El dulce rostro de la Virgen brilla con la claridad de
los días de mayo: es la Madre Santísima de la Luz
La Madre Santísima
de la Luz (León, Gto.)
La
Basílica-catedral de León, México, guarda un tesoro magnífico. En torno él fue
construido el templo, de nobles frisos dorados y coloridos ventanales. Una
filigrana de adornos multicolores imita las maravillas de la naturaleza y
engalana las bóvedas de la iglesia. Por si fuera poco, como vigilantes y
poderosos ángeles, cuatro columnas de mármol blanco italiano de una sola pieza,
fueron colocadas a sus flancos.
Una imagen llena de
bondad
El tesoro
ahí conservado es una pintura al óleo que representa a la Virgen María. El
rostro de la Virgen brilla con la claridad de los días de mayo: es la Madre
Santísima de la Luz, Titular de la Santa Iglesia Catedral y Patrona de la
Arquidiócesis de León.
La Virgen
viste una túnica blanquísima ceñida por un cinto de flores estampadas. Sobre su
cabeza y sus hombros cae un fino manto azul. Por encima de la Virgen unos
serafines sostienen en el aire una corona imperial. Nubes de ángeles y
serafines escoltan a la Señora emulándose en servirla. María sustenta en su
brazo izquierdo al Niño Jesús, quien lleva en la mano derecha un corazón
encendido, al tiempo que con la izquierda toma otro de un cestillo lleno de
corazones que le ofrece un ángel puesto de rodillas. La Virgen coge la mano de
un joven que representa un alma en peligro de perderse, acechada por las fauces
del infierno.
El origen del
lienzo milagroso
Los
orígenes de la imagen de la Madre Santísima de la Luz se remontan a la ciudad
de Palermo, Sicilia. El padre jesuita Juan Antonio Genovesi deseaba tener una
imagen de la Madre de Dios para llevarla en sus misiones y ganar muchas almas
para el cielo. El incansable misionero la pedía con insistencia a la Virgen en
la oración y cuenta que una devota mujer, vidente de la Virgen, solicitó de
parte suya a María cómo quería Ella ser representada e invocada (1).
De hecho,
la Santísima Virgen se adelantó al deseo del P. Genovesi y a la petición de la
mujer, pues se apareció a esta última con grande esplendor de luz y gloria,
rodeada de nubes y ángeles y con el Niño Jesús en sus brazos: «Dile que me es
grato su obsequioso pensamiento; que tomo bajo mi protección su apostólico
ministerio, y que quiero ser representada en la forma que ahora me ves», dijo
la Virgen a la vidente (2).
El padre
Genovesi encargó a un pintor la obra, pero el artista hizo algunas
“aportaciones” de su personal inspiración a las indicaciones recibidas: colocó
una media luna a los pies de la Virgen y pintó de rojo el vestido, en vez de
blanco, además de omitir los grupos de ángeles que debían rodear a la Reina del
cielo. La pintura no agradó a la Virgen, quien pidió que fuese respetada su
voluntad y accedió a estar presente durante el trabajo, a fin de que su sierva
pudiera orientar al artista en su obra. La Virgen misma dirigiría la mano del
pintor, aunque este no la vería.
Pero la
buena mujer se ausentó por un tempo de la ciudad para visitar a sus familiares
en el pueblo de Bagheria, por lo que se retrasaba la ejecución del mandato de
la Virgen. La mujer se enfermó y los médicos le recomendaron que volviera a
Palermo para atenderse mejor. La devota comprendió que debía acelerar su
retorno a Palermo y cumplir con el deseo de la amable Señora.
En
Palermo llamó al pintor y le hizo el encargo. Ella iba describiendo la visión
de la Virgen Santísima, mientras que el artista se aplicaba a su labor bajo la
guía de la Reina del cielo. La Virgen encontró el cuadro fiel a sus
indicaciones y lo bendijo sonriendo. Sucedió en la pequeña Iglesia de San
Estanislao Kotska, en la sede del noviciado de los jesuitas en Palermo y la
Virgen dispuso que se le invocara con el amable título de “María Madre
Santísima de la Luz” y aseguró que colmaría de favores a cuantos la honrasen e
invocasen bajo tan dulce nombre. Corría el año de 1722.
El P.
Juan Antonio Genovesi murió con fama de santidad en 1743 en Messina, donde era
maestro de novicios, mientras se prodigaba en la asistencia a los contagiados
por la peste.
Autenticidad del
cuadro
La
devoción a la madre Santísima de la Luz se extendió rápidamente y los fieles de
los pueblos y aldeas pedían con insistencia poder conservar la imagen de la
Virgen. Por ello el P. Genovesi escribió la historia de las apariciones y mandó
hacer innumerables copias del cuadro. Algunas de estas copias aún se conservan
en varias ciudades italianas, así como en España, Venezuela y la California,
gracias a la labor misionera de los padres jesuitas.
El cuadro
de la Madre Santísima de la Luz que llegó a México y que preside la Iglesia
Catedral de León tiene en su revés un letrero que no deja lugar a dadas. El
texto reza así: «Esta imagen es la original que vino de Sicilia y que fue
bendita de la misma Santísima Virgen […] como consta de una carta escrita desde
Palermo a 19 de agosto de 1729 años. Y esta imagen la da el P. José Genovese a
la iglesia que se ha de hacer del nuevo colegio, debajo de la condición que se
le haga altar colateral en el crucero de la iglesia, según lo prometido del P.
Rector Álvarez en carta del 3 de mayo de 1732. Y por ser verdad, lo firman los
siguientes Padres, que han leído la carta. (siguen rúbricas) P. José María
Genovese, José María Mónaco, Javier Alagua, Francisco Banalli» (3).
La Madre Santísima
de la Luz y la Arquidiócesis de León
La ciudad
de León fue fundada el 20 de enero de 1576 en el llamado Valle de Señora con la
intención de apaciguar y dar instrucción a los indígenas de la región. En mayo
de 1731, a pedido del sacerdote leonés Don Ignacio de Aguilar, los padres de la
Compañía de Jesús se establecieron en la Villa para fundar un hospicio, un
colegio de gramática y una residencia que serviría de sede para los misioneros
que hacían su labor en una zona de cien leguas a la redonda.
El padre
José María Genovesi(4) -tal vez hermano o pariente cercano del padre Juan
Antonio Genovesi- trajo a México la imagen palermitana en 1732. Los padres
Jesuitas deseaban que la Sagrada Imagen quedase definitivamente en algún templo
de la Compañía y dejaron que el cielo lo resolviese por medio de un sorteo. El
sorteo favoreció por tres veces consecutivas a la entonces Villa de León. Se
tomó por voluntad de Dios y la Imagen de la Madre Santísima de la Luz llegó a
la Villa, el 2 de Julio de 1732, Fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen
a Santa Isabel.
El 23 de
mayo de 1849 la Madre de la Luz fue proclamada patrona de la ciudad de León
gracias a las diligencias del cura-párroco Don José Ignacio Aguado, nacido en
León en 1783. Al año siguiente la población entera invocó a su Patrona contra
la peste de cólera que se avecinaba, temerosa de las terribles consecuencias
que trajo la epidemia 125 años antes. En agosto, ante la gravedad de la plaga,
a pesar de las medidas higiénicas tomadas, el párroco hizo en nombre del pueblo
el voto de solemnizar anualmente los tres días precedentes a la fiesta de la
Asunción de María cantando públicamente las letanías lauretanas. El cólera cesó
inexplicablemente…
Su
Santidad Pio IX erigió en 1864 el obispado de León y nombró a Don Sollano y
Dávalos primer obispo de esta sede, el cual se distinguió por sus dotes de
celoso pastor y muy devoto de la Madre de la Luz. Él mismo pidió a la Santa
Sede el Patronato de la Madre Santísima de la Luz para su naciente Diócesis. El
papa Pío IX lo concedió el 19 de Septiembre de 1872.
El 8 de
Octubre de 1902 fue solemnemente coronada la Celestial Señora por el obispo Don
Leopoldo Ruiz y Flores (5), gracias a la concesión hecha por Su Santidad León
XIII, el 23 de Marzo de 1901. La Sagrada Congregación para los Sacramentos y el
Culto Divino concedió el 8 de Junio de 1972, para toda la Diócesis, que la
Fiesta de la Visitación se siguiera celebrando el 2 de Julio con carácter de
Solemnidad.
Su
Santidad Benedicto XVI ha elevado la sede episcopal de León al rango de
Arquidiócesis, nombrando a monseñor José Guadalupe Martín Rábago como su primer
digno Arzobispo. Sin duda, una muestra más de la cercanía y afecto de la Virgen
por el pueblo leonés y por el Bajío entero.
Un templo digno de
la Madre de la Luz
La
creciente devoción a la Virgen y su elección como patrona de la ciudad motivó a
la construcción de una iglesia más amplia y noble. Pronto los padres jesuitas
iniciaron las obras de la Compañía Nueva, la actual catedral. Adelantaron las
obras hasta su expulsión de las colonias españolas en 1767. El edificio se
concluyó sólo con la elevación a diócesis y la urgencia del nuevo obispo de
trasladar la imagen de la Patrona a la sede definitiva, finalmente consagrada
el 16 de marzo de 1866.
Ciertamente,
la catedral de León, inicialmente ideada como iglesia parroquial goza de un
lugar privilegiado entre las catedrales mexicanas por su historia y su belleza.
Destacan sus dos torres, que llegaron a ser las más altas del territorio
mexicano con sus más de sesenta metros de altura. Los azulejos policromos de su
cúpula muestran dibujos de la Virgen de Guadalupe, la Madre Santísima de la Luz
y Cristo Rey del Cubilete. Los tres pórticos en cantera labrada son únicos en
México. Lo mismo se puede afirmar de las filigranas con motivos vegetales y
geométricos que adornan sus bóvedas y paredes internas. En una de sus capillas
interiores se conserva el modelo en mármol de Carrara para el monumento
nacional a Cristo Rey. También destaca la capilla dedicada a San José y la
Capilla de la Soledad, en estilo neo-mudéjar, también única en México.
El piso
de la iglesia entera es de madera de mezquite, árbol propio de la zona, de gran
dureza y escaso follaje. Los vitrales y los candelabros son otros tantos
motivos de gloria para el hermoso templo, así como la sillería del coro en
madera labrada.
Otras
imágenes de la Virgen de la Luz en México se encuentran en el templo de la
misión franciscana de Tancoyol, en Sierra Gorda (Querétaro); en la iglesia de
San Cayetano, en la Valenciana (Guanajuato); en la iglesia de Nuestra Señora de
la Luz en Puebla, así como en el Sagrario Metropolitano de la Ciudad de México.
Vale la
pena visitar a la Madre de la Luz y hacer un recorrido por las otras bellas
iglesias de la ciudad de León: el templo expiatorio, de estilo neogótico, la
parroquia del Sagrario, dedicada a San Sebastián el Santuario de Guadalupe y
otras tantas que nos convidan a la oración. Al lado de la catedral, además, se
encuentra abierto al público el Museo de Arte Sacro, que expone valiosas piezas
de arte religioso recuperadas y restauradas recientemente.
La hermosura de la Madre de Dios, Madre Santísima de la Luz
El
semblante afable y risueño de la Virgen roba la atención de quien la contempla
por la dulzura que manifiesta y la paz que transmite. Su mirada es copia fiel
de la mirada de su hijo Jesús, Luz que ilumina las naciones.
Todo buen
hijo se parece a su madre. Pero en el portento de la maternidad de María sucede
lo contrario: es la madre que se parece a su Hijo. María dona a su hijo los
rasgos físicos, pero es Jesús quien regala a su madre su bello e iluminado
rostro. Es el resplandor de la presencia de Dios en el alma. Por eso el ángel
llamó a María la “Llena de Gracia”. Esta venerable imagen nos recuerda que la
Virgen es poderosa intercesora y una ventana que ilumina nuestra vida con la
claridad del cielo.
Madre Santísima de la Luz, ¡ruega por nosotros!
Notas
(1)Según
algunos se trataba de una religiosa. El P. Genovesi habla, simplemente, de una
“pia donna” (una mujer devota o mujer pia de las que abundaban en aquellos
tiempos y que se dedicaban a cuidar el decoro de los templos y los enseres de
sacristía y transcurrían las jornadas en oración y devociones varias).
(2)Cfr.
FÉLIX ALEJANDRO CEPEDA, MHICM, América Mariana, reportado por J. CRUZ RAMÍREZ
SERVÍN, cngo., en La Virgen de la Luz y la ciudad de Leon, p. 23, Talleres
Lumen, León 1976.
(3)Cfr.
América Mariana, reportado en La Virgen de la Luz y la ciudad de Leon, p. 88.
(4)El
padre José María nació en Palazzo Adriano, Sicilia en 1681. Su primer destino
en México fue la misión jesuítica en León. Luego fue nombrado Rector del
Colegio Máximo de los jesuitas en la ciudad de México, maestro de novicios, y
más tarde partió como misionero a la California (cfr. M. MARINI – S. SCHEMBRI,
Missionari italiani in Méssico, p. 197, Dehoniane, Roma 1991,).
(5)OLEGARIO
MIRELES, sacerdote, Florilegio Mariano, Parte Tercera, pg. 123.
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