VATICANO, 22 Mar. 17 / 06:40 am (ACI).- En una nueva Audiencia
General, el Papa Francisco ofreció una catequesis sobre la
perseverancia y el consuelo.
Ante miles de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre
continuó el ciclo de catequesis sobre la esperanza cristiana y afirmó que “quien experimenta en su propia vida el amor fiel de Dios y su consolación
está en grado, es más, en el deber de estar cerca de los hermanos más débiles y
hacerse cargo de sus fragilidades”.
A continuación, la catequesis del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ya desde hace algunas semanas el Apóstol Pablo nos está ayudando a
comprender mejor en que cosa consiste la esperanza cristiana. Y hemos dicho que
no era un optimismo, no: era otra cosa. Y el Apóstol nos ayuda a entender que
cosa es esto. Hoy lo hace uniéndola a dos actitudes aún más importantes para
nuestra vida y nuestra experiencia de fe: la «perseverancia» y la «consolación» (vv. 4.5). En el pasaje de la Carta
a los Romanos que hemos apenas escuchado son citados dos veces: la primera en
relación a las Escrituras y luego a Dios mismo. ¿Cuál es su significado más
profundo, más verdadero? Y ¿En qué modo iluminan la realidad de la esperanza?
Estas dos actitudes: la perseverancia y la consolación.
La perseverancia podríamos definirla también como paciencia: es la
capacidad de soportar, llevar sobre los hombros, “soportar”,
de permanecer fieles, incluso cuando el peso parece hacerse demasiado
grande, insostenible, y estamos tentados de juzgar negativamente y de abandonar
todo y a todos. La consolación, en cambio, es la gracia de saber acoger y
mostrar en toda situación, incluso en aquellas marcadas por la desilusión y el
sufrimiento, la presencia y la acción compasiva de Dios. Ahora, San Pablo nos
recuerda que la perseverancia y la consolación nos son transmitidas de modo
particular por las Escrituras (v. 4), es decir, por la Biblia. De hecho, la
Palabra de Dios, en primer lugar, nos lleva a dirigir la mirada a Jesús, a
conocerlo mejor y a conformarnos a Él, a asemejarnos siempre más a Él. En
segundo lugar, la Palabra nos revela que el Señor es de verdad «el Dios de la constancia y del consuelo» (v. 5),
que permanece siempre fiel a su amor por nosotros, es decir, que es
perseverante en el amor con nosotros, no se cansa de amarnos: ¡no! Es
perseverante: ¡siempre nos ama! Y también se preocupa por nosotros, curando
nuestras heridas con la caricia de su bondad y de su misericordia, es decir,
nos consuela. Tampoco, se cansa de consolarnos.
En esta perspectiva, se comprende también la afirmación inicial del
Apóstol: «Nosotros, los que somos fuertes, debemos
sobrellevar las flaquezas de los débiles y no complacernos a nosotros mismos» (v.
1). Esta expresión «nosotros, los que somos
fuertes» podría parecer arrogante, pero en la lógica del Evangelio
sabemos que no es así, es más, es justamente lo contrario porque nuestra fuerza
no viene de nosotros, sino del Señor. Quien experimenta en su propia vida el
amor fiel de Dios y su consolación está en grado, es más, en el deber de estar
cerca de los hermanos más débiles y hacerse cargo de sus fragilidades. Si
nosotros estamos cerca al Señor, tendremos esta fortaleza para estar cerca a
los más débiles, a los más necesitados y consolarlos y darles fuerza. Esto es
lo que significa. Esto nosotros podemos hacerlo sin auto-complacencia, sino
sintiéndose simplemente como un “canal” que
transmite los dones del Señor; y así se convierte concretamente en un “sembrador” de esperanza. Es esto lo que el Señor
nos pide a nosotros, con esa fortaleza y esa capacidad de consolar y ser
sembradores de esperanza. Y hoy, se necesita sembrar esperanza, ¿eh? No es
fácil.
El fruto de este estilo de vida no es una comunidad en la cual algunos
son de “serie A”, es decir, los fuertes, y
otros de “serie B”, es decir, los débiles.
El fruto en cambio es, como dice Pablo, «tener los
mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús» (v. 5).
La Palabra de Dios alimenta una esperanza que se traduce concretamente en el
compartir, en el servicio recíproco. Porque incluso quien es “fuerte” se encuentra antes o después con la
experiencia de la fragilidad y de la necesidad de la consolación de los demás;
y viceversa en la debilidad se puede siempre ofrecer una sonrisa o una mano al
hermano en dificultad. Y así es una comunidad que «con
un solo corazón y una sola voz, glorifica a Dios» (Cfr. v. 6). Pero todo
esto es posible si se pone al centro a Cristo, su Palabra, porque Él es el “fuerte”, Él es quien nos da la fortaleza, quien
nos da la paciencia, quien nos da la esperanza, quien nos da la consolación. Él
es el “hermano fuerte” que cuida de cada uno
de nosotros: todos de hecho tenemos necesidad de ser llevados en los hombres
del Buen Pastor y de sentirnos acogidos en su mirada tierna y solícita.
Queridos amigos, jamás agradeceremos suficientemente a Dios por el
don de su Palabra, que se hace presente en las Escrituras. Es ahí que el Padre
de nuestro Señor Jesucristo se revela como «Dios de
la perseverancia y de la consolación». Y es ahí que nos hacemos
conscientes de como nuestra esperanza no se funda en nuestras capacidades y en
nuestras fuerzas, sino en el fundamento de Dios y en la fidelidad de su amor,
es decir, en la fuerza de Dios y en la consolación de Dios. Gracias.
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