Dice
el historiador Belvacense que en la ciudad de Ridolio, en Inglaterra, vivía por
los años de 1430 un joven noble llamado Arnesto, el cual, habiendo dado todo su
patrimonio a los pobres, se hizo monje. Llevaba en el monasterio una vida tan
perfecta, que los superiores lo estimaban mucho, especialmente por la
particular devoción que tenía a la Virgen Santísima.
Ocurrió
que, habiéndose apoderado la peste en aquella ciudad, sus moradores acudieron
al monasterio para solicitar el auxilio de las oraciones, y el abad ordenó a
Arnesto que fuese a orar delante del altar de María y que permaneciese allí
hasta que la Virgen le contestase. Obedeciendo el joven, oró por espacio de
tres días, y al fin obtuvo la deseada respuesta de María, indicándole algunas
oraciones que debían decirse, las cuales al ser practicadas cesaron la peste.
Sucedió
después que este joven se enfrió en la devoción de María, por lo que el demonio
le asaltó con muchas tentaciones, especialmente de impureza y de abandonar el
monasterio, y el infeliz, por no haberse encomendado a María, resolvió huir
arrojándose de una pared del convento; pero al hacerlo, pasó delante de una
imagen que estaba en el corredor, le habló la Madre de Dios y le dijo:
-Hijo
mío, por qué me abandonas?
Arnesto,
entonces atónito y compungido, cayó al suelo y respondió:
-Pero señora, no vez que no puedo resistir
más?
Y
la Madre de Dios le replicó:
-Y
tú por qué no me has invocado? Si te hubieras encomendado a Mí, no te hubieras
reducido a este extremo. De hoy en adelante – concluyó María – encomiéndate a
Mí y no dudes.
Regresó
Arnesto a su celda; pero volvieron también las tentaciones, y sin embargo, no
cuidó el encomendarse a María. Huyó por fin del monasterio, y dándose una vida
licenciosa, cayendo de pecado en pecado, llegó por ultimo a ser asesino por
contrato, donde por la noche quitaba la vida a los desdichados pasajeros y los
robaba. Entre estos, asesinó una noche al primo del gobernador de aquel lugar,
el cual, lo encausó y por los indicios que tenía, le condeno a que fuese
ahorcado.
Pero
mientras se substanciaba el proceso, le llegó un contrasto para asesinar a una
caballero joven, y el maldito mercenario, poniendo en marcha sus acostumbradas
artimañas, se introdujo por la noche en sus aposento para asesinarle; pero he
aquí que sobre la cama no halla al caballero, sino un crucifico cubierto de
llagas que, mirándole con ternura, le dijo:
-No
te basta, ingrato, que Yo haya muerto una vez por ti? Quieres volverme a matar
de nuevo? Ea, pues, levanta rápido tu mano y mátame otra vez.
Confuso
entonces el pobre Arnesto, empezó a llorar, y anegado de lágrimas, dijo:
-Señor,
heme aquí; ya que eres conmigo tan misericordioso, yo quiero volver a Ti.
Y
de hecho, al instante se retiró de ese turbio negocio para volver al monasterio
y hacer penitencia. Mas camino al monasterio lo hallaron los hombres de
justicia, lo tomaron preso y lo presentaron al juez, ante cuya presencia
confesó todos los asesinatos que había cometido, por lo cual fue condenado a
morir ahorcado, sin darle siquiera tiempo para confesarse; mas la Virgen hizo
que no muriese; y Ella misma lo descolgó después y le dijo:
-Vuelve
al monasterio, haz penitencia, y cuando veas en mi mano un papel del perdón de
todos tus pecados, prepárate a morir.
Entonces
volvió Arnesto al monasterio, y refiriéndolo todo al abad, hizo extremada
penitencia.
Muchos
años después, he aquí que vio en manos de María el perdón, por lo que,
disponiéndose luego para la ultima hora, concluyó sus días santamente.
San
Alfonso María de Ligorio – Doctor de la Iglesia
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