Richard Ho Lung, el "Padre
reggae" y sus misioneros.
A sus 74
años, el padre Richard Ho Lung, jamaicano de origen chino, mantiene una salud y
actividad envidiable, pero por su edad acaba de renunciar a la dirección de la
congregación que él fundó en 1981.
En ese entonces eran apenas 4 compañeros sirviendo a los pobres de Kingston, Jamaica.
Hoy son 550 religiosos consagrados a atender a los más necesitados en 8 países que son la geografía de la pobreza: Jamaica, Haití, Uganda, Kenia, India, Filipinas, Indonesia y Estados Unidos.
El padre Richard es una mezcla única de chino y caribeño, de jesuita y franciscano, de intelectual y activista, de conservador y renovador, de niño y de anciano.
De alguna manera encarna esa dimensión jesuita-franciscana que busca a los pobres en las periferias y siempre con alegría, tan del estilo del Papa Francisco… pero desde hace 30 años.
NIÑO POBRE EN FAMILIA EMIGRANTE
Fue un niño pobre, y su padre, un emigrante chino en Jamaica, nacido en Macao, le enseñó a respetar a los pobres y le pidió que nunca los olvidara. Richard recuerda una noche de su infancia en que sólo tenían para cenar una tacita de arroz a repartir entre cuatro, que pasaba de mano en mano.
Recuerda también los días siempre soleados, casi sin ropa, siempre sin zapatos, de ir descalzo al colegio de las hermanas franciscanas.
La suya era una familia de emigrantes chinos, pobres y budistas, en la caribeña Jamaica. Su madre era 23 años más joven que su padre y se habían casado en un matrimonio acordado por los abuelos. Ella dio a luz a su primer hijo, la pequeña Loretta, siendo sólo una muchachita de 16 años, y a Richard con 18 años, en septiembre de 1939. El matrimonio de Seang Ho Lung Quee y Seang Cheng Shue Cheng (Willi y Janet para todos los no-chinos) sobrevivía con un pequeño negocio de verduras.
ESPIRITUALIDAD DE GRATITUD Y BÚSQUEDA
De alguna manera, hubo un paso natural de la religiosidad budista a la franciscana enmarcada en la exuberante naturaleza jamaicana. Richard siempre ha alabado la espiritualidad de gratitud, de búsqueda y de amor a la Creación que recibió de su joven madre.
Ella les llevaba al río, les hacía sentar junto al agua, y escuchar en silencio. Les hacía preguntas para que los niños meditasen. Les hacía tumbarse para sentir la tierra… y con la tierra las semillas, los frutos, las plantas, la vida… “El misterio del agua y la tierra eran parte de nuestra educación, mamá amaba la naturaleza y siempre estábamos dando gracias”, explica el padre Richard.
La naturaleza lleva a dar gracias, y eso lleva a preguntarse: gracias, ¿a Quién?
“El budismo nos enseñó a no desear nada que no tengamos. Aprendimos a meditar y buscar la iluminación. El budismo te convierte en un buscador y así, de muchas formas, te lleva al cristianismo de forma maravillosa”, añade Richard.
MONJAS AMABLES Y MUSICALES
Los niños empezaron a ir a la baratísima escuela de las hermanas franciscanas en Kingston. “La hermana Elizabeth y la hermana Regina eran monjas muy amables. Sabían mantenernos contentos en la escuela. La hermana Elizabeth tocaba el piano y cantaba con nosotros. Nos enseñaba juegos y nos introducía a la devoción por María. Nos obligaba a hablar en inglés como el resto de los niños, y se ponía muy seria con las matemáticas. Siempre sentí su amor y protección. Así se nos presentó a Cristo, el compasivo, que amaba a los pobres y hacía milagros curando a la gente. Pocos años después fuimos bautizados, confirmados y recibimos la comunión en ceremonias preciosas y emotivas, con velas, flores, ropas blancas especiales y desayunos y fiestas bien organizadas”, recuerda.
Era 1949 cuando él, con 10 años, su hermana de 12 y su madre, con 28, se hacían católicos. Su padre no daría el paso al bautismo hasta 1969, ya con 71 años, cinco años antes de morir.
VOCACIÓN JESUITA...Y LLAMADO A LOS POBRES
La educación media la inició con los jesuitas… y a los 15 años sintió la vocación. Profesó los votos jesuitas con 20 años, y estudió en el seminario jesuita de Boston en EEUU para ser sacerdote. Fue ordenado en 1971, con 32 años, con títulos en filosofía, teología y literatura inglesa.
De vuelta a Jamaica, pasó 8 años como vicario en la parroquia de Santo Tomás de Aquino, en Papine. Y allí sintió un llamado especial, un despertar distinto. Él, niño pobre, llevaba ahora muchos años de estudiante, pastor adulto, intelectual… pero sentía que predicaba a los pobres y sobre los pobres pero no los servía de verdad.
“Sentí que todo lo que había hecho hasta entonces había sido un poco hipócrita. Había estado predicando la Palabra de Dios pero no la había estado viviendo de verdad”. Contempló la pobreza desesperada de tantas personas en Kingston y sus alrededores y sintió que Dios le llamaba a responder.
En 1980 tomó la difícil decisión de dejar los jesuitas que tanto amaba y empezó una comunidad de hombres dedicada a vivir juntos y servir a los más necesitados.
Tenía 3 compañeros y dos proyectos iniciales: atender personas enfermas sin hogar acogidas en centros públicos y trabajar en la rehabilitación de presos. Es decir, poner humanidad y amor de Dios donde ya había algunas estructuras. Y así nacieron los “hermanos de los pobres” que luego se convertirían en los actuales Misioneros de los Pobres (www.missionariesofthepoor.org), con una primera aprobación diocesana en 1981.
MÚSICA, SERVICIO, DAR FAMILIA A QUIEN NO TIENE
Por su propia experiencia en su infancia, en su familia y con sus monjas, el padre Richard sabía que se puede ser pobre y feliz, y que se puede salir de la pobreza con educación.
El carisma de la congregación es el fundacional y está bien establecido: sacerdotes y religiosos que viven juntos y lo comparten todo para servir a los más pobres; y hacerlo juntando a los pobres y sin techo, aportándoles una familia o espíritu de familia, y dándoles relaciones con el resto de la sociedad. Si se consigue el “espíritu de familia”, la pobreza se vence y se supera.
Un elemento clave en su visión fue siempre la música, tan ligada a la alegría y la amabilidad que vivió con las franciscanas. Empezó a componer canciones y a editar discos, que pronto se vendieron por todo el Caribe y luego más allá.
Le llamaron “el cura reggae”, y lo cierto es que podía cantar y componer canciones de estilo popular, callejero, en jerga jamaicana, porque había vuelto a los barrios, a la gente, a su lenguaje y anhelos, y los comprendía.
ALIMENTAR EL ALMA CON ESPERANZA
Más adelante, al crecer los Misioneros de los Pobres, sus canciones desembocaron en musicales populares, una forma de evangelizar, de implicar a los pobres, de llegar a la gente… y con el tiempo, incluso, de recaudar fondos. Hoy sus musicales evangelizadores, con coros, se escenifican en países ricos y ayudan a financiar las obras con los pobres. Con más de 20 musicales escritos y representados (“Hechos de los Apóstoles”, “Jesús 2000”, “Velas en la noche”, “La Roca”, “El Mesías”…) tiene un amplio repertorio para elegir. Ahora, al retirarse de la dirección, seguirá trabajando en la música y la formación de los novicios y religiosos, que llegan ya de 13 países distintos.
“La música y las representaciones son comida para el alma, despierta en la gente un espíritu de esperanza y gozo”, insiste Richard Ho Lung, que mira a su alrededor y ve como fructifica una obra de 30 años que nació mucho antes, en sus experiencias de familia pobrísima pero agradecida, en la acogida cariñosa y musical de unas monjas, en el destilar de una vida para Dios.
En ese entonces eran apenas 4 compañeros sirviendo a los pobres de Kingston, Jamaica.
Hoy son 550 religiosos consagrados a atender a los más necesitados en 8 países que son la geografía de la pobreza: Jamaica, Haití, Uganda, Kenia, India, Filipinas, Indonesia y Estados Unidos.
El padre Richard es una mezcla única de chino y caribeño, de jesuita y franciscano, de intelectual y activista, de conservador y renovador, de niño y de anciano.
De alguna manera encarna esa dimensión jesuita-franciscana que busca a los pobres en las periferias y siempre con alegría, tan del estilo del Papa Francisco… pero desde hace 30 años.
NIÑO POBRE EN FAMILIA EMIGRANTE
Fue un niño pobre, y su padre, un emigrante chino en Jamaica, nacido en Macao, le enseñó a respetar a los pobres y le pidió que nunca los olvidara. Richard recuerda una noche de su infancia en que sólo tenían para cenar una tacita de arroz a repartir entre cuatro, que pasaba de mano en mano.
Recuerda también los días siempre soleados, casi sin ropa, siempre sin zapatos, de ir descalzo al colegio de las hermanas franciscanas.
La suya era una familia de emigrantes chinos, pobres y budistas, en la caribeña Jamaica. Su madre era 23 años más joven que su padre y se habían casado en un matrimonio acordado por los abuelos. Ella dio a luz a su primer hijo, la pequeña Loretta, siendo sólo una muchachita de 16 años, y a Richard con 18 años, en septiembre de 1939. El matrimonio de Seang Ho Lung Quee y Seang Cheng Shue Cheng (Willi y Janet para todos los no-chinos) sobrevivía con un pequeño negocio de verduras.
ESPIRITUALIDAD DE GRATITUD Y BÚSQUEDA
De alguna manera, hubo un paso natural de la religiosidad budista a la franciscana enmarcada en la exuberante naturaleza jamaicana. Richard siempre ha alabado la espiritualidad de gratitud, de búsqueda y de amor a la Creación que recibió de su joven madre.
Ella les llevaba al río, les hacía sentar junto al agua, y escuchar en silencio. Les hacía preguntas para que los niños meditasen. Les hacía tumbarse para sentir la tierra… y con la tierra las semillas, los frutos, las plantas, la vida… “El misterio del agua y la tierra eran parte de nuestra educación, mamá amaba la naturaleza y siempre estábamos dando gracias”, explica el padre Richard.
La naturaleza lleva a dar gracias, y eso lleva a preguntarse: gracias, ¿a Quién?
“El budismo nos enseñó a no desear nada que no tengamos. Aprendimos a meditar y buscar la iluminación. El budismo te convierte en un buscador y así, de muchas formas, te lleva al cristianismo de forma maravillosa”, añade Richard.
MONJAS AMABLES Y MUSICALES
Los niños empezaron a ir a la baratísima escuela de las hermanas franciscanas en Kingston. “La hermana Elizabeth y la hermana Regina eran monjas muy amables. Sabían mantenernos contentos en la escuela. La hermana Elizabeth tocaba el piano y cantaba con nosotros. Nos enseñaba juegos y nos introducía a la devoción por María. Nos obligaba a hablar en inglés como el resto de los niños, y se ponía muy seria con las matemáticas. Siempre sentí su amor y protección. Así se nos presentó a Cristo, el compasivo, que amaba a los pobres y hacía milagros curando a la gente. Pocos años después fuimos bautizados, confirmados y recibimos la comunión en ceremonias preciosas y emotivas, con velas, flores, ropas blancas especiales y desayunos y fiestas bien organizadas”, recuerda.
Era 1949 cuando él, con 10 años, su hermana de 12 y su madre, con 28, se hacían católicos. Su padre no daría el paso al bautismo hasta 1969, ya con 71 años, cinco años antes de morir.
VOCACIÓN JESUITA...Y LLAMADO A LOS POBRES
La educación media la inició con los jesuitas… y a los 15 años sintió la vocación. Profesó los votos jesuitas con 20 años, y estudió en el seminario jesuita de Boston en EEUU para ser sacerdote. Fue ordenado en 1971, con 32 años, con títulos en filosofía, teología y literatura inglesa.
De vuelta a Jamaica, pasó 8 años como vicario en la parroquia de Santo Tomás de Aquino, en Papine. Y allí sintió un llamado especial, un despertar distinto. Él, niño pobre, llevaba ahora muchos años de estudiante, pastor adulto, intelectual… pero sentía que predicaba a los pobres y sobre los pobres pero no los servía de verdad.
“Sentí que todo lo que había hecho hasta entonces había sido un poco hipócrita. Había estado predicando la Palabra de Dios pero no la había estado viviendo de verdad”. Contempló la pobreza desesperada de tantas personas en Kingston y sus alrededores y sintió que Dios le llamaba a responder.
En 1980 tomó la difícil decisión de dejar los jesuitas que tanto amaba y empezó una comunidad de hombres dedicada a vivir juntos y servir a los más necesitados.
Tenía 3 compañeros y dos proyectos iniciales: atender personas enfermas sin hogar acogidas en centros públicos y trabajar en la rehabilitación de presos. Es decir, poner humanidad y amor de Dios donde ya había algunas estructuras. Y así nacieron los “hermanos de los pobres” que luego se convertirían en los actuales Misioneros de los Pobres (www.missionariesofthepoor.org), con una primera aprobación diocesana en 1981.
MÚSICA, SERVICIO, DAR FAMILIA A QUIEN NO TIENE
Por su propia experiencia en su infancia, en su familia y con sus monjas, el padre Richard sabía que se puede ser pobre y feliz, y que se puede salir de la pobreza con educación.
El carisma de la congregación es el fundacional y está bien establecido: sacerdotes y religiosos que viven juntos y lo comparten todo para servir a los más pobres; y hacerlo juntando a los pobres y sin techo, aportándoles una familia o espíritu de familia, y dándoles relaciones con el resto de la sociedad. Si se consigue el “espíritu de familia”, la pobreza se vence y se supera.
Un elemento clave en su visión fue siempre la música, tan ligada a la alegría y la amabilidad que vivió con las franciscanas. Empezó a componer canciones y a editar discos, que pronto se vendieron por todo el Caribe y luego más allá.
Le llamaron “el cura reggae”, y lo cierto es que podía cantar y componer canciones de estilo popular, callejero, en jerga jamaicana, porque había vuelto a los barrios, a la gente, a su lenguaje y anhelos, y los comprendía.
ALIMENTAR EL ALMA CON ESPERANZA
Más adelante, al crecer los Misioneros de los Pobres, sus canciones desembocaron en musicales populares, una forma de evangelizar, de implicar a los pobres, de llegar a la gente… y con el tiempo, incluso, de recaudar fondos. Hoy sus musicales evangelizadores, con coros, se escenifican en países ricos y ayudan a financiar las obras con los pobres. Con más de 20 musicales escritos y representados (“Hechos de los Apóstoles”, “Jesús 2000”, “Velas en la noche”, “La Roca”, “El Mesías”…) tiene un amplio repertorio para elegir. Ahora, al retirarse de la dirección, seguirá trabajando en la música y la formación de los novicios y religiosos, que llegan ya de 13 países distintos.
“La música y las representaciones son comida para el alma, despierta en la gente un espíritu de esperanza y gozo”, insiste Richard Ho Lung, que mira a su alrededor y ve como fructifica una obra de 30 años que nació mucho antes, en sus experiencias de familia pobrísima pero agradecida, en la acogida cariñosa y musical de unas monjas, en el destilar de una vida para Dios.
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