Esta fue la exclamación del Arcángel
San Miguel…, reputado siempre como jefe de las milicias celestiales que
derrotaron al soberbio Luzbel, lanzándolo al lago de fuego y azufre, tal como
se nos explica en el libro del Apocalipsis con toda la carga simbológica que
este libro tiene, lo cual muchas veces le hace incomprensible en varios
pasajes.
Realmente
las cosas no debieron de ser, tal como nos las imaginamos nosotros, pues
nuestra humana tendencia a lo material, nos hace pensar que cuando hay una
rebelión, enseguida uno piensa en una guerra de carácter material con el uso de
armas. Así al arcángel San Miguel, vencedor de Luzbel, siempre lo representamos
acompañado de su inseparable espada. Pero San Miguel jamás usó una espada entre
otras razones, porque como espíritu puro que es, no tiene manos para cogerla.
Sus armas, es de pensar, que son de otra naturaleza, son las cualidades,
virtudes y posibilidades que tienen adquiridas los ángeles y cuantos seres humanos
ya están santificados por la continua contemplación del Rostro de Dios. Estas
almas celestiales de están siempre iluminadas por la Luz divina. Lo suyo es la
potencia de su mente, la sabiduría el entendimiento, la bondad el amor y todas
las gracias y dones adquiridos por esa continua visión de la Luz que emana del
Rostro de Dios y a la que un día llegaremos nosotros, si es que perseveramos en
el amor al Señor.
Lo
que a nosotros nos gustaría saber, es: ¿Cómo fue la rebelión? ¿Qué la motivó,
para que luzbel exclamase el conocido “Non serviam”? Es decir, no te
serviré. Conocemos muy bien como es la comunicación entre seres humanos, que
son mitad materia y mitad espíritu y sabemos que el sonido es fundamental para
este menester, aunque también lo realizamos por medio de la escritura, en cuyo
caso entra en función el sentido más estimado por nosotros que es la vista.
Pero desconocemos con exactitud como es la comunicación entre seres
espiritualmente puros aunque deducimos que ni el sonido ni la escritura la necesitan
para nada. El pensamiento entre ellos se trasmite de una forma ignorada por
nosotros. Para mí, que aquí como en muchos casos, el amor tiene mucho que ver,
pues Dios es el más grade de todos los espíritus puros y su esencia como nos
dice San Juan es el amor y solo el amor (1Jn 4,16) y así, cuando uno de
nosotros se encuentra plenamente enamorado del Señor, lo suyo es que adquiera
el don de la contemplación para relacionarse con el Señor. Y dentro de la
contemplación el mutuo amor entre el contemplativo y el Señor, no necesita
palabras para trasmitirse, se le habla al Señor sin necesidad de palabras. En
la mutua mirada de la persona al Señor y de Él a su amado se trasmite el amor,
por los ojos del que ama al Señor y recíprocamente el Señor le corresponde.
En
el capítulo 12 del Apocalipsis, encontramos un relato sobre la caída de los
ángeles sublevados. Como sabemos el Apocalipsis es el libro de la simbología
por excelencia y teniendo en cuenta esta simbología que preside sus relatos
podemos leer: “Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas
y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastra la tercera
parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra”. (Ap 12,3-4). El gran Dragón rojo, como uno
se puede imaginar sin equivocarse es satanás. La tercera parte de las estrellas
de cielo que arrastra satanás, son los demonios sublevados con él, un tercio de
todos los ángeles que son lanzados a la tierra. Dios los utiliza para que los
hombres puedan demostrar su amor al Señor repudiando a los demonios. Hay un
dicho que dice: Sin demonios en la tierra no hay escala posible para subir al
cielo.
Y continúa el Apocalipsis
diciéndonos: “Entonces se entabló una batalla en
el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y
sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar
para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado
Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus
ángeles fueron arrojados con él. Oí entonces una fuerte voz que decía en el
cielo: Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios
y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo vencieron
gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque
despreciaron su vida ante la muerte. Por eso, regocijaos, cielos y los que en
ellos habitáis. ¡Ay de la tierra y del mar! porque el Diablo ha bajado donde
vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo”. (Ap 12,7-12).
Los
demonios derrotados se encuentran entre nosotros y por ello el hombre en esta
vida, se encuentra sometido a una lucha continua que solo puede superar con las
gracias o ayudas divinas. Esta lucha se establece entre los deseos de nuestro
cuerpo azuzados por nuestra concupiscencia y los demonios que rondan a nuestro
alrededor y los deseos de nuestra alma, que siempre está protegida por nuestro
ángel de la guarda y la fuerza que nos da el amor al Señor. San Pablo nos dice
en su epístola a los efesios: “Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la
fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas
del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra
los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo
tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso,
tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de
haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura
con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el
Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para
que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad,
también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra
de Dios”. (Ef 6,10-17).
Y
también incide San Pablo, en este mismo tema de la lucha ascética en la
epístola a los romanos cuando les dice: “Para que la justicia de la Ley se
cumpliera en nosotros, que ya no vivimos conforme a la carne sino al espíritu.
En efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los
que viven según el espíritu, desean lo que es espiritual. Ahora bien, los
deseos de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen
a la vida y a la paz, porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no
se someten a su Ley, ni pueden hacerlo. Por eso, los que viven de acuerdo con
la carne no pueden agradar a Dios”. (Rm 8,4-8).
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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