Fueron los judíos quienes, al reunirse los sábados en las sinagogas comenzaron a dividir en secciones la Ley.
Por: Ariel Álvarez Valdés | Fuente: Revista San Pablo
UN
DETALLE NO PREVISTO
Dentro de las cientos de páginas que contiene la
Biblia, es muy fácil encontrar exactamente una palabra o frase cualquiera en
muy poco tiempo gracias al sistema de capítulos y versículos que tiene, y que
se emplea para citarlas.
Pero cuando los autores sagrados compusieron
individualmente los libros que luego formarían parte de la Biblia, no los
dividieron así. En efecto, nunca
imaginaron, mientras escribía cada uno su obra, que ésta terminaría siendo
leída por millones y millones de personas, explicada a lo largo de los siglos,
comentadas cada una de sus frases, analizado su estilo literario. Ellos simplemente dejaron correr la
pluma sobre el papel bajo la inspiración del Espíritu Santo, y compusieron un
texto largo y continuo desde la primera página hasta la última.
Fueron los judíos quienes, al reunirse los
sábados en las sinagogas comenzaron a dividir en secciones la Ley (es decir,
los cinco primeros libros bíblicos, o Pentateuco), y también los libros de los
Profetas, a fin de poder organizar la lectura continuada.
Nació así la primera división de la Biblia, en
este caso del Antiguo Testamento, que sería de tipo "litúrgica"
puesto que era empleada en las celebraciones cultuales.
EL
ENSAYO JUDÍO
Como los judíos procuraban leer toda la Ley en
el transcurso de un año, la dividieron en 54 secciones (tantas, cuantas semanas
tiene el año) llamadas "perashiyyot" (=
divisiones). Estas separaciones
estaban señaladas en el margen de los manuscritos, con la letra "p".
Los Profetas no fueron divididos enteros en "perashiyyot", como la Ley, sino que se
seleccionaron de ellos 54 trozos, llamados "haftarot"
(= despedidas), porque con su lectura se cerraba en las funciones
litúrgicas la lectura de la Biblia.
El evangelio de san Lucas (4, 16-19) cuenta que
en cierta oportunidad Jesús fue de visita a su pueblo natal, Nazaret, en donde
se había criado, y cuando llegó el sábado concurrió puntualmente a la sinagoga
a participar del oficio como todo buen judío. Y estando allí lo invitaron a hacer la lectura de los Profetas. Entonces él pasó al frente, tomó el
rollo y leyó la "haftarah" que
tocaba aquel día, es decir, la sección de los Profetas correspondiente a ese
sábado. Lucas nos informa que
pertenecía al profeta Isaías, y que era el párrafo que actualmente ha quedado
formando parte del capítulo 61 según nuestro moderno sistema de división.
EL
ENSAYO CRISTIANO
Los primeros cristianos tomaron de los judíos
esta costumbre de reunirse semanalmente para leer los libros sagrados. Pero ellos agregaron a la Ley y los
Profetas también los libros correspondientes al Nuevo Testamento. Es por eso que resolvieron dividir
también estos rollos en secciones o capítulos para que pudieran ser cómodamente
leídos en la celebración de la eucaristía.
Nos han llegado hasta nosotros algunos
manuscritos antiguos, del siglo V, en donde aparecen estas primeras tentativas
de divisiones bíblicas. Y por
ellos sabemos, por ejemplo, que en aquella antigua clasificación Mateo tenía 68
capítulos, Mc 48, Lc 83 y Jn 18.
Con este fraccionamiento de los textos de la
Biblia se había logrado no sólo una mejor organización en la liturgia, y una
celebración de la palabra más sistemática, sino que también servía para un
estudio mejor de la Sagrada Escritura, ya que facilitaba enormemente el
encontrar ciertas secciones, perícopas o frases que normalmente hubieran llevado
mucho tiempo hallarlas en el intrincado volumen.
LO
HIZO UN ARZOBISPO
Pero con el correr de los siglos se acrecentó el
interés por la palabra de Dios, por leerla, estudiarla, y conocerla con mayor
precisión. Ya no bastaban estas
divisiones litúrgicas, sino que hacía falta otra más precisa, basada en
criterios más académicos, donde se pudiera seguir un esquema o descubrir alguna
estructura en cada libro. Además
se imponía una división de todos los libros de la Biblia, y no sólo los que
eran leídos en las reuniones cultuales.
El mérito de haber emprendido esta división de
toda la Biblia en capítulos tal cual la tenemos actualmente correspondió a Esteban Langton, futuro arzobispo de
Canterbury (Inglaterra).
En 1220, antes de que fuera consagrado como tal,
mientras se desempeñaba como profesor de la Sorbona, en París, decidió crear
una división en capítulos, más o menos iguales. Su éxito fue tan resonante que la adoptaron todos los doctores
de la Universidad de París, con lo que quedó consagrado su valor ante la
Iglesia.
SE
CONSERVA EL MANUSCRITO
Langton había hecho su división sobre un nuevo
texto latino de la Biblia, es decir, de la Vulgata, que acababa de ser
corregido y purificado de viejos errores de transcripción. Esta división fue luego copiada
sobre el texto hebreo, y más tarde transcripta en la versión griega llamada de
los Setenta.
Cuando en 1228 murió Esteban Langton, los
libreros de París ya habían divulgado su creación en una nueva versión latina
que acababan de editar, llamada "Biblia
parisiense", la primera Biblia con capítulos de la historia.
Fue tan grande la aceptación que tuvo la
minuciosa obra del futuro arzobispo, que la admitieron inclusive los mismos
judíos para su Biblia hebrea. En
efecto, en 1525 Jacob ben Jayim publicó una Biblia rabínica en Venecia, que
contenía los capítulos de Langton.
Desde entonces el texto hebreo ha heredado esta misma clasificación.
Hasta el día de hoy se conserva en la Biblioteca
Nacional de París, con el número 14417, la Biblia latina que empleara el
arzobispo de Canterbury para su singular trabajo y que, sin saberlo él, estaba
destinado a extenderse por el mundo.
MÁS
CORTAS, SON MEJORES
Pero a medida que el estudio de la Biblia ganaba
en precisión y minuciosidad, estas grandes secciones de cada libro, llamadas
capítulos, se mostraron ineficaces.
Era necesario todavía subdividirlos en partes más pequeñas con numeraciones
propias, a fin de ubicar con mayor rapidez y exactitud las frases y palabras
deseadas.
Uno de los primeros intentos fue el del dominico
italiano Santos Pagnino, el cual en 1528 publicó en Lyon una Biblia toda entera
subdividida en frases más cortas, que tenían un sentido más o menos completo:
los actuales versículos.
Sin embargo no le correspondería a él la gloria
de ser el autor de nuestro actual sistema de clasificación de versículos, sino
a Roberto Stefano, un editor
protestante. Éste aceptó, para
los libros del Antiguo Testamento, la división hecha por Santos Pagnino, y
resolvió adoptarla con pequeños retoques.
Pero curiosamente el dominico no había puesto versículos a los 7 libros
deuterocanónicos (es decir, a los libros de Tobías, Judit, 1 y 2 Macabeos,
Sabiduría, Eclesiástico y Baruc), por lo cual Stefano tuvo que completar esta
labor.
EL
TRABAJO DEFINITIVO
En cambio la división del Nuevo Testamento no
fue de su agrado, y decidió sustituirla por otra, hecha por él mismo. Su hijo nos cuenta que se entregó a
esta tarea durante un viaje a caballo de París a Lyon.
Stefano publicó primero el Nuevo Testamento en
1551, y luego la Biblia completa en 1555.
Y fue él el organizador y divulgador del uso de versículos en toda la Biblia,
sistema éste que con el tiempo se impondría en el mundo entero.
Esta división, al igual que la anterior en
capítulos, también fue hecha sobre un texto latino de la Biblia. Sólo en 1572 se publicó la primera
Biblia hebrea con los versículos.
Finalmente el papa Clemente VIII hizo publicar
una nueva versión de la Biblia en Latín para uso oficial de la Iglesia, pues el
texto anterior de tanto ser copiado a mano había sido deformado. La obra vio la luz el 9 de noviembre
de 1592, y fue la primera edición de la Iglesia Católica que apareció con la ya
definitiva división de capítulos y versículos.
NO
SALIÓ DEL TODO BIEN
De esta manera quedó constituida la fachada
actual que exhiben todas nuestras Biblias. Pero lejos de ser afortunadas, estas divisiones muestran muchas
deficiencias, que revelan la manera arbitraria en que han sido colocadas, y que
los estudiosos actuales pueden detectar pero que quienes las hicieron entonces
no estaban en condiciones de saberlo.
Por ejemplo, Esteban Langton en el libro de la
Sabiduría interrumpe un discurso sobre los pecadores para colocar el capítulo
2, cuando lo más natural hubiera sido colocarlo un versículo más arriba, donde
naturalmente comienza. Otro
ejemplo más grave es el capítulo 6 del libro de Daniel, que comienza en el
medio de una frase inconclusa, cuando debería haberlo puesto pocas palabras más
adelante.
También los versículos exhiben esta inexactitud. Uno de los casos más curiosos es el
de Génesis 2, en el que el versículo 4 abarca dos frases. Pero la primera pertenece a un relato del siglo VI y la segunda
a otro... ¡cuatrocientos años
anterior! Y ambos forman parte de un mismo versículo. También en Isaías 22
tenemos que la primera parte del versículo 8 pertenece a un oráculo del
profeta, mientras que la segunda, de otro estilo y tenor, fue escrita
doscientos años más tarde.
LA
MINUCIOSIDAD SABIDA
La disposición en capítulos y versículos de la
Biblia ha sido el comienzo de un cada vez más profundo estudio de este libro.
Hoy de la Biblia conocemos hasta sus más
pequeños detalles. Sabemos que
sus capítulos son 1.328. Que
posee 40.030 versículos. Que las palabras en el texto original suman 773.692. Que tiene 3.566.480 letras. Que la palabra Yahvé, el nombre
sagrado de Dios, aparece 6.855
veces. Que el salmo 117 se
encuentra justo en la mitad de la Biblia.
Que si uno toma la primera letra "t" hebrea
en la primera línea del Génesis, y luego anota las siguientes letras número 49
(49 es el cuadrado de 7) aparece la palabra hebrea "Torá"
(= Ley) perfectamente escrita.
El libro ha sido puesto en la computadora,
minuciosamente analizado, cuidadosamente enumerado en todos los sentidos, al
derecho y al revés, y descubierto las combinaciones y las cábalas más curiosas
imaginables. Se ha encontrado la
frecuencia constante de determinadas palabras a lo largo de los distintos
libros, hecho misterioso ya que quienes los escribían no sabían que iban a terminar
formando parte de un volumen más grueso.
Ha sido sometida a cuantos estudios puedan
hacerse. Ahora sólo falta que
nos decidamos a vivir lo que enseña, y a creer lo que nos promete, con el mismo
ahínco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario