¿Cuántas cosas deben
delegarse en los laicos por parte de los eclesiásticos? En mi opinión, todas
las posibles. Así lo hice en mis parroquias mientras fui párroco, y ésa fue la
gran razón por la que yo disponía de tanto tiempo. Todo lo que se podía delegar
lo delegaba.
Esto vale para una parroquia,
para una diócesis y para la Iglesia universal. ¿Cuáles son los límites a esta
medida?
Primero: La voluntad de Dios fue que el gobierno de la Iglesia fuese dejado en
manos de los ordenados con el sacramento del orden. Las excepciones que se
hagan en este campo siempre traerán lamentables consecuencias.
Segundo: El sacramento del orden por su propia naturaleza conviene que esté
siempre unido a la perfecta consagración a Dios. El orden sacerdotal conviene
que esté unido a un estado de vida clerical. Pero se pueden hacer excepciones.
Las hubo en los primeros siglos, y las puede haber en casos de gran necesidad.
La conclusión de esto es que hay
lugares con muy pocos sacerdotes y grandes distancias en los que se puede
escoger al varón más adecuado y digno para ser ordenado con el sacramento del
diaconado, y que él se encargue de hacer una liturgia de la Palabra y de
distribuir la comunión cada domingo o, incluso, cada día. Como éste hay otros
muchos ejemplos.
Cuantas más misiones pastorales y
encargos demos a los laicos, mucho mejor. Y este espíritu considero que es
aplicable para otros campos de la teología y la moral: en todo aquello en lo
que la teología pueda abrirse a distintas posibilidades sin traicionar la
ortodoxia, todo aquello que se pueda permitir, soy partidario de permitirlo.
Rara vez veo que no convenga permitir algo que se puede permitir. La
flexibilidad, la benignidad, la comprensión, la colegialidad son valores que se
deben promover.
Algunos laicos creen que en la Iglesia la solución a los problemas
estaría en el autoritarismo. Hay a muchos a los que les gustaría hacer de
profetas. En todo ser humano existe una tentación a desear el poder, y a usar
este poder con dureza. Todos somos hermanos en camino hacia el Misterio de
Dios.
P. FORTEA
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