George Orwell nos hizo notar
en su novela ‘1984’ que una de las armas más poderosas de los regímenes
totalitarios es el “doble-pensamiento”, que se expresa a través de usar
palabras habituales pero con un sentido diferente.
Es así que las palabras
pierden su significado original tradicional y se las invoca con otra
connotación.
Daremos dos ejemplos que serán muy familiares.
“El odio” originalmente significaba una aversión a algo.
El objeto propio de odio es malo, por lo que odio
es la falta de perfección en una cosa. Pero nunca podemos odiar a la cosa en la
que existe la falta de perfección.
Nunca podemos odiar a una persona por lo mal que
hace, aunque debemos odiar lo mal que ha hecho.
Este es uno de los mayores desafíos de la vida
moral, “amad a tus enemigos y haced el bien a los que os persiguen”, por
lo que hay una distinción necesaria: hay que odiar a la persecución pero amar
al perseguidor.
Sin embargo, por ejemplo, el movimiento a favor del
“matrimonio” entre personas del mismo sexo, ha eliminado esta distinción
en sus esfuerzos retóricos.
El término “odio” se aplica a cualquier
persona que no se adhiere a su posición.
Si se oponen al “matrimonio” entre personas
del mismo sexo a través de la apelación razonada a la ley natural, aún así
están siendo odiosos, o sea movidos por el odio.
El odio hacia ellos se encuentra en la conclusión,
no el contenido o la naturaleza de su expresión.
De hecho, ánimus y la emoción parecen estar en el
centro de este asunto. Al no permitir ninguna distinción racional entre ambos y
esquivar cualquier discusión racional sobre lo que es el bien del ser humano,
se quedan solamente con la respuesta emocional.
Y así emplean el término con toda su fuerza
retórica, por lo que concluyen que “si no me gusta lo que dice, si me hace
sentir mal, sus palabras deben ser de odio”
El otro término es Misericordia, que originalmente
significaba dolor por el mal sufrido por el otro, así como los actos destinados
a aliviar el sufrimiento. (El término latino misericordiae significa
literalmente “miseria del corazón”.)
De hecho, Santo Tomás de Aquino llama a la
misericordia la mayor de las virtudes que se refieren a nuestro vecino, y dice
que la omnipotencia de Dios es más manifiesta en su misericordia.
Francisco ha hecho de la misericordia un sello
distintivo de su pontificado, que lo destaca como un aspecto central del
mensaje cristiano.
Pero con el creciente interés en el concepto,
también se incrementan los desacuerdos y el doble lenguaje.
La Misericordia sólo puede ejercerse cuando hemos
identificado correctamente a la fuente del sufrimiento y abordado
adecuadamente.
Por lo tanto, cuando una persona peca y se causa
daño espiritual a sí mismo, es un acto de misericordia amonestar al pecador,
para que no sufra el mal de nuevo.
Es un acto de misericordia ofrecer absolución al
penitente. Pero NO es un acto de misericordia intentar aliviar su culpabilidad
diciendo al pecador, que no ha pecado.
Esto únicamente daña, no ayuda, al pecador; es como
verter un bálsamo sobre una herida que alivia por un momento, pero hace que la
infección empeore.
Pero con el cambio de connotación, nos encontramos
con que el verdadero objeto de la acción supuestamente compasiva o de pastoreo,
es la misma persona que ejerce la misericordia; cuando actuamos de esta manera,
estamos menos interesados en ayudar al sufrimiento del otro que en apaciguar
nuestra propia pena al verlo así.
Por lo tanto, todo lo que hago que me ayude a
sentirme mejor cuando lo veo sufrir es misericordioso. En otras palabras, si lo
que hago me hace sentir bien, debo estar siendo misericordioso.
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Foros de la
Virgen María
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