El cristianismo tiene un alto
concepto de la entrega de la vida por Cristo desde los primeros mártires.
Y sus reliquias han sido
veneradas a través de los siglos, así como las de los santos no martirizados.
La práctica de la veneración
de las reliquias ha sido reconocida por la liturgia católica y por la
religiosidad popular.
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Y hay una larga tradición de hechos milagrosos logrados mediante el contacto con las reliquias.
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Y hay una larga tradición de hechos milagrosos logrados mediante el contacto con las reliquias.
Lo que muchas veces dinamiza su exhibición itinerante por distintos países.
Recomendamos
leer también estos relatos sobrenaturales:
- Discernimiento
de las Reliquias: visiones de Catalina Emmerich
- Reconocimiento
de las Reliquias de Jesucristo y de su Madre Santísima: visiones de
Catalina Emmerich
Recordemos primero a los primeros mártires para
luego hablar de sus reliquias.
LOS PRIMEROS MÁRTIRES
El
30 de junio la Iglesia festeja la fiesta de los primeros mártires (formalmente,
la “Protomártires”) que fueron los primeros testigos de Cristo, dando con valor
sus vidas.
Los primeros
martirios en Roma tuvieron lugar en el año 64 dC, durante la dura
persecución del emperador Nerón.
Dentro
de esta persecución cayeron los
Santos Pedro y San Pablo quienes comparten su propio día de fiesta el 29 de
junio, un día antes.
Estas persecuciones de Nerón comenzaron cuando se
produjo un incendio en Roma en julio de
64, cuando Nerón
culpó a los cristianos.
Los primeros mártires romanos
fueron condenados – entre otras acusaciones – porque tenían “odio a la raza
humana” (según Tácito).
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Y porque se negaron a creer en o reconocer al emperador como una deidad, por no hablar de los falsos dioses de los romanos paganos.
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Y porque se negaron a creer en o reconocer al emperador como una deidad, por no hablar de los falsos dioses de los romanos paganos.
Sabemos que los primeros mártires de Roma fueron asesinados en masa, pero no hay cifras
precisas que indiquen cuantos cristianos perdieron sus vidas durante
este período de persecución.
Estos cristianos estaban en Roma una década después del final del ministerio terrenal de
Jesús, cuando Pablo visitó Roma y convirtió con éxito muchas almas a
Cristo.
Los
primeros mártires de Roma se enfrentaron muertes espeluznantes: comidos por
animales salvajes, siendo crucificados o quemados vivos como antorchas humanas
para iluminar el cielo nocturno.
La mayoría de estas ejecuciones se desarrollaron en público con el fin de
tratar de disuadir a los romanos de seguir el cristianismo.
Los
primeros mártires de Roma son considerados como “discípulos de los apóstoles” debido a la
forma en que muchos de ellos llegaron a Jesús.
Sin embargo, hoy se considera
que muchos más cristianos fueron martirizados por su fe en Cristo durante los
siglos XX y XXI.
De
estos y otros mártires la grey católica ha conservado sus reliquias.
QUE SON LAS RELIQUIAS
CRISTIANAS
Las reliquias
cristianas nos remiten a aquellos de quienes fueron o tuvieron contacto con
ellas.
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Y a través de ellos a Aquel a Quien siguieron, el Señor Jesús Resucitado.
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Y a través de ellos a Aquel a Quien siguieron, el Señor Jesús Resucitado.
O sea que las reliquias son frágiles signos que nos conectan con Dios, quien se nos hace
presente, nos habla y actúa a través de la vida de los santos, testigos y
seguidores suyos.
La Iglesia, desde sus inicios, supo brindar
especial cuidado a la veneración de los santos y mártires, tanto que sus mismas tumbas se convirtieron rápidamente
en lugar de peregrinación.
Sus cuerpos habían tenido una presencia y
experiencia especial de Jesucristo como todo
lo que entraba en contacto con ellos, principalmente sus vestimentas.
La
veneración a los santos y a sus despojos nos acercan a Jesús, del cual
ellos estaban repletos.
Las reliquias son solo signos pobres y frágiles de
lo que fueron sus cuerpos y pertenencias, y a través de estos signos tenues y pequeños Dios quiere manifestar su
Presencia, su Poder y su Gloria.
Como narran los Hechos de los
Apóstoles de los pañuelos y vestidos “que habían tocado el cuerpo de Pablo”
curaban a los enfermos (Hch. 19, 12).
Jesús
ahora manifiesta su amor a través de los signos de quien los poseyera y llevara manifestándole
amor a Él.
Esas
reliquias manifiestan también nuestra fe en la Resurrección y signos
sensibles de la futura transfiguración corporal.
Por
las reliquias nos remontamos a aquel o aquella de quien fueron, y a través de
él o ella a Aquel a Quien siguieron y amaron, o sea el Señor Jesús.
Es una de las maneras en que los santos y santas de Dios siguen
evangelizando y estando sensiblemente entre nosotros.
LOS TIPOS DE RELIQUIAS QUE SE
DISTINGUEN
Y al culto de las reliquias de los santos, como el
de sus imágenes se le llama relativo
porque no se venera materialmente la imagen, el trozo de hueso o la prenda,
sino a aquél a quien pertenece.
Repasemos. Las reliquias pueden ser de tres
categorías:
– reliquias de primer grado:
tomadas del cuerpo del bienaventurado.
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– reliquias de segundo grado: objetos relacionados con los instrumentos de su martirio o que pertenecieron y fueron usados por el bienaventurado en vida, y
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– reliquias de tercer grado: cualquier objeto que haya tocado a una reliquia de primer grado o a la tumba del bienaventurado.
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– reliquias de segundo grado: objetos relacionados con los instrumentos de su martirio o que pertenecieron y fueron usados por el bienaventurado en vida, y
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– reliquias de tercer grado: cualquier objeto que haya tocado a una reliquia de primer grado o a la tumba del bienaventurado.
Las reliquias de primer grado, a su vez, se dividen
en tres clases:
– reliquias
insignes:
el cuerpo entero o una parte completa de él (el cráneo, una mano, una pierna, un brazo), como también algún órgano incorrupto (como la lengua de San Antonio de Padua, el cerebro de Santa Margarita María de Alacoque, etc.)
.
– reliquias notables:
partes importantes del cuerpo pero sin constituir un miembro entero (la cabeza del fémur, una vértebra, etc.), y
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– reliquias mínimas:
huesecillos o astillas de hueso.
el cuerpo entero o una parte completa de él (el cráneo, una mano, una pierna, un brazo), como también algún órgano incorrupto (como la lengua de San Antonio de Padua, el cerebro de Santa Margarita María de Alacoque, etc.)
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– reliquias notables:
partes importantes del cuerpo pero sin constituir un miembro entero (la cabeza del fémur, una vértebra, etc.), y
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– reliquias mínimas:
huesecillos o astillas de hueso.
CÓMO SE TRATAN LAS RELIQUIAS
La Iglesia manda colocar las reliquias
de primer grado, para su veneración, en tecas, que tienen la consideración de
vasos sagrados y reciben el nombre de “relicarios”.
Pero el uso más importante de las reliquias,
especialmente si son de mártires, es el
de ser puestas en el ara o sepulchrum de los altares de las iglesias.
El
obispo consagra separadamente el ara (un pequeño receptáculo de forma cuadrangular
practicado en la losa del altar en la parte sobre la que se coloca la oblata
durante la misa) para depositar en ella
las reliquias de mártires.
Y que
después se sella con una pequeña lápida, sobre la que se practican las
unciones.
Los
relicarios deben colocarse sobre el altar, entre los cirios, en las
celebraciones solemnes y se los inciensa durante la misa.
Cuando
es la festividad del santo cuyas reliquias se veneran en una
determinada iglesia, se suele presentar el relicario a la veneración de los
fieles para que éstos lo besen con reverencia.
EL CULTO DE LAS RELIQUIAS EN
LAS IGLESIAS
Ya los
primeros cristianos recogían solícitos los cuerpos de los mártires y celebraban
sobre sus sepulcros los sagrados misterios, para indicar así que su
sacrificio se mezclaba con el sacrificio de Cristo.
Más
tarde se levantaron en su honor templos magníficos, a los cuales
acudían las multitudes de peregrinos para implorar mercedes y pedir perdón de
sus pecados.
Hoy mismo no
se puede consagrar ningún altar sin que se deposite en el ara la reliquia de
algún santo.
Tal es el espíritu del cual ha nacido la festividad
de las Sagradas Reliquias.
El
altar fijo, de piedra, está asociado a las reliquias de los mártires.
LA RELACIÓN ENTRE LAS
RELIQUIAS Y AL ALTAR DE PIEDRA
Con la paz de Constantino, el altar entra en una
nueva fase. Esta presenta tres
características importantes:
– Abandona la madera y se
construye preferentemente con materiales sólidos (piedra, mármol, metales
preciosos).
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– Se fija de manera estable en el suelo.
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– Se asocia, por lo regular, a las reliquias de los mártires.
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– Se fija de manera estable en el suelo.
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– Se asocia, por lo regular, a las reliquias de los mártires.
¿Cómo
se llegó al altar fijo, de piedra, y a asociarlo a las reliquias de los
mártires?
El problema no se ha resuelto todavía claramente.
Podemos, sin embargo, señalar algunas inducciones:
– La movilidad primitiva del
altar de madera se mantuvo como norma en los siglos de las
persecuciones para evitar posibles profanaciones de una cosa tan santa
como era la mesa del sacrificio.
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Pero una vez que la Iglesia tuvo plena libertad de culto, era natural que cesara aquella cautela.
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– En el desarrollo de la arquitectura basilical, que en esta época recibió en todas partes extraordinario impulso, el altar de piedra respondía mucho mejor a las nuevas exigencias constructivas y decorativas del templo.
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– El concepto primitivo de que Cristo es el altar místico de su sacrificio y, como él mismo dijera, la piedra angular sobre la cual debe edificarse el templo espiritual de los fieles, debió de influir en la preferencia por el altar de piedra para que éste se mostrase en realidad símbolo vivo de Cristo.
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En lo que hace a la práctica de asociar el altar con la tumba del mártir, pudieron haber contribuido a ello factores históricos y, acaso más todavía, elementos simbólicos.
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Pero una vez que la Iglesia tuvo plena libertad de culto, era natural que cesara aquella cautela.
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– En el desarrollo de la arquitectura basilical, que en esta época recibió en todas partes extraordinario impulso, el altar de piedra respondía mucho mejor a las nuevas exigencias constructivas y decorativas del templo.
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– El concepto primitivo de que Cristo es el altar místico de su sacrificio y, como él mismo dijera, la piedra angular sobre la cual debe edificarse el templo espiritual de los fieles, debió de influir en la preferencia por el altar de piedra para que éste se mostrase en realidad símbolo vivo de Cristo.
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En lo que hace a la práctica de asociar el altar con la tumba del mártir, pudieron haber contribuido a ello factores históricos y, acaso más todavía, elementos simbólicos.
Citaremos algunos:
– El desarrollo creciente del
culto litúrgico a los mártires, culto que en Roma comienza a afirmarse en la
segunda mitad del siglo III.
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Y se expresa concretamente en las primeras listas oficiales de la Iglesia, al comienzo del siglo siguiente (calendario filocaliano).
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– La unión mística de los mártires con Cristo. Si el altar representa a Cristo, Cristo no puede estar completo sin sus miembros.
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Los mártires son ciertamente miembros de El, miembros gloriosos del Cristo glorioso.
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– La idea de asociar al sacrificio de Cristo el sacrificio de los mártires, que, en cierto modo, completa el valor de aquél, según las palabras de San Pablo:
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“Me siento feliz de sufrir por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo (místico), que es la Iglesia”.
.
Precisamente los sufrimientos de los miembros de la Iglesia deben, en cierto sentido, completar el sacrificio de Cristo,
.
Por lo que las sepulturas gloriosas de sus mártires fueron consideradas como el complemento y el soporte más a propósito de la mesa sacrifical.
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– El deseo, tan arraigado en el sentimiento religioso de aquella época, de permanecer en comunión con los difuntos mediante un banquete sagrado preparado sobre su misma tumba.
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Por analogía, se quiso colocar la reliquia del mártir allí donde la comunidad celebrase el místico festín de la eucaristía.
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De esta manera, a través del sacrificio y de la manducación del cuerpo de Cristo, renovaban perennemente los cristianos el vínculo de unión con el difunto.
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Y se expresa concretamente en las primeras listas oficiales de la Iglesia, al comienzo del siglo siguiente (calendario filocaliano).
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– La unión mística de los mártires con Cristo. Si el altar representa a Cristo, Cristo no puede estar completo sin sus miembros.
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Los mártires son ciertamente miembros de El, miembros gloriosos del Cristo glorioso.
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– La idea de asociar al sacrificio de Cristo el sacrificio de los mártires, que, en cierto modo, completa el valor de aquél, según las palabras de San Pablo:
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“Me siento feliz de sufrir por vosotros y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo (místico), que es la Iglesia”.
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Precisamente los sufrimientos de los miembros de la Iglesia deben, en cierto sentido, completar el sacrificio de Cristo,
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Por lo que las sepulturas gloriosas de sus mártires fueron consideradas como el complemento y el soporte más a propósito de la mesa sacrifical.
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– El deseo, tan arraigado en el sentimiento religioso de aquella época, de permanecer en comunión con los difuntos mediante un banquete sagrado preparado sobre su misma tumba.
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Por analogía, se quiso colocar la reliquia del mártir allí donde la comunidad celebrase el místico festín de la eucaristía.
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De esta manera, a través del sacrificio y de la manducación del cuerpo de Cristo, renovaban perennemente los cristianos el vínculo de unión con el difunto.
En
el siglo IV, el altar de piedra, asociado a las reliquias de los mártires, se
presenta bajo tres formas principales:
– En el tipo tradicional de
mesa, es decir, formado por una
mesa de piedra casi cuadrada, ligeramente excavada y modelada en la superficie
superior y sostenida por una columna central o por cuatro columnitas en los
ángulos.
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Las reliquias, si las había, se introducían en el espesor de la mesa o en los pies de la columna que la sostenían.
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– En forma de cubo vacío, dentro del cual se colocan las reliquias.
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En la parte anterior, una verja de hierro o una celosía de mármol (fenestella confessionis) permiten ver la urna, y a través de ella puede llegarse directamente hasta las reliquias para colocar sobre ellas pañuelitos (brandea) u otras cosas.
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– En forma de cubo pero macizo, levantado sobre el sepulcro del mártir (confessio) cuando éste yace por debajo del nivel del suelo.
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Para llegar a las reliquias se desciende por una rampa bajo el pavimento y por una puerta (ianua confessionis) se entra en la celda (cella) sepulcral del mártir.
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Con frecuencia, pequeños orificios (cataractae) establecían comunicación directa entre el altar y la cella.
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A este tipo pertenece el altar erigido sobre la tumba de San Pedro.
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Las reliquias, si las había, se introducían en el espesor de la mesa o en los pies de la columna que la sostenían.
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– En forma de cubo vacío, dentro del cual se colocan las reliquias.
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En la parte anterior, una verja de hierro o una celosía de mármol (fenestella confessionis) permiten ver la urna, y a través de ella puede llegarse directamente hasta las reliquias para colocar sobre ellas pañuelitos (brandea) u otras cosas.
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– En forma de cubo pero macizo, levantado sobre el sepulcro del mártir (confessio) cuando éste yace por debajo del nivel del suelo.
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Para llegar a las reliquias se desciende por una rampa bajo el pavimento y por una puerta (ianua confessionis) se entra en la celda (cella) sepulcral del mártir.
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Con frecuencia, pequeños orificios (cataractae) establecían comunicación directa entre el altar y la cella.
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A este tipo pertenece el altar erigido sobre la tumba de San Pedro.
LOS MÁRTIRES FUERON ASOCIADOS
AL ALTAR
La
costumbre de asociar al altar la memoria de los mártires, que encontró
unánime simpatía en el mundo cristiano, juntamente con la erección de múltiples
iglesias, condujo a la búsqueda febril
de reliquias para la dedicación de los nuevos altares.
Cuando, como sucedía más frecuentemente, la iglesia
no se construía junto al sepulcro de un mártir.
A este respecto conviene observar que la disciplina
de la Iglesia de Roma era distinta de la de Oriente.
Roma
hasta el siglo VII, a pesar de las insistentes y autorizadas peticiones, no
consintió jamás en trasladar los cuerpos de los mártires de sus sepulcros, ni tampoco en
separar de ellos una parte; la tumba de los mártires era inviolable.
Sin embargo, en lugar de enviar verdaderas
reliquias, lo que hacía era mandar como
regalo reliquias equivalentes.
Esto
es, pañuelitos (brandea, falliola) que habían tocado el sepulcro
del mártir,
o trocitos de tela empapados en su sangre, o lamparillas de aceite encendidas
ante su tumba.
Por
el contrario, en Oriente y en Italia septentrional, que seguía la
disciplina oriental, el traslado de los cuerpos de los mártires y su
fraccionamiento se hicieron pronto comunes.
Son
conocidísimos los traslados hechos por San Ambrosio de los santos mártires Gervasio y
Protasio a la basílica por él construida, de los Santos Vital y Agrícola desde
Bolonia al altar de la basílica de Florencia, de los Santos Nazario y Celso a
la basílica de los Apóstoles.
Originariamente, la lista de
las reliquias, algunas veces numerosas, que se colocaban en el altar, venía
escrita sobre el altar mismo.
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Más tarde, esa misma lista, escrita en pergamino (pittacium), se encerró en la capsella que las contenía, como todavía es uso recomendado por el Pontifical.
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Más tarde, esa misma lista, escrita en pergamino (pittacium), se encerró en la capsella que las contenía, como todavía es uso recomendado por el Pontifical.
Se
conservan varias capsella metálicas antiquísimas, como la de San Nazario, plateada, en Milán, del
38.
Se
colocaban en un hueco a propósito, hecho en la base del altar o bien excavado en el
espesor de la mesa, según la costumbre generalizada después.
Las
reliquias no eran solamente de mártires, sino también de confesores, de vírgenes o
relacionadas con la Virgen o con Nuestro Señor.
Conviene, sin embargo, observar que, por más que la
costumbre de colocar reliquias en los
altares se extendiera muchísimo, no
siempre podía llevarse a la práctica por falta de reliquias.
Por eso se
buscaban substitutivos.
Véase por qué en el siglo IX surge una curiosa
usanza, subrayada por vez primera en un canon del concilio de Celchyth (816),
en Inglaterra, el cual sugiere colocar
como reliquia sobreeminente la santísima eucaristía.
En esta época, sin embargo, vemos ya que la santísima eucaristía (tres
hostias) se colocaba igualmente aun cuando no faltasen las reliquias.
Los tres
granos de incienso que hoy se usan en el rito de la dedicación consta que
estaban ya en uso en aquel tiempo y que guardaban relación con las tres hostias
consagradas sepultadas en el altar.
LOS RELICARIOS
Nos referimos aquí a los vasos o receptáculos de diversos tipos en los que la Iglesia a
través de los siglos ha guardado
determinados objetos de culto.
Entre
éstos figuran, en primer lugar, las reliquias de los mártires y de los santos.
La
memoria de éstos no se limitaba únicamente a la lectura de sus
gestas, ni sólo a la inscripción de sus nombres en los dípticos.
Sino que principalmente
iba unida a la veneración de sus reliquias, ya estuviesen éstas
encerradas dentro de una capsa, si se trataba del cuerpo entero.
O en una capsella o cofrecito, si era
solamente una parte de los huesos o cenizas, ya fuesen, en fin, reliquias de
mero contacto (brandea, palliola).
A partir del siglo IV son
frecuentes las alusiones a cajas de metal, madera y marfil que conteniendo
reliquias se colocan en los altares en el acto de su dedicación.
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O se entierran junto a las sepulturas de los difuntos para su sufragio.
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O bien se llevan al cuello (encolpia) o se tienen en casa como objeto de devoción.
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O se entierran junto a las sepulturas de los difuntos para su sufragio.
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O bien se llevan al cuello (encolpia) o se tienen en casa como objeto de devoción.
El
ejemplar más antiguo y precioso que ha llegado hasta nosotros es la
Lipsanoteca, de Brescia (primera mitad del s.IV), el más bello de
los marfiles cristianos.
En
un principio tenía la forma de cofrecito; más tarde fue descompuesta, y cada una de las
tapas puestas en comisa en forma de cruz su primitiva forma de cofrecito, no ha
mucho que fue transformado en cuadro.
Algo
posterior en el tiempo es la capsella argentea de la basílica de San
Nazario, en Milán, donde en 382 San Ambrosio depuso algunas
reliquias que consiguió en Roma.
Otras
vetustas arquillas con representaciones o emblemas cristianos son la de Brivio,
en Brianza (s.V); la de Rímini (s.V), la de Grado (s.V), que lleva
grabados los nombres de los santos cuyas son las reliquias; la de Monza (s.
VIII), de factura tosca, pero toda ella incrustada de piedras preciosas.
Son
además interesantes, aunque de distinto carácter, las numerosas ampollas de
plata (s.V-VI) que se conservan también en Monza.
Fueron
llevadas de Roma para la reina Teodolinda con aceite de los santos mártires; provenían del
Oriente y reproducen escenas de la pasión según el tipo de las medallas allí
usadas.
Foros de la
Virgen María
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