Debemos caer en
cuenta que no somos esclavos, sino hijos.
Por: Sam Guzman | Fuente: CapsulasDeVerdad.com
Por: Sam Guzman | Fuente: CapsulasDeVerdad.com
Uno de los errores más comunes que cometemos es
pensar en el pecado como algo meramente legal. Es decir, pensar que el pecado
es sólo romper un código de leyes y reglas, y conformarse con eso. Pensar en el
pecado y la honradez en términos estrictamente legales es perder el tiempo. El
pecado no es algo fundamentalmente legal; es más bien algo fundamentalmente
relacional.
Dicho de otro modo, el pecado es una ruptura de
la comunión. Es moverse lejos del amor hacia lo que no es amor. Es un
alejamiento de la faz de Dios hacia la oscuridad del vacío. No es negar que
Dios nos dé mandamientos. Sin embargo, estos mandamientos no forman un código
legal arbitrario. Significan más bien los límites de una relación. Son barreras
alrededor del pacto de amor que Dios hace con nosotros.
MIEDO
Y PENSAMIENTO LEGAL
El problema con un marco estrictamente legal es
que empezamos a pensar en Dios como un juez lejano y severo, esperando
castigarnos por cada infracción que hagamos de su ley. Creemos en un sentido
abstracto que él es bueno y que nos ama, y ??sin embargo no podemos escapar del
hecho de que está listo para atacarnos en el momento en que rompemos el menor
mandamiento de la ley. El miedo comienza a dominar nuestra relación con Dios.
Pecadores como somos, no podemos dejar de verlo como un adversario que hay que
evitar, en lugar de un padre que hay que amar.
La escrupulosidad es el resultado inevitable del
pensamiento legal. Ya no confiamos en la bondad de Dios, sino que tememos su
ira. Cuando pecamos, nos arrepentimos porque no queremos irnos al infierno. Nos
arrepentimos para apaciguar la ira de Dios y, lo que es más importante, para
ganar su amor y favor.
EL
PADRE Y EL PRÓDIGO
¿Cuál es la alternativa al pensamiento legal? Es
darse cuenta que no somos esclavos, sino hijos. Tanto si vivimos así o no,
nuestra entera identidad es que somos hijos del Dios Altísimo. Dios te dice: "Este es mi hijo amado, en quien me complazco".
Y luego te dice: "Hijo, tú siempre
estás conmigo, y todo lo que es mío es tuyo." Esta es una realidad
maravillosa que no la meditamos suficiente.
No hay mejor ilustración del amor que el Padre
tiene por nosotros que la historia del Hijo Pródigo. El hijo egoísta se
aprovechó de la bondad de su padre. No podía esperar a que su padre muriera y
así exigió su herencia inmediatamente. Tal fue su codicia y su falta de
respeto. Además, cuando finalmente recibió su herencia, lo desperdició de la
peor manera posible: en el juego, el alcohol y las prostitutas. No se puede
imaginar un insulto más grande.
Cuando el Hijo Pródigo finalmente recupera sus
sentidos, se da cuenta de que estaba mejor en la casa de su padre. Sin embargo,
difícilmente se podría decir que sus motivos para el arrepentimiento eran puros.
Con mucha frecuencia sus motivos son muy parecidos a los nuestros: simplemente
se trata de evitar la miseria y permanecer fuera del infierno. Es muy probable
que él hubiera preferido morir, pero luego piensa en ser un esclavo en la casa
de su padre. Seguramente esto sería mejor que comer alimento de cerdo. Así que
se fue a casa esperando la ira y una buena reprimenda de su padre. ¿Cómo podría
alguien perdonar tales errores?
Pero luego vuelve a casa, y recibe una sorpresa.
Su padre no lo espera, con los brazos cruzados en justa ira, para humillarlo y
recordarle sus errores. No, corre hacia él y lo abraza. Lo viste con ricas
prendas y le prepara un banquete.
EL
CORAZÓN DEL ARREPENTIMIENTO
¿No lo entiendes? Dios te ama. Él no es un
policía esperando para atacar como el despiadado Javert en Los Miserables. No
es un juez frío y calculador esperando realizar una justicia ciega e imparcial.
Él es un Padre que nunca ha dejado de amarte y que corre a encontrarte en el
momento en que te vuelves hacia él.
Creo que sólo cuando el Hijo Pródigo recibe la
misericordia del padre, es cuando experimenta un verdadero arrepentimiento.
Hasta ese momento, seguía pensando como un esclavo. No confiaba en la bondad de
su padre y sólo esperaba la justicia que realmente merecía. Pero cuando
experimenta el perdón radical de su padre, cuando se da cuenta de que era y
siempre sería un hijo amado, todo cambia.
Igual con nosotros. Cuando dejamos de pensar
como esclavos que tienen que ganarse el amor de Dios, se produce un cambio de
paradigma. Ya no tememos a que Dios caiga sobre nosotros con un feroz castigo,
sino que caminamos en la libertad y en la confianza del amor. "El amor perfecto expulsa el temor", como
dice el Apóstol. No nos arrepentimos porque queremos que Dios nos ame de nuevo,
nos arrepentimos porque Dios nunca ha dejado de amarnos. Y eso hace toda la
diferencia.
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