UN ESTREMECIMIENTO.— No parece haber consenso
filosófico-teológico en torno a qué es
exactamente la secularización. ¿Materialismo, hedonismo,
despreocupación por lo religioso, tecnocracia, valores mundanos necesariamente
autónomos…?
Lo que está claro es que
avanza, y que no es algo bueno. Estuvo de moda, en el posconcilio, creer que
sería algo benéfico, que tal locura hegeliana sería una renovación. —Y digo hegeliana, porque para Hegel la mundanización es algo bueno, diríase que deducido del cristianismo, que da al mundo lo
que es del mundo y a Dios lo que es Dios. Como para Nietzsche, para el que la
secularización es como el avance del desierto, una nada cuya cercanía vitoreaba con júbilo. Si
bien no en cuanto humanización
cristiana, sino en cuanto superhumanización
del nihilismo.
—Para los buenos católicos, sin embargo, la
secularización no puede ser algo bueno; porque, como certeramente dice
el P. José María Iraburu:
«No debe, pues,
extrañar que los cristianos formados en la Biblia y la Tradición patrística y
espiritual sientan un estremecimiento cuando la teología de la secularización
pone la renovación de la Iglesia, de la vida cristiana, de sacerdotes y
religiosos, en clave de secularización» (Sacralidad y secularización, Gratis date, Pamplona 2005, p. 8)
Los buenos cristianos no
pueden querer que avance el desierto, porque saben que donde no hay botánicas
abundan los demonios.
UN CLIMA DE MIL
DEMONIOS.— San Juan
Pablo II entiende el proceso secularizador como accion del maligno, y en este
sentido se refiere a «aquellas sociedades donde
prevalece el clima de secularización, con el que el espíritu de este mundo
obstaculiza la acción del Espíritu Santo» (A los presidentes de las
conferencias episcopales de Europa, 1-12-1992).
—Por extensión, donde proliferan las herejías, los cismas, las
sectas, los poleiteísmos axiológicos, los gnosticismos, las idolatrías y los
sincretismos, aumenta la influencia de los demonios, se levantan muros de
superstición contra la fe y la razón, avanza la secularización. La nada de mala arena
va comiendo terreno precioso al huerto humano y divino de Dios, que es su
misma Iglesia.
DONDE EMPIEZA EL DESIERTO.— En el siglo XIV comenzó a
crecer el desierto, porque comenzó a avanzar la vía
moderna, esto es el nominalismo. Luego se bifurcó en dos bandos, uno
la Reforma, otro el humanismo del Renacimiento. Como bestia bifronte no paró de
engordar hasta el Iluminismo, en que volviose brutal e inhumana. Es la
modernidad, moderna y contemporánea y posmoderna. La modernidad. ¿Será que la secularización
es la modernización? ¿Será que una
sociedad se seculariza si se vuelve moderna?
—Creemos que sí. Que el desierto comenzó a crecer, y continuó
creciendo, a medida que el “derecho” humano
moderno por excelencia, es decir el Principio de Autodeterminación o
libertad negativa, salió del huevo y comenzó a crecer. Y a medida que se
desarrollaba más hambre tenía, y más espacio devoraba a la Cristiandad.
DESCATOLIZANDO… HASTA
EL PUNTO CERO.— Bien vale
aclarar que el monstruo no es monstruo sino por
oposición. En general, la secularización no impide creer en Dios. Lo
que impide es creer en Dios tal y como enseña la
Iglesia católica. La secularización no impide tampoco que se le
rinda culto, o se reconozca privadamente su soberanía; lo que no consiente es
que se le rinda culto y se le tribute realeza de forma pública. Mientras el Vencedor del príncipe de este siglo
permanezca oculto, reinando en los corazones nada más, —piensa el
Leviatán— no habrá problema alguno.
—Por eso la secularización es ante todo el traslado de lo católico a
lo privado, con un corolario nefasto: la desnaturalización de los
sistemas jurídicos. No hemos de perder nunca de vista que cuando la Iglesia no
alumbra o no habla claro o simplemente no habla, la primera afectada es la ley
natural y el ordenamiento jurídico-político. Las leyes, las instituciones, se
vuelven servidoras del Principio de Autodeterminación, enemigo número uno del
derecho natural y de las leyes justas.
—En este sentido, donde predomina la anomia avanza implacable la
secularización. Por lo que se deduce que, en caso de ser la misma
Iglesia, la que por ambigüedad o una pastoral equivocada, promoviera de alguna
manera la anomia, estaría favoreciendo la secularización. Porque una sociedad
secularizada no es aquella que no tiene valores, sino aquella en que la acción docente, jurídica y sacramental de la Iglesia ha sido reducida y/o desvinculada
de la vida pública. Disminución que puede avanzar hasta el punto cero, no lo
olvidemos, donde el desierto sea pura voluntad de poder, y la nada su
geografía.
Contemplamos con horror,
entonces, que la secularización de las sociedades coincide, exactamente, con la
desactivación del catolicismo.
David G. Alonso
Gracián
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