El
arrepentimiento favorece la sanación física e interior.
La
enfermedad en sí (no ésta o aquella enfermedad) es producto del pecado. Si nos
arrepentimos del pecado y nos convertimos a Dios, necesariamente van a cesar
las consecuencias del pecado. Para esto conviene leer 1Cor 11, 30.
Confieso
que hay personas que viven en pecado y que son sanadas por el Señor, pero
también soy testigo que la mayor parte de las que reciben curación son llevadas
a un arrepentimiento. Sin embargo el camino más normal es el que encontramos en
el Evangelio:
-Primero,
la sanación del pecado: “tus pecados te son perdonados”.
-Después,
la sanación física: “levántate, toma tu camilla y anda” Mc 2,5.11
Altagracia
Rosario era una joven de 26 años que estaba sorda desde hacia dos años y que
tenía varios meses ciega; además una anemia la mantenía en cama esperando
lentamente su muerte.
Su
mamá la llevó a la quinta reunión de Pimentel en 1975. Era tanta la gente por
todas partes que la acostó en el suelo. La pobre enferma, sorda y ciega, sufría
mucho y no se daba cuenta de lo que pasaba.
Al
día siguiente estaba completamente sana: veía y oía perfectamente. Pero lo más
maravilloso no fue que se le abrieran los ojos y los oídos sino que el Señor
entró en su corazón apartándose inmediatamente de una situación de pecado en la
que vivía desde hacía tiempo. Luego se hizo catequista y daba su bello
testimonio en San Francisco de Macorís de donde era originaria.
Meses
después, viviendo las delicias de la nueva vida que Jesús le había dado, cayó
enferma de fiebre.
El
18 de noviembre le dijo alegremente a su mamá:
-Mamá,
oí la voz del Señor en mi corazón que me decía que dentro de dos días vendría a
buscarme para llevarme con Él.
Su
mamá le respondió:
-Altagracia,
no digas eso. Es tu fiebre la que te hace delirar y pensar que es la voz del
Señor. No vuelvas a repetir eso porque se van a burlar de ti.
Sin
embargo, ella lo contaba a todas las catequistas que iban a visitarla. Y
efectivamente, el 20 de noviembre murió feliz y cantando como un pajarito. Su
entierro fue bello; en medio de cantos de alegría y de esperanza. Ella había
recibido la sanación total: su muerte no fue luto ni hubo lágrimas sino
felicidad y alegría porque se encontraba de manera definitiva total con Aquel
que la amaba.
Annette
Giroux de 28 años, sufría de Parkinson y fue llevada por sus parientes a la
Misa de clausura del Congreso de Montreal en Pentecostés de 1979. A la hora de
la Comunión un sacerdote subió a las gradas del Estadio y le ofreció la
comunión, pera ella dijo:
-No,
no puedo comulgar porque vivo en pecado…
Tenía
dos años que vivía en concubinato. Allí mismo decidió cambiar su conducta. Se
arrepintió, se confesó, comulgó y tomó el riesgo de la fe. Al regresar a su
casa le dijo al hombre con quien vivía:
-A
partir de hoy no me consideres tu mujer, a no ser que te quieras casar conmigo
por la Iglesia. En tres días regreso a la casa de mis papás.
Tomó
una habitación aparte y dos días después despertó sintiendo un gran calor en
todo el cuerpo. Se levantó dándose cuenta que no tenía el dolor relacionado con
la enfermedad. Estaba completamente sana.
Así,
sana de su alma y de su cuerpo, regresó con sus padres… Dos meses después se
celebró el sacramento del matrimonio con asistencia del grupo de oración que
había escuchado su testimonio.
Ella
primero se arrepintió y después fue sanada físicamente.
EN
EL SIGUIENTE CASO SUCEDIÓ AL REVÉS:
Mariano
tenia diez años sin entrar a una Iglesia, pero fue curado de su adicción
alcohólica y de ulcera el día que su madre, doña Sara, dio testimonio de su
maravillosa curación.
Regresó
feliz a su casa. Él quería comulgar pero estaba impedido por su situación
matrimonial, pues estaba viviendo en adulterio con una mujer con la cual tenía
hijos. Como no era posible la separación, ni menos la unión con su primera
esposa, pero él tenía verdadera hambre de Dios, tomó aposento aparte de su
mujer. Así, viviendo como hermanos por unos meses, pudo comulgar el día de
Pentecostés en que el Señor lo llenó de preciosos carismas para evangelizar. Me
acompañaba en muchos retiros a lo largo del país hablando a las parejas para
que perseveraran fieles al Señor en el matrimonio.
Después
de varios años de mantenerse en este difícil camino, el señor Arzobispo
estudiando a fondo su primer matrimonio, se encontró una causa suficiente por
la que aquel matrimonio no fue válido. De esta forma fue posible casarse por la
Iglesia con la mujer con la que vivía. Fue una Misa celebrada por el mismo
Arzobispo. La Iglesia estaba llena de parejas a las que él les había predicado
la fidelidad conyugal.
Lo
importante es que el Señor quiere sanarnos completamente: de cuerpo, alma y
espíritu. A veces la sanación física ayuda a la conversión, a veces el
arrepentimiento ayuda a la curación física.
Padre
Tardif
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