Un amigo me preguntó: “¿Por qué hablas
tanto de los sagrarios?”
Iba a responder: “Porque allí está Jesús”. Pero quise hacer algo mejor. Pensé en su
inmenso amor, en la amistad que me ha bridado Jesús a lo largo de mi vida. “Es mi amigo”,
respondí. “Jesús es mi mejor amigo”.
Y recordé que la sierva de
Dios, Sor Maria Romero solía llevarle rosas frescas todos los días y las
colocaba cerca de la puerta del sagrario, para que a Jesús le llegara el aroma
de las flores.
También recordé a un amigo.
Llevaba meses sin conseguir un empleo. Vino a mi trabajo y me contó preocupado
lo que le ocurría. Le recomendé: “Ve a una
capilla cercana donde tengan un oratorio con el sagrario. Allí está Jesús.
Cuéntale lo que te pasa y dile que te ayude. No por ti, sino por tu familia”.
Al día siguiente temprano
regresó a verme. Esta vez se le veía diferente, alegre, con una esperanza en la
mirada.
“No
vas a creerlo”, me dijo impresionado, “hice como me sugeriste.
Salí de aquí y me fui a una capilla cercana a mi casa. Participé de la Eucaristía
y me quedé un rato acompañando a Jesús en aquél sagrario. Le conté todo. Al
llegar a casa, abro la puerta y timbra el teléfono. Era una empresa que me ha
contratado. Empiezo la próxima semana. ¡Es increíble!”
Tengo un gran amigo que era
judío. Se llama José. Nos escribíamos con frecuencia. Me agradaba mucho
conversar con él, porque era un erudito que hablaba 10 idiomas. Vivía en
Argentina. Le
ocurrió algo extraordinario en torno a un sagrario.
Una tarde acompañó a un obispo
católico, amigo suyo, a tomar un café en una de esas maravillosas cafeterías de
Buenos Aires.
“¿Te importa si
primero pasamos por la Iglesia a buscar unos documentos que dejé allí esta
mañana?”, le preguntó
el obispo.
“Para nada, te
acompaño”, le dijo mi
amigo José.
Al entrar en la Iglesia
pasaron frente a una capilla que tenía la puerta abierta. Al fondo estaba
encendida una lámpara roja al lado del sagrario. El
obispo, desde afuera, se arrodilló con profunda devoción, pasaron unos segundos
de silencio absoluto, la cabeza inclinada, e hizo al terminar la señal de la
cruz.
Jose experimentó “algo” que no podía identificar. Nunca le había ocurrido y
sintió curiosidad.
Cuando se levantó el obispo,
José le preguntó:
“¿Por qué has hecho esto?”
El obispo le respondió,
señalando el sagrario:
“Allí está Jesús. Él te ve y Él te oye”.
Esto inquietó profundamente a
José. Y se dedicó a leer e investigar. Con el tiempo creció en él un deseo de
buscar y saber más. Y se convirtió al catolicismo.
Actualmente su familia es
hebrea y él un “sacerdote para Jesús”.
Un grito brota de mi alma cada
vez que recuerdo estas maravillas: “Gloria a ti
Señor Jesús”.
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