Hoy es un post pensado sobre todo
para los párrocos que me puedan estar leyendo. Siempre me ha parecido mal el
caso de los sacerdotes que, al acabar la misa dominical insisten una y otra vez
con cajas destempladas en que no se puede hablar en el templo. Esta lucha está
perdida desde el principio. Cualquier éxito en esta materia no durará más allá
de unas pocas semanas, y eso tras mucho insistir.
Es cierto que el templo debe ser
un lugar de silencio y recogimiento en el que resuena el sonido de la liturgia
de las oraciones. ¿Pero sólo debe resonar eso? En mi opinión, no.
Es totalmente humano que, tras
una misa dominical, los familiares se abracen, se besen, que los vecinos y
amigos se saluden. Querer exigirles que salgan en perfecto silencio, unos al
lado de otros, hasta la puerta es desconocer la naturaleza humana. Los cristianos
se han saludado con naturalidad en las pequeñas iglesias de pueblo y en las
catedrales, en la Edad Media, en el siglo XVIII y en todas las épocas.
Este aspecto social, familiar y
humano debe ser aceptado por el pastor como una necesidad psicológica. No debe
ser solamente permitido, sino aceptado como algo lógico tras una hora de
silencio y oración.
La iglesia es lugar de adoración,
pero también un lugar donde la comunidad se saluda y salen juntos afuera. Esto
no es una corrupción, sino algo que se ha hecho desde los primeros tiempos.
Dejar que se saluden, que se abracen, que pregunten por éste familiar o el
otro, que la abuela haga arrumacos al niego, es seguir haciendo algo que
proviene desde la época de los primerísimos cristianos.
Cierto que el sentido común
indicará al párroco cuando ya va siendo el momento de ir sugiriendo con
amabilidad que sería mejor continuar la conversación fuera. Pero, en general,
sobre este punto hay que tener manga ancha. No se han visto durante toda la
semana y ahora tienen ganas de saludarse. Insisto, eso no supone ningún
desprecio del lugar santo.
El interior de la iglesia, desde
siempre, ha sido el lugar donde se han dado las catequesis, donde el coro ha
ensayado, donde el párroco ha enseñado a los visitantes las bellezas de ese
templo.
Hace muchos años, en mi segunda
parroquia, me acuerdo de una gran colaboradora que no me decía nada, ni una
palabra, hasta salir fuera de la iglesia. Me di cuenta de que lo hacía por amor
a Dios y respeté su idea sin decirle nunca nada en contra. Pero resultaba algo
bastante artificial.
¿Hay alguien que vea innatural
que el párroco y los fieles vayan comentando cosas mientras van saliendo de la
iglesia? Lo natural es siempre lo mejor. Cuanto hagamos las cosas con la mayor
naturalidad mucho mejor. Dios no suele estar en lo raro y artificioso.
Por otra parte, la experiencia de
los sacerdotes es que la gente que viene a misa en los días de diario sí que
suele guardar silencio antes y después de la misa sin necesidad de hacer la más
mínima advertencia. Sobre esto no digo nada, porque es así en todas las
parroquias. Las personas que vienen todos los días a misa, llegan antes para
esperar en oración la misa y se quedan haciendo la acción de gracias. Incluso
los que no vienen nunca a misa, se sienten sorprendidos por ese ambiente de
oración y lo respetan.
Lo que sí que hay que cuidar los
domingos es que la gente guarde silencio antes de la misa. Normalmente eso es
así en todas partes con pocas, poquísimas, excepciones. Si no fuera así,
aquello parecería un teatro. Pero esto no suele provocar problemas, el sentido
común ya indica lo que se debe hacer.
Pero si alguna señora sorda está
dale que te pego hablando con la vecina en una iglesia en silencio antes de la
misa, nunca el sacerdote debe acercarse y regañarle: ¡¿es que no sabe que está
en la iglesia?! No, esto sólo provoca acritud en el reprendido. No olvidará el
episodio nunca, ni en veinte años. Lo que se debe hacer es indicarle con cierta
sorna que todos nos hemos enterado de que a su hermana le han quitado un
juanete del pie.
Si se le dice esto con una
sonrisa, con afecto, la persona se limitará a preguntar: ¿lo ha oído? Y no se
lo tomará a mal. Y dejará de hablar totalmente, de forma espontánea, sin
haberla regañado. Es más, cuando esto me ha tocado hacerlo, hago el comentario
sobre el juanete del familiar o la venta de un automóvil viejo de modo que me
oyen los de los bancos de alrededor o toda la iglesia si es pequeña. De esta
manera es como si hubiera dado una enseñanza para todos, pero una enseñanza
agradable, no áspera. La gente no es tonta y capta el mensaje. Para qué decir
las cosas amargamente, cuando logras el mismo resultado con bondad.
El resultado es que en mis tres
iglesias este asunto nunca me ha dado ningún problema, manteniéndose un
silencio que a mí mismo me sorprendía estando tan lleno el templo. Lo digo
completamente en serio, andando por el pasillo central hacia la sacristía, varias
veces me he sorprendido de cómo podía haber tanto silencio con el templo tan
lleno.
De donde se comprueba, una vez
más que el párroco debe conseguir las cosas con miel, no con hiel. Pasadles
este post a algunos párrocos si veis que se sienten obligados por respeto a
Dios a reñir a algunas ovejas de su rebaño. Ellos lo hacen con buena intención,
pero es un error.
Y sirva este post para tantas cosas de la Iglesia universal. A muchos,
les parece que la Iglesia no hace nada en muchos asuntos que requerirían un
puñetazo sobre la mesa. Hay gente muy dada a arreglarlo todo con un grito y con
un golpe sobre algo o alguien. Y siempre sacan a colación el pasaje de Jesús
con el látigo. Ante esto, el párroco viejo suele sonreír benévolamente y ser
comprensivo con este celo, con esta abundancia de celo.
P.
FORTEA
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