VATICANO, 07 Dic. 16 / 05:56 am (ACI).- El Papa Francisco ha
iniciado un nuevo de ciclo de catequesis que tendrá como
tema la "esperanza". “La vida muchas veces es un desierto, es
difícil caminar dentro de la vida, pero si confiamos en Dios puede convertirse
en bello y amplio como una autopista. Basta no perder jamás la esperanza, basta
continuar creyendo, siempre, no obstante todo”, explicó Francisco.
A continuación, el texto completo de la catequesis.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy iniciamos una nueva serie de catequesis, sobre el tema de la
esperanza cristiana. Es muy importante, porque la esperanza no defrauda. ¡El
optimismo defrauda, la esperanza no! ¿Entendido? Tenemos tanta necesidad, en
estos tiempos que parecen oscuros, en el cual a veces nos sentimos perdidos
ante el mal y la violencia que nos circunda, ante el dolor de tantos hermanos
nuestros.
¡Se necesita la esperanza! Nos sentimos perdidos y también un poco
desanimados, porque nos encontramos impotentes y nos parece que esta oscuridad
no tiene cuando acabar.
Pero, no es necesario dejar que la esperanza nos abandone, porque Dios
con su amor camina con nosotros. Yo espero, porque Dios está junto a mí. Y esto
podemos decirlo todos nosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Yo espero, tengo esperanza, porque Dios camina
conmigo!”. Camina y me lleva de la mano. ¡Dios no nos deja solos! El
Señor Jesús ha vencido el mal y nos ha abierto el camino de la vida.
Y entonces, en particular en este tiempo de Adviento,
que es el tiempo de la espera, en el cual nos preparamos para acoger una vez
más el misterio consolador de la Encarnación y la luz de la Navidad, es importante reflexionar
sobre la esperanza. Dejémonos enseñar por el Señor que cosa quiere decir
esperar. Escuchemos pues las palabras de la Sagrada Escritura, iniciando con el
profeta Isaías, el gran profeta del Adviento, el gran mensajero de la
esperanza.
En la segunda parte de su libro, Isaías se dirige al pueblo con un
anuncio de consolación: «¡Consuelen, consuelen a mi
pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo
de servicio se ha cumplido, que su culpa está paga […]».Una voz
proclama: «¡Preparen en el desierto el camino del
Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos
los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se
conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies! Entonces se
revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha
hablado la boca del Señor» (40,1-2.3-5). Esto es aquello que dice el
profeta Isaías.
Dios Padre consuela suscitando consoladores, a quienes pide confortar al
pueblo, a sus hijos, anunciando que ha terminado la tribulación, ha terminado
el dolor, y el pecado ha sido perdonado. Es esto lo que sana el corazón
afligido y atemorizado. Por eso, el profeta pide preparar el camino del Señor,
abriéndose a sus dones y a su salvación.
La consolación, para el pueblo, comienza con la posibilidad de caminar
en la vía de Dios, un camino nuevo, justo y accesible, un camino para preparar
en el desierto, así para poderlo atravesar y regresar a la patria.
Porque el pueblo al cual el profeta se dirige estaba viviendo, en aquel
tiempo, la tragedia del exilio en Babilonia, y ahora en cambio escucha que
podrá regresar a su tierra, a través de un camino hecho grato y extenso, sin
valles y montañas que hacen cansado el camino, un sendero llano en el desierto.
Preparar este camino quiere decir, preparar un camino de salvación, un camino
de liberación de todo obstáculo y dificultad.
El exilio del pueblo de Israel había sido un momento dramático en la
historia, cuando el pueblo había perdido todo. El pueblo había perdido la
patria, la libertad, la dignidad, y también la confianza en Dios. Se sentía
abandonado y sin esperanza.
En cambio, ahí está la llamada del profeta que abre nuevamente el
corazón a la fe. El desierto es un lugar en el cual es difícil vivir, pero
justamente ahí ahora se podrá caminar para regresar no solo a la patria, sino
regresar a Dios, y volver a esperar y sonreír. Cuando nosotros estamos en la
oscuridad, en las dificultades no sonreímos. Es justamente la esperanza que nos
enseña a sonreír en aquel camino para encontrar a Dios.
Una de las cosas, de las primeras cosas, que suceden a las personas que
se alejan de Dios es que son personas sin sonrisa. Tal vez son capaces de dar
una gran carcajada, una detrás de otra; un chiste, una carcajada… ¡Pero falta
la sonrisa! La sonrisa solamente lo da la esperanza. ¿Han entendido esto? Es la
sonrisa de la esperanza de encontrar a Dios.
La vida muchas veces es un desierto, es difícil caminar dentro de la
vida, pero si confiamos en Dios puede convertirse en bello y amplio como una
autopista. Basta no perder jamás la esperanza, basta continuar creyendo,
siempre, no obstante todo.
Cuando nos encontramos ante un niño, tal vez podemos tener tantos
problemas, tantas dificultades, pero cuando nos encontramos ante un niño nos
surge dentro una sonrisa, la simplicidad, porque nos encontramos ante la
esperanza: ¡un niño es la esperanza! Y así debemos ver en la vida, en este
camino, la esperanza de encontrar a Dios, Dios se ha hecho Niño. Y nos hará
sonreír, nos dará todo.
Justamente estas palabras de Isaías son usadas después por Juan el
Bautista en su predicación que invita a la conversión. Decía así: «Una voz
grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos» (Mt
3,3). Una voz que grita donde parece que nadie puede escuchar, pero ¿Quién
puede escuchar en el desierto? Los lobos… Y que grita en el desconcierto debido
a la crisis de fe. Nosotros no podemos negar que el mundo de hoy está en crisis
de fe.
Si, luego decimos: “Yo creo en Dios, soy
cristiano” – “Yo soy de esta religión…” Pero tu vida está lejos del ser
cristiano; está lejos de Dios. La religión, la fe ha quedado en una palabra: “¿Yo creo?” – “Si”. Pero no, aquí se trata de
regresar a Dios, convertir el corazón a Dios e ir por este camino para
encontrarlo. Él nos espera.
Esta es la predicación de Juan el Bautista: preparar. Preparar el
encuentro con este Niño que nos devolverá la sonrisa. Los Israelitas, cuando el
Bautista anuncia la llegada de Jesús, es como si todavía estuvieran en exilio,
porque están bajo la dominación romana, que los hace extranjeros en su misma
patria, gobernados por los poderosos ocupantes que deciden sobre sus vidas.
Pero la verdadera historia no es aquella hecha por los poderosos, sino aquella
hecha por Dios junto con sus pequeños.
La verdadera historia – aquella que quedará en la eternidad – es aquella
que escribe Dios con sus pequeños: Dios con María, Dios con Jesús, Dios con
José, Dios con los pequeños. Aquellos pequeños y simples que encontramos
alrededor de Jesús que nace: Zacarías e Isabel, ancianos y marcados por la
esterilidad; María, joven muchacha virgen prometida como esposa a José; los
pastores, que eran despreciados y no contaban nada.
Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben
continuar esperando. Y la esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes,
los satisfechos no conocen la esperanza; no saben qué cosa es.
Son ellos, los pequeños con Dios, con Jesús los que transforman el
desierto del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino
llano sobre el cual caminar para ir al encuentro de la gloria del Señor. Y
llegamos a la conclusión: dejémonos enseñar la esperanza. ¡Dejémonos enseñar la
esperanza!
Esperemos confiados la llegada del Señor, y cualquiera que sea el
desierto de nuestras vidas y cada uno sabe en qué desierto camina, cualquiera
sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín florido. ¡La
esperanza no defrauda! Lo decimos otra vez: “¡La
esperanza no defrauda!”. Gracias.
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