Vivimos en un mundo deshumanizado. Y
flojo. No hay que ser muy sagaz para darse cuenta. Priman la violencia, el
dinero, el sexo desvergonzado y el más inverosímil egotismo. Aunque siempre me
pregunto si es la sensación que se nos quiere transmitir, manipulando el alma
de la gente y embruteciendo su criterio. No se puede obviar la existencia de lo
más vil, pero los titulares de prensa y los programas de televisión, ¿agotan
toda la realidad? El caso es que nos sorprende encontrar, todavía, personas
buenas. Personas sencillas, sin doblez. Personas generosas, alegres. Personas
que te quieren por lo que eres y no por lo que tienes.
Y tengo que
decir que este asombro también está presente en el mundo de los libros. Porque
no está uno acostumbrado a leer títulos donde, por ejemplo, la ternura tenga un
tratamiento adecuado, o donde el pudor no sufra el varapalo de la carcajada. En
definitiva, donde la buena literatura vaya a la par de una ética y de un
pensamiento que dignifique a la persona. Que algunos, en su retorcimiento,
confundan esto con pías moralinas o literatura confesional, es algo que no
puede extrañarnos. Una cosa está clara: no hay tiempo malo para el cultivo de
la virtud. Ni siquiera la literaria.
Guillermo Urbizu
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