Cuando el Papa Francisco recibió
la semana pasada al Padre Tom Uzhunnalil, liberado tras un año y medio de
secuestro en Yemen, tuvo un sencillísimo gesto que nos dejó una imagen sin
precedentes: tomó su mano e inclinándose se la
besó. Forma parte de los gestos más arraigados en la iglesia el que
cuando se saluda a un sucesor de los apóstoles, máximo a un sucesor de Pedro,
junto a una pequeña inclinación reverencial, se le besa el anillo, pues este
representa a la Iglesia, al simbolizar la alianza entre Cristo y su Iglesia.
Pero en este caso era el Padre Tom quien representaba a Cristo y a su Iglesia,
perseguida, y tantas veces “secuestrada” en
sus evangelizadores más intrépidos.
Este gesto recuerda y significa
ese otro gesto que el Papa Francisco tuvo nada más elegido obispo de Roma,
cuando desde la “Logia de las bendiciones”, antes
de dar la tradicional bendición urbi et orbi,
se inclinó largamente y pidió la bendición al pueblo congregado en la Plaza
de Bernini. Si el Papa es el “siervo de los siervos
de Dios”, como le gustaba decir a Benedicto XVI, no debería extrañar que
sea él el bendecido, no sólo el que bendice, o que sea él quien se incline a
besar la mando de un misionero, y no sólo aquel al que le besan la mano.
Sabemos que estos gestos, los
gestos del afecto, del respeto, de la disponibilidad al otro, sin confundirse
en absoluto con los gestos del servilismo, son gestos comunicativos, y ya
aprendimos entre otros comunicólogos de Flora Davis, que la comunicación no
verbal supera con creces a la comunicación meramente verbal en la que se anulen
o se infravaloren los códigos no verbales como es el de los gestos.
Pero sólo son los gestos
verdaderamente significativos si van unidos a las actitudes, los hábitos y los
actos de quienes los tienen. Con ellos el Papa transmite los mismo que cuando
hace dos semanas en Colombia escuchó atentamente a cada uno de las cuatro
víctimas de la violencia en Colombia que dieron su testimonio, y sus palabras
no fueron dirigidas a la multitud allí congregada, sino una a una a cada una de
estas personas, con un mensaje personal para cada una de ellas. Y no un mensaje
cargado de enseñanzas o de consejos, como cabría esperar de un Papa, sino un
mensaje de agradecimiento, de apoyo, de confirmación. Como el gesto de besar la
mano del misionero, con esta manera de comunicarse, nos está diciendo algo muy
importante: no estoy aquí sólo para enseñaros algo,
sino para evidenciar lo que entre vosotros, con vuestra vida, nos enseñáis a
todos cuando hacéis vida el Evangelio.
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