Algunos
dirán que fue mera suerte. Otros, que un milagro. Dejando a un lado esa
discusión, lo cierto es que lo ocurrido en 1945 a Juan Pablo II permitió al
futuro Papa huir de las crueles garras de Iósif Stálin.
En aquel tiempo, Polonia vivía
oprimida por el ejército soviético. Y es que, los mismos soldados que habían
liberado al país de los nazis se dedicaban entonces a deportar y acabar con la
vida de todo aquel que fuera contrario al régimen rojo. Para su desgracia, en
ese grupo entraban precisamente una serie de seminaristas entre los que se
encontraba un joven Karol Wojtyla.
Por suerte, el futuro Papa logró escapar de la muerte gracias a que un oficial
soviético intercedió por él.
Esta, y otras tantas historias
similares relacionadas con la Segunda
Guerra Mundial ruedan hoy día por multitud de redes sociales y webs. Sin
embargo, siempre surge la misma sombra de duda sobre ellas: ¿Es fiable la
información qué ofrecen? Por ello, este viernes queremos recomendar desde ABC Historia dos blogs que incluyen
hechos insólitos tan llamativos como el que estamos narrando y cuyos autores,
además, son expertos en la materia. El primero («¡Es la guerra!») ha sido creado por el periodista e historiador Jesús Hernández; el
segundo («HistoriasSegundaGuerraMundial»), por el divulgador histórico Pere
Cardona.
Ambos demuestran, día tras día y
post tras post, que es posible narrar la historia de una manera diferente y de
forma sumamente curiosa. Y todo ello, sin perder ni un ápice de rigor. De
hecho, los dos conocen bien la suerte
que tuvo Juan Pablo II de no caer bajo el yugo de Stalin.
DE
HITLER A STALIN
Para hallar el origen de este
suceso hay que retrotraerse en el tiempo hasta el año 1945. Por entonces la
vida no era sencilla en Cracovia (Polonia), donde residía un joven de apenas 25
años llamados Karol Wojtyla. En aquella ciudad, todavía en poder de los nazis,
el futuro papa se veía obligado a esconder su interés por el sacerdocio. Y es
que, los germanos solían mirar recelosos a los seminaristas. Así se explica en
la obra Los grandes personajes de la historia (editada por «Plaza y
Janés»), donde se especifica que Wojtyla andaba con pies de plomo a la
hora de demostrar cuál era su culto: «Los obispos polacos habían organizado un
seminario clandestino e itinerante en el que Karol ingresó y permaneció durante
toda la guerra».
Según fueron pasando los meses, los polacos se resignaron a esperar la
liberación de Cracovia por parte de los aliados. La desgracia fue que el
ejército que llegó empujando a las fuerzas alemanas desde el frente de
Stalingrado fue el soviético. El mismo que -según se desveló hace algunos
meses- violaría posteriormente a un millón de germanas cuando entró en Berlín.
Y un contingente que no destacaba, precisamente, por su tolerancia.
El 17 de enero de ese mismo año
el Ejército Rojo entró en
Cracovia con el objetivo de liberarla. Los combates con las pequeñas fuerzas de
resistencia alemanas se generalizaron en algunas partes de la ciudad. Y en uno
de ellos, precisamente, se vio involucrado (sin pretenderlo) Karol. Así lo
afirma Laureano J. Benítez Grande en su obra Juan
Pablo II: Vida y obra del Papa polaco a partir de sus testimonios,
donde afirma que -aquella jornada- el religioso se encontraba escondido en una
mina de piedra de la empresa Solay. Un emplazamiento en el que, para su
desgracia, había un pequeño retén de fuerzas nazis.
A pesar de que la situación
podría haber acabado en desastre, los prisioneros fueron rápidamente liberados
por los soviéticos. Y es que, sabedores de que no podían ofrecer una
resistencia prolongada, los alemanes se limitaron a rendirse. Debieron pensar que
no recibir un disparo en la mollera de un fusil soviético Mossin-Nagant bien
valía renegar del «Führer». Después de que
los germanos se marchasen con el rabo entre las piernas, los prisioneros
polacos salieron exultantes. Entre ellos, varios seminaristas entre los que se
encontraba Karol Wojtyla.
Así recordaba en 2008 aquel hecho
Vasily Sirotenko (un universitario que, antes de ser enviado a liberar Cracovia
como oficial, estudiaba el último curso de Historia). «También
allí los alemanes se rindieron y escaparon casi inmediatamente. Los obreros
polacos se habían escondido. Cuando llegamos, comenzamos a gritar: “¡Sois
libres!, ¡salid, salid!, ¡estáis libres! Cuando los contamos eran ochenta». Poco
después, el oficial descubrió que 18 de ellos eran seminaristas. Una mala
noticia para Karol ya que, si los nazis se fiaban poco de los religiosos, los
hombres de Stalin todavía menos.
UNA
EXTRAÑA RELACIÓN
A partir de ese momento, los seminaristas fueron vistos con malos ojos
por el Ejército Rojo. Todos,
salvo uno: Karol Wojtyla. Y es que, él tuvo la suerte de ser necesario
para Sirotenko. ¿La razón? Que el oficial soviético había recogido a lo largo
de su periplo desde la URSS una gran cantidad de libros sobre el Imperio
romano, pero estaban en latín y necesitaba que se los tradujesen.
Desesperado, preguntó por alguien
que supiese idiomas… y ese fue el futuro papa. «Llamé
a un seminarista y le pregunté si era capaz de traducir del latín y del
italiano. Me dijo que tenía un compañero muy inteligente y capaz para los
idiomas, un tal Karol Wojtyla. Entonces di la orden de encontrar a ese tal
Karol», explicó el militar.
Según señala Pedro Beteta López
en su libro Recordando a Juan Pablo II, los soldados soviéticos no tardaron en presentar
a Karol a Sirotenko. Y este último se sintió todavía más congratulado cuando el
chico le confirmó que no solo podía traducirle los textos del latín al polaco,
sino directamente al ruso. «En efecto, Karol sabía ruso porque su madre era de
ascendencia rusa y hablaba con ella en ruso también. Maravillado, le
llevó con él», destaca el experto en la susodicha obra.
Karol, que fue definido por
Sirotenko como «un jovenzuelo alto de cabellos
rubios y ojos azules», entabló rápidamente amistad con el soviético. La
relación era peligrosa pues, como afirma Cardona en su blog, era ampliamente
conocido el trato que daba Stalin a los seminaristas.
Pero el oficial no se amedrentó y
defendió al futuro Papa Juan Pablo II incluso cuando los soviéticos comenzaron
a deportar a Siberia a todos aquellos polacos de los que recelaban (y entre los
que, por descontado, se encontraban los 17 religiosos restantes de la cantera).
«Todo el grupo de seminaristas fue conducido hasta
Siberia, de donde no regresaron. Todos excepto Karol, que salvó la vida gracias
a su amigo», sentencia el divulgador histórico en «HistoriasSegundaGuerraMundial».
Manuel P.
Villatoro/ABC
Fecha de Publicación: 17 de Marzo de
2017
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