El que es coherente
es el dicho Chiodi, quien después de afirmar que es una tarea imposible
interpretar Humanae vitae a la luz de Amoris laetitia, pasa inmediatamente a
hacerlo. Quizá en la nueva moral (que es vieja, pues ya fue condenada por Juan
Pablo II en Veritatis splendor) «imposible» quiera decir «posible», o incluso
«facilísimo».
En diversos medios han sido
publicadas algunas afirmaciones realizadas por el P. Maurizio Chiodi, teólogo
moralista italiano, en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, dirigida
por los jesuitas. El título de su conferencia es más que sugestivo:
«Relectura de Humanae vitae (1968) a la luz de Amoris
laetitia (2016)». Es que este año 2018 se cumplen
los 50 años de la encíclica de Pablo VI sobre la moral conyugal y se afilan las
espadas y se cargan los cañones para intentar dejarla hecha jirones. Porque hay
muchas personas interesadas en cambiar radicalmente la doctrina moral de la
Iglesia. Es decir, en armonizar los papeles –que todavía contienen la enseñanza
de la Iglesia– con lo que ya llevan a la práctica. Porque muchos sacerdotes y
obispos, de la doctrina moral de la Iglesia hacen tanto caso como los perros de
mi barrio con los carteles de «prohibido pisar el
césped». Lo dicen ellos. No los perros; los obispos y sacerdotes. Aunque
la moda hoy en día consiste en decir que está muy bien lo que enseñó Pablo VI o
Juan Pablo II –y les dan las gracias por tan importante labor– pero que hay que
hacer lo contrario; o que Amoris laetitia hay que leerla como pura doctrina de santo
Tomás de Aquino, pero después le hacen decir a aquella lo contrario de cuanto
enseñaba el Aquinate (o cambian este último, según el punto de vista, o lo que
hayan desayunado esa mañana). De hecho a esto suena su afirmación de Chiodi, de
que Humanae vitae ocupa «un lugar
muy importante» en el «desarrollo histórico» del magisterio de la Iglesia sobre
el matrimonio, aunque su enseñanza se haya convertido en un «tema simbólico». Se
parecen a las alabanzas del jefe del partido revolucionario cuando llamaba a
alguno para agradecerle sus imponderables contribuciones al movimiento… porque
no quería dejar de felicitarlo antes de hacerlo fusilar. Estas cortesías a los
documentos del magisterio anterior tienen, en algunos autores, el sabor de las
lisonjas que se hacen a los rivales el día de su funeral. Total, para lo que le
van a servir cuatro metros bajo tierra. Y del mismo modo las enseñanzas de
Pablo VI sobre moral sexual conyugal, que le costaron amarguras y lágrimas y
supongo que le acortaron en parte la vida, ahora tienen un valor simbólico.
Es una pena que los muertos se aparezcan tan poco; digo, para patear a los
necios que les toman el pelo.
El que es coherente es el
dicho Chiodi, quien después de afirmar que es una tarea imposible
interpretar Humanae vitae a
la luz de Amoris laetitia, pasa
inmediatamente a hacerlo. Quizá en la nueva moral (que es vieja, pues ya fue
condenada por Juan Pablo II en Veritatis
splendor) «imposible» quiera
decir «posible», o incluso «facilísimo». Todo depende de la conciencia, que
hoy la que está de moda es la «creadora» de
la verdad, que condenó Juan Pablo II, pero ha terminado por mandar,
especialmente desde el momento en que, tras algunos discursos del Papa
Francisco citando a san Ignacio, se dieron cuenta que podían bautizarla con el
nombre de «discernimiento». Lo importante es
«discernir». Y al pobre san Ignacio, de
quien tomaba el Papa el famoso discernimiento
ignaciano, lo mandan al frente haciéndole decir lo contrario de lo
que pensaba (¡para lo que les importa la fidelidad al cónyuge o a la Iglesia,
imaginemos lo que valdrá ser fieles a una palabra!), abriendo camino para dar,
primero, sacramentos de vivos (eucaristía, dado el caso) a los muertos
(adúlteros activos, sin arrepentir y con planes de reincidir cualquiera de
estas noches); y ahora, como hace Chiodi, para exigir anticoncepción artificial
como condición para no ser multados de paternidad irresponsable. Sí; «exigir». Si es que son del mentado Chiodi estas
palabras que citan de su conferencia: «Hay
circunstancias, me refiero a Amoris laetitia, capítulo 8, que
precisamente por el bien de la responsabilidad, requierenanticoncepción».
Pobre Pablo VI. Pobre Juan Pablo II. Pobre Iglesia. Pobres confesores. Ahora
vamos a tener que preguntar en nuestros exámenes de conciencia a los fieles
casados si han cumplido con el sagrado deber de tomarse la píldora de la
responsabilidad. Y me animo a pensar que si no lo han hecho, los Chiodis y
compinches no nos van a aconsejar misericordia. Todo tiene un límite. Si somos
moralistas habrá que ponerse firmes en algo, al menos en exigir preservativos o
píldoras.
Yo conozco un par de candidatos
que deberían tomarse un frasco. Aunque no son casados, ni tienen riesgos de
tener hijos (al menos en lo espiritual son estériles). Estos a los que me
refiero procrean macaneo, confusión, ropa vieja ya refutada y condenada,
gnosticismo apolillado. Un poco de paternidad responsable –en el sentido
progresista de evitar la paternidad– sobre tanta gansada como esta gente da a
luz sin cansarse (estos sí que son conejos) nos vendría muy bien a todos. No
digamos que san Pablo no nos avisó: «Has de saber
que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles, porque habrá hombres…
que con una apariencia de piedad están en realidad lejos de ella. Guárdate de
esos» (2 Timoteo 3,1-2 y 5). Algunos dan conferencias en la Gregoriana.
Esto último no es de san Pablo.
P. Miguel Ángel
Fuentes, IVE
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