Me gustaría completar un poco el
post de ayer, hay sustancias más duras que el hormigón, bastante más duras, y
mucho más flexibles. Sin embargo, otros materiales son menos duros y encima más
rígidos. Esto vale para la teología, para el gobierno de la Iglesia y hasta
para el modo en que hay que tomarse la vida.
No es la vida la que me ha hecho
flexible, sino el Espíritu Santo. Él me ha enseñado a hacer las cosas más a su
modo y menos al mío.
Nada hay peor para el defensor de
la ortodoxia que ver el fantasma del relativismo por todas partes. Nada hay
peor para el que ostenta una autoridad, civil o eclesiástica, que el miedo a no
ser respetado
¿Hasta dónde debe llegar el
ecumenismo? En mi opinión, casi siempre, hasta el máximo. La Iglesia debe ser
afirmación gozosa de una buena nueva, no un estado de continua defensa frente a
los enemigos, un estado de permanente y tensa apologética.
Nada hay de malo en la defensa ni en la apologética, pero hay un estado
del alma que puede llevar a la continua sospecha, a la continua confrontación,
en vez vivir en paz en la sencilla afirmación.
P.
FORTEA
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