En esos momentos existe el peligro de quedarnos con los brazos cruzados. El desaliento invade los corazones.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
La idea parecía buena. La empezamos a poner en
marcha. Resolvemos las primeras dificultades. De repente, llegamos a un muro
insuperable. No podemos seguir adelante.
Los muros que podemos encontrar son tantos, a
veces totalmente inesperados. No queda dinero en el banco. No responde el amigo
que tenía en sus manos la respuesta decisiva. Fallece el médico en quien
pusimos tantas esperanzas...
Un proyecto, un camino, un esfuerzo, han
culminado en un punto que no permite vislumbrar perspectivas para seguir
adelante. El corazón susurra que ahora toca resignarse ante lo inevitable.
En esos momentos existe el peligro de quedarnos
con los brazos cruzados. El desaliento invade los corazones. Un extraño
sentimiento de fracaso domina el panorama.
Sin embargo, ese muro no es la última palabra.
Ni en la propia vida, ni en la vida de los otros. A un lado, a otro, o tal vez
hacia atrás, quedan abiertos otros caminos. Es el momento para los reajustes.
Entonces descubrimos que un muro es,
simplemente, un “no” a algo y un “sí” a otra cosa que hasta ahora quizá parecía
insignificante pero que encierra riquezas sorprendentes.
Lo habremos escuchado más de una vez: cuando se
cierra una puerta, se abre una ventana. Una ventana terrena, con sus nuevos
riesgos y sus promesas. Y una ventana eterna: más
allá de esta vida existe un horizonte maravilloso donde nos espera un Padre
bueno.
La vida sigue adelante. En ella, ¿qué me piden los familiares, los amigos, los conocidos?
Sobre todo, ¿qué me pide Dios, qué me está diciendo
ante este muro?
Con el alma abierta y disponible, debo dar una
respuesta. Será buena si permito al Señor dirigir mi vida, si confío en su
Palabra, si aprendo a leer toda mi historia desde la clave única que da sentido
a todo: Dios me ama siempre, su misericordia es
eterna...
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