El Papa Francisco reflexionó sobre el Credo y la Oración de los fieles
en la Audiencia General de este miércoles 14 de febrero, en la que recordó que “todo es posible para el que pide con fe”, y animó
a aquellos que no tienen una fe suficientemente fuerte a perseverar en la
oración con esta fórmula: “Creo, Señor. Pero
aumenta mi poca fe”.
“Recordemos, de hecho, cuanto nos ha dicho el Señor
Jesús: ‘Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo
que queráis y será concedido’”.
A continuación, el texto completo de la catequesis
del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Buenos días, aunque el día no sea muy bueno. Pero si el alma está
contenta el día es siempre bueno. Así que ¡buenos días! Hoy la audiencia se
hará en dos sitios: un pequeño grupo de enfermos está en el Aula, a causa del
mal tiempo y nosotros estamos aquí. Pero ellos nos ven y nosotros los vemos en
la pantalla gigante. Los saludamos con un aplauso.
Continuamos con la catequesis sobre la misa. La escucha de las lecturas
bíblicas, que se prolonga en la homilía, ¿a qué responde? Responde a un
derecho: el derecho espiritual del pueblo de Dios a recibir abundantemente el
tesoro de la Palabra de Dios (véase la Introducción al Leccionario, 45). Cada
uno de nosotros cuando va a misa tiene el derecho de recibir con abundancia la
Palabra de Dios, bien leída, bien dicha y luego, bien explicada en la homilía.
¡Es un derecho! Y cuando la Palabra de Dios no se lee bien, no se predica con
fervor por el diácono, por el sacerdote o por el obispo se falta a un derecho
de los fieles.
Nosotros tenemos el derecho de escuchar la Palabra de Dios. El Señor
habla para todos, pastores y fieles. Llama al corazón de los que participan en
la misa, cada uno en su condición de vida, edad, situación. El Señor consuela,
llama, despierta brotes de vida nueva y reconciliada. Y esto, por medio de su
Palabra. Su Palabra llama al corazón y cambia los corazones.
Por lo tanto, después de la homilía, un tiempo de silencio permite que
la semilla recibida se sedimente en el alma, para que nazcan propósitos de
adhesión a lo que el Espíritu ha sugerido a cada uno. El silencio después de la
homilía. Hay que guardar un hermoso silencio y cada uno tiene que pensar en lo
que ha escuchado.
Después de este silencio, ¿cómo continúa la misa? La respuesta personal
de fe se injerta en la profesión de fe de la Iglesia, expresada en el "Credo". Todos nosotros rezamos el Credo
en la misa. Rezado por toda la asamblea, el Símbolo manifiesta la respuesta
común a lo que se ha escuchado en la Palabra de Dios (véase Catecismo de la
Iglesia Católica, 185-197).
Hay un nexo vital entre la escucha y la fe. Están unidos. Esta, -la
fe- efectivamente, no nace de las fantasías de mentes humanas, sino que,
como recuerda San Pablo, "viene de la
predicación y la predicación por la Palabra de Cristo" (Rom.
10:17). La fe se alimenta, por lo tanto, de la escucha y conduce al Sacramento.
Por lo tanto, el rezo del “Credo “hace que
la asamblea litúrgica “recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de
la fe, antes de comenzar su celebración en la Eucaristía. "
(Instrucción General del Misal Romano, 67). El Símbolo de fe vincula la
Eucaristía al Bautismo recibido "en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", y nos recuerda que los
sacramentos son comprensibles a la luz de la fe de la Iglesia.
La respuesta a la Palabra de Dios recibida con fe se expresa a
continuación, en la súplica común, llamada Oración universal, porque abraza las
necesidades de la Iglesia y del mundo (ver IGMR, 69-71; Introducción al Leccionario,
30-31). También se llama Oración de los Fieles.
Los Padres del Vaticano II quisieron restaurar esta oración después del
Evangelio y de la homilía, especialmente los domingos y días festivos, para que
"con la participación del pueblo se hagan
súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren
cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero."(Const.
Sacrosanctum Concilium, 53, ver 1 Tim 2: 1-2).
Por lo tanto, bajo la dirección del sacerdote que introduce y concluye, "el pueblo ejercitando el oficio de su sacerdocio
bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de todos." (IGMR,
69). Y después de las intenciones individuales, propuestas por el diácono o por
un lector, la asamblea une su voz invocando: "Escúchanos,
Señor".
Recordemos, en efecto, lo que el Señor Jesús nos dijo: "Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en
vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis" (Jn. 15, 7). “Pero nosotros no creemos en esto porque tenemos poca
fe”. Pero si tuviéramos una fe –dice Jesús- como un grano de mostaza,
habríamos recibido todo. “Pedid lo que queráis y se
os dará”.
Y, este momento de la oración universal, después del Credo, es el
momento de pedir al Señor las cosas más importantes en la misa, las cosas que
necesitamos, lo que queremos. “Se os dará”; de
una forma o de otra, pero “se os dará”. “Todo es
posible para el que cree”, ha dicho el Señor. ¿Qué respondió el
hombre al que el Señor se dirigió para decir esta frase: “Todo es posible para el que cree”? Dijo: “Creo, Señor.
Ayuda a mi poca fe”. Y la oración hay que hacerla con este espíritu de
fe. “Creo, Señor, ayuda a mi poca fe”.
Las pretensiones de la lógica mundana, en cambio, no despegan hacia el
Cielo, así como permanecen sin respuesta las peticiones autorreferenciales
(véase St. 4,2-3). Las intenciones por las cuales los fieles son invitados a
rezar deben dar voz a las necesidades concretas de la comunidad eclesial y del
mundo, evitando el uso de fórmulas convencionales y miopes. La oración "universal", que concluye la liturgia de
la Palabra, nos exhorta a hacer nuestra la mirada de Dios, que cuida de todos
sus hijos.
Redacción ACI
Prensa
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