La eucaristía es banquete: ¡Vengan y coman! Es Pan que baja del cielo y da vida al mundo.
Por: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net
Respondióles Jesús: "Soy Yo el pan de vida; quien viene a Mí, no tendrá más hambre, y quien cree en Mí, nunca más tendrá sed. Pero, os lo he dicho: a pesar de que me habéis visto, no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a Mí, y al que venga a Mí, no lo echaré fuera, ciertamente, porque bajé del cielo para hacer no mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Ahora bien, la voluntad del que me envió, es que no pierda Yo nada de cuanto Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad del Padre: que todo aquel que contemple al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna; y Yo lo resucitaré en el último día". Jn 6, 35-40
¡Quitémonos las sandalias porque el lugar que pisamos es lugar santo!
La eucaristía es lo más santo que tenemos en el cristianismo.
Vimos que la eucaristía es banquete: ¡Vengan y coman! Es Pan que baja del cielo y da vida al mundo. ¡Vengan y coman!
¿Cómo es posible que haya cristianos que no se acerquen a la santa misa que es banquete celestial, donde Dios nos alimenta con su Palabra y con el Cuerpo Sacratísimo de su Hijo, para darnos la vida divina, fortalecernos en el camino de la vida? Prefieren ir por el camino de la vida débiles, famélicos, deprimidos, cansinos, desilusionados.
¿Cómo es posible que haya cristianos que, pudiendo comulgar, no se acercan a este banquete que sacia?... Precisamente porque tal vez no quieren confesarse. Prefieren vivir y ser sólo espectadores en el banquete celestial.
Eso sí: es un banquete y hay que venir con el traje de gala de la gracia y amistad de Dios en nuestra alma.
¡Vengan y coman! ¡El que coma de este pan no tendrá más hambre de las cosas del mundo! La Iglesia está para eso: para darnos el doble pan: el de la Palabra y el de la eucaristía.
Ahora veremos el segundo aspecto de la eucaristía y de la santa misa: la eucaristía es el sacrificio de Cristo en la Cruz que se actualiza y se hace presente sacramentalmente, sobre el altar.
¿Qué significa que la Misa es sacrificio?
El sacrificio que hizo Jesús en la Cruz, el Viernes Santo, muriendo por nosotros para darnos la vida eterna, abrirnos el cielo, liberarnos del pecado... se vuelve a renovar en cada misa, se vuelve a conmemorar y a revivir desde la fe. Cada misa es Viernes Santo. Es el mismo sacrificio e inmolación, pero de modo incruento, sin sangre. El mismo sacrificio y con los mismos efectos salvíficos.
En cada misa asistimos espiritualmente al Calvario, al Gólgota... y en cada misa con la fe podemos recordar, por una parte, los insultos, blasfemias que le lanzaron a Jesús en la Cruz... y por otra parte, las palabras de perdón de Cristo a los hombres y de ofrecimiento voluntario y amoroso a su Padre celestial: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen...Todo está cumplido”.
Con los ojos de la fe, en cada misa veremos a Cristo retorcerse por todos los martillazos y golpes que le propinaron y le propinamos con nuestros pecados. ¡Esto es sacrificio! En cada misa Cristo muere lenta y cruelmente por nosotros.
Con los ojos de la fe, en cada misa veremos ese rostro de Cristo sangrante, humillado, escarnecido, golpeado... y esa espalda magullada, destrozada por los azotes que los pecados de los hombres le han infligido, le hemos infligido.
Si tuviéramos más fe, en cada misa deberíamos experimentar, junto con Jesús, esa agonía, tristeza, tedio que Él experimentó al no sentir la presencia sensible de su Padre... y deberíamos acercarnos a Él y consolarle en su dolor y en su sacrificio, compartiendo así con Él su Pasión.
Que la misa es sacrificio significa que aquí y ahora, Cristo es vapuleado, maltratado, golpeado, vendido, traicionado, burlado, negado por todos los pecados del mundo... y Él se entrega libremente, amorosamente, conscientemente, porque con su muerte nos da vida.
En cada misa, ese Cordero divino se entrega con amor para, con su Carne y Sangre, dar vida a este mundo y a cada hombre.
Si tuviéramos fe, nos dejaríamos empapar de esa sangre que cae de su costado abierto... y esa sangre nos purificaría, nos lavaría, nos santificaría.
Si tuviéramos fe recogeríamos también su testamento, su herencia, su Sangre, cada gota de su Sangre, sus palabras, sus gestos de dolor.
La santa misa es sacrificio también en cada uno de nosotros, que formamos el Cuerpo Místico de Cristo. Venimos a la misa para sufrir espiritualmente junto con Cristo, a morir junto a Cristo para salvar a la humanidad y reconciliarla con el Padre celestial.
En cada misa deberíamos poner nuestra cabeza para ser coronada de espinas y así morir a nuestros malos pensamientos.
En cada misa deberíamos ofrecer nuestras manos para ser clavadas a la Cruz de Cristo y así reparar nuestros pecados cometidos con esas manos.
En cada misa deberíamos ofrecer nuestro costado para ser traspasado, y así reparar nuestros pecados de odios, rencores, malos deseos.
En cada misa deberíamos poner nuestras rodillas para ser taladradas, para reparar los pecados que cometimos adorando los becerros de oro.
En cada misa deberíamos ofrecer nuestros pies para que fueran clavados en la Cruz de Cristo y así reparar los pecados que cometimos yendo a lugares peligrosos.
Esto es vivir la eucaristía en su dimensión de sacrificio. ¡Morir a nosotros mismos!; para que, con nuestra muerte al pecado, demos vida al mundo, a nuestros hermanos.
¿Verdad que es terriblemente comprometedora la santa misa? ¿A quien le gusta cargar con la Cruz de Cristo en su vida, y caminar con ella a cuestas, sacrificándose y crucificándose día a día en ella? En cada misa deberíamos experimentar en el alma la crucifixión de Cristo y su muerte, y también su resurrección a una vida nueva y santa.
Sí, la eucaristía es Banquete. ¡Comamos de él! Sí, la eucaristía es Sacrificio. ¡Ofrezcámonos en él al Padre por Cristo para la salvación del mundo! Bebamos su sangre derramada, que nos limpia.
Quedémonos de pie, como María, en silencio, junto al Calvario, y ofrezcamos este sacrificio de Cristo y nuestro, muriendo a nosotros mismos. Amén.
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