La vida oculta de Jesús en Nazaret no fue brillante, ni
famosa, ni con ningún prodigio visible a los ojos de los hombres. Fue una vida
humilde. No ocurre en aquel tiempo nada extraordinario. Lo verdaderamente
extraordinario es precisamente que sea Dios aquél que vive con normal
sencillez.
Tanto en
Belén como en Nazaret destaca la humildad con que Dios quiere manifestarse en
Jesús. La cueva de Belén y el establo en que es recostado el Niño se convierten
en una auténtica cátedra que nos habla de humildad. También la vida sencilla de
Nazaret enseña la misma lección. En los dos lugares Dios nos habla
silenciosamente a gritos para que nadie se equivoque, y pueda seguir un camino
distinto al de la humildad.
Después,
durante su vida pública, enseñando como Maestro explicará de muchos modos a
vivir la humildad; pero, como mejor lección, se pondrá a sí mismo como modelo:
aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón. Toda su vida pública, aunque
esté llena de hechos prodigiosos, de milagros y de masas que le siguen, es una
vida humilde en lo externo y en lo íntimo. El hecho final de su vida pasible
será una gran humillación: morir en la cruz como un malhechor.
Pero, ¿qué
es la humildad? ¿por qué es tan necesaria para vivir moralmente bien? ¿por qué
Dios le da tanta importancia en la Redención, incluso en los detalles mas
pequeños?. La respuesta es clave para entender la lógica nueva que Dios quiere
restablecer en el mundo.
Después
del pecado de Adán surge con fuerza el orgullo, soberbia de la vida la llama
Juan. En un primer paso podemos decir que la humildad es lo contrario al
orgullo, al amor propio, al egoísmo, a la soberbia, modos diversos de llamar a
esta mala raíz de muchos pecados. La soberbia es rebeldía ante Dios; búsqueda
de la superioridad ante los demás. La soberbia consiste en el desordenado amor
de la propia excelencia como la definía Santo Tomás. La soberbia es la
afirmación aberrante del propio yo. Ese desorden libre es la raíz de su maldad.
La
humildad es vivir en verdad, como decía Santa Teresa de Jesús. Por eso la
humildad se opone a esa mentira radical que es la soberbia. El humilde ve la
realidad como es, sin engaños ni deformaciones egoístas. Supera la visión
deforme del vanidoso que se resiste a reconocer los propios defectos o
limitaciones.
El
humilde ve lo bueno como bueno, lo malo como malo y lo mediano como mediano. En
la medida en que un hombre es más humilde crece una visión mas correcta de la
realidad. Cuando localiza algo malo en su vida puede corregirlo, aunque el
diagnóstico o la cura le resulten dolorosos. El soberbio al no aceptar , o no
ver, ese defecto no puede corregirlo, y se queda con él. El soberbio no se
conoce o se conoce mal.
La lucha
por ser humilde consistirá en intentar conocerse cada uno como Dios le conoce.
Verse como Dios le ve. Dios ilumina a los hombres de buena voluntad. Los
hombres hemos de mirar la verdad a la luz de Dios. Diversos santos han descrito
los grados de humildad con una gran sabiduría. Aquí podemos reducir este
proceso a un subir escalonado en el que los escalones son: conocerse, aceptarse,
olvido de si, darse. Veamos estas etapas.
–
conocerse. Es el primer paso para conocer la verdad de uno mismo; por eso conocerse
es el primer paso de la humildad. Ya los griegos antiguos ponían como una gran
meta humana el aforísmo: “Conécete a tí mismo”. La Biblia dice a este respecto
que es necesaria la humildad para ser sabios: Donde hay humildad hay
sabiduría65 . Sin humildad no hay conocimiento de sí mismo, y, por tanto falta
la sabiduría.
Pero
conocerse no es fácil. La soberbia, que siempre está presente dentro del
hombre, ensombrece la conciencia, embellece los defectos, busca justificaciones
a los fallos y a los pecados. Para superar este obstáculo nebuloso del orgullo,
que impide conocer la verdad interior de cada hombre, es conveniente un examen
de conciencia valiente y humilde.
Un modo
posible de realizar ese examen de conciencia puede ser: primero pedir luz al
Espíritu Santo, y después mirar ordenadamente los hechos vividos, los hábitos o
costumbres que se han enraizado más en la propia vida- pereza o laboriosidad,
sensualidad o sobriedad, envidia o juicio malintencionado etc-,Dentro de esos
hábitos o costumbres a los buenos se les llama virtudes por la fuerza que dan a
los buenos deseos; a los malos los llamamos vicios, e inclinan al mal con más o
menos fuerza según la profundidad de sus raíces en el actuar humano. Es útil
buscar el defecto dominante para poder evitar las peores inclinaciones con más
eficacia. También conviene conocer las cualidades mejores que se poseen, no
para envanecerse, sino para dar gracias a Dios, ser optimista y desarrollar las
buenas tendencias y virtudes.
–
Aceptarse. Una vez se ha conseguido un conocimiento propio más o menos profundo
viene el segundo escalón: aceptar la propia realidad. A veces puede resultar
difícil, porque la soberbia se rebela cuando la realidad es fea o defectuosa.
No es infrecuente que, ante un hecho, claramente malo, el orgullo se niegue a
aceptar que aquella acción haya sido real, y se llega a pensar: “no puedo
haberlo hecho”, o bien “no es malo lo que hice”, o incluso “la culpa es de los
demás”.
Si no se
acepta la realidad, ocurre como en el caso del enfermo que no quiere reconocer
su enfermedad: no podrá curarse. En cambio, si se acepta la realidad de un
defecto, o de un error, o de una limitación, o de un pecado, al menos se sabe
contra qué luchar y las posibilidades de victoria crecen, ya que no se camina a
ciegas, sino que se conoce al enemigo.
Es
distinto un pecado, de un error o una limitación, y conviene distinguirlos. Un
pecado es un acto libre contra la ley de Dios que hace malo al hombre.Si es
habitual y se repite con frecuencia, se convierte en vicio, requiriendo su
desarraigo un tratamiento fuerte y constante. Para borrar un pecado basta con
el arrepiento y el propósito de enmienda unidos a la absolución sacramental si
es un pecado mortal y con acto de contricción si es venial. El vicio en cambio
necesita mucha constancia en aplicar el remedio pues tiende a reproducir nuevos
pecados.
Los
errores son más fáciles de superar porque suelen ser involuntarios. Una vez
descubiertos se pone el remedio y las cosas vuelven al cauce de la verdad. Si
el defecto es una limitación, no es pecado, como no lo es ser poco inteligente
o poco dotado para el arte. Pero, a veces, tampoco es fácil aceptar las propias
limitaciones ya que puede resultar humillante no tener alguna cualidad muy
apetecible. Es conocido el malestar que produce entre mucha gente joven no
tener un físico suficientemente agradable, o incluso no tener bienes
económicos. Ante esto es bueno recordar la advertencia del Señor nadie puede
aumentar un codo su estatura66. El que no acepta las propias limitaciones se
expone a hacer el ridículo de una manera notable, por ejemplo, hablando de lo
que no sabe, o alardeando de lo que no tiene.
En
definitiva, la aceptación de uno mismo lleva a poder mejorar porque se es más
humilde. Sin este escalón es fácil que se llegue a cumplir una mentira bastante
frecuente: vive como piensas o acabarás pensando como vives. Es decir, cuando
no se acepta que lo que se hace está mal hecho se intenta buscar teorías
justificadoras del mal al cual no se acepta rectificar
– Olvido
de sí. Es un tercer paso. El orgullo y la soberbia llevan a que el pensamiento
y la imaginación giren en tomo al propio yo. A veces ese “darse vueltas” llega
a ser obsesivo. El pensar demasiado en uno mismo es compatible con saberse poca
cosa, ya que el problema consiste en que se encuentra un cierto regusto incluso
en la lamentación de los propios problemas. Parece imposible pero se pueda dar
un goce en estar tristes, pero no es por la tristeza misma sino por pensar en
sí mismo, que es el verdadero problema.
Si se ha seguido
los escalones anteriores de procurar conocerse y de aceptar la propia realidad
tal cual es, el tercer paso es altamente liberador, pues se trata de
despreocuparse del propio yo. Este camino se llama olvido de sí. No podemos
confundir el olvido de sí con el desinterés en el propio conocimiento, ni con
la indiferencia ante los problemas; sino que se trata más bien de superar el
pensar demasiado en uno mismo.
En la
medida en que se consigue el olvido de sí, se consiguen también unos frutos de
paz y de alegría, que pueden sorprender al que sea poco avisado en estos
menesteres. Sin embargo, es lógico que sea así, pues la mayoría de las
preocupaciones provienen de conceder demasiada importancia a los problemas,
tanto cuando son reales como cuando son imaginarios. El que consigue el olvido
de sí está en el polo opuesto del egoísta, que continuamente esta pendiente de
lo que le gusta o le disgusta. Se puede decir que ha conseguido un grado
aceptable de humildad. El olvido de sí conduce a un santo abandono, que
consiste en una despreocupación responsable. Las cosas que ocurren -tristes o
alegres- ya no preocupan, solo ocupan.
– Darse.
Este es el grado más alto de la humildad, porque más que superar cosas malas se
trata de vivir la caridad, es decir, vivir de amor. Si se han ido subiendo los
escalones anteriores ha mejorado el conocimiento propio, la aceptación de la
realidad y la superación del yo como eje de todos los pensamientos e
imaginaciones. Si se mata el egoísmo se puede vivir el amor, porque o el amor mata
al egoísmo o el egoísmo mata al amor.67
En este
nivel la humildad y la caridad llevan una a la otra. Una persona humilde al
librarse de las alucinaciones de la soberbia ya es capaz de querer a los demás
por sí mismos, y no sólo por el provecho que pueda extraer del trato con ellos.
El tú de los demás se convierte en un nuevo eje sobre el que gira la propia
vida, este eje es mucho mas fructífero que el eje del ego.
No deja
de ser una realidad ampliamente comprobada que, cuando la humildad llega al
nivel de darse se experimenta más alegría, que cuando se busca el placer
egoístamente. La única cita de palabras de Nuestro Señor no recogida en los
Evangelios que encontramos en los Hechos de los Apóstoles, dice que se es mas
feliz en dar que en recibir 68. La persona generosa experimenta una felicidad
interior desconocida para el egoísta y el orgulloso.
La
caridad ,por otra parte, es amor a Dios. El Tú divino se convierte en el
interlocutor de un diálogo diáfano y limpio, que sería imposible para el
orgulloso, ya que no sabe querer, y además no sabe dejarse querer. Al crecer la
humildad la mirada es más clara y se advierte más en toda su riqueza la Bondad
y la Belleza divinas.
Por otra
parte Dios se deleita en las personas humildes, y derrama en ellos sus gracias
y dones con abundancia bien recibida. El humilde se convierte en la buena
tierra que da fruto al recibir la semilla divina.
Ahora es
posible ver mejor el sentido de la humildad de Jesús en su vida oculta.
Ciertamente vino a enseñar como Maestro. Pero no podía actuar más que del modo
que expresase mejor su inmenso amor, y este modo debía ser el más humilde.
Por otra
parte, la humildad de Jesús es la superación de la soberbia de Satanás y de la
desobediencia rebelde de Adán y Eva, junto a los egoísmos que llevan consigo
todos los pecados de los hombres. Jesús vive la verdad ante los ojos del Padre.
Jesús ama sin condiciones. En la vida sencilla de Nazaret no entran ni la
vanidad en el trabajo, ni los lujos, ni las mil inquietudes del orgullo y la
soberbia. El pecado es vencido desde el silencio de una casa sencilla antes de
ser derrotado en el Sacrificio Redentor de la Cruz.
En
Nazaret, Jesús, junto a María y José, enseña a vivir la virtud de la humildad
en las circunstancias habituales entre los hombres. Y con la humildad, la
alegría, pues la alegría es un bien cristiano. Unicamente se oculta con la
ofensa a Dios: porque el pecado es producto del egoísmo y el egoísmo es causa
de la tristeza 69. La vida de Jesús en Nazaret tiene un clima, y éste es la
humildad y la alegría como frutos de un amor total.
64 Mt
11,25
65 Prov
11,2
66 Mt
6,27
67
Gustave Thibon. La crisis moderna del amor.
68 cfr
Act 20,35
69 Beato
Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. n137
Reproducido
con permiso del Autor, Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones
internacionales universitarias pedidos a eunsa@cin.es
Enrique Cases
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