El que ama, corre,
vuela y goza.
Fuente: encuentra.com
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1. Amor a Dios
1.1. Amar a Dios con todo el corazón
¡Qué dulces y llenas de amor son las obras de
Dios en nosotros! Si alguno pudiera conocerlas, se encendería tal fuego de
amor en su corazón que, si pudiese extenderse y realizar su obra como lo hace
el fuego material, en un instante consumiría todo lo que puede arder. Hablo
así viendo la vehemencia inexplicable del divino amor (SANTA CATALINA DE
GÉNOVA, Le libre arbitre, en «Études Carmelitaines», 1959).
En resumen: amar significa viajar, correr hacia
el objeto amado. Dice la Imitación de Cristo: el que ama «currit, volat,
laetatur», corre, vuela, goza (III, 5, 4). Así pues, amar a Dios es un viajar
con el corazón hacia Dios. Viaje bellísimo. Cuando era muchacho me
entusiasmaban los viajes descritos por Julio Verne [...]. Pero los viajes del
amor de Dios son mucho más interesantes (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-9-1978).
El viaje comporta a veces sacrificios. Pero
éstos no nos deben detener. Jesús está en la cruz, ¿lo quieres besar? No
puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te puncen algunas
espinas de la corona que tiene la cabeza del Señor. No puedes hacer lo que el
bueno de San Pedro, que supo muy bien gritar Viva Jesús en el monte Tabor,
donde había gozo, pero ni siquiera se dejó ver junto a Jesús en el monte
Calvario, donde había peligro y dolor (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-9-1978).
Has querido que nosotros te amáramos, porque en
rigor no podíamos conseguir la salvación más que amándote. Y nosotros ni
podíamos amarte, a menos que este amor viniera de ti. Como lo afirma tu
apóstol predilecto, tú nos amaste primero y tú amas primero a los que te
aman (cfr. 1 Jn 4, 10). Pero nosotros te amamos por la caridad y el amor que
tú mismo has puesto en nosotros (GUILLERMO DE SAN-THIERRY, La contemplación
de Dios, 14).
Está escrito: Amarás al Señor, tu Dios, con
todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas [...] (cfr. Deut 6,
5-9). Aquel «todo», repetido y llevado a la práctica con tanta insistencia, es
en verdad la bandera del maximalismo cristiano. Y es justo: Dios es demasiado
grande, merece demasiado Él de nosotros, para que podamos echarle, como a un
pobre Lázaro, apenas unas pocas migajas de nuestro tiempo y de nuestro
corazón. Él es un bien infinito y será nuestra felicidad eterna; el dinero,
los placeres, las fortunas de este mundo, en comparación, son apenas
fragmentos de bien y momentos fugaces de felicidad. No sería sabio dar tanto
de nosotros a estas cosas y poco de nosotros a Jesús (JUAN PABLO I, Aud. gen.
27-91978).
Se te manda que ames a Dios de todo corazón,
para que le consagres todos tus pensamientos; con toda tu alma, para que le
consagres tu vida; con toda tu inteligencia, para que consagres todo tu
entendimiento a Aquel de quien has recibido todas estas cosas. No deja parte
alguna de nuestra existencia que deba estar ociosa y que dé lugar a que quiera
gozar de otra cosa. Por tanto, cualquier cosa que queramos amar, diríjase
también hacia el punto donde debe fijarse toda la fuerza de nuestro amor. Un
hombre es muy bueno cuando toda su vida se dirige hacia el Bien inmutable (SAN
AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. III, p. 89).
Considera lo más hermoso y grande de la
tierra..., lo que place al entendimiento y a las otras potencias..., y lo que
es recreo de la carne y de los sentidos... Y el mundo, y los otros mundos, que
brillan en la noche: el Universo entero. –Y eso, junto con todas las locuras
del corazón satisfechas..., nada vale, es nada y menos que nada, al lado de
¡este Dios mío! –¡tuyo!–, tesoro infinito, margarita preciosísima, humillado,
hecho esclavo, anonadado con forma de siervo en el portal donde quiso nacer, en
el taller de José, en la Pasión y en la muerte ignominiosa... y en la locura
de Amor de la Sagrada Eucaristía (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 432).
Diliges Dominum Deum ex toto corde tuo, et in
tota anima tua, et in tota mente tua. ¿Qué queda de tu corazón para amarte a
ti mismo? ¿Qué, de tu alma? ¿Qué, de tu mente? Ex toto, con todo, dice.
Todo te exige el que todo te ha dado (SAN AGUSTIN, Sermón 34).
1.2.
Amor a Dios sobre todas las cosas
Y si lo que ama no lo posee totalmente, tanto
sufre cuanto le falta por poseer [...]. Mientras esto no llega, está el alma
como en un vaso vacío que espera estar lleno; como el que tiene hambre y desea
la comida; como el enfermo que llora por su salud; y como el que está colgado
en el aire y no tiene dónde apoyarse (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico
espiritual, 9, 6).
No sería justo decir: «O Dios o el hombre».
Deben amarse «Dios y el hombre»; a este último, nunca más que a Dios o contra
Dios o igual que a Dios. En otras palabras: el amor a Dios es ciertamente
prevalente, pero no exclusivo. La Biblia declara a Jacob santo (Dan 3, 35) y
amado por Dios (Mat 1, 27; Rom 9. 13); lo muestra empleando siete años en
conquistar a Raquel como mujer, y le parecen pocos años, aquellos años -tanto
era su amor por ella- (Gen 29, 20). Francisco de Sales comenta estas palabras:
«Jacob - escribe- ama a Raquel con todas sus fuerzas y con todas sus fuerzas
ama a Dios; pero no por ello ama a Raquel como a Dios, ni a Dios como a Raquel.
Ama a Dios como su Dios sobre todas las cosas y más que a si mismo; ama a
Raquel como a su mujer sobre todas las otras mujeres y como a si mismo. Ama a
Dios con amor absoluto y soberanamente sumo, y a Raquel con sumo amor marital;
un amor no es contrario al otro, porque el de Raquel no viola las supremas
ventajas del amor de Dios» (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-9-1978).
1.3.
Amar a Dios sin medida
Señor, que yo te ame siempre más. También
aquí está la obediencia a un mandamiento de Dios, que ha puesto en nuestro
corazón la sed del progreso. Desde los palafitos, desde las cavernas, desde
las cabañas, hemos pasado a las casas, a los palacios, a los rascacielos;
desde el viajar a pie, a lomo de mulo o de camello, a las carrozas, a los
trenes, a los aviones. Y se desea progresar todavía con medios más rápidos,
alcanzando siempre metas más lejanas. Pues amar a Dios [...] es también un
viaje: Dios lo quiere siempre más intenso y perfecto. Ha dicho a todos los
suyos: Vosotros sois la luz del mundo, la sal de la tierra (Mt 5, 48), sed
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Esto significa:
amar a Dios no poco, sino mucho; no detenerse en el punto al cual se ha
llegado, sino con su ayuda progresar en el amor (JUAN PABLO I, Aud. gen.
27-9-1978).
La medida del amor a Dios es amarlo sin medida
(SAN BERNARDO, Sermón 6, sobre el amor a Dios).
La medida y regla de la virtud teologal es el
mismo Dios; nuestra fe se regula según la verdad divina; nuestra caridad
según la bondad de Dios; y nuestra esperanza, según la intensidad de su
omnipotencia y misericordia. Y ésta es una medida que excede de tal manera a
toda capacidad humana que el hombre nunca puede amar a Dios tanto como debe ser
amado, ni creer o esperar en Él tanto como se debe; luego mucho menos llegará
al exceso en tales acciones (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 54, a. 4,
c).
[...] quien no quisiera amar a Dios más de lo
que le ama, de ninguna manera cumplirá el precepto del amor (SANTO TOMÁS,
Coment. a la Epístola a los Hebreos, 6, 1).
No está permitido querer con amor menguado
[...], pues debéis llevar grabado en vuestro corazón al que por vosotros
murió clavado en la Cruz (SAN AGUSTÍN, Sobre la Santa virginidad, 55).
Señor: que tenga peso y medida en todo... menos
en el Amor (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 427).
El hombre nunca puede amar a Dios tanto como Él
debe ser amado (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 6, a. 4 e).
Cuanto más amo, más deudor me siento cada día
(SAN AGUSTÍN, Epístola 192).
1.4.
Sólo Dios basta
No quieras que te llene nada que no sea Dios. No
desees gustos de Dios. No desees tampoco entender de Dios más de lo que debes
entender. La fe y el amor serán los lazarillos que te llevarán a Dios por
donde tú no sabes ir. La fe son los pies que llevan a Dios al alma.
El amor es el orientador que la encamina (SAN
JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 11).
Dios sólo basta para colmar nuestros deseos:
Más grande es Dios que nuestro corazón (1 Jn 3, 20). Por eso dice Agustín en
el libro primero de las Confesiones: «Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro
corazón está intranquilo hasta que descanse en ti» (SANTO TOMÁS, Sobre la
caridad, 1. c., p. 206).
Aunque no se dijera absolutamente nada más en
las páginas de las Sagradas Escrituras y solamente oyéramos de boca del
Espíritu Santo que Dios es amor, nos bastaría (SAN AGUSTÍN, Coment. a la 1.a
Epístola de S. Juan, 7).
Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa,
Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le
falta: sólo Dios basta. (SANTA TERESA, Poesías VI, p. 1123).
1.5.
Amar a Dios es la suprema razón
Entendí que sólo el amor es el que impulsa a
obrar a los miembros de la Iglesia, y que si faltase este amor, ni los
apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su
sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí
todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y
lugares, en una palabra que el amor es eterno. Entonces, llena de alegría
desbordante, exclamé: «Oh, Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi
vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la
Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón
de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor: de este modo lo seré todo y
mi deseo se verá colmado» (SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscritos
autobiográficos).
El amor a Dios es la razón suprema de todas las
cosas (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1, q. 19, a. 4).
Mientras realizamos con la mayor perfección
posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias
de nuestra condición y de nuestro oficio, el alma ansía escaparse. Se va
hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán. Se comienza a amar
a Jesús, de forma más eficaz, con un dulce sobresalto (S. JOSEMARÍA
ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 296).
¿Qué soy yo para ti, que me mandas amarte y
que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios?
¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte? (SAN AGUSTÍN,
Confesiones, 2, 5, 5).
Fuego que abrasa, luz ardiente, fuente que apaga
la sed, tesoro que contiene en sí todos los bienes. Dios es tan bueno y nos
ama tan ardientemente que no quiere de nosotros otra cosa, sino ser amado (SAN
ALFONSO Ma DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento).
Hacedlo todo por Amor. -Así no hay cosas
pequeñas: todo es grande. -La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor,
es heroísmo (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 813).
1.6.
Todo se hace llevadero por amor a Dios
Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas. Y esto
por tres veces consecutivas. Se le preguntaba sobre el amor, y se le imponía
una labor; porque, cuanto mayor es el amor, tanto menor es el trabajo (SAN
AGUSTÍN, Sermón 340).
Quien le amare mucho, verá que puede padecer
mucho por El; el que amare poco, poco. Tengo yo para mi que la medida del poder
llevar gran cruz o pequeña es la del amor (SANTA TERESA, Camino de
perfección, 32, 7).
El amor defiende de las adversidades. A quien lo
tiene, nada adverso le puede resultar perjudicial, antes al contrario se le
convierte en útil: Todo contribuye al bien de los que aman a Dios (Rom 8, 28).
Hasta los reveses y dificultades son llevaderos para el que ama, como
observamos a diario en el terreno meramente humano (SANTO TOMÁS, Sobre la
caridad, 1. c., p. 204).
Todo lo duro que puede haber en los mandamientos
lo hace llevadero el amor... ¿Qué no hace el amor [...]? Ved cómo trabajan
los que aman; no sienten lo que padecen, redoblando sus esfuerzos a tenor de
las dificultades (SAN AGUSTÍN, Sermón 96).
Todas estas cosas, sin embargo, las hallan
difíciles los que no aman; los que aman, al revés, eso mismo les parece
liviano. No hay padecimiento, por cruel y desaforado que sea, que no lo haga
llevadero y casi nulo el amor (SAN AGUSTÍN, Sermón 70).
1.7.
Amor y santo temor de Dios
«Timor Domini sanctus». -Santo es el temor de
Dios. -Temor que es veneración del hijo para su Padre, nunca temor servil,
porque tu Padre-Dios no es un tirano (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 435).
¡Como quien no dice nada: amor y temor de Dios!
Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios
(SANTA TERESA, Camino de perfección, 40, 2).
Fundada en la caridad, se eleva el alma a un
grado más excelente y sublime: el temor de amor. Esto no deriva del pavor que
causa el castigo ni del deseo de la recompensa. Nace de la grandeza misma del
amor. En esa amalgama de respeto y afecto filial en que se barajan la
reverencia y la benevolencia que un hijo tiene para con un padre, el hermano
para con su hermano, el amigo para con su amigo, la esposa para con su esposo.
No recela los golpes ni reproches. Lo único que teme es herir el amor con el
más leve roce o herida. En toda acción, en toda palabra, se echa de ver la
piedad y solicitud con que procede. Teme que el fervor de la dilección se
enfríe en lo más mínimo (CASIANO, Colaciones, 11).
Cuando el amor llega a eliminar del todo el
temor, el mismo temor se convierte en amor(SANGREGORIODENISA, Homilía15).
El remedio que podemos tener, hijas, y nos dio
Su Majestad es amor y temor; que el amor nos hará apresurar los pasos y el
temor nos hará ir mirando adónde ponemos los pies para no caer por camino
adonde hay tanto que tropezar, como caminamos todos los que vivimos, y con esto
a buen seguro que no seamos engañadas (SANTA TERESA, Camino de perfección,
40, 1).
1.8.
Amor a Dios y desprendimiento
Y el alma sale para ir detrás de Dios; sale de
todo pisoteando y despreciando todo lo que no es Dios. Y sale de sí misma
olvidándose de sí por amor de Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual,
1, 20).
Tú, al que llenas de ti, lo elevas; mas, como
yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga (SAN
AGUSTÍN, Confesiones, 10, 26).
Y éste es el índice para que el alma pueda
conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le ama, su corazón
no se centrará en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus gustos y
conveniencias. Se dedicará por completo a buscar la honra y gloria de Dios y a
darle gusto a El. Cuanto más tiene corazón para sí misma menos lo tiene para
Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 5).
Sólo ama de verdad a Dios quien no se acuerda
de sí mismo (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).
1.9.
La santidad «no está en pensar mucho, sino en amar mucho»
Querría dar a entender que el alma no es el
pensamiento, ni la voluntad es mandada (por él) que tendría harta mala
ventura; por donde el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino
en amar mucho (SANTA TERESA, Fundaciones, 5, 2).
¿No has visto en qué «pequeñeces» está el
amor humano? - Pues también en «pequeñeces» está el Amor divino (J. ESCRIVÁ
DE BALAGUER, Camino, n. 824).
Cuanto más ames más subirás (SAN AGUSTÍN,
Coment. sobre el Salmo 83).
Porque alguno he topado que les parece está
todo el negocio en el pensamiento, y si éste pueden tener mucho en Dios,
aunque sea haciéndose gran fuerza, luego les parece que son espirituales; y si
se distraen, no pudiendo más, aunque sea para cosas buenas, luego les viene
gran desconsuelo y les parece que están perdidos [...]. No digo que no es
merced del Señor quien siempre puede estar meditando en sus obras, y es bien
que se procure. Mas se ha de entender que no todas las imaginaciones son
hábiles de su natural para esto, mas todas las almas lo son para amar (SANTA
TERESA, Fundaciones, 5, 2).
1.10.
El premio del amor a Dios es amarle todavía más
El que ama a Dios se contenta con agradarle,
porque el mayor premio que podemos desear es el mismo amor [...]. El alma
piadosa e integra busca en ello su plenitud y no desea otro deleite (SAN GREGORIO
MAGNO, Sermón 92).
Alma que ama a Dios no ha de pretender ni
esperar otra recompensa por sus servicios prestados que la perfección de amar
a Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 9, 7).
El amor no descansa mientras no ve lo que ama; por
eso los santos estimaban en poco cualquier recompensa, mientras no viesen a
Dios. Por eso el amor que ansía ver a Dios se ve impulsado, por encima de todo
discernimiento, por el deseo ardiente de encontrarse con él. Por eso Moisés
se abrevió a decir: Si he obtenido tu favor, muéstrame tu rostro (Ex 33, 13)
[...]. Por eso también se dice en otro lugar: Déjame ver tu rostro (Sal 79,
4). Y hasta los mismos paganos en medio de sus errores se fabricaron ídolos
para poder ver con sus propios ojos el objeto de su culto (SAN PEDRO
CRISÓLOGO, Sermón 147).
1.11.
El amor a Dios refuerza la unidad
Para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin
que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor
distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: «Pedro, ¿me amas?» El respondió:
«Te amo». Y le dice por segunda vez: «¿Me amas?», y respondió: «Te amo».
Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo el que es
Único apacienta a través de muchos, y los que son muchos apacientan formando
parte del que es único (SAN AGUSTÍN, Sermón 46, sobre los pastores).
El amor que unirá a Dios con los que habitan
allí, y a éstos entre sí, será tan grande que todos se amarán como a sí
mismos y amarán a Dios más que a sí mismos. Por eso nadie querrá más que
lo que Dios quiere; lo que quiera uno lo querrán todos, y la voluntad de todos
será la voluntad de Dios... Todos juntos como un solo hombre serán reyes con
Dios, porque todos querrán la misma cosa y se cumplirá su voluntad (SAN
ANSELMO, Carta 112, a Hugo el recluso, pp. 245-246).
1.12.
El amor de Dios, regla y medida de todos los actos
Todo lo que se hace por Amor adquiere hermosura
y se engrandece (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 429).
Una producción artística se considera buena y
acertada cuando se ajusta a sus reglas peculiares. Del mismo modo, cualquier
obra humana es recta y virtuosa cuando concuerda con la regla del amor divino,
y no es buena ni recta o perfecta si se aparta de ella. Todos los actos
humanos, para resultar buenos, deben atenerse a la regla del amor divino (SANTO
TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 201).
El secreto para dar relieve a lo más humilde,
aún a lo más humillante, es amar (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 418).
Es el amor el que «pone nombre a la obra», el
que le da su verdadero sentido y cualidad (SAN BUENAVENTURA, Coment. a las
Sentencias, 11, 40, 1).
No nos amemos, pues, a nosotros mismos, sino a
Él. No sé por qué motivo inexplicable, quien se ama a sí mismo y no ama a
Dios no se ama a sí mismo; y en cambio, quien ama a Dios y no se ama a sí
mismo, se ama a sí mismo (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 123).
Los que de veras aman a Dios, todo lo bueno
aman, todo lo bueno quieren, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno loan, con
los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden; no aman sino verdades
y cosas que sean dignas de amar (SANTA TERESA, Camino de perfección, 40, 3).
También en lo pequeño se muestra la grandeza
del alma [...]. Por eso el alma que se entrega a Dios pone en las cosas
pequeñas el mismo fervor que en las cosas grandes (SAN JERÓNIMO, Epístola
60).
1.13.
«Quien no se arrepiente de verdad, no ama de veras»
Quien no se arrepiente de verdad, no ama de
veras; es evidente que cuanto más queremos a una persona, tanto más nos duele
haberla ofendido. Es, pues, éste uno más de los efectos del amor (SANTO
TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., 205).
Preguntaron al Amigo cuál era la fuente del
amor. Respondió que aquella en donde el Amado nos ha limpiado de nuestras
culpas, y en la cual da de balde el agua viva, de la cual, quien bebe, logra
vida eterna en amor sin fin (R. LLULL, Libro del Amigo y del Amado, 115).
1.14.
Acabar el examen de conciencia con un acto de amor
Acaba siempre tu examen con un acto de Amor
-dolor de Amor-: por ti, por todos los pecados de los hombres... -Y considera
el cuidado paternal de Dios, que te quitó los obstáculos para que no
tropezases (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 246).
1.15.
Por amor de Dios todo se puede
El amor de contentar a Dios y la fe hacen posible lo que por razón natural no lo es (SANTA TERESA, Fundaciones, 2, 4).
El amor de contentar a Dios y la fe hacen posible lo que por razón natural no lo es (SANTA TERESA, Fundaciones, 2, 4).
Un poquito de este puro amor..., más provecho
hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas
(SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico 2, anotación a canción 29).
Cualquier otra carga te oprime y abruma, mas la
carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de
Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece que le alivias del
peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves
en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de sus
alas y verás cómo vuela (SAN AGUSTIN, Sermón 126).
Esteban tenía por armas la caridad y con ella
vencía en todas partes. Por amor a Dios no se cruzó de brazos ante los
enfurecidos judíos; por amor al prójimo intercedía por quienes lo lapidaban;
por amor argüía a los que estaban en el error, para que se corrigiesen...
Apoyado en la fuerza de la caridad, venció la violenta crueldad de Saulo, y
mereció tener por compañero en el cielo al que en la tierra tuvo como
perseguidor (SAN FULGENCIO, Sermón 3).
1.16.
«El amor es fuerte como la muerte»
También se dice que es semejante el reino de
los cielos a un comerciante que anda en busca de buenas perlas, y hallando una
muy preciosa, vende cuanto tiene y la compra [...]. En comparación de aquélla
nada tiene valor, y el alma abandona todo cuanto había adquirido, derrama todo
cuanto había congregado, se enardece con el amor de las cosas celestiales, no
tiene placer en las cosas terrenas y considera como deforme todo lo que le
parecía bello en la tierra, porque sólo brilla en el alma el resplandor de
aquella perla preciosa. Acerca de este amor dice Salomón: El amor es fuerte
como la muerte (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 11 sobre los Evang.).
Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor
de Cristo da muerte a la misma muerte [...]. También el amor con que nosotros
amamos a Cristo es fuerte como la muerte, ya que viene a ser él mismo como una
muerte, en cuanto que es el aniquilamiento de la vida anterior, la abolición
de las malas costumbres y el sepelio de las obras muertas (SAN BALDUINO DE
CANTORBERY, Tratado 10)
1.17.
El amor a Dios aquí y en el cielo
Si el Amor, aun el amor humano, da tantos
consuelos aquí, ¿qué será el Amor en el cielo? (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,
Camino, n. 428).
Este amor será la medida de la gloria de que
disfrutaremos en el paraíso, ya que ella será proporcionada al amor que
habremos tenido a Dios durante nuestra vida; cuanto más hayamos amado a Dios
en este mundo, mayor será la gloria de que gozaremos en el cielo, y más le
amaremos también, puesto que la virtud de la caridad nos acompañará durante
toda la eternidad, y recibirá mayor incremento en el cielo. ¡Qué dicha la de
haber amado mucho a Dios en esta vida!, pues así lo amaremos también mucho en
el paraíso (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el precepto 1.o del decálogo).
2.
Amar al prójimo por Dios
A algunas personas es fácil amarlas; a otras,
es difícil: no son simpáticas, nos han ofendido o hecho mal; sólo si amo a
Dios en serio, llego a amarlas en cuanto hijas de Dios y porque Él me lo
manda. Jesús ha fijado también cómo amar al prójimo, esto es, no sólo con
el sentimiento, sino con los hechos: [...] tenía hambre en la persona de mis
hermanos más pequeños, ¿me habéis dado de comer? ¿Me habéis visitado cuando
estaba enfermo? (cfr. Mt 5, 34 ss) (JUAN PABLO I, Aud. gen. 27-9-78).
Amarás a tu prójimo como a ti mismo; pero
tratándose del amor que se debe profesar a Dios, no se señala limite alguno
(SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).
Amamos a Dios y al prójimo con la misma
caridad. Pero debemos amar a Dios por sí mismo, y al prójimo por Dios (SAN
AGUSTÍN, Trat. sobre la Santísima Trinidad, 7).
El que ama a Dios ama también inevitablemente
al prójimo (SAN MÁXIMO, Sobre la caridad, 1)
3.
Amor de Dios a los hombres
3.1.
Dios nos ama infinitamente
Hasta te serviré, porque vine a servir y no a
ser servido. Yo soy amigo, y miembro y cabeza, y hermano y hermana y madre;
todo lo soy, y solo quiero contigo intimidad. Yo, pobre por ti, mendigo por ti,
crucificado por ti, sepultado por ti; en el cielo, por ti ante Dios Padre; y en
la tierra soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero,
amigo y miembro. ¿Qué más quieres? (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S.
Mateo, 76).
Tan espléndida es la gracia de Dios y su amor a
nosotros, que hizo El más por nosotros de lo que podemos comprender (SANTO
TOMÁS, Sobre el Credo, 1. c., 61).
¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no
me he vuelto loco? (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 425).
Ninguna lengua es suficiente para declarar la
grandeza del amor que Jesús tiene a cualquier alma que está en gracia (SAN
ALFONSO M.a DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 2).
El fuego de amor de Ti, que en nosotros quieres
que arda hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos lo que somos, y
transformarnos en Ti, Tú lo soplas con las mercedes que en tu vida nos
hiciste, y lo haces arder con la muerte que por nosotros pasaste (SAN JUAN DE
ÁVILA, Audi filia, 69).
3.2.
Dios no abandona nunca a los hombres
El abismo de malicia, que el pecado lleva
consigo, ha sido salvado por una Caridad infinita. Dios no abandona a los
hombres (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 95).
Oye cómo fuiste amado cuando no eras amable;
oye cómo fuiste amado cuando eras torpe y feo; antes, en fin, de que hubiera
en ti cosa digna de amor. Fuiste amado primero para que te hicieras digno de
ser amado (SAN AGUSTÍN, Sermón 142).
Ahora me da devoción ver cómo me daba Dios tan
presto lo que yo perdí por mi culpa (SANTA TERESA, Vida, 1, 4).
3.3.
Dios nos busca a cada uno
Considerad conmigo esta maravilla del amor de
Dios: el Señor que sale al encuentro, que espera, que se coloca a la vera del
camino, para que no tengamos más remedio que verle. Y nos llama personalmente,
hablándonos de nuestras cosas, que son también las suyas, moviendo nuestra
conciencia a la compunción, abriéndola a la generosidad, imprimiendo en
nuestras almas la ilusión de ser fieles, de podernos llamar sus discípulos (J
ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 59).
¿Cuál es la explicación de que nos alegremos
con el Señor, si Él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el
que hace que esté lejos. Ámalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti.
El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna (SAN AGUSTÍN, Sermón
21).
El sol ilumina al mismo tiempo los cedros y cada
florecilla, como si estuviera sola en la tierra; nuestro Señor se interesa
también por cada alma en particular, como si no existieran otras iguales
(SANTA TERESA DE LISIEUX, Manuscritos autobiográficos).
Cuando Dios Nuestro Señor concede a los hombres
su gracia, cuando les llama con una vocación especifica, es como si les
tendiera una mano, una mano paterna llena de fortaleza, repleta sobre todo de
amor, porque nos busca uno a uno, como a hijas e hijos suyos, y porque conoce
nuestra debilidad. Espera el Señor que hagamos el esfuerzo de coger su mano,
esa mano que Él nos acerca: Dios nos pide un esfuerzo, prueba de nuestra
libertad (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 17).
Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de
amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre
la doctrina cristiana, 1).
3.4.
Recibimos constantemente innumerables gracias y dones por parte de Dios
En ocasiones, Dios no desdeña de visitarnos con
su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro
corazón [...]. Tampoco tiene a menos hacer brotar en nosotros abundancia de
pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma
santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la
ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con
clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones, para que siquiera
su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos
paraliza (CASIANO, Colaciones, 4)
3.5.
La Encarnación del Hijo de Dios, la mayor muestra de su Amor
[...] ninguna prueba de la caridad divina hay
tan patente como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura,
que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera
hijo de hombre (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1.c., 59).
¡Qué grande y qué manifiesta es esta
misericordia y este amor de Dios a los hombres! Nos ha dado una gran prueba de
su amor al querer que el nombre de Dios fuera añadido al titulo de hombre (SAN
BERNARDO, Sermón 1, sobre la Epifanía).
Aprende, pues, ¡oh, hombre!, y conoce a qué
extremos llegó Dios por ti. Aprende (en Belén) esa lección de humildad tan
grande que te da un maestro sin hablar todavía. En el paraíso tú tuviste tal
honor que pudiste poner nombres a todos los animales, y aquí tu Creador se ha
hecho tan niño, que ni aun puede dar a la suya el de madre. Tú en aquel
vastísimo lugar de ricos bosques te perdiste desobedeciendo. El se ha hecho
hombre mortal en tan estrecha posada para buscar, muriendo, al que estaba
muerto. Tú, hombre, quisiste ser Dios y pereciste. El, Dios, quiso ser hombre
y te salvó. ¡Tanto pudo la soberbia humana que necesitó de la humildad divina
para curarse! (SAN AGUSTÍN, Sermón 183).
3.6.
Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su Amor
El amor de Dios es celoso; no se satisface si se
acude a su cita con condiciones [...] (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios,
28).
Pero el amor sólo con amor se cura. El amor de
Dios es la salud del alma. Y cuando no tiene cumplido amor, no tiene salud
cumplida y por eso está enferma. La enfermedad es falta de salud. Cuando el
alma no tiene ningún grado de amor, está muerta. Pero cuando tiene algún
grado de amor de Dios, por pequeño que sea, ya está viva, aunque muy débil y
enferma, porque tiene poco amor. Cuanto más amor tiene, más salud también.
Cuando tiene amor perfecto tiene total salud (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual,
11, 11).
No es razón que amemos con tibieza a un Dios
que nos ama con tanto ardor (SAN ALFONSO Ma DE LIGORIO, Visitas al Stmo.
Sacramento, 4).
Cuando Dios ama, lo único que quiere es ser
amado: si él ama, es para que nosotros le amemos a él, sabiendo que el amor
mismo hace felices a los que se aman entre sí (SAN BERNARDO, Sermón 83).
4.
Presencia de Dios
4.1. El Señor está con nosotros: nos ve y nos oye
Es preciso convencerse de que Dios está junto a
nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde
brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro
lado.
Y está como un Padre amoroso—a cada uno de
nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus
hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando. ¡Cuántas
veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después
de una travesura: ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer
de nuevo... —Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos
reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra
flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre
nuestro es el Señor, que está junto a nosotros y en los cielos. (S.
JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 267).
Dios está en todas partes, es inmenso y está
cerca de todos, según atestigua de si mismo: Yo soy —dice— un Dios cercano, no
lejano. El Dios que buscamos no está lejos de nosotros, ya que está dentro de
nosotros, si somos dignos de esta presencia. (S. COLUMBANO, Instrucciones sobre
la fe, 1).
¿Cuál es la explicación de que nos alegremos
con el Señor, si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el
que hace que esté lejos. Ámalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti.
El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna. (S. AGUSTÍN, Sermón
21).
Nuestro Dios no nos pierde de vista, como una
madre que está vigilando al hijito que da los primeros pasos. «Abraham, dice
el Señor, anda en mi presencia y la hallarás en todas partes». «¡Dios mío!,
exclama Moisés, servíos mostrarme vuestra faz: con ello tendré cuanto puedo
desear» (Ex 23, 13). Cuán consolado queda un cristiano, al pensar que Dios le
ve, que es testigo de sus penalidades y de sus combates, que tiene a Dios de su
parte. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el Corpus Christi).
Si quieres tener espectadores de las cosas que
haces, ahí los tienes: los ángeles, los arcángeles y hasta el mismo Dios del
Universo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 344).
No calles, no guardes silencio en su presencia.
Háblale para que también El te hable (S. BERNARDO. Hom. en la Natividad de la
B. Virgen María, 15).
Quien ama a Jesús está con Jesús y Jesús
está con él. (S. ALFONSO Ma DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 12).
Porque como yo temía tanto la honra, todas mis
diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a quien
todo lo ve. ¡Oh, Dios mío, qué daño hace en el mundo tener esto en poco y
pensar que ha de haber cosa secreta que sea contra Vos! Tengo por cierto que se
excusarían grandes males si entendiésemos que no está el negocio en guardarnos
de los hombres, sino en guardarnos de descontentaros a Vos. (SANTA TERESA, Vida
2, 4).
Todo lo ve, incluso los pensamientos y los
secretos de la voluntad. De ahí que también a los hombres de manera especial
les alcanza la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen
está patente a la mirada divina. Todas las cosas están desnudas y
descubiertas a los ojos de Él (Heb 4, 13). (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1,
1.c., p.36).
Llega sin ser visto y se aleja sin que se le
sienta. Su presencia, por si sola, es luz del alma y del espíritu: en ella se
ve lo invisible y se conoce lo incognoscible. (BEATO GUERRIC, Sermón 2° de
Adviento).
Cuando Dios os concede la gracia de sentir su
presencia y desea que le habléis como al amigo más querido, exponedle
vuestros sentimientos con toda libertad y confianza. Se anticipa a darse a
conocer a los que le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a
él, se anticipa cuando deseáis su amor, y se os presenta, concediéndoos las
gracias y remedios que necesitáis. Sólo espera de vosotros una palabra para
demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros: Sus
oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) [...]. Los demás amigos, los
del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en que están
separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de
separación. (S. ALFONSO Ma DE LIGORIO, Cómo conversar continua y
familiarmente con Dios).
4.2.
En medio de las ocupaciones
Cuando la obediencia os trajere empleadas en
cosas exteriores, entender que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el
Señor, ayudándoos en lo interior y exterior. (SANTA TERESA, Fundaciones, 5,
8).
No se os pide aplicación continua del espíritu
que os haga olvidar vuestros asuntos y vuestros descansos. Sin descuidar
vuestras ocupaciones, no se os pide más que hacer por Dios lo mismo que
hacéis siempre por los que os aman y vosotros amáis. (S. ALFONSO Ma DE
LIGORIO, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios).
Conviene que la atención de nuestra mente no se
limite a concentrarse en Dios de modo repentino, en el momento en que nos
decidimos a orar, sino que hay que procurar también que cuando está ocupada
en otros menesteres, no prescinda del deseo y el recuerdo de Dios. (S. JUAN
CRISÓSTOMO, Hom. 6 sobre la oración).
No te preocupes demasiado por saber quién está
por ti o contra ti; busca más bien que Dios esté contigo en todo lo que
haces. (Imitación de Cristo, II, 2, 3).
Cuando dice: no andéis solícitos..., no quiere
decir que no trabajéis, sino que las cosas del mundo no absorban nuestra alma:
porque podemos trabajar sin que nos turbe la inquietud. (S. JUAN CRISÓSTOMO,
en Catena Aurea, vol. VI, p. 87).
Persuadíos de que no resulta difícil convertir
el trabajo en un diálogo de oración. Nada más ofrecérselo y poner manos a
la obra, Dios ya escucha, ya alienta. ¡Alcanzamos el estilo de las almas
contemplativas, en medio de la labor cotidiana! Porque nos invade la certeza de
que Él nos mira, de paso que nos pide un vencimiento nuevo: ese pequeño
sacrificio, esa sonrisa ante la persona inoportuna, ese comenzar por el
quehacer menos agradable pero más urgente, ese cuidar los detalles de orden,
con perseverancia en el cumplimiento del deber cuando tan fácil seria
abandonarlo, ese no dejar para mañana lo que hemos de terminar hoy: ¡todo por
darle gusto a Él, a Nuestro Padre Dios! Y quizá sobre tu mesa, o en un lugar
discreto que no llame la atención, pero que a ti te sirva como despertador del
espíritu contemplativo, colocas el crucifijo, que ya es para tu alma y para tu
mente el manual donde aprendes las lecciones de servicio. (S. JOSEMARÍA
ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 67).
Mis delicias, leemos en el libro de los
Proverbios, son estar con los hijos de los hombres (7, 31). El paraíso de
Dios, por decirlo así, es el corazón del hombre. Dios os ama: amadlo. Sus
delicias son estar con vosotros: que las vuestras sean estar con él y pasar el
tiempo de vuestra vida junto a aquel con quien esperáis pasar la eternidad en
su amable compañía.
Tomad la costumbre de hablarle a solas,
familiarmente, con confianza y amor, como a vuestro amigo, como al que más
queréis y el que más os quiere. (S. ALFONSO Ma DE LIGORIO, Cómo conversar
continua y familiarmente con Dios).
Cuando de dos cosas una es la razón de la otra,
la ocupación del alma en una no impide ni disminuye la ocupación en la otra
[...].
Y como Dios es aprehendido por los santos como
la razón de todo cuanto hacen o conocen, su ocupación al percibir las cosas
sensibles o al contemplar o al hacer cualquiera otra cosa, en nada les impide
la divina contemplación ni viceversa. (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, Supl.,
q. 82, a. 3).
4.3.
Sintiéndonos templos de Dios
Acaecíame en esta representación que hacía de
ponerme cabe Cristo, que he dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a
deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía
dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en Él. (SANTA TERESA,
Vida, 10, 1).
¡Oh alma hermosísima más que todas las
criaturas! Ya sabes el lugar que deseas. ¡Ya sabes dónde se encuentra tu Amado
para buscarte y unirte con El! Tú misma eres su morada. Tú misma el escondite
donde está escondido. ¡Alegría grande debe darte saber que está en ti misma!
No puedes tú estar sin Él: Mirad, ¡dentro de vosotros está el reino de Dios!
(Lc 17, 21); porque nosotros somos templo de Dios vivo (2 Cor 6, 16). (S. JUAN
DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 1, 7).
Nada hay escondido para el Señor, sino que aun
nuestros secretos más íntimos no escapan a su presencia. Obremos, pues,
siempre conscientes de que él habita en nosotros, para que seamos templos
suyos y él sea nuestro Dios en nosotros, tal como es en realidad y tal como se
manifestará ante nuestra faz; por esto tenemos motivo más que suficiente para
amarlo. (S. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Carta a los Efesios).
¿Cómo he podido yo saber que estaba presente?
Porque está vivo y es eficaz; apenas entra en mí, despierta mi alma
adormecida, vivifica, enternece y excita mi corazón embotado y duro como una
piedra. Comienza por arrancar y destruir, por edificar y plantar, por regar mi
sequedad, por iluminar mis tinieblas, por abrir lo que estaba cerrado, por
inflamar mi frialdad, y también por enderezar los senderos tortuosos y allanar
las rugosidades de mi alma, de tal suerte que pueda bendecir al Señor y que
todo lo que hay en mí bendiga su santo Nombre (cfr. Sal 102, 1). (S. BERNARDO,
Sermón 74 sobre el Cantar de los Cantares).
Considerad, pues, que hay sin duda dentro del
alma de cada uno un pozo de agua viva [...]. Dios está cerca de vosotros;
mejor, está dentro de vosotros, y quita la tierra del alma de cada uno para
hacer saltar en ella el agua viva (ORIGENES, Hom. sobre el Génesis, 13).
4.4.
El cristiano ha de procurar que la presencia de Dios sea continua
Porque yendo con consideración todo es amor.
(SANTA TERESA, Camino de perfección, 7, 7).
Si nunca te desvías del buen camino, aunque
calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu
corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así
los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos. (S. AGUSTIN, Coment. sobre
el Salmo 148).
Nada hay mejor, que la oración y coloquio con
Dios [...]. Me refiero, claro está, a aquella oración que no se hace por
rutina, sino de corazón; que no queda circunscrita a unos determinados
momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche. (S. JUAN CRISÓSTOMO,
Hom. 6 sobre la oración).
Así, pues, todo hombre que vive entre los
hombres busque a Aquel a quien ama de modo que no abandone a aquel con quien
camina; y preste a éste su auxilio de tal manera que bajo ningún motivo se
separe de aquel a quien se dirige. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los
Evangelios).
Debemos considerar como una infidelidad a
nuestros ojos el alejarnos, aunque no sea más que un instante, de la
contemplación de Cristo. (CASIANO, Colaciones, 1).
Aspira, pues, a Dios muy a menudo [...], con
breves pero ardientes suspiros del corazón, admira su hermosura; implora su
auxilio, arrójate en espíritu a los pies de la cruz, adora su bondad,
consúltale continuamente sobre tu salud espiritual, entrégale mil veces al
día tu alma, fija la vista interior en su dulzura; extiende hacia Él los
brazos como un niño chiquito a su padre, para que Él te lleve; ponle como
delicioso ramillete sobre tu pecho, fijare en tu alma como bandera y ejercita
todos los movimientos del corazón para concebir amor de Dios y excitar en ti
una tierna y apasionada dilección del divino Esposo. (S. FRANCISCO DE SALES,
Introd. a la vida devota, II, 13).
Así como los que están enamorados con amor
humano y natural casi siempre tienen empleado el pensamiento en recordar, el
corazón en estimar y la boca en alabar al objeto de sus amores, y cuando se
hallan ausentes no pierden ocasión de manifestar su afecto por cartas, y en
cualquier árbol que encuentran escriben el nombre de la persona amada, así
los que aman a Dios no pueden dejar de pensar en Él, suspirar por Él, aspirar
a Él y hablar de Él, y quisieran, si fuese posible, grabar en todos los
corazones del mundo el santo y sagrado nombre de Jesús (S. FRANCISCO DE SALES,
Introd. a la vida devota, II, 13).
Este debe ser nuestro principal objetivo y el
designio de nuestro corazón: que nuestra alma esté unida a Dios y a las cosas
divinas. Todo lo que aparte de esto, por grande que pueda parecernos, ha de
tener en nosotros un lugar puramente secundario o, por mejor decir, el último
de todos. Inclusive debemos considerarlo como un daño positivo. (CASIANO,
Colaciones, 1).
Reflexionad bien qué es en lo que estáis
pensando a todas horas. Unos piensan en los honores, otros en el dinero, otros
en la extensión de sus posesiones. Todas estas cosas están en lo bajo, y
cuando el alma se ocupa de tales cosas queda doblada de la rectitud de su
estado; y como no se eleva a los deseos celestiales, no puede mirar hacia
arriba, como la mujer encorvada (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 31 sobre los Evang.).
La oración se hace continua, como el latir del
corazón, como el pulso. Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa; y
sin vida contemplativa de poco vale trabajar por Cristo, porque en vano se
esfuerzan los que construyen, si Dios no sostiene la casa (cfr. Sal 126, 1).
(S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 8).
Y creedme, mientras pudiéredes no estéis sin
tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos y Él ve que lo hacéis con
amor y que andáis procurando contentarle, no le podréis —como dicen— echar de
vos, no os faltará para siempre, ayudaros ha en todos vuestros trabajos,
tenerle heis en todas partes; mirad que es gran cosa un tal amigo al lado.
(SANTA TERESA, Camino de perfección, 26, 1).
Si este comportamiento es frecuente, ¡cuántos
pecados se evitarían y cuántas acciones buenas se realizarían! [...]. Porque
si el recuerdo de un hombre valiente y sabio nos incita a imitarlo y reprime
nuestra tendencia al mal, cuánto más nos ayudará en la oración el recuerdo
de Dios, nuestro Padre, si estamos convencidos de su presencia y de que nos
escucha y nos habla. (ORIGENES, Tratado sobre la oración, 8-9)
4.5.
Especialmente al comenzar y al terminar el día
Del mismo modo que la pureza y la atención
durante el día preparan una noche santa, así las vigilias nocturnas nos hacen
atesorar energías para toda la jornada. (CASIANO, Instituciones, 6).
Oremos con acción de gracias al despuntar el
nuevo día, al salir de casa, antes de comer y después de haber comido, a la
hora de ofrecer incienso y entregarnos al descanso. Y aun en la misma cama
quiero que alternes los salmos con la oración dominical, ya antes de que el
sueño domine, ya cuando despiertes, para que el sueño te coja libre de
pensamientos mundanos y ocupada en los divinos. (S. AMBROSIO, Sobre las
vírgenes, 3).
Antes de que amanezca el día en el firmamento,
luzca el sol de la gracia en nuestro pecho y salga de nuestros labios la
confesión del Símbolo, como signo de defensa y amparo contra los peligros que
rodean la vida. ¿Qué soldado va a la guerra sin llevar su santo y seña? (SAN
AMBROSIO, Sobre las vírgenes, 3).
4.6.
«Industrias humanas» para tener presencia de Dios
Emplea esas santas «industrias humanas» que te
aconsejé para no perder la presencia de Dios: jaculatorias, actos de Amor y
desagravio, comuniones espirituales, «miradas» a la imagen de Nuestra
Señora... (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 272).
Brotarán de tu alma más actos de amor,
jaculatorias, acciones de gracias, actos de desagravio, comuniones
espirituales. Y esto, mientras atiendes tus obligaciones: al descolgar el
teléfono, al subir a un medio de transporte, al cerrar o abrir una puerta, al
pasar ante una iglesia, al comenzar una nueva tarea, al realizarla y al
concluirla; todo lo referirás a tu Padre Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos
de Dios, 149).
Las criaturas son como un rastro del paso de
Dios. Por esta huella se rastreará su grandeza, poder, sabiduría y todos sus
atributos. (S. JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 5, 3).
¡Qué felices seríamos de no tener sino a
Jesús en el entendimiento, a Jesús en la memoria, a Jesús en la voluntad, a
Jesús en la imaginación! Jesús estaría por todo en nosotros, y nosotros
estaríamos por todo en Él. Tratemos de que sea así; pronunciémosle tan a
menudo como podamos. Aunque no sea sino tartamudeando [...]. (S. FRANCISCO DE
SALES, Epistolario, fragm. 20, 1.c., p. 654).
Rezaremos algunas preces en honor del santo
Ángel de la Guarda, y no dejaremos nunca de bendecir la mesa, ni de dar
gracias después de la comida, de rezar el Ángelus, y el Ave María cuando dan
las horas: todo lo cual nos va recordando nuestro último fin, nos hace presente
que en breve ya no estaremos en la tierra, y así nos iremos desligando de ella
[...]. Ya veis, cuán fácil es orar constantemente, practicando lo que hemos
dicho. Esta es la manera como oraban siempre los santos. (SANTO CURA DE ARS,
Sermón sobre la oración).
No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de
meterte dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas
del Señor. Él te espera. No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de
rezar a María Inmaculada una jaculatoria siquiera cuando pases junto a los
lugares donde sabes que se ofende a Cristo. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n.
269).
Tu Crucifijo. —Por cristiano, debieras llevar
siempre contigo tu Crucifijo. Y ponerlo sobre tu mesa de trabajo. Y besarlo
antes de darte al descanso y al despertar: y cuando se rebele contra tu alma el
pobre cuerpo, bésalo también. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 302).
4.7.
Jaculatorias
¿Cuándo llegará la hora de su presencia?
Cuando le veamos cara a cara, como dice el Apóstol; esto es lo que nos promete
Dios como premio a nuestros trabajos. Cuando trabajas para esto lo haces: para
llegar a la visión. (S, AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 90).
Ayuda para la memoria continua de Dios y el
andar siempre en su presencia, el uso de aquellas breves oraciones que S.
Agustín llama jaculatorias, porque éstas guardan la casa del corazón y
conservan el calor de la devoción. (S. PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la
oración y meditación, II, 2).
Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes
oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así
la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga
vigilante y despierta. (S. AGUSTIN, Carta 130, a Proba).
Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto
y gustábamos de decir muchas veces: ¡Para siempre, siempre, siempre! En
pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez
impreso el camino de la verdad. (SANTA TERESA, Vida, I, 4).
En otras ocasiones nos bastarán dos o tres
expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que
aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes
me inundare (Mt 8, 2.), Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia
nosti, tu scis quia amo te (Jn 21, 17), Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes
que te amo; Credo, Domine, sed aditiva incredulitatem meam (Mc 9, 23), creo,
Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine non sum dignus (Mt
8, 8), ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus (Jn 20, 28), ¡Señor
mío y Dios mío!... U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor
íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta. (S. JOSEMARÍA
ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 119).
4.8.
La plenitud de la presencia de Dios tendrá lugar después de esta vida
Yo estaré con vosotros [...]. El que en la vida
presente permanece con sus escogidos, protegiéndoles, también estará con
ellos después que esto haya concluido, premiándolos. (SAN BEDA, en Catena
Aurea, vol. III, pp. 432-433).
Sus ovejas encontrarán pastos, porque todo
aquel que le sigue con un corazón sencillo es alimentado con un pasto siempre
verde. ¿Y cuál es el pasto de estas ovejas, sino el gozo infinito de un paraíso
siempre lozano? El pasto de los elegidos es presencia del rostro de Dios, que,
al ser contemplado ya sin obstáculo alguno, sacia para siempre el espíritu
con el alimento de vida. (SAN GREGORIO MAGNO Hom. 14 sobre los Evang.).
Podemos decir que el Señor viaja con aquellos
que viven dentro de la fe [...], y estará con nosotros (en este mundo) hasta
que, saliendo de nuestros cuerpos, nos reunamos con Él (en el cielo).
(ORIGENES, en Catena Aurea, vol. III, p. 225).
4.9.
A través de la Virgen
[...] no nos importe repetirlo durante el
día—con el corazón, sin necesidad de palabras—pequeñas oraciones,
jaculatorias. La devoción cristiana ha reunido muchos de esos elogios
encendidos en las Letanías que acompañan al Santo Rosario. Pero cada uno es libre
de aumentarlas, dirigiéndole nuevas alabanzas, diciéndole lo que —por un
santo pudor que Ella entiende y aprueba— no nos atreveríamos a pronunciar en
voz alta. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 294).
Si te acostumbras, siquiera una vez por semana,
a buscar la unión con María para ir a Jesús, verás cómo tienes más
presencia de Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 276).
5.
Rectitud de intención
5.1. Actuar de cara a Dios y no de cara a los hombres
5.1. Actuar de cara a Dios y no de cara a los hombres
No te preocupes demasiado por saber quién está
por ti o contra ti; busca más bien que Dios esté contigo en todo lo que
haces. (Imitación de Cristo, II, 2, 3).
Pureza de intención. –La tendrás siempre, sí,
siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios. (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,
Camino, n. 287).
La presencia y el respeto de los hombres no le
moverá a ser más honesto, ni disminuirá en nada su virtud la soledad.
Siempre y dondequiera, lleva consigo el árbitro supremo de sus actos y de sus
pensamientos: su conciencia. Y todo su empeño consiste en complacer a Aquel a
quien sabe que no se puede eludir ni defraudar. (CASIANO, Colaciones, 11).
El corazón del hombre camina derecho cuando va
de acuerdo con la voluntad divina. (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1.c.,
142).
En los trabajos con que busco la nave, no es la
nave lo que busco, sino la patria. (S. AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la
Montaña, 2).
No nos seduzca ninguna prosperidad halagüeña,
porque es un viajero necio el que se para en el camino a contemplar los paisajes
amenos y se olvida del punto al que se dirige. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. 14
sobre los Evang.).
Es imposible al que tiene una doble voluntad
pelear y salir airoso de las batallas del Señor: El hombre dé doble corazón
-dice la Escritura- es inconstante en todos sus caminos. (CASIANO,
Instituciones, 7).
Hay muchos que se sienten impulsados a hacer
cosas buenas refiriéndolo todo a Dios, de modo que no son ellos mismos sino su
Padre celestial quien resulta glorificado. (S. GREGORIO MAGNO, Moralia, 19).
La pureza de intenciones no es más que
presencia de Dios: Dios nuestro Señor está presente en todas nuestras
intenciones. ¡Qué libre estará nuestro corazón de todo impedimento terrenal,
qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar
cuando Jesucristo reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida
toda nuestra intención! (S. CANALS, Ascética meditada, p. 143).
Si quieres tener espectadores de las cosas que
haces, ahí los tienes: los ángeles, los arcángeles y hasta el mismo Dios del
Universo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, Catena Aurea, vol. I, p. 344).
El que no procura ser visto por los hombres, aun
cuando haga algo en presencia de los hombres, no puede decirse que actúa en
presencia de ellos: el que hace algo por Dios, no ve más que a Dios en su
corazón, por quien hace aquello, como el artista tiene siempre presente a
aquella persona que le encargó la obra en que se ocupa. (S. JUAN CRISÓSTOMO,
en Catena Aurea, vol. I, p. 337).
Tened confianza, carísimo amigo, le decía el
sacerdote que le asistía, después de haberle administrado los últimos
sacramentos. Os habéis comportado con suma integridad en vuestra vida
sacerdotal, y los millares de sermones que habéis predicado sostendrán
vuestra causa ante Dios, defendiéndoos contra la insuficiencia de la vida
interior de que habláis. -¡Mis sermones! ¡Con qué ojos tan distintos los
contemplo en estos momentos! ¡Ah! Si Nuestro Señor no empieza a hablarme de
ellos, seguramente que no seré yo el primero en mencionarlos. (J.B. CHAUTARD,
El alma de todo apostolado, pp. 107- 108).
5.2.
Rectificar muchas veces la intención
El que desea saber si habita en él Dios,
examine sinceramente el fondo de su corazón e indague con empeño con qué
humildad resiste al orgullo, con qué benevolencia combate la envidia, en qué
medida vence los halagos y se alegra con el bien ajeno. Examine sí no desea
volver mal por mal y sí prefiere perdonar las injurias antes que perder la
imagen y semejanza de su Creador. (S. LEÓN MAGNO, Sermón 8, para la
Epifanía).
(Debemos) examinar con mucho cuidado nuestra
intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos
servir al Señor. (S. GREGORIO MAGNO, Hom. sobre Ezequiel 2).
La inclinación de la carne, la propia voluntad,
la esperanza del galardón, la afección del provecho pocas veces nos dejan.
(Imitación de Cristo, I, 15, 2).
Pureza de intención. -Las sugestiones de la
soberbia y los ímpetus de la carne los conoces pronto... y peleas y, con la
gracia, vences.
Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en
las acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá
dentro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en
tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo -por
puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloría.
Reacciona en seguida cada vez y di: «Señor,
para mi nada quiero. -Todo para tu gloría y por Amor». (S. JOSEMARÍA
ESCRIVÁ. Camino, n. 788).
Todos los males mortifican a los hijos del
diablo, pero el deseo de la vanagloria mortifica más bien a los hijos de Dios
que a los hijos del diablo. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p.
336).
Volved, hermanos carísimos, dentro de vuestro
corazón y ved siempre qué es lo que a todas horas estáis revolviendo en
vuestros pensamientos: el uno en los honores, el otro en las riquezas, aquel en
la extensión de sus predios. Todas estas cosas de abajo son, y cuando el alma
se enreda en ellas, declina el estado de su rectitud. (S. GREGORIO MAGNO,
Moralia, 31).
5.3.
Huir del aplauso humano
Examina bien los motivos que te impulsan a obrar
para descubrir las emboscadas de la vanidad y del amor propio; sólo a Dios
debes referir todo el bien que hagas, porque has de saber que es una gran
ganancia mantener oculta y secreta una obra buena de modo que sólo Dios la
conozca; sí por descuido tuyo viene a ser conocida de los hombres, pierde casi
todo su valor, como un hermoso fruto que los pájaros han empezado a picotear.
(J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 48).
De nada debe huir el hombre prudente tanto como
de vivir según la opinión de los demás. (S. BASILIO, Discurso a los
jóvenes).
Tampoco aquí se dice que sea ilícito el ser
vistos de los hombres, sino el obrar para ser vistos de ellos. Es superfluo
repetir siempre lo mismo, ya que la regla que debe observarse es una sola:
temer y rehuir, no que los hombres conozcan nuestras buenas obras, sino el
hacerlas con la intención de que nuestro galardón sea el aplauso humano. (S.
AGUSTÍN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).
Todo lo que a tu alrededor o en ti mismo te
conduce a la presunción, recházalo. No presumas más que de Dios; ten
necesidad únicamente de él y él te llenará. (S. AGUSTÍN, Coment. sobre el
salmo 85).
5.4.
El premio de las obras hechas con rectitud de intención
Jamás llegaremos a comprender el grado de
gloria que nos proporcionará en el cielo cada acción buena, sí la realizamos
puramente por Dios. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la esperanza).
La serpiente (se refiere a la vanagloria) que
debemos vigilar es invisible; entra en secreto y seduce. Sí esta invasión del
enemigo sucede en un corazón puro, bien pronto conoce el justo que sufre las
influencias de un espíritu extraño (y puede rectificar); pero si el corazón
está lleno de iniquidades no comprende fácilmente las sugestiones del
demonio. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 336).
[...] En todo el bien que hacemos a nuestro prójimo,
hemos de tener como objetivo el agradar a Dios y salvar nuestra alma. Cuando
vuestras limosnas no vayan acompañadas de estas dos intenciones, la obra buena
resultará perdida para el cielo. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la
limosna).
Cuánto poder tenga para hacer daño el deseo de
la vanagloria, nadie lo conoce mejor que aquel que le declara la guerra; porque
es fácil no buscar la propia alabanza cuando ésta es negada, pero es difícil
no complacerse en ella cuando se ofrece. (S. AGUSTÍN, en Catena Aurea, vol. I,
p. 336).
Aquel que, después de ser menospreciado, deja
de hacer el bien que hacía, da a entender que actúa por el aplauso de los
hombres; pero si en cualquier circunstancia hacemos el bien a los demás,
tendremos una grandísima recompensa. (S. JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea,
vol. II, p. 43).
5.5.
Frutos
No existen los fracasos, si se obra con rectitud
de intención y queriendo cumplir la voluntad de Dios, contando siempre con su
gracia y con nuestra nada. (J. ESCRIVÁ DE BALAOLER, Es Cristo que pasa, 76).
Si fuese Dios siempre el fin último de nuestro
deseo, no tan presto nos turbaría la contradicción de nuestra sensualidad.
Pero muchas veces tenemos algo de dentro escondido, o algo ocurre fuera cuya
afición nos lleva tras sí. Muchos buscan su propio interés secretamente en
las obras que hacen, y no lo entienden; y paréceles estar en buena paz cuando
se hacen las cosas a su propósito; mas sí de otra manera suceden, presto se
alteran y entristecen. (Imitación de Cristo, I, 14, 2).
Si tú me dices: «Muéstrame a tu Dios», yo te
responderé: «Muéstrame primero qué tal sea tu persona», y entonces te
mostraré a mi Dios. Muéstrame primero si los ojos de tu mente ven, si los
oídos de tu corazón oyen. (S. TEÓFILO DE ANTIOQUIA, Libro 1).
No es pequeño fruto el desprecio de la gloria
humana; y es entonces cuando uno está libre del yugo de los hombres. (S. JUAN
CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. I, p. 380).
5.6.
Rectitud de intención del sacerdote
He aquí las señales por las que se conoce si
un sacerdote obra con recta intención: 1. Si ama los trabajos de su mayor
desagrado y de menos relieve. 2. Si se queda tranquilo cuando sus planes no
tienen éxito; quien obra por Dios alcanza su fin, que es agradarle; quien, por
el contrarío, se intranquiliza al considerar el fracaso de sus planes, da
indicios de que no ha obrado sólo por Dios. 3. Si disfruta del bien que hacen
los demás como si él mismo lo hiciera, y ve sin envidia que los demás
emprendan las obras que emprenden, deseando que todos procuren la gloría de
Dios. (S. ALFONSO M.a DE LIGORIO, Plática sobre el amor a Dios, 1.c., p. 312).
6.
Tibieza
6.1. Tristeza y pereza en el trato con Dios. Causas
6.1. Tristeza y pereza en el trato con Dios. Causas
Una cierta tristeza, por la que el hombre se vuelve
tardo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan
(SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1, q. 63, a. 2 ad 2).
Tristeza ante el bien espiritual y divino (SANTO
TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 3).
No es razón que amemos con tibieza a un Dios
que nos ama con tanto ardor (SAN ALFONSO M.a DE LIGORIO, Visitas al Stmo.
Sacramento, 4).
No por causa de faltas aisladas merece uno el
reproche de ser tibio. La tibieza es más bien un estado que se caracteriza por
no tomar en serio, de un modo más o menos consciente, los pecados veniales, un
estado sin celo por parte de la voluntad. No es tibieza el sentirse y hallarse
en estado de sequedad, de desconsuelo y de repugnancia de sentimientos contra
lo religioso y lo divino, porque, a pesar de todos estos estados, puede
subsistir el celo de la voluntad, el querer sincero. Tampoco es tibieza el
incurrir con frecuencia en pecados veniales, con tal de que se arrepienta uno
seriamente de ellos y los combata. Tibieza es el estado de una falta de celo
consciente y querida, una especie de negligencia duradera o de vida de piedad a
medias, fundada en ciertas ideas erróneas: que no debe ser uno minucioso, que
Dios es demasiado grande para ser tan exigente en las cosas pequeñas, que
otros también lo practican así, y excusas semejantes (B. BAUR, La confesión
frecuente, p. 103).
La diferencia entre la caridad y la devoción es
la misma que hay entre el fuego y la llama [...J. Así que la devoción sólo
añade al fuego de la caridad la llama que la hace pronta, activa y diligente
(SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, I, 1).
Esa tristeza es una carencia de grandeza de
ánimo; no quiere proponerse la empresa grande propia de la naturaleza del
cristiano. La «acedia» es una humildad pervertida; no quiere aceptar los bienes
sobrenaturales, porque implican esencialmente una exigencia para el que los
recibe [...].
La «acedia» es, en la medida en que pasa del
terreno del afecto al de la decisión espiritual, una aversión consciente, una
auténtica huida de Dios. El hombre huye ante Dios porque le ha elevado a un
modo de ser superior, divino, y le ha obligado, por tanto, a una norma superior
de deber. La «acedia» finalmente, es una franca «detestatio boni divinis», lo
cual significa la monstruosidad de que el hombre tenga la convicción y el
deseo expreso de que Dios no le debería haber elevado sino «dejado en paz».
La pereza como pecado capital es la renuncia
malhumorada y triste, estúpidamente egoísta, del hombre a la «nobleza que
obliga» de ser hijos de Dios (J. PIEPER, Sobre la Esperanza, pp. 61-63).
Y pierden del todo el agua, sin beber poca ni
mucha, ni de charco ni de arroyo (SANTA TERESA, Camino de perfección, 21, 5).
¡Oh almas criadas para estas grandezas y para
ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? ¡Oh miserable
ceguera de los ojos de vuestra alma; pues para tanta luz estáis ciegos, y para
tan grandes voces sordos! (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 39).
Suelen tener tedio (los principiantes) en las cosas
que son más espirituales y huyen de ellas, como son aquellas que contradicen
el gusto sensible [...]. Y así por esta acedia posponen el camino de
perfección (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I, 7).
Debemos observar que el siervo inútil llama duro
a su señor, a quien sin embargo rehúsa servir, y dice que temió negociar con
el talento recibido el que sólo debía temer devolvérselo a su señor sin
lucro alguno. Pues hay muchos dentro de la Santa Iglesia de los que es una viva
imagen este siervo, los cuales temen emprender el camino de mejor vida y no
temen permanecer en la indolencia; y considerándose pecadores, tiemblan de
entrar en las vías de la santidad, y no tiemblan de seguir en sus vicios (SAN
GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).
6.2.
Síntomas de la tibieza
[...] porque de razón de tibieza es no se le
dar mucho, ni tener solicitud interior por las cosas de Dios [...]. Lo que es
sólo sequedad purgativa tiene consigo ordinaria solicitud con cuidado y pena,
como digo, de que no sirve a Dios [...] (SAN JUAN DE LA CRUZ, Noche oscura, I,
9).
Nadie atribuya su descarrío a un repentino
derrumbamiento, sino a haber seguido malos consejos o haberse apartado de la virtud
poco a poco, por una pereza mental prolongada. De ese modo es como comienzan a
ganar terreno insensiblemente los malos hábitos, y sobreviene una situación
extrema. El derrumbamiento -se lee en los Proverbios- viene precedido por un
deterioro y éste por un mal pensamiento (Prov 16, 18). Sucede lo mismo que con
una casa: se viene abajo un buen día sólo en virtud de un antiguo defecto en
los cimientos, o por una desidia prolongada de sus moradores. Gotitas muy
pequeñas penetran imperceptiblemente, corroyendo los soportes del techo; y
gracias a esa falta de atención repetida, se agrandan los boquetes y los
desperfectos. Después la lluvia y la tempestad penetran a mares (CASIANO,
Colaciones, 6).
(La curiosidad) embaraza los sentidos, inquieta
el ánimo y derrámala en muchas partes, y así impide la devoción (SAN PEDRO
DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, 2,3).
Así se apodera poco a poco el enemigo del todo,
por no resistirle al principio. Y cuanto uno fuere más perezoso en resistir,
tanto cada día se hace más flaco, y el enemigo contra él más fuerte
(Imitación de Cristo, I, 13, 5).
El alma tibia no está aún absolutamente muerta
a los ojos de Dios, ya que no están enteramente extinguidas en ella la fe, la
esperanza y la caridad, que constituyen su vida espiritual. Pero su fe es una
fe sin celo; su esperanza, una esperanza sin firmeza; y su caridad, una caridad
sin ardor. (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la tibieza).
Otro extremo contrario es el de los regalados,
que, so color de discreción, hurtan el cuerpo a los trabajos, el cual, aunque
en todo género de persona es muy dañoso, mucho más lo es en los que
comienzan, porque [...] siendo aún nuevo y mozo, comienza a tratarse y
regalarse como viejo (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y
meditación, 2, 5).
(El tibio) se parece a una persona que sintiese
deseos de pasear en carro triunfal, mas no se dignase ni tan sólo levantar el
pie para subir a él (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la tibieza).
Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana
las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o «cuquería» el
modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad;
si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si
obras por motivos humanos (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 331).
6.3.
Consecuencias
Muchos hay que envejecen en la tibieza y
relajación que han contraído en su adolescencia, intentando granjearse
autoridad no por la madurez de su vida, sino por su edad avanzada (CASIANO,
Colaciones, 2).
Con el cuerpo pesado y harto de mantenimiento,
muy mal aparejado está el ánimo para volar a lo alto (SAN PEDRO DE
ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, 2, 3).
(Los demonios, a quienes están metidos en la
tibieza y no hacen nada por salir de ella) empiezan a despojarles del temor y
recuerdo de Dios, así como de la meditación espiritual. Luego, una vez
desarmados del socorro y protección divinos, se abalanzan osados sobre sus
víctimas como sobre una presa fácil. Y así acaban por establecer allí su
morada, cual si fuera una posesión que ha sido entregada en sus manos
(CASIANO, Colaciones, 7).
(De la tibieza) nace la malicia, el rencor, la
pusilanimidad, la falta de esperanza, la indolencia en lo tocante a los
mandamientos, la divagación de la mente por lo ilícito (SAN GREGORIO MAGNO,
Moralia, 31).
Las imperfecciones de aquellos que caminan con
tibieza a la perfección, por más que las sufran los fuertes y tolerantes, los
mismos imperfectos no pueden soportarlas. Mejor dicho, no pueden sufrir que les
sufran. Viven en su corazón y están connaturalizadas con ellos las causas de
sus enojos; por eso no les dejan vivir en paz y armonía. Les sucede lo que a
los enfermos, imputan a negligencia de los cocineros o de sus domésticos las
repugnancias de su estómago enfermizo. Y por mucho que se esmere uno en
atenderles, no dejan de hacer responsables a los sanos de su abatimiento
morboso, sin percatarse de que éste se encuentra en sí mismos y responde al
estado anormal de su salud quebrantada (CASIANO, Colaciones, 16).
En fin, van siempre errantes al albur de una
imaginación sin freno. Ni pasa por sus mentes lamentarse cuando se ven
alejados de la divina contemplación, que es algo único y simplicísimo. Más:
no tienen nada cuya pérdida puedan deplorar. Abriendo su alma de par en par a
todo pensamiento que la invade, no tienen ningún objeto en que afincarse y que
polarice todos sus deseos (CASIANO Colaciones, 23).
Porque dormir es morir. Dormitar antes del
sueño significa debilitarse la salud; porque por la enfermedad se llega al
sueño de la muerte (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 12 sobre los Evang.).
(Palabras de S. Basilio a un monje poco
entregado). «Et senatorem perdidisti, et monachum non fecisti»: Has sacrificado
al senador y no has hecho al monje (CASIANO, Instituciones, 7).
La devoción, que Santo Tomás define como
«voluntad decidida para entregarse a todo lo que pertenece al servicio de
Dios», desaparece en el estado de tibieza (cfr. SANTO TOMÁS, Suma Teológica,
2-2, q. 82, a. 1).
A medida que el alma se vea endurecida con sus
acciones, cuesta más el ablandarla para las cosas que pertenecen al amor de
Dios (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 17 sobre los Evang.).
Todo le indigna, todo le exaspera; el trabajo le
causa tedio y es motivo para que murmure sin cesar. No conoce moderación
ninguna, y como un caballo indómito corre vertiginoso y sin freno hacia el
precipicio. Vive descontento de todo; del régimen de vida, del vestido, de la
convivencia con los hermanos. Y dice paladinamente que no podrá soportar por
mucho tiempo tal estado de cosas (CASIANO, Instituciones, 7).
Las más de las veces se funda en no haber
renunciado en un principio con sinceridad a todas las cosas y en un amor tibio
hacia Dios (CASIANO, Instituciones, 7).
6.4.
Remedios
Nosotros somos los vasos, Cristo es la fuente (SAN AGUSTÍN, Sermón 289).
Hemos de huir siempre del pecado; pero la
tentación del pecado hay que vencerla unas veces huyendo y otras ofreciendo
resistencia. Huyendo cuando el continuo pensamiento aumenta el incentivo del
pecado, como sucede en la lujuria [...]. Resistiendo, empero, cuando el pensar
detenidamente en el objeto que la provoca, ayuda a alejar el peligro, que
precisamente nace de no considerarlo bien. Tal es el caso de la pereza
espiritual o acidia, porque cuanto más pensamos en los bienes espirituales
más nos agrada, y más desaparece el tedio que provocaba el conocerlos
superficialmente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 1).
Tener gran confianza, porque conviene mucho no
apocar los deseos, sino creer de Dios, que si nos esforzamos poco a poco,
aunque no sea enseguida, podremos llegar con su favor a lo mismo que muchos
santos (SANTA TERESA, Vida, 13, 2).
Me duele ver el peligro de tibieza en que te
encuentras cuando no te veo ir seriamente a la perfección dentro de tu estado.
–Di conmigo: ¡no quiero tibieza!: «confige timore tuo carnes meas!» -¡dadme,
Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar! (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ,
Camino, n. 326).
Que siempre vuestros pensamientos sean animosos,
que de aquí vendrá el que el Señor os dé gracias para que lo sean las obras
(SANTA TERESA, Meditaciones sobre los cantares, 2, 19).
Cristo es fuente de vida: acércate, bebe y
vive; es luz: acércate, ilumínate y ve. Sin su influjo estarás seco y ciego
(SAN AGUSTÍN, Sermón 284).
6.5.
El amor a la Virgen, remedio contra la tibieza
El amor a nuestra Madre será soplo que encienda
en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu
tibieza (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 492).
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