El pastor es una imagen de Dios muy conocida y viva desde el cristianismo primitivo.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y
homilías del Padre Nicolás Schwizer
El fundamento de toda religión constituye la
imagen, la idea que forma de su propio Dios. Cada hombre tiene en su corazón
una idea personal de Dios sobre todo nosotros, que somos cristianos. Y nuestra
vida cristiana, nuestra fe vital y profunda dependen decisivamente de la imagen
de Dios que tengamos.
Anhelamos un pastor. Es una imagen de Dios muy conocida y viva
desde el cristianismo primitivo. Ya la encontramos frecuentemente en las
catacumbas. Pero también hoy en día todos conocemos estas imágenes del Buen
Pastor en medio de su rebaño, o con la oveja sobre sus hombros. Parece que a
todos los cristianos de todos los tiempos esta persona del Buen Pastor los
impresionó hondamente.
¿De dónde viene este anhelo escondido, esta simpatía
entre el Buen Pastor y nosotros? Creo que es porque su rostro nos promete cariño y entrega, protección y
seguridad. Porque muchas veces nos sentimos solos, desamparados, solitarios.
Porque frecuentemente nos sentimos como ovejas perdidas. El peso de nuestras
debilidades, de nuestros sufrimientos, de nuestras limitaciones nos dan pena y
nos mortifican.
Queremos estar con Jesús, nuestro Pastor, que nos vigila, dirige y nos busca,
que conoce a cada uno de nosotros por su nombre, nos llama y, si llega el caso,
arriesga su vida por defendernos del enemigo.
PASTOR: SOLEDAD E
INCOMPRENSIÓN.
La vida de Jesús fue un gran sacrificio por su misión: un sacrificio de
soledad y de incomprensión por los demás. Ni siquiera su Madre lo comprende
siempre, si pensamos en el episodio cuando tenía doce años: “¿No sabíais que yo debo ocuparme en los asuntos de mi
Padre?” (Lc 2,49).
También la conducta de los apóstoles frente a Él, muestra que no tienen
comprensión para con su persona ni para con su misión. Así, un día, Jesús les
dice a ellos: “Llevo tanto tiempo con vosotros, y
no me habéis conocido”. Y mucho menos que sus discípulos, lo entiende el
pueblo.
De modo que Jesús queda, en el fondo, solo con su misión. Y el colmo de su
soledad se realiza en su sacrificio en la cruz. Él es realmente el Buen Pastor “que arriesga su vida por sus ovejas”; que la
entrega por amor a los suyos. Sólo el mayor sacrificio le basta para manifestar
su amor infinito.
Esta es una de las leyes del Reino de Dios: ¡Si
quieres ser amado, ama! Si quieres ser amado por los demás, entonces
tienes que mostrarles tu propio amor, sacrificándote por ellos. Y Dios emplea esta
ley de un modo singularmente hermoso y profundamente eficaz. Él quiere nuestro
amor, y por eso nos ama con un amor palpable, desbordante.
Sentirnos amados… el inicio de la santidad. Todos los santos
comenzaron a escalar las cumbres de la santidad, cuando se sintieron objeto del
amor eterno e infinito de Dios. Cuando me creo y siento amado per Dios,
entonces se despierta en mí la respuesta del amor. Mientras estamos convencidos
de que hay alguien que nos ama, nuestro amor está asegurado.
Pase lo que pase, jamás debe abandonarnos la
profunda convicción: Él me ama.
Y si nos preguntamos, por qué somos tan poco inflamados para Dios y para lo
divino, pues ya sabemos la respuesta: no sentimos ni comprendemos ese amor
abundante de Dios. Vivimos como si Jesús no hubiera muerto en la cruz por
nosotros.
Hemos de acompañar en la oración a nuestros sacerdotes, religiosos y
religiosas, para que sean verdaderos pastores de las almas, llenos de amor
desinteresado, reflejos auténticos de Jesucristo, nuestro Buen y Eterno Pastor.
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