Extensa es la lista de actos o
situaciones por las cuales la gente se pregunta si tal cosa “es pecado o no”. Desde copiar en un examen hasta
desperdiciar la comida, sin embargo, las situaciones se extienden a un número
interminable, al punto de que muchas veces se puede caer en un serio fariseísmo[1].
Justamente por ello, la Iglesia no tiene una lista con todos los actos o
situaciones en las que la gente se le pueda ocurrir estar envuelta, y menos –
como muchos quisieran – tiene un “pecadómetro” para
medir de qué momento a qué momento se convierte algo en pecado. Sin embargo,
nos da lineamientos claros para poder formar nuestra consciencia al respecto.
Naturaleza del pecado
Es importante entender que todo pecado es malo. Todo pecado tiene
un efecto negativo en nosotros y en los demás, aunque algunos son más dañinos
que otros. De hecho, algunos son tan dañinos que pueden ser mortales.
Obviamente – y aclaro por si es necesario – esto no quiere decir que cometiendo
ciertos actos podemos caer muertos allí mismo, sino que, algunos pecados pueden
causarnos una muerte espiritual. Estos pecados que nos causan la muerte
espiritual es lo que la Iglesia llama pecados mortales. Mientras
que, aquellos que son dañinos pero no mortales, son los que la Iglesia llama pecados veniales.
Ante esta realidad, la Iglesia
nos da ciertos criterios para poder definir si algo puede ser considerado
pecado mortal o venial. Esto, no con el fin de convertirnos en fariseos, y
mucho menos para caer en escrúpulos confesándose hasta cinco veces a la semana.
Criterios para detectar un pecado mortal
La Iglesia nos enseña que hay
tres aspectos que uno debe cuestionarse para determinar si algo es o no un
pecado mortal:
¿Es materia grave?
En otras palabras, ¿es una ofensa
seria y directa contra los Mandamientos de Dios? Una guía práctica para
responder esta pregunta la encontramos en los Diez Mandamientos. Se debe considerar
el pecado en sí mismo, pero también el daño que ha causado (un pecado contra
nuestros padres puede ser mucho más grave que si lo hubiésemos cometido a un
extraño), y así como también el daño causado por el mismo (por ejemplo, robar
$20000 a tu jefe, es mucho más grave que robarte un lápiz del trabajo).
Básicamente, para que un pecado
sea considerado como “de materia grave”, debe ser una gran ofensa a las Leyes
de Dios – y por tanto a Dios –, y que puede además causar mucho daño.
¿Tengo plena
consciencia del acto pecaminoso?
Plena consciencia implica saber con certeza que lo que se hace es pecado. Por ejemplo, si alguien
jamás estuvo consciente de que la contracepción (control artificial de la
natalidad) era un pecado y contrario al plan de Dios con respecto al sexo, esa
persona no podría considerarse plenamente culpable (es decir, merecer una culpa) por dicho pecado. Así es
señores, el conocimiento es un poder que implica una gran responsabilidad, algo
que san Pedro conocía muy bien y nos lo transmitió mucho antes que el tío de
Spiderman.
¿El pecado se llevó
acabo con pleno consentimiento?
Quiere decir que el acto se
realizó libremente luego de una decisión consciente. Las acciones que son
realizadas bajo amenaza o algún tipo de fuerza (como que nos apunten con un
arma en la cabeza, o algo así de dramático), o acciones que son efectuadas en
un momento en que la consciencia no es plena y hay falta de lucidez (por
ejemplo, bajo la influencia de drogas, alcohol o una situación psicológica
particular) pueden limitar el grado de culpa de la persona. Pero OJO, esto en ningún momento quiere
decir que la acción en sí misma no es un pecado; sino que la persona puede no
ser culpable del todo.
Y así, para que un pecado sea
considerado pecado mortal, deben
estar presentes LAS TRES condiciones. En resumen: un pecado es mortal
cuando hay materia grave, y hay
pleno conocimiento de su pecaminosidad, y
se ha elegido libremente cometerlo. Si alguna de estas condiciones no se
cumple, el pecado no sería mortal sino venial.
El pecado mortal y el Dios de Amor
Nunca falta quienes tratan de
decir que no existe tal cosa como “pecados
mortales”, debido a que Dios es un Dios de Amor, y por tanto perdona
todo (algo que es correcto). Sin
embargo, si nos damos cuenta de las tres premisas antes mencionadas, nos
daremos cuenta que no es Dios quien nos “retira” su
Gracia, sino que somos nosotros quienes consciente,
libre y deliberadamente decidimos apartarnos de ella. Para hacerlo más
gráfico, al cometer un pecado mortal, el mensaje es el siguiente: “Sé que lo que estoy haciendo es una ofensa seria contra
Tu ley y que tendrá un efecto mortal en mi relación contigo, pero no me
importa. Voy a hacerlo libremente de todas maneras.”
… Eso suena a un rechazo bastante
GRANDE de Dios, así que el nombre de “pecado mortal” lo tiene bien merecido.
¿Y el pecado venial?
¿Qué hay de los pecados veniales?
¿No son gran cosa entonces? ¡Claro que sí! Recordemos que todo pecado es una
ofensa a Dios y daña nuestra relación con El y con los demás. Mientras más
pecamos (así sean pecados veniales) más se debilitará nuestra capacidad de amar
y servir a Dios.
Hay que entender que a Dios no le
basta con darnos la gracia suficiente para sobrevivir, sino que quiere darnos todo lo necesario para
ser perfectamente santos
IMPORTANTE
Un pensamiento final para que
tengamos en mente: aunque seamos capaces de observar las acciones de otros y
determinar si lo que hacen es de materia grave (por ejemplo, si escuchamos de
alguien que cometió un asesinato), no podemos
determinar el estado de su alma. Tampoco tenemos idea de hasta qué punto
la persona es consciente de su pecado y mucho menos el grado de libertad con el
que lo cometió.
Aunque
podamos decir que objetivamente un asesinato es un una grave ofensa contra
Dios, no podemos decir que esa persona sea culpable de pecado mortal, o que ha
sido separada de la gracia de Dios. Confiamos por ello a todos los pecadores (incluyéndonos a
nosotros) a la misericordia de Dios.
Steven Neira
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