jueves, 12 de julio de 2018

LA BELLA HISTORIA DE AMOR DE LUIS Y CELIA MARTIN, PADRES DE SANTA TERESA DE LISIEUX



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Los santos Luis y Celia Martin, padres de Santa Teresa de Lisieux, tienen una bella historia de amor marcada por la confianza en Dios, una intensa vida de piedad y la cruz.
Ambos fueron canonizados el 18 de octubre de 2015, convirtiéndose en el primer matrimonio cuyos cónyuges son declarados santos en la misma fecha. Su fiesta se celebra hoy 12 de julio, día de su aniversario de bodas.
Aquí presentamos su historia, la cual esperamos sea una inspiración para que más matrimonios sean santos.
Luis nació el 22 de agosto de 1823 en Burdeos (Francia), y Celia vino al mundo ocho años después. Ambos crecieron en el seno de familias militares y católicas.
Según indica la biografía publicada por la Santa Sede, el padre de Luis, Pierre-François Martin, era capitán del ejército francés. Por ello el futuro santo y sus cuatro hermanos gozaron de los beneficios de quienes eran hijos de militares.
Luego que el padre se jubiló, la familia se mudó a Alençon en 1831. Allí Luis estudió con los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Al culminar su formación aprendió el oficio de relojero en varias ciudades de Francia.
Los padres de Celia Guérin fueron exigentes, autoritarios y rudos. En una de sus cartas a su hermano Isidore, describió que su madre era “demasiado severa; era muy buena pero no sabía darme cariño, así que sufrí mucho”. También afirmó que su infancia y juventud fueron “tristes como una mortaja”.
En su biografía, la Santa Sede señaló que Celia era “inteligente y comunicativa por naturaleza” y que su hermana Marie Louise fue como una segunda madre.
La familia de Celia también se trasladó a Alençon tras la jubilación del padre, aunque en 1844. Los Guérin atravesaron por muchas dificultades económicas, especialmente porque el mal carácter de la madre afectaba el desarrollo de sus negocios.
La santa ingresó al internado de las religiosas de la Adoración Perpetua donde aprendió a confeccionar el punto de Alençon, uno de los encajes más famosos de la época, y para especializarse entró en la “Ecole dentellière”. Con su trabajo, Celia contribuyó a la economía familiar.
Tanto Luis como Celia sintieron durante su juventud el deseo de consagrarse a Dios a través de la vida religiosa.
Cuando tenía 22 años, él pidió ser admitido en el monasterio del Gran San Bernardo, pero fue rechazado porque no sabía latín. Por su parte, Celia quiso ingresar a la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, pero tampoco fue aceptada. Dios tenía otros planes para ellos.
Años más tarde, Luis abrió una relojería y Celia un taller de encaje.
La Santa Sede indica que a Luis le gustaba ir de pesca y jugar billar con sus amigos. Era muy apreciado por “sus cualidades poco comunes” e incluso le ofrecieron la oportunidad de casarse con una joven de alta sociedad, pero él se negó.
Luis y Celia se cruzaron por primera vez en abril de 1858 en el puente San Leonardo. Ella quedó impresionada por ese “joven de noble fisonomía, semblante reservado y dignos modales”, y sintió que una voz interior le decía que ese era su futuro esposo.
Se enamoraron y se casaron en la noche entre el 12 y 13 de julio de ese mismo año. La boda civil se celebró en el municipio de Alençon a las 10:00 p.m. del día 12 y la religiosa a la medianoche, como era costumbre en ese tiempo, en la iglesia de Nuestra Señora.
Las cartas de Celia reflejan el amor que sentía por Luis: “Tu mujer que te ama más que a su vida” y “Te abrazo tanto como te amo”.
Ambos llevaron una intensa vida espiritual compuesta por la Misa diaria, la oración personal y comunitaria, la confesión frecuente y la participación en las actividades parroquiales.
Tuvieron nueve hijos, de los cuales sobrevivieron cinco niñas: Paulina, María, Leonia, Celina y Teresa. A todas les transmitieron el amor a Dios y al prójimo. Además, sus negocios no fueron impedimento para que pasaran tiempo de calidad con ellas.
“Amo a los niños con locura, he nacido para tenerlo”, expresó Celia en una de sus cartas.
En su libro “Historia de un alma”, Santa Teresa de Lisieux escribió lo siguiente sobre los momentos que compartían juntos: “¡Qué alegres eran esas fiestas de familia!”.
Sin embargo, cuando tenía 45 años, Celia se enteró que tenía un tumor en el pecho. “Si Dios quiere curarme, estaré muy contenta pues, en el fondo de mi corazón, deseo vivir; lo que me cuesta es dejar a mi marido y a mis hijas. Pero, por otra parte, me digo: si no me curo es que, quizá, será más útil que yo me vaya”, escribió en una carta.
La santa vivió esta enfermedad con firme esperanza cristiana hasta que falleció el 28 agosto de 1877 rodeada de su esposo y su hermano Isidore.
Luis se trasladó a Lisieux, donde vivía Isidore, y la tía Celina lo ayudó a cuidar de sus cinco hijas. Años más tarde, todas se hicieron religiosas, cuatro en el Carmelo y una en la Visitación.
Su mayor sacrificio fue separarse de Teresa, a quien llamaba “su reinecita”, y que ingresó a la vida religiosa a los 15 años.
Luis contrajo una enfermedad que lo fue mermando hasta perder sus facultades mentales. Fue internado en el sanatorio del Buen Salvador en Caen.
Durante los períodos de alivio se ofreció como víctima de holocausto a Dios, hasta que murió el 29 de julio de 1894.
Su hija Teresa fue proclamada santa el 17 de mayo de 1925 por el Papa Pío XI. Luis y Celia fueron canonizados el 18 de octubre de 2015 por el Papa Francisco durante el Sínodo de la Familia.
POR MARÍA XIMENA RONDÓN | ACI Prensa

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