Preparándonos espiritualmente para vivir este
tiempo de Cuaresma, unidos a toda la Iglesia, queremos compartir en
este post con nuestros lectores el Capítulo XLIX de la Regla de San Benito
dedicado a cómo vivir este tiempo Litúrgico.
A pesar de que las indicaciones de San Benito están orientadas, como es
lógico, a quienes profesan la vida monástica bajo la conducción de un Abad, los principios espirituales presentes en
los escritos del santo Patrono de Europa son impregnados de una tal sabiduría
sobrenatural, que los hacen válidos para cualquier vocación, y valiosos en
contextos de vida muy diversos. He aquí el texto de la Santa Regla (siendo
nuestros los destacados, para facilitar la lectura).
Capítulo XLIX
LA OBSERVANCIA DE LA
CUARESMA
Aunque la vida del monje debería tener en todo tiempo una observancia
cuaresmal, sin
embargo, como son pocos los que tienen semejante fortaleza, los exhortamos a
que en estos días de Cuaresma guarden su vida con suma pureza, y a que borren también en estos días santos todas las
negligencias de otros tiempos. Lo cual haremos convenientemente, si nos
apartamos de todo vicio y nos entregamos a la oración con lágrimas, a la
lectura, a la compunción del corazón y a la abstinencia.
Por eso, añadamos en estos días algo a la tarea
habitual de nuestro servicio, como oraciones particulares o abstinencia
de comida y bebida, de modo que cada uno, con
gozo del Espíritu Santo, ofrezca voluntariamente a Dios algo sobre la medida
establecida, esto es, que prive a
su cuerpo de algo de alimento, de bebida, de sueño, de conversación y de
bromas, y espere la Pascua con la alegría del deseo espiritual.
Lo que cada uno ofrece propóngaselo a su abad, y hágalo con su oración y
consentimiento, porque lo
que se hace sin permiso del padre espiritual, hay que considerarlo más como
presunción y vanagloria que como algo meritorio. Así, pues, todas las cosas hay que hacerlas con la aprobación del
abad.
Si San Benito quiere que la vida del monje sea una perpetua cuaresma, no es tanto porque él piense
que su santificación pasa por un ayuno riguroso permanente, sino porque las
disposiciones interiores que constituyen el camino cuaresmal, como son la
conversión, la compunción interior y la purificación del pecado, no pueden dejar de estar presentes en la vida de un
monje, ni de cualquier persona que aspire sinceramente a la unión plena con
Dios. Sin embargo, como tal
virtud es de pocos, la Iglesia instituye este
tiempo de misericordia, para
guardar nuestra vida con pureza y corregirnos de los vicios de todas las demás
épocas. Es un tiempo propicio para mirar nuestras vidas con sinceridad en la
presencia de Dios, y discernir qué aspectos de nuestra vida, en la actualidad,
constituyen un obstáculo a la acción de la gracia.
“Añadamos en
estos días algo a la tarea habitual de nuestro servicio… con gozo del Espíritu
Santo”. Este ofrecimiento será tanto más fecundo cuanto más contradiga nuestros
apegos interiores y nuestras resistencias a la gracia, que son la causa de nuestro
lento avance espiritual. En el contexto de la vida monástica, estos
ofrecimientos voluntarios con los que queremos agradar a Dios durante la
cuaresma no tendrán ningún valor fuera de la obediencia al Abad. Este principio
será válido también para los laicos que puedan confiarse a un director
espiritual o confesor, pues la peste de la propia voluntad, aún cuando se
revista de un ropaje de virtud, será siempre el mayor de los peligros.
Schola Veritatis
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