Iba a escribir sobre
el Evangelio de mañana domingo, pero la actualidad, bastante “rabiosa” para que
se cumpla el tópico, se me ha apoderado. Y se lo dedico a los “ingenuos",
por decir algo que se puede decir sin que sea una ofensa. Supongo. Aunque vete
tú a saber…
Mucha gente de iglesia -a
todos los niveles y en todos sus carismas-, en el mismo CV II y desde su
cerrojazo en 1965, han jugado con fuego durante tanto tiempo que, no sólo han
acabado quemándose, sino que le están pegando fuego a todo el paisaje y a todo
el paisanaje. Lo hayan pretendido así o no, que de todo habrá, y hay. Pero no
más de esas dos posibilidades. Y lo están consiguiendo: las cenizas se ven y, en algunos lugares, los restos humean.
Los frutos ahí están: una
Iglesia desgarrada como no se conocía desde los intentos de la Reforma, en el
s. XVI. Intentos a los que la Iglesia Católica respondió firme y adecuadamente,
con un Concilio, el de Trento, que sigue estando vigente, legalmente vigente
aunque, en la práctica, el Concilio Vaticano II ha supuesto el fin de esa
Contrarreforma Católica; que, al menos en la Iglesia de entonces y en unos
cuantos países -España entre ellos-, paró en seco la “reforma
protestante". Vamos: la herejía protestante, para ser más técnicos y
ajustados a verdad.
Es cierto que a unos cuantos
-desde dentro de la Iglesia Católica- todavía les escuece el tema -¡que, a
estas alturas ya son ganas de rascarse!-; y están tratando de desmontarlo todo:
pegándole fuego al tinglado, como he dicho; porque, para toda esa panda, la
Iglesia Católica como tal debe desaparecer. Y ya se han convencido, tras más de
dos mil años, de que solo puede hacerse “desde
dentro".
¿Cómo se ha
llegado a esto en y desde el CV II? Se juntaron un cúmulo de “circunstancias” bien
“apañadas” que prendieron la chispa. No es
que saltaran chispas, que saltaron, sino que el fuego prendió primero
tímidamente, como si no fuese a prosperar; pero luego, poco a poco, la llama
fue tomando cuerpo y, a pesar de los cortafuegos de san Juan Pablo II y de
Benedicto XVI - por cierto: unos santazos-, hoy todo está que arde. Y tira a
base de bien, porque los vientos que corren ayudan: ¡van
a toda pastilla! De barbacoa, naturalmente.
Vamos a intentar explicarlo
aunque, como es natural, va a estar todo muy resumido: espero acertar con las cuestiones
más importantes; a mi modo de ver naturalmente, porque no tengo otros ojos.
En primer lugar, la Iglesia,
desde su Cabeza Visible, el papa Juan XXIII, quiso mirarse a sí misma: cómo se
veía a sí misma, y, en consecuencia, qué tenía que decirse a sú misma; a la
vez, quiso mirarse en el mundo: en lo que vino a llamarse “los signos de los tiempos", deslumbrada -no
Ella, sino los que manejaron los hilos y siguen manejándolos: ellos o sus “retoños"- por esos “signos":
la “ciencia” -los progresos técnicos-
y la “intelectualidad marxista” -sí: el
marxismo; que hay que tener tragaderas para llamar a eso intelectualidad y para
creerse intelectual aceptándolo: no digamos, “teólogo"-,
que parecían “comerse” todo lo que se
les pusiese por delante: el mismo mundo, amén de comerse las personas, las
sociedades, las culturas y hasta la misma Iglesia: las
“teologías de la liberación” y las “comunidades de base” no son otra cosa. Y
lo han conseguido allí donde han arraigado prácticamente la Iglesia Católica ha
desaparecido.
Estas fueron las “premisas” que alegó Juan XXIII para convocar el
Concilio -"no sin una inspiraciòn
interior", dirá en su Diario-; y
para Navidad, “todos a casa": ahí la
inspiración interior le salió rana, la verdad; para Navidad solo se había
acabado la Primera Sesión del CV II, además de estar acabándose la vida del
propio Papa, enfermo grave de cáncer de estómago, que no quiso operarse pues
estaban comenzando ya los trabajos inmediatos previos. Las premisas no
habían salido de él, seguramente, pero las asumió, venidas de gran parte de la
gente con la que se había rodeado.
Los frutos no se hicieron
esperar, pues el cardenal Montini, su sucesor, estaba “muy
bien” preparado para tomar el relevo en la cúpula romana estando, como
estaba, perfectamente imbuido de esas premisas -participó en su presentación,
discusión y aprobación, dentro y fuera del Concilio-, y otras más que irían
saliendo.
Así está, por ejemplo, casi
toda hispanoamérica, Brasil incluído y, además, como auténtico “signo": en menos de 40 años, la población católica
ha pasado del 96% a menos ya del 50%. Y siguen regodeándose y dándole
gloria a “dios” por ello; con una gran parte
de su Jerarquía tocando las campanas, no solo alegres, sino eufóricos. Helder
Cámara & Cía podría explicar muchas cosas si no fuese porque está gagá.
Pero ha escrito incluso un Diario, y
eso sí está ahí para el que lo quiera. Y sus manos derecha e izquierda también
se saben quiénes eran, y también han largado por extenso: ¡la progrez eclesial había ganado el CV II, y por
goleada! Así lo proclamaron ellos y toda la prensa, incluso la poca que
estaba en contra y alarmada.
Por cierto: lo de ese mirarse a sí misma me ha recordado lo de David,
cuando le entró no se sabe bien qué, y se planteó cuántos súbditos tenía; y
mandó hacer el censo de su reino. Y lo hizo. Y el Señor le dio una
colleja más que notable. Pues, tal cual. Y en la colleja estamos en la Iglesia
Católica. Merecidísima, por otro lado. ¡Deberíamos
aprender de la Historia, grande y pequeña, que enseña mucho: en especial,
a no tropezar en la misma piedra!
“Pastoralismo” fue la una de las grandes “visiones” del CV II: se quería un Concilio “pastoral” o “pastoralista".
¡Nada de declaraciones dogmática, por favor! ¡Qué
aburrimiento y qué atraso! La Iglesia debía ser una iglesia “moderna", libre de lastres que no la dejaban
ser lo que debería ser, que sintonizase con “los
signos de los tiempos” y con la gente del hoy, y que en lugar de ver al
mundo como enemigo del hombre -mundo, demonio y
carne: las tres concupiscencias clásicas-. lo elevase a la categoría de
interlocutor: más que válido, autorizadísimo. Al
fin y al cabo, ¿no había mandado Jesús a los suyos
al mundo?: Id por todo el
mundo…
El problema -la madre de todos
los problemas-, fue que, en lugar de sintonizar la Iglesia Católica, desde su
Jerarquía, su Teología y su Doctrina con los signos de los tiempos para “santificarlos” y ponerlos al servicio del hombre,
por ponerlos al servicio de Dios; y convertir de este modo el mundo en un “lugar teológico” por excelencia, que fuese para
todos los hombres de todos los tiempos el lugar del “primer
encuentro” de Dios con el hombre -y del hombre con Dios-, del primer
Amor, si se me permite la expresión, precisamente para “ganarnos”
el encuentro “eterno y definitivo” con
Él…, sucedió todo lo contrario: “los signos de los
tiempos” se convirtieron en la pauta por la que debía regirse la propia
Iglesia. Y en esto estamos ya; no solo a marchas forzadas -nunca mejor
denunciado-, sino en caída libre.
Pero “la
pastoral", sin la Teología y sin la Doctrina que le dan cancha, le
marcan el rumbo y la protegen de peligrosos “experimentos",
no llega a ningún sitio; o no llega a ningún sitio adecuado; y se
estampilla contra las rocas como un barco sin gobierno.
Y no lo digo yo, sino los
mismos “protagonistas” a los que les ha
estallado la bomba entre las manos; por ejemplo, los Obispos chilenos: “Hemos fallado en nuestro deber
de pastores”. Y no han sido los únicos en reconocerlo. Y habrá más
declaradas de estas, porque no hay otra forma de darle la vuelta al
asunto, ab interno de la Iglesia, que este reconocimiento: mea culpa.
Y desandar, claro, el camino. Contritos, si es posible, y eliminados los
componentes de la progrez eclesial; que, no son nada difíciles de detectar.
El fracaso de la pedagogía de
la religión en las mismas escuelas catoíicas; el fracaso de las catequesis a
todos los niveles; el fracaso en el acceso de los católicos a los distintos
Sacramentos, donde se les ha dejado sin criterios morales; el fracaso de las universidades
católicas para mantener el tipo “en católico";
el peso -nulo- de la Iglesia Católica -y de “los
católicos” a nivel personal- en las sociedades, en los Foros
Internacionales y en los Países -salvo con Juan Pablo II y con Benedicto XVI-;
todo eso y más marcan unos niveles tan desastrosos como dolorosos: el cierre de
tantas casas religiosas, el vacío de los seminarios, y la nulidad -espiritual y
apostólica- de tantas vidas sacerdotales y religiosas…, dan unos resultados tan
estremecedores como ciertos, y que no hay forma de tapar. Porque, no se enciende una luz para
ponerla debajo de un celemín.
Durante muchos años -durante
el mismo Concilio y después de él- en la Iglesia se nos ha vendido la “burra” de que la Doctrina no se tocaba. La misma
burra que se nos ha presentado últimamente con todas sus mataduras: “la Doctrina no se toca, se cambia la pastoral",
que fue y es un mantra adormecedor y engañador: “se
busca simplemente -pretendían explicar- comprender y acompañar al personal de
una forma más profunda, más humana, más cercana y más misericordiosa"…, sin
“torrarles” -ni mucho menos ofenderles
diciéndoles la verdad de siempre- con catecismos, pecados y demás.
Bueno: pues ¡ya se ha abierto el
melón; y se ha tocado la Doctrina de siempre! De hecho, “se
ha cambiado algún punto del Catecismo de la Iglesia Católica", por “inadmisible". El primero, sí. Claro que
siempre se empieza por uno: se le quita el “tapón” a
la botella y ya se puede beber y/o verter el contenido.
Los “ingenuos”
podrán argumentar que es un punto de segundo orden, y que además “la sensibilidad” de la cultura actual “lo exigía", etc., etc. Ya… Pero esto es
como el rascar, que “todo es empezar". Y
ya se ha empezado. Por cierto: a esto se le pilla
gusto enseguidita; especialmente desde el poder, o desde los contubernios.
Como en las series que están
tan de moda hoy, estamos en el cap. 1, de la T 1.
Habrá más capítulos y más
temporadas. Necesariamente. Porque la “pastoral", especialmente la desnortada, “necesita” credibilidad y honorabilidad para
salvar la cara. ¡Por eso precisamente necesita
cambiar muchas cosas de la Doctrina y de la Teología! ¡Y las va a cambiar para
poder seguir llamando “pastoral” a lo que ya no lo es! Lo otro, cambiar
la pastoral sin cambiar la Doctrina ha sido, y es, un trampantojo y un
engañabobos: la gran mentira.
Es exactamente lo mismo
-calcadito- de lo que ha sucedido con las “leyes” y
la “legalidad” en el mundo de la política y
de la democracia. Y, si se quiere una iglesia “democrática",
hay que acabar con la que hay/había: que no lo es, porque no lo puede
ser.
Lo que va saliendo es ya otra
cosa. O está a punto de serlo.
Amén.
José Luis
Aberasturi
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