A comienzos de 2017, el papa Francisco nombró una comisión de estudios a
fin de preparar el quincuagésimo aniversario de la encíclica Humanae vitae (25 de julio de 2018).
La existencia de dicha comisión secreta fue
revelada hace varios meses por dos publicaciones católicas, Stilum curiae y Corrispondenza romana.
La comisión, dirigida por monseñor Gilfredo Marengo, tiene por objeto
buscar en los Archivos Vaticanos la documentación relativa a los trabajos
preparatorios de la redacción de Humanae
vitae, que se iniciaron mientras se celebraba el
Concilio y culminaron algún tiempo después.
Primicia de la labor de la comisión es el libro de monseñor
Marengo La nascita di un’Enciclica.
Humanae Vitae alla luce degli Archivi Vaticani, publicado por la Libreria Editrice Vaticana.
Al que tal vez sigan otras publicaciones, y es de suponer que otros documentos
le serán presentados, en privado, al papa Francisco.
Desde el punto de vista historiográfico, el libro de monseñor Marengo
resulta decepcionante. A mi juicio, el mejor libre sobre la génesis y las
consecuencias de Humanae vitae, en el contexto de la revolución anticonceptiva,
sigue siendo el de Renzo Puzzetti I
veleni della contraccezione (Edizioni
Studio Domenicano, Bolonia 2013).
Ahora bien, el estudio de monseñor Marengo contiene algunas novedades.
La más relevante es la reproducción del texto integral de una encíclica, De nascendi prolis (pp. 215-238) que, tras cinco
años de frenética labor, aprobó Pablo VI el 9 de mayo de 1968,
fijando la fecha de su promulgación para la festividad de la Ascensión (23 de
mayo).
La
encíclica, a la que monseñor Marengo califica de «rigurosa
definición de doctrina moral», ya se había publicado en latín, cuando de
pronto sucedió algo inesperado: los dos traductores franceses, monseñor Jacques
Martin y monseñor Paul Poupard, expresaron graves reservas por el enfoque
excesivamente «tradicional» del documento. Impresionado por las críticas,
Pablo VI se ocupó personalmente en efectuar numerosas modificaciones en el
texto. Ante todo le cambió el tono pastoral, que se volvió más abierto a las
exigencias culturales y sociales del mundo contemporáneo.
Dos meses después, De nascenci prolis se había transformado en la Humanae vitae. El Papa se
ocupó de que «fuese recibida del modo menos problemático posible» (p.121), no
sólo expresando de modo diferente el lenguaje, sino devaluando además su
carácter dogmático (p.103).
Monseñor Marengo recuerda que Pablo VI no aceptó la invitación que le
había hecho llegar el cardenal de Cracovia, Karol Wojtyła, de publicar una
«instrucción pastoral, para reiterar sin ambigüedades la autoridad doctrinal de
la Humanae Vitae ante la oleada de críticas de que fue
objeto» (p. 128).
El objetivo, o al menos la consecuencia, del libro de monseñor Marengo
parecer ser relativizar la encíclica de Pablo VI, que aparece como una fase más
de un complejo itinerario histórico que no concluye con la publicación de Humanae vitae ni
con la subsiguiente polémica. No es posible «decir
la última palabra y cerrar, si se diera el caso, un debate que se arrastra
desde hace décadas» (p.11).
Apoyados en la reconstrucción histórica de monseñor Marengo, los nuevos
teólogos que se apoyan en Amoris laetitia dirán que las enseñanzas de Humanae vitae no
han cambiado, pero hay que entenderlas en su conjunto, sin limitarse a la
condena del control de natalidad, que no es sino uno de sus diversos aspectos.
La pastoralidad –añadirán– es el criterio para interpretar un documento que nos
recuerda la doctrina de la Iglesia sobre la regulación de nacimientos. Se
trata, a fin de cuentas, de entender Humanae
vitae a la luz de Amoris laetitia.
Humanae vitae fue una
encíclica atormentada (así la calíficó Pablo VI), y sin duda alguna valiente.
La esencia de la revolución sesentayochista se condensaba en el lema prohibido prohibir, que expresaba
el rechazo de toda autoridad y ley en nombre de la liberación de los instintos
y deseos.
Al reiterar la condena del aborto y la anticoncepción, Humanae vitae recordaba
que no todo está permitido, que existen una ley natural y una autoridad suprema
–la Iglesia– que tiene el derecho y el deber de custodiarla. Con todo, Humanae vitae no
fue una encíclica profética. Lo habría sido si a los falsos profetas del
neomaltusianismo se les hubiera respondido con las palabras divinas «creced
y multiplicaos» (Gén.1,28; 9,27).
Cosa que no hizo, porque Pablo VI, por temor a contrariar al mundo,
aceptó el mito de la explosión demográfica en 1968 por el libro de Paul
Ehrlich La explosión demográfica. En 2017, el propio Ehrlich fue invitado por por
monseñor Marcelo Sánchez Sorondo a recalcar sus teorías
sobre la superpoblación en el congreso organizado por la Pontificia Academia de
las Ciencias sobre el tema Extincióne biológica: cómo salvar al mundo
natural del que dependemos (27 de febrero-1 de marzo de 2017).
En dicho libro, el autor exponía el catástrofico futuro que aguardaba a
los habitantes de la Tierra si no tomaban medidas para contener el aumento de
población. Lo que la encíclica acertadamente condena es la regulación artificial
de nacimientos, pero sin refutar el nuevo dogma de que es
necesario reducir la natalidad. Humanae vitae sustituyó
a la Divina Providencia, que hasta ese momento había regulado los nacimientos
en las familias cristianas, por el cálculo humano de una paternidad responsable.
El Magisterio de la Iglesia afirma, sin embargo, de manera dogmática,
que el control de natalidad no es objeto de condena solamente por ser un método
en sí innatural, sino también porque se opone diametralmente al fin primario del
matrimonio, que es la procreación. Si no se declara que el fin procreativo
tiene precedencia sobre el unitivo, se podrá sostener la tesis de que la
anticoncepción puede ser lícita cuando perjudica la intima communitas de
los cónyuges.
Juan Pablo II reiteró enérgicamente las enseñanzas de Humanae vitae, pero el
concepto de amor conyugal que se difundió durante su pontificado ha dado origen
a numerosos equívocos. A quien desee estudiar este aspecto lo remito a las
oportunas observaciones del P. Pietro Leone, pseudónimo de un excelente teólogo
contemporáneo, en su libro La familia sotto attacco, Solfanelli 2017.
Por culpa de un concepto engañoso de los fines del matrimonio, en los
últimos cincuenta años se han olvidado las enseñanzas pontificias y se han extendido
ampliamente entre los católicos la anticoncepción, el aborto, la convivencia
prematrimonial y la homosexualidad. La exhortación postsinodal Amoris laetitia supone
la culminación de un itinerario iniciado hace mucho tiempo.
Repitiendo casi textualmente las palabras pronunciadas el 29 de octubre
de 1994 en el Concilio por el cardenal Leo-Joseph Suenens, «Es posible que hayamos hecho tanto hincapié en la
exhortación de las Escrituras “Creced y multiplicaos” que hayamos eclipsado la
otra frase que dijo Dios: “Los dos serán una sola carne”», el papa Francisco ha
afirmado en Amoris latitia: «Con
frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su fin unitivo, el
llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó opacado por un
acento casi excluyente en el deber de la procreación» (nº 36).
Invirtiendo esta
frase, podríamos decir que en las últimas décadas se ha puesto casi
exclusivamente el acento en la expresión bíblica «serán los dos una sola
carne» hasta el punto de dejar eclipsadas las divinas palabras «creced y
multiplicaos». Estas palabras, preñadas de sentido, deberían también servirnos
de punto de partida para un renacimiento no sólo demográfico, sino espiritual y
moral, de Europa y el Occidente cristiano.
(Traducido por Bruno de la Inmaculada/Adelante la Fe)
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