La noticia a estas alturas es «bien conocida», la resumo:
Unos investigadores de China y
Estados Unidos han introducido células pluripotenciales
(madre) humanas en el interior de
132 embriones de primates, y las dejaron crecer durante 20 días.
Seis días después de la formación de embriones de mono, cada uno de los embriones fue
inoculado con 25 células madre humanas, dando lugar a lo que se denominan ‘quimeras’ (animales
generados mezclando células embrionarias de dos individuos distintos, en
general de la misma especie –quimeras
intraespecíficas–, aunque también pueden ser de especies distintas –quimeras extraespecíficas–, como en este caso).
Después de diez días, 103 embriones seguían desarrollándose. En el día 19, solo
tres quimeras seguían vivas. Las quimeras nunca llegaron a tener sistema
nervioso.
El experimento tiene
inconvenientes éticos que los científicos intentan justificar con un argumento
utilitarista: el enorme potencial para tener una
visión profunda sobre el desarrollo embriológico. ‘Argumento’ que se condimenta
con la consabida coletilla de que se podría aprovechar para trasplantes y para
nuevos fármacos. Podría, nada mas.
Juan Carlos Izpisua, de la
Universidad Católica San Antonio de Murcia, científico español del experimento,
además añade como ‘justificación’ que es
necesario disponer de modelos más precisos para un estudio más preciso de la
biología y enfermedades humanas.
Estos temas bioéticos no son
sencillos, ni por la parte biológica, ni por la parte ética. A pesar de que los
investigadores han dicho que tenían el visto bueno a su trabajo,
los problemas éticos son patentes. Extraña mucho que la Universidad Católica
San Antonio de Murcia, de la que forma parte Izpisua, no haya mencionado el asunto.
Quienes sí han realizado una
primera evaluación, y nada tranquilizadora son el Anscombe Bioethics Center con
sede en Oxford y los profesores Justo Aznar y Julio Tudela del Observatorio de
Bioética de la Universidad de Valencia.
CONSIDERACIÓN ÉTICA DEL «ANSCOMBE BIOETHICS
CENTER»
Muy duro el director del «Anscombe Bioethics Center», David Albert Jones,
tanto en la declaración completa como en la nota de prensa. Poco más que añadir.
Condena las acciones
emprendidas y señala que «estos experimentos profundamente
poco éticos cruzan una frontera moral».
Jones sostiene que «si bien no siempre es incorrecto mezclar células humanas
y no humanas, donde no hay ambigüedad, es incorrecto crear una incertidumbre o
perplejidad reales».
Explica: «No es evidente cómo serían esas quimeras humano-no
humano si naciesen. Siempre es incorrecto crear deliberadamente un ser moral
incierto y perplejo».
«Es la cercanía
de la especie y la etapa inicial de desarrollo lo que crea la inquietante
ambigüedad».
La ciencia, concluye, «requiere límites éticos claros para mantener
la confianza pública y un límite moral esencial es el que existe entre lo
humano y lo no humano».
CONSIDERACIÓN ÉTICA DEL « OBSERVATORIO DE BIOÉTICA
»
Reproduzco la valoración de los conocidos Justo Aznar y Julio Tudela,
muy matizada e introduce observaciones generales que sirven para formarse un
criterio para otros casos.
Que estas experiencias
suscitan dudas éticas es indudable, pues los mismos autores, en la «Discusión» de su artículo, comienzan afirmando
que han consultado con instituciones y expertos en Bioética a nivel
internacional, quienes al parecer han dado el visto bueno a su trabajo. En
relación con ello, habría que determinar, en primer lugar, qué expertos
bioéticos han sido consultados, pues, como más adelante se
comentará, estas experiencias pueden tener un carácter utilitarista, por lo
que, si los expertos navegan por esa vía, es natural que no encuentren
dificultades éticas en las mismas.
Pero al margen de ello, nos
parece que, son claras las dificultades bioéticas que este trabajo suscita. En
primer lugar, y esencialmente, por las dificultades éticas que van unidas a la
producción de quimeras humano-animales, dificultad que se puede resumir
afirmando que es difícil determinar qué grado de colonización con células
humanas alcanza el embrión quimérico producido, pues debido a ello, puede no
ser ético generar y manipular dichas quimeras, ni mucho menos destruirlas, al
existir la posibilidad de que dicha colonización se extienda más allá del
órgano que se quiere producir y pueda incluso llegar al cerebro, lo que sin
duda puede plantear problemas éticos difíciles de solventar.
En relación con ello, el
pasado mes de abril, la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina
norteamericana, emitió un informe en relación con las experiencias que estamos
comentando, en el que se afirma que las células humanas trasplantadas al
embrión animal podrían entrar en su cerebro y alterar su capacidad mental,
aunque también añaden, que esta preocupación puede ser discutible porque las
quimeras producidas no tienen aún el sistema nervioso constituido. Sin embargo,
a ello añadimos nosotros, que, si la finalidad principal de estas experiencias
es la de producir órganos para trasplantes, habrá que permitir que dicho embrión
se desarrolle hasta un animal adulto, para que sus órganos puedan ser
clínicamente útiles y naturalmente en ese momento su cerebro ya está
constituido, por lo que podría verse colonizado por un indeterminado número de
células humanas. Como afirma en el mismo artículo la experta en bioética de la
Universidad de Oxford, Katrien Devolder, si se
permite a las quimeras humano-mono desarrollarse hasta un animal adulto «la historia sería muy diferente».
En algunos de los trabajos
anteriores, los autores intentan solucionar este problema produciendo animales
transgénicos en los que se habría suprimido el gen generador del órgano que se
quiere producir, por lo que, en su opinión, solamente éste se colonizaría con
células humanas, sin que haya opción de que se colonizasen otros órganos, entre
ellos el cerebro, pero esto dista mucho de estar fehacientemente comprobado. De
todas formas, en el artículo que se está comentando, los monos utilizados no
habían sido genéticamente modificados, por lo que la colonización de células
humanas de distintos órganos permanece posible.
Por otro lado, además de
producir órganos humano-animales, otra finalidad de estas experiencias, según
sus autores, es poder estudiar las primeras etapas del desarrollo embrionario,
e incluso ser utilizadas para profundizar en el mayor conocimiento de algunas
enfermedades y en su tratamiento. Para conseguir esto, posiblemente sería
suficiente utilizar embriones de monos, cuyo uso no presenta ninguna dificultad
ética, pero si con estas experiencias se quiere acercar lo producido a lo
humano, creando las quimeras que se están comentando, dichas dificultades
éticas no parece que puedan obviarse.
En trabajos anteriores del
grupo de Izpisua se planteaba una dificultad bioética adicional, pues en ellos
se utilizaban embriones humanos, cosa que al parecer aquí se ha solventado,
pues las hEPSCs utilizadas proceden de humanos adultos.
Abundando en todo lo
anteriormente comentado sobre la valoración bioética del uso de quimeras
humano- animales, en un libro dedicado especialmente a este tema (David Albert
Jones. Chimera’s
Children. Ethical, Philosophical and Religious Perspectives on Human-Nonhuman
Experimentation. Edited by Calum MacKellar and David Albert Jones. London 2012), se
afirma que «las experiencias que combinan elementos
humanos y no humanos, determinan que las células utilizadas pueden afectar al
cerebro y a la capacidad reproductiva, o sea a aquellos órganos que inciden
particularmente en la identidad de la especie y en la unidad humana», resaltando
por tanto «el grave peligro de la producción de
híbridos humano-animales, pues ante ello nos encontramos ante un monstruo en el
sentido más amplio de la palabra, lo que es algo injusto de realizar».
Resumiendo, nos parece que,
estas experiencias, al no poder determinar el grado de colonización con células
humanas de los tejidos y órganos producidos, pueden no ser éticamente
aceptables.
De todas formas, los autores
de este trabajo, justifican la eticidad del mismo al afirmar que con su técnica
se pueden crear órganos que pueden ser utilizados en trasplantes clínicos. Dado
que en el momento actual existe una evidente carencia de órganos humanos para
trasplantes, la posibilidad que aquí se alumbra de crearlos podría pensarse que
es bióticamente aceptable. Sin embargo, esta fundamentación bioética se
sustenta en criterios que podrían considerarse utilitaristas, al hacer
prevalecer el fin del acto realizado sobre los medios que se utilizan para
conseguirlo, con lo que indudablemente no estamos de acuerdo, pues nuestra
línea de pensamiento coincide con la bioética personalista, según la cual debe
prevalecer el principio de prudencia cuando los medios utilizados en una
investigación no garantizan un escrupuloso respeto de la dignidad humana en
cualquiera de las fases evolutivas de un individuo, desde la fecundación hasta
la muerte natural. Las consecuencias impredecibles que
pueden derivarse de la producción de quimeras humano-animal no lo garantizan.
Juanjo Romero
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