Se ofrecían en forma
de sacrificio cuando se presentaba a Dios al hijo primogénito.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org
La Redención tiene infinitas facetas para que
nuestro corazón, en meditación, las descubra. Cuando rezamos el cuarto misterio
gozoso del Santo Rosario, por ejemplo, meditamos la Presentación de Jesús en el
templo. Y sabemos que allí recordamos la celebración de un rito que el pueblo
judío heredó de las leyes de Moisés: se presentaba a Dios al hijo primogénito
en el Templo, en forma de sacrificio. Y la costumbre de los humildes era
presentar dos tórtolas como ofrenda. Cuando aquel día José y María ofrecieron a
Jesús en el Templo se vivió un anticipo de lo que ocurriría luego: el Cordero
de Dios iba a ser verdaderamente ofrecido en sacrificio, para la Salvación de
toda la humanidad. Allí el anciano Simeón profetizó a María que su corazón iba
a ser traspasado por una espada, por el destino de Cruz que su Hijo iba a
enfrentar.
Aquí se esconde un gran misterio: se ofrecieron entonces dos tórtolas como símbolo de sacrificio a Dios. Ellas representaban a Jesús y también a María. Se ofreció en sacrificio al Redentor y a la Corredentora, juntos inseparablemente en la obra de la Salvación. Dios Padre recibió la ofrenda de Su propio Hijo y también la de la Criatura más perfecta, verdadera Arca que contuvo y dio su naturaleza humana al Salvador.
Las dos tórtolas ofrecidas en sacrificio en Jerusalén dos mil años atrás unieron indisolublemente a Madre e Hijo en la obra de la Salvación, frente a Dios Padre. Jesús murió física y místicamente por nosotros en la Cruz, pero su Madre lo siguió en todo momento, de tal modo que también sufrió místicamente la Pasión de su Hijo amado. Así, el misterio de la Redención va unido al de la Corredención de María.
El único y verdadero Salvador de la humanidad no quiso en ningún momento tener a Su Madre lejos de él: espiritualmente ellos siempre estuvieron unidos, como lo están ahora. Estos tiempos son importantes para recibir de nuestra Madre Celestial el consuelo y la guía para que lleguemos a su Hijo. Porque como dijo San Luis Grignion de Montfort: María es el camino más corto y seguro para llegar a Jesús.
¡Jesús y María, sean la Salvación del alma mía!
Aquí se esconde un gran misterio: se ofrecieron entonces dos tórtolas como símbolo de sacrificio a Dios. Ellas representaban a Jesús y también a María. Se ofreció en sacrificio al Redentor y a la Corredentora, juntos inseparablemente en la obra de la Salvación. Dios Padre recibió la ofrenda de Su propio Hijo y también la de la Criatura más perfecta, verdadera Arca que contuvo y dio su naturaleza humana al Salvador.
Las dos tórtolas ofrecidas en sacrificio en Jerusalén dos mil años atrás unieron indisolublemente a Madre e Hijo en la obra de la Salvación, frente a Dios Padre. Jesús murió física y místicamente por nosotros en la Cruz, pero su Madre lo siguió en todo momento, de tal modo que también sufrió místicamente la Pasión de su Hijo amado. Así, el misterio de la Redención va unido al de la Corredención de María.
El único y verdadero Salvador de la humanidad no quiso en ningún momento tener a Su Madre lejos de él: espiritualmente ellos siempre estuvieron unidos, como lo están ahora. Estos tiempos son importantes para recibir de nuestra Madre Celestial el consuelo y la guía para que lleguemos a su Hijo. Porque como dijo San Luis Grignion de Montfort: María es el camino más corto y seguro para llegar a Jesús.
¡Jesús y María, sean la Salvación del alma mía!
No hay comentarios:
Publicar un comentario