ella, como necesaria
para la Iglesia. Pero como el Divino Amor reinaba en su corazón sin ningún
obstáculo, iba de día en día aumentándose sin cesar por el ejercicio, creciendo
y desarrollándose por sí mismo, de modo que al fin llegó a tal perfección, que
la tierra ya no era capaz de contenerla. Así, no fue otra causa de la muerte de
María que la vivacidad de su amor».
«Y esta alma santa y bienaventurada atrae consigo a su cuerpo a una
resurrección anticipada. Porque, aunque Dios ha señalado un término común a la
resurrección de todos los muertos, hay razones particulares que le obligan a
avanzar ese término en favor de la Virgen María». (Bossuet, citado por
el Padre Joaquín Cardozo s.j. enLa Asunción de María Santísima).
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