Aunque las
distracciones siempre lleguen a tu puerta y te hagan perder por un momento la
concentración en tu oración, no decaigas.
Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: ConMasGracia.org
En muchas ocasiones me ha pasado que cuando
estoy haciendo oración me distraigo mucho, mi mente comienza a pensar en otras
cosas y dejo de prestarle atención a lo que estoy haciendo en ese momento.
Incluso, he pensado que es mejor no seguir y abandonar la oración. ¿Te ha pasado? ¿Qué debemos
hacer? Vamos a ver.
Primero habrá que distinguir si nuestras distracciones son voluntarias o involuntarias.
Las últimas llegan solas, nacen en nuestra mente en cualquier momento; ya sea
cuando hacemos oración, al rezar el rosario o al participar de la Eucaristía.
Éstas no se pueden evitar y experimentarlas no significa pecar. Por otro lado,
las voluntarias, son aquellas a las que nosotros les abrimos las puertas,
queremos experimentarlas y las buscamos. No llegan por sí solas y como tal sí
nos apartan de Dios, por lo que llevan consigo una falta.
La
Iglesia, a través del Catecismo en el número 2729, nos comparte algunos
consejos para poder combatir nuestras distracciones:
1.-NO
LAS PERSIGAS: Dice
textual: “Dedicarse a
perseguir las distracciones es caer en sus redes”. Si nos proponemos
analizar el porqué de su presencia y profundizamos más y más en su origen, sin
darnos cuenta habremos caído en la trampa, pues nuestra mente terminará por
centrarse totalmente en la distracción y no en Dios.
2.-VUELVE
A TU ORACIÓN: Si
caímos presas de la distracción será
suficiente con re direccionar nuestra mente y nuestro corazón a nuestra
oración, a ese momento de encuentro con el Señor.
El artículo que citamos del Catecismo también
dice: “La distracción descubre al que ora
aquello a lo que su corazón está apegado”.
Será bueno entonces preguntarnos, cuando hacemos oración, ¿la hacemos con el
corazón y la mente puestos en el Señor o sólo tenemos la mente más no el
corazón? Podemos caer en el error
de que nuestra oración sea solamente repetir y repetir palabras como si fuera
un monólogo aprendido. Debemos también reconocer que en muchas ocasiones damos más importancia a las cosas del mundo
que a las de Dios.
Propongámonos fortalecer nuestro amor por Dios,
que se encuentre libre de toda preocupación o pensamiento que pueda apartarnos
del encuentro con Él. Antes de comenzar
a orar, pidamos con humildad que nos ayude a centrarnos en su presencia con la
mente y el corazón. Con nuestras propias palabras, las palabras del
alma.
San Alfonso María de Ligorio escribe que “si tienes
muchas distracciones durante la oración, puede ser que al diablo le moleste
mucho esa oración”, y ya lo creo, pues la intención del enemigo
es que nuestro encuentro con el Señor no se lleve a cabo, que por las
distracciones y pendientes del mundo nos olvidemos de nutrir nuestra alma de
Dios.
San Juan XXIII decía: “el peor rosario es el que no se reza”. Aunque las distracciones siempre lleguen a tu
puerta y te hagan perder por un momento la concentración en tu oración, no
decaigas, vuelve a comenzar tu diálogo y aprovéchalas. Si quizás te distraes por alguna situación de dolor o tristeza que estás
viviendo, pídele con mayor intención al Señor, que te haga experimentar la paz
que tu corazón necesita.
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