“En aquel mismo momento Jesús curo a muchas personas de sus enfermedades y sufrimientos, y de los espíritus malignos, y dio la vista a muchos ciegos” (Lucas 7,2).
El dolor
por la enfermedad, lo tiene postrado en una cama, derrotado y sin esperanzas.
En su enfermedad reina: el dolor y el sufrimiento. La palabra más pronunciada
que sale de sus labios es: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Que dolor!
No
preguntemos el por qué de la enfermedad, debemos preguntar ¿Para que esta
enfermedad?
Otras
veces Dios corrige al hombre con enfermedades, con fuertes dolores en todo su
cuerpo. (Job 33,19)
Tenemos
que aprender a ver nuestra enfermedad como un examen en la Universidad de Dios.
A través del sufrimiento Dios nos corrige, sabemos que la prueba ejercita la
paciencia, la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza.
(Romanos 5,3-4)
¿Para que
la enfermedad? Esta viene a nuestra vida para purificarnos:
“Yo
te purifique, pero no como se hace con la plata, sino que te probé en el horno
del sufrimiento” (Isaías
48,10)
Dios
quiere a través de nuestro sufrimiento, mostrar su victoria: Jesús al oírlo
dijo: “Esta enfermedad no va a terminar en muerte, sino
que ha de servir para mostrar la gloria de Dios, y también la gloria del hijo
de Dios” (Juan 11,4)
Cuando
llega la enfermedad muchos caemos derrotados, estamos abatidos:
El
ánimo del hombre soporta la enfermedad, pero al ánimo abatido ¿Quién podrá
levantarlo? (Proverbios
18,14)
Si viene
luchando durante días, meses y años contra la enfermedad, probablemente el
ánimo suyo este aniquilado aquí tiene que preguntarse y ahora ¿Quién podrá
levantarme?
La
respuesta usted la encuentra en la palabra del concierto de órganos que decía
el niño. Usted tiene dos opciones vivir con ¡Ay! O vivir diciendo ¡HAY!
¿CUÁL ES LA DIFERENCIA?
La
diferencia está en la letra H. Con la que se escribe Hijo. Es decir vivir
nuestra enfermedad solo diciendo ¡ay! Es vivir solos y sin esperanza. Pero
vivir el dolor y la enfermedad con un “Hay” es
vivir acompañados del Hijo de Dios, así se vive diciendo: “Hay esperanza en Cristo”. Esto marca la
diferencia, esto nos hace vivir con esperanza, y esta esperanza no quedara defraudada
porque ya se nos ha dado el Espíritu santo, y por el amor de Dios se va
derramando en nuestros corazones (Romanos 5,5)
Al
terminar esta reflexión, lo invito a leer y proclamar lo siguiente:
Considero
que los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la
gloria que habremos de ver después. (Romanos
8,18)
Por
eso no me desanimo; al contrario, aunque mi exterior está decayendo y
deteriorando, el hombre interior se va renovando de día en día en nosotros. (2da Corintios 4,16)
Bendeciré
al Señor con toda mi alma; no olvidare ninguno de sus beneficios. Él es quien
perdona todas mis maldades, quien sana todas mis enfermedades. (Salmo 103,3) Amen.
Envió: Beatriz Cecilia Gomez de Borda
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